25 de septiembre de 2013
El primer paso hacia una
resolución pacífica del conflicto originado por el rechazo occidental al
proyecto nuclear iraní se ha escenificado en Nueva York, que se convierte en
capital del mundo en estos primeros días de otoño, con motivo de las sesiones
de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
El entorno del nuevo presidente
iraní, Hassan Rohaní ha desarrollado una intensa actividad diplomática y de
relaciones públicas desde hace varios días, con una intención clara: cambiar la
dinámica de las relaciones con Estados Unidos y propiciar un proceso
negociador.
La perspectiva de un acuerdo ha
creado una gran excitación en dirigentes políticos, diplomáticos y expertos de
todas las partes interesadas. Se han perfilado posiciones previas, a favor, en
contra o desde cierta neutralidad escéptica.
En lo que coinciden todos, sin
embargo, es en la motivación iraní: conseguir que se levanten las sanciones que
ya han perturbado significativamente el funcionamiento económico del país.
Especialmente lesivo está resultando el bloqueo de las transferencias de
dinero.
LA BENDICIÓN DEL GUÍA
En su momento, ya comentamos que
la elección de Rohaní pudo haber sido menos sorpresiva, pero más calculada de
lo que parecía. Esa impresión se evoca de nuevo ahora, al señalar algunas voces
autorizadas iraníes que el Presidente no actúa como llanero solitario sino con
el aval, e incluso el impulso, del Guía Supremo, el Ayatollah Jamenei.
En Occidente se tiene una idea una percepción
a veces un poco simplista del sistema político e institucional iraní,
extraordinariamente complejo y
contradictorio. La innegable hegemonía de la jerarquía religiosa no
excluye oscuras luchas de poder e influencia, más o menos encauzados en
consejos, comités y organismos de distinta índole y competencia.
Pero más allá del laberinto
institucional, se tiende a señalar dos sensibilidades fundamentales: una
moderada, pragmática, inclinada a encontrar acomodo con Estados Unidos y el
resto del mundo occidental (con la excepción de Israel); y una radical, convencida
de que los ‘infieles’ sólo pretenden
destruir la revolución iraní, que nunca aceptaron.
El anterior presidente, Mahmud
Ahmadineyad, era percibido en estas latitudes como ‘radical’ por el tono frecuentemente incendiario de sus discursos,
su hostilidad manifiesta hacia Israel y su negativa contumaz del Holocausto. Y,
sin embargo, este participante en la toma de rehenes de la embajada
norteamericana en Teherán, tenía muy poderosos enemigos en el ‘establishment’
iraní, incluido el propio Jamenei.
Por el contrario, su antecesor,
Mohamed Jatami, un moderado y reformista declarado, en su condición de clérigo
eminente y hombre culto y prudente, contaba con el respaldo de la élite
religiosa del país. Lo mismo puede decirse de su programa de acercamiento y
conciliación con Occidente contó con el respaldo, que difícilmente pudo
iniciarse sin ese consentimiento. Lo que hizo caer en desgracia a Jatamí y a su
equipo reformista fue la presión de los ‘radicales’ ante la falta de resultados
prácticos, tanto en la agenda interna como externa.
Eso mismo es lo que los analistas
prevén ahora que pueda ocurrirle a Rouhaní, en su momento un hombre vinculado a
Jatamí. “Los presidentes iraníes cuenta con espacio de maniobra en su primer
año y luego declinan”, le ha dicho iraní el veterano Dennis Ross (asesor de
varios presidentes norteamericanos en Oriente Medio e Irán) a THE NEW YORK
TIMES, a cuenta de las posibilidades de Rouhaní.
OBAMA, PRECAVIDO
Obama se ha mostrado activo, pero
cauto ante la apertura iraní. En su discurso ante la Asamblea General ha dejado
claro que está dispuesto al ‘engagement’;
es decir, a establecer un diálogo constructivo, a negociar. Se cuidó mucho de
no dar rienda suelta a las expectativas y afirmó que “la vía diplomática
merecía ser ensayada”. Es lo que siempre ha sostenido Obama, antes incluso de
sentarse en el Despacho Oval. La elección de Ahmadineyad, en junio de 2009 no
fue la causa del fracaso de la vía diplomática, sino una manifestación más de
la falta de confianza de la élite iraní en un acuerdo satisfactorio con
Washington.
La presión de Israel ha jugado
también un papel poco positivo en esta situación de bloqueo. Los dirigentes
conservadores israelíes han utilizado todos los elementos de tensión a su
alcance para provocar una resolución de Obama a favor de la opción militar. Lo
intentaron con Bush y no consiguieron. El enrarecido clima de las relaciones
bilaterales, debido a los desencuentros sobre los conceptos básicos del dossier
palestino, no facilitó la concertación de entre ambos socios.
No es extraño, por eso, que las
percepciones más negativas sobre este nuevo intento de apertura iraní provengan
de Israel. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, ha encabezado la línea
crítica al calificar las declaraciones de Rohaní a varios medios de
comunicación norteamericanos de “pura propaganda”. Muy en su línea, Netanyahu
tildó al presidente iraní de “lobo vestido de cordero”. Lo apoyan, y más que lo
harán, no sólo el famoso lobby judío norteamericano, sino numerosos republicanos
ávidos de explotar cualquier oportunidad de poner contra las cuerdas al
Presidente. Diplomáticos y expertos más templados comparten este escepticismo y
consideran que Teherán quiere ganar tiempo, abonar las discrepancias que
pudieran existir entre norteamericanos e israelíes, hacer algunas concesiones
menores para obtener al menos un aligeramiento de las sanciones y mantener
intacta la capacidad de recuperar su proyecto nuclear.
En la Casa Blanca se comparten
las aprensiones, pero no la respuesta que la oportunidad merece. Por eso razón,
se ha elaborado ya una lista de actuaciones concretas que esperan de Irán, en
relación con el desarrollo técnico del programa atómico, para confirmar que su posición
negociadora es seria. Sin entrar en lo específico de la materia, lo que se
pretende, básicamente, es que Irán retroceda al punto en que no quepan
sospechas de deriva militar de su capacidad nuclear. Cuando se empiecen a dar
pasos significativos en ese sentido es cuando se podrá contemplar la cancelación
progresiva de las sanciones ahora en vigor.
Ambas partes actúan con una
cautela comprensible. Obama no puede permitirse un ‘gatillazo’ diplomático más,
después de las experiencias en la crisis de Egipto y Siria -y la más que dudosa
perspectiva de las negociaciones palestinas. Rohaní tiene el tiempo medido, y
su ‘controlador’, el Ayatollah Jamenei no podrá cargar sobre el Presidente toda
la responsabilidad del fracaso.
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