25 de febrero de 2022
1) Resulta arriesgado hacer
especulaciones sobre el alcance de la operación militar rusa. Pero parece
evidente que al marchar sobre Kiev y no limitarse a crear una zona de seguridad
en el Este del país, el Kremlin ha decidido acabar con el gobierno central e
imponer un vuelco favorable a sus intereses. Este propósito exigirá una
ocupación militar, se admita o no en Moscú. La victoria militar será
comparativamente mucho más fácil que la consecución de los objetivos políticos
a medio y largo plazo. Cuando callen las armas, empezará una batalla mucho más
larga e insidiosa que desgastará inevitablemente a Rusia.
2) Las invocaciones sobre la
dimensión “histórica” de lo que está ocurriendo es una tentación irresistible
para la mayoría de los dirigentes y de los editores de los medios informativos.
A pesar de la enorme importancia de los acontecimientos que estamos
presenciando (los ucranianos, sufriendo), la fase militar no es más que una
consecuencia de decisiones políticas y/o diplomáticas anteriores.
3) Algunos juicios sobre la
estabilidad mental de Putin o sobre su estatura moral pertenecen más al ámbito
de la propaganda o de la retórica emocional que al análisis objetivo de la
realidad. El presidente ruso actúa con la crudeza de quien cree defender sus
intereses de seguridad sin contemplaciones. La política internacional nunca es
un ejercicio de bondad o de ética, sino un complejo sistema de normas y
decisiones que se aplican en función del interés, los recursos y las
capacidades de cada parte en un momento determinado.
4) Los servicios de inteligencia
norteamericanos -y occidentales, por extensión- acertaron en esta ocasión sobre
las intenciones del presidente ruso, aunque no fueron exactos sobre el momento
de la invasión. Una desviación menor, en relación con las advertencias de la
pasada semana, pero completamente exactos con la previsión inicial de que el
Kremlin esperaría al final de los Juegos Olímpicos de invierno para no
incomodar a China,
5) La reacción occidental, más
allá de la solemnidad de las declaraciones de los principales líderes, ha sido,
hasta la fecha, muy contenida. Como se esperaba. La gestión de las sanciones
contra Rusia ha seguido la vía gradual,
con el supuesto propósito de hacer reflexionar al presidente ruso. Pero nadie
cree sinceramente en una rectificación. La operación militar llegará hasta el
máximo de las capacidades y no es previsible que la amenaza del daño económico
sea muy efectiva para provocar un giro en el comportamiento del Kremlin, que ya
tenía descontado el coste de su decisión.
6) La confirmación de la negativa
occidental a implicarse militarmente en Ucrania ayuda a comprender por qué la
aspiración de una parte de la élite de Kiev de ingresar en la OTAN ha
permanecido congelada durante casi catorce años. Ningún gobierno occidental
está dispuesto a arriesgar vidas o comprometer recursos por la independencia de
Ucrania. Kiev sabía eso de sobra. Es comprensible la amargura de estos
momentos, pero no podía esperarse otra cosa.
7) Resulta difícil pensar en
estos momentos en una negociación diplomática, pero la Historia nos enseña que
eso es lo que ocurre siempre después de un estallido bélico. Lo que ocurre es
que los dirigentes se prohíben reconocerlo para no parecer que se premia o
tolera la agresión. Eso es precisamente lo que puede haber impulsado a Putin a
subir peligrosamente la apuesta. Ya que no ha servido la intimidación, ha
considerado inevitable golpear para forzar una nueva disposición del sistema de
seguridad europeo.
8) La actual unidad aliada es
solo aparente, casi obligada por la gravedad y emocionalidad del momento. Las
diferencias de percepción y la asimetría de las relaciones con Moscú no van a
cambiar por la invasión rusa de Ucrania. Hay al menos tres grupos de interés en
la OTAN: lo extracontinentales (EE. UU., Canadá y el Reino Unido), los europeos
occidentales (el núcleo duro de la UE, con París y Berlín a la cabeza, no
coincidentes en todo ni mucho menos) y los antiguos países satélites de la
URSS. Los márgenes de compromiso con esta Rusia autoritaria, ultranacionalista
y nostálgica son muy distintos en cada caso.
9) El reequilibrio de la
seguridad en Europa quizás se limitado o no tan desestabilizador como proclaman
algunos dirigentes y doctrinarios occidentales. No es previsible que Rusia se
atreva a intervenir en los países bálticos y menos aún en los estados
centroeuropeos satélites de la URSS, porque eso activaría el artículo 5 del
Tratado de Washington, que obliga a todos los aliados a defender al miembro que
sea agredido. Tal escenario sería suicida para la Rusia de Putin y podría
desencadenar un conflicto devastador.
10) China debía saber desde hace
tiempo lo que Putin había decidido hacer para “resolver” la úlcera ucraniana.
No es posible pensar que a Pekín le ha sorprendido para nada la escalada militar.
Pekín puede asumir esta deriva agresiva de Moscú si no se descontrola. La
alianza chino-rusa presenta tantas ventajas como inconvenientes. La tradicional
cautela china en su política internacional consistirá en maximizar las primeras
y reducir los segundos. Estos días se cumple el 50 aniversario de la visita de
Nixon a Pekín, que consolidó el lento giro de la política exterior china tras
el cisma comunista de mitad de los años cincuenta. La proclama amistad entre Xi
y Putin no puede compararse a la entente entre Mao y Stalin a primeros de
aquella década. Aquella fue primordialmente ideológica y ahora prima la
dimensión económica y tecnológica.
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