30 de marzo de 2022
La guerra de Ucrania ha cambiado muchas cosas no sólo en Europa, sino en todo el mundo. Eso se desprende del aparente comportamiento de los actores internacionales (estados, organismos multilaterales, entidades financieras, empresas, corrientes ideológicas y políticas y grupos de opinión y/o propaganda).
ORIENTE MEDIO: AMIGOS HUIDIZOS
La guerra ha acercado contra
pronóstico a veces o, en todo caso, más allá de lo predecible a estados que
hasta ahora se mantenían en opciones estratégicas divergentes. Este juego
múltiple no es nuevo en Oriente Medio y el Norte de África, pero pocas veces se
había llegado a tal trastocamiento de alianzas. Israel, Arabia Saudí y los
Emiratos, tradicionales socios esenciales de Estados Unidos en la región, se
han desmarcado de Washington en esta crisis (1).
Israel no ha condenado la
invasión rusa de Ucrania y se ha ofrecido como mediador, después de que el
primer ministro Bennett visitara a Putin en plena campaña bélica. El presidente
de Ucrania ha criticado a las autoridades israelíes por negarles armamento
relevante para su defensa, como el sistema de protección antimisiles. Estos
días se ha sabido que Israel se negó a facilitar a Ucrania (también a Estonia)
el dispositivo Pegasus, de escucha, espionaje y hackeo, después
de que Moscú planteara su veto (2). Israel
mantiene una colaboración militar curiosa con Rusia. Moscú permite los
bombardeos israelíes periódicos de objetivos pertenecientes a la milicia chií
proiraní de Hezbollah en Siria e incluso de algunas posiciones del gobierno de
Damasco, aunque éste siga protegido por el Kremlin.
Arabia Saudí no sólo no ha
condenado la invasión rusa de Ucrania, ni se ha sumado a la política de
sanciones con Moscú, sino que se resiste a permitir un incremento de la
producción de petróleo para favorecer una bajada de los precios, en un momento
de fuerte presión alcista. En este caso, el reino saudí mantiene el acuerdo que
en su día negoció con el Kremlin. El príncipe heredero, Salman bin Saud, se
negó incluso a contestar a una llamada de Biden. Las relaciones entre ambos
dirigentes son frías, debido tres razones principales: la contención del
programa nuclear iraní, las desavenencias sobre la guerra de Yemen y el asesinato
del periodista Khassoggi por miembros de la seguridad saudí en Estambul (3)
La negociación de Estados Unidos
e Irán para restablecer el acuerdo nuclear está a punto de caramelo. Se ignoran
los detalles y si se han acordado cambios con respecto a 2015. Pero se sabe que
Rusia, parte importante del trato porque debía hacerse cargo del material
radiactivo iraní, ha exigido que se eliminen ciertas sanciones sobre la venta
de su petróleo. Arabia Saudí parece resignada al pacto. Pero ahora encuentra en
Rusia un inesperado socio con el que dificultar su aplicación. Sólo hasta
cierto punto: el Kremlin no sacrificará sus relaciones con Irán para favorecer
a los saudíes. Además, el Príncipe Salman parece haber abandonado su
moderación. En las últimas semanas se ha producido un incremento de la
represión. Hace apenas diez días fueron ejecutadas más de 80 personas. Esto
desagrada en Washington, al menos verbalmente, pero no en Moscú, donde
preocupan poco o nada los ribetes más autoritarios del régimen saudí.
El pacto Abraham, que vincula a
Israel con los Emiratos, Bahrein, Marruecos y Sudán, una coalición impensable
hace apenas cinco años, ha celebrado este fin de semana pasado, en el desierto
israelí del Neguev, una reunión de ministros de exteriores, a la que se ha
sumado Egipto y, sobre todo, Washington, padrino original de la iniciativa. Una
ocasión muy oportuna para evaluar el alcance de las disensiones (4).
Turquía tiene un difícil papel en
esta crisis, pero es, de todos los actores más próximos al área de conflicto,
el más avezado en seguir un ejercicio de equilibrismo con Rusia. El presidente
Erdogan comparte los instintos autoritarios con Putin. Ambos países apoyan
bandos distintos en Siria y Libia, pero han demostrado una enorme ductilidad
para convencer a sus protegidos de pactar cuando es necesario. O conveniente
(5).
En Ucrania es distinto. El mar
Negro ha sido un escenario emblemático de la ancestral rivalidad entre ambas
potencias imperiales: sultanes contra zares. El componente étnico complicaba la
ecuación. Los tártaros de Crimea recibieron asilo y apoyo de las autoridad
otomanas. Después de la segunda guerra mundial, Stalin estuvo a punto de
amputar territorio turco en Cáucaso, hasta que Estados Unidos intervino con la
“doctrina Truman” y dio comienzo a la “guerra fría” que enterró las esperanzas
de una nueva armonía internacional tras la derrota nazi y nipona.
Ahora, Turquía apoya la
integridad territorial de Ucrania, de la misma forma que se negó a reconocer la
anexión de Crimea a Rusia en 2014 y el intento secesionista en el Donbás. Pero
Erdogan no quiere romper los lazos con Rusia, no se suma a las sanciones y,
para consolidar los puentes, ha albergado algunas de las rondas de negociación
entre agredido y agresor. Para el presidente turco, este camino sobre campo de
minas es arriesgado pero prometedor. Si la guerra acaba pronto, recuperaría
parte del crédito perdido en Occidente (6).
NORTE DE ÁFRICA: ENTRE DOS AGUAS
En el Norte de África, Rusia ha
encontrado una comprensión en parte inesperada. Egipto, clave del apoyo
norteamericano en la zona desde el giro de Sadat hace ahora cincuenta años,
juega al caliente y al frío. Escarmentados por lo que consideraron deslealtad
de Washington durante la revuelta que provocó la caída de Mubarak, los
militares que acabaron luego con el islamismo moderado de los Hermanos
musulmanes impusieron un régimen aún más represivo que el anterior. Pese a un
acercamiento en tiempos de Trump, el general-presidente Al Sisi juega con dos
barajas, la rusa (en Libia y en Siria) y la occidental (en Palestina, con
matices, o en Irán). Egipto necesita el trigo ruso y ucraniano para dar de
comer a sus 120 millones de bocas. Antes de la guerra, el régimen defendió los
intereses legítimos de Rusia y ahora se ha desmarcado de las sanciones (7).
Túnez, enclave occidental sólido
desde hace décadas, sigue atrapado en un proceso de inestabilidad crónico,
menos sangriento que el su vecino libio, pero igual de incierto. Tras la
experiencia islamista moderada y el regreso de las vieja élite camuflada, el
ensayo laico y personalista del jurista Saïd es cada vez más autoritario y
menos convincente. En Occidente recibieron con alivio su victoria electoral,
como habían hecho con el golpe egipcio, pero ya empiezan a darse cuenta de la
verdadera naturaleza de la rectificación. Ahora, Saïd no ha tenido problemas
para mostrarse comprensivo y hasta caluroso con el nuevo embajador ruso, para
enorme irritación de Washington. El trigo ruso es esencial para alimentar a la
población.
Más significativo es el caso de
Marruecos, el único país de la vertiente sur del Mediterráneo integrado en el mencionado
esquema Abraham. Israel le ha brindado el reconocimiento de su soberanía sobre
el Sahara Occidental. A su vez, el Reino alauí le compra a Rusia carbón,
petróleo y productos químicos por valor muy superior a los mil millones de
dólares. Pero sobre todo, está interesado en que la ambiciosa industria de
armamentos rusa no llegue al Frente Polisario, bien de forma directa más bien a través de la mediación de Argelia,
que es un socio tradicional de Moscú en la región. Marruecos no acudió a la
votación de la Asamblea General de la ONU sobre la invasión y ha mantenido un
perfil más que bajo en el baile diplomático (8).
LA SORPRESA VENEZOLANA
Venezuela es un caso aparte por
lo inesperado y singular del viraje. Después de años de hostigamiento al
régimen bolivariano, Estados Unidos ha decidido acercarse al régimen de Caracas
para explorar la posibilidad de una cooperación petrolera que alivie la presión
energética occidental. Una delegación norteamericana de alto nivel acabar de
visitar Venezuela y parecen reactivarse las conversaciones de México entre el
gobierno y la oposición. Un malhumorado Guaidó ha escrito un carta a Biden,
manifestando su inquietud. No parece que sea ya el hombre de Washington, o al
menos no el único.
De momento, Maduro recupera
respetabilidad. Veremos cuánta y hasta cuándo. De momento, el presidente
venezolano ha favorecido sin reservas este acercamiento casi como un regalo del
cielo. Maduro se ha abstenido de apoyar expresamente la agresión rusa en
Ucrania. Desde Moscú se ha reclamado a Caracas una revisión de las relaciones
bilaterales (9).
ENCUENTRO DE EXTREMOS
La guerra ha alterado también
ciertos alineamientos ideológicos. La convergencia de la extrema derecha europea
con Putin, muy estable y evidente antes de la crisis, se ha ido tensionando en
estas semanas. En Francia, Marine Le Pen ha sido la primera en alejarse del líder
ruso y rechazar la invasión. El otro candidato ultra, Eric Zemmour, ha sido más
circunspecto. En Italia, Salvini ha seguido los pasos de Le Pen e incluso ha
tratado de borrar las huellas de su relación con el Kremlin. Los
nacional-identitarios europeos adoptaron una posición de neutralidad, primero,
para acentuar luego su compromiso con la OTAN.
En los partidos/formaciones a la
izquierda de la socialdemocracia, se detecta una cierta esquizofrenia. Aunque
se admite en voz baja que Putin no pretende restaurar la grandeza de la Unión
Soviética, resulta atractiva su enemistad hacia la OTAN. A los canales de
propaganda rusos se les otorga patente de solvencia informativa, como
contrapeso a la intoxicación que atribuyen a los medios liberales occidentales.
En Estados Unidos, los medios más
ultraderechistas reproducen la narrativa rusa, incluyendo los bulos más
increíbles o los tópicos empleados por Putin para justificar la invasión. Casi
todos los líderes de opinión que se alinearon con Trump y su confusa y nunca
explicada relación con Putin, son ahora los que reproducen con curiosa
exactitud los argumentos de la narrativa del Kremlin, antes y durante la guerra
(10).
A esta paradójica convergencia de
extremos opuestos se añade la posición monolítica que han adoptado los
gobiernos, medios y fuerzas políticas del llamado consenso centrista europeo o
del modelo bipartidista norteamericano. El rechazo y condena de la agresión
rusa es un factor de polarización y unidad evidente. Pero a medida que se
incrementa la brutalidad de las operaciones militares en Ucrania, se ha tendido
a olvidar o ignorar las razones que causaron el conflicto y las erradas y/o
interesadas políticas de seguridad occidentales. Como ha ocurrido en otras
ocasiones, la guerra tiende a eliminar los matices, a culpabilizar las
disidencias. Se descalifica y hasta se criminaliza cualquier visión no alineada
incondicionalmente con la posición occidental mayoritaria, a la que se le
cuelga a veces el sambenito de justificar a Rusia.
En sentido contrario, algunos de quienes
mantenían una postura crítica con la OTAN, o incluso con la UE, se evaden de
rechazar el sistema político autoritario y represivo de Putin, por la aprensión
a que eso pueda contribuir a legitimar la estrategia norteamericana que consiste,
para ellos, en reforzar su control sobre Europa y la creciente militarización
del continente.
NOTAS
(1) “What the
Russian war in Ukraine means for the Middle East”. VARIOS AUTORES, CARNEGIE,
24 de marzo.
(2) “Israel,
fearing Russia reaction, blocker spyware for Ukraine and Estonia”. THE NEW
YORK TIMES, 23 de marzo.
(3) “La guerre
en Ukraine révèle au grand jour le divorce Washington-Ryad”. COURRIER
INTERNATIONAL, 18 de marzo.
(4) “Blinken
to press Mideast Allies for stronger support for Ukraine”. LARA JAKES. THE
NEW YORK TIMES, 27 de marzo.
(5) “How far Will
Turkey go to support Ukraine? Erdogan won´t sacrifice a strong, stable working
relationship with Russia”. ERIN O’BRIEN. FOREIGN POLICY, 17 de febrero;
(6) “Can the
Russia-Ukraine crisis offer an opportunity to re-anchor Turkey in NATO? KEMAL KIRISCI.
BROOKINGS, 16 de febrero.
(7) “How the
invasion of Ukraine will spread hunger in the Middle East and Africa”. THE ECONOMIST, 8 de marzo; “L’Afrique paie déjà le prix de la
guerre en Ukraine”. MARIE DE VERGÈS. LE MONDE, 22 de marzo.
(8) “Ukraine’s
invasion ushers in Algeria’s return”. GEOFF PORTER. THE WASHINGTON INSTITUTE
NEAR EAST POLICY, 28 de marzo.
(9) “Un giro en Caracas. ¿Hora de descongelar las relaciones
entre Venezuela y EE.UU.? PHIL GUNSON. INTERNATIONAL CRISIS
GROUP, 16 de marzo; “U.S. weighs engagement with Venezuela, a Russia foothold
in America's backyard”. ANTHONY FAIOLA. THE WASHINGTON POST, 25 de marzo.
(10) “How Russia
and Right-wing America converged on war in Ukraine”. THE NEW YORK TIMES, 23 de marzo;
“The friend of our enemy is not a ‘traitor’”. PETER BEINART. THE NEW YORK
TIMES, 28 de marzo.
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