3 de Octubre de 2013
Pregunta de un inventado juego de
trivial político: ¿Qué tienen en común Berlusconi y el sector más radical del
Partido Republicano de Estados Unidos?
Respuesta tentativa: Son una
especie actualizada de sicofantes políticos.
Para los que no lo recuerden, en
la antigua Grecia, a falta de fiscales, ciudadanos particulares, supuestamente
virtuosos, hacían el papel de acusadores. Era denunciantes voluntarios que
actuaban, por cuenta propia o ajena, supuestamente para defender el bien común,
la moral o la seguridad públicas. Se les denominó sicofantes. El uso y
abuso de esta práctica terminó fabricando intrigantes, chantajistas y delatores
que dejaron de vigilar los intereses de la comunidad en beneficio de los suyos
propios, de su enriquecimiento ilícito, mediante la amenaza y la intimidación.
FALACIAS EN EL D.C.
La estrategia de elaborar casos
falsos para defender supuestas causas justas bien podría considerarse como un
ejercicio de impostura política. Eso es
exactamente lo que ha ocurrido con el bloqueo parcial del funcionamiento del
gobierno, privándole de los fondos necesarios para el ejercicio efectivo y
cotidiano de sus funciones, con el propósito declarado de impedir que empiece a
aplicarse la ley de reforma sanitaria ('Affordable Health Care Act').
En este sentido, podríamos
considerar sicofantes, al uso de nuestros tiempos, a los legisladores
republicanos de Estados Unidos, que contemplan la mínima intervención del poder
público para corregir desequilibrios sociales como una amenaza para la libertad
individual. Se arropan en confusas resonancias 'jeffersonianas' de
protección del individuo ante la voracidad intrínseca de cualquier gobierno.
No sólo pretende la facción
extremista del Partido Republicano neutralizar la aplicación de una ley
aprobada legítimamente y revalidada constitucionalmente en el Tribunal Supremo.
Más aún, se trata de seguir impidiendo que el 15% de la población de Estados
Unidos carente de atención sanitaria pueda acceder a ella, no de forma
gratuita, sino bajo unos esquemas que aquí en Europa rechazaríamos por tímidos
e insuficientes.
Decía Obama el otro día que el
chantaje operado por estos republicanos recalcitrantes tiene una motivación
ideológica. El Presidente ha respondido adecuadamente al desafío opositor, manteniendo
la línea junto a sus correligionarios demócratas. Pero es discutible la
invocación ideológica. La ideología es casi siempre sospechosa en Estados
Unidos. Contrariamente al pragmatismo y la eficacia, que son rasgos muy
valorados en la política norteamericana. Una cosa son los principios, que casi
nunca se discuten, porque todos los enarbolan, a veces con notoria hipocresía;
y otra, la ideología, ya sea conservadora o liberal. Generalmente no es
bienvenida porque se cree que dificulta la cultura del pacto, la negociación,
el chalaneo.
Estos días hemos visto mucho de
esto en los pasillos del Congreso. La supuesta emergencia nacional que
constituía la aplicación de la reforma sanitaria era objeto de mercadeo,
mediantes propuestas y contrapropuestas legislativas para salvar la cara y eludir
el coste político que suponía la privación de fondos para agencias
gubernamentales. En voz alta se mantenía el discurso de los principios, pero
los sicofantes parecían dispuestos a aceptar un pacto que atendiera conveniencias
a corto plazo.
Finalmente, no funcionó el
pragmatismo. Los republicanos se han visto atrapados por su facción más
extremista. Así llevan desde el triunfo de Obama, e incluso antes, convencidos
de que la crisis resultaba un momento más que propició para canalizar el
malestar ciudadano contra todo lo que suponga administración, fiscalidad,
gestión pública, nivelación de rentas...
En 1994, cuando sus antecesores
radicales rumiaban la ruina de la presidencia de Clinton, provocaron un
auténtico boomerang político. Hasta el punto de que el presidente demócrata
obtuvo en 1996 una de las victorias más aplastantes de la posguerra. Pero
entonces no disponían de un aparato político convenientemente preparado
y madurado. Ahora, pese a la derrota en 2012, los republicanos siguen
fatalmente atrapados en el mensaje mesiánico y tramposo del 'Tea Party',
aunque esta corriente errática se haya disuelto en la inconsistencia.
La supuesta "ideología"
que denuncia Obama no es, efectivamente, más que ejercicio de impostura.
Denuncia falsa de un crecimiento excesivo del poder del Gobierno, en este caso
en un área tan sensible como la salud. Cuando lo que verdaderamente constituye
un escándalo merecedor de una denuncia pública constante y tenaz es el estado
lamentable en que se encuentra la salud de decenas de millones de ciudadanos
norteamericanos. La 'Obamacare' es un parche, como mucho una mejora. No
es una iniciativa 'socialista', como se ha llegado a oir y leer en los
opúsculos de los sicofantes.
BERLUSCONI SE DISPARA EN EL PIE
Un caso análogo existe en Italia,
por cuenta del gran sicofante por excelencia de la política local. Silvio
Berlusconi llegó al poder en el mismo año en que sus afines políticos norteamericanos
boicoteaban la administración Clinton. Aupado en una 'denuncia' pública
de la inoperancia, el despilfarro y la corrupción que habían destruido la
Primera República italiana, cosechó un éxito rotundo. Hubo quién lo creyó a
pies juntillas, y no sólo los electores italianos, desengañados y cínicos. Las
propuestas 'liberales' y 'reformistas' de 'Il Cavalieri'
encontraron cierto respaldo en los oráculos políticos de esos años, en que se
consolidó la destrucción del modelo social europeo.
No tardó mucho en ponerse en
evidencia la falacia de la denuncia 'berlusconiana'. Ejemplo casi
perfecto del sicofante moderno, Berlusconi incurrió en todo aquello que
denunciaba antes incluso de ejercer la función pública. La regeneración
institucional se convirtió en el aprovechamiento más escandaloso de la función
pública en beneficio propio. Berlusconi
reinventó la corrupción, porque no la utilizó para enriquecerse, sino para
proteger su enriquecimiento previo, coincidente y posterior.
Eso mismo es lo que hay detrás de
su última mascarada política. El sicofante italiano ha utilizado una subida del
IVA para acusar al gobierno, al que teóricamente apoyaba, y del que formaba
parte su formación política con seis ministros, de ahogar fiscalmente a los
italianos. Detrás de esta falsa denuncia, apenas se escondió su desesperado
intento de disolver las Cámaras y paralizar así el proceso de su destitución
como senador, tras la última sentencia judicial por delito de fraude fiscal.
Unas elecciones generales anticipadas podrían, calculaba el sicofante, mejorar
sus posiciones y colocarlo en posición de seguir blindándose contra la
actuación de la justicia.
Tan burda 'acusación' al
jefe del gobierno, Enrico Letta, provocó una incomodidad indisimulable en sus
propios ministros, incluso en los más acérrimos seguidores. Se abre paso el
convencimiento creciente de que al sicofante italiano le ha llegado la hora del
retiro. Su maniobra de última hora en favor de otorgar la confianza al gobierno
sólo ha reforzado la percepción de ridículo e impotencia. El desprestigio de 'Il
Cavalieri' es tan hondo que casi resulta imposible que no termine su
carrera política en la ignominia.
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