23 de enero de 2014
El
pesimismo acecha Francia. Como a casi todos los países de Europa, pese a los
anuncios de recuperación. De Francia tenemos, en todo caso, datos solventes de
reciente factura. La encuesta anual del Instituto IPSOS para LE MONDE,
empaquetada con el significativo título de "Fracturas francesas",
arroja una radiografía deprimente del vecino.
La
conclusión de los responsables del estudio es contundente: "un país muy
mayoritariamente temeroso, persuadido de su declive, fuertemente tentado por el
rechazo de los otros y el repliegue sobre sí". Uno de cada cinco
franceses, en el culmen del pesimismo cree que este declive es
"irreversible". Para no ver el vaso medio vacío: dos de cada tres creen
que esta negativa tendencia puede invertirse.
La
confianza ciudadana está bajo mínimos. Como era de esperar, la clase política
(con excepción de los alcaldes o concejales) se lleva la palma del rechazo.
Casi ocho de cada diez ciudadanos suspenden el sistema político; dos de cada
tres están convencidos de que la mayoría de los políticos son corruptos; y casi
todos (84%) estiman que aquéllos actúan por su interés personal. Nada
sorprendente, tampoco.
Las
pequeñas y medianas empresas son la institución en que más se confía (84%)
reflejo solidario del impacto de la crisis, sin duda. También salen bien
paradas las instituciones de fuerza (ejército y policía), ya que casi siete de
cada diez franceses mantienen su crédito en ellas. Otra indicación de que la
crisis provoca miedos y se percibe la
necesidad de protección.
Ese
mismo síntoma se refleja en la percepción de la mundialización como
"amenaza" (seis de cada diez así lo sienten). Ni siquiera Europa,
vista siempre con simpatía, se salva: la mayoría prefiere "tenerla a distancia",
según expresión de los autores. Qué decir del "extranjero". Dos de
cada tres creen que hay "demasiados" en el hexágono. El Islam mejora
algo su imagen, pero poco, ya que todavía más de un tercio de los encuestados
consideran que esta religión "es incompatible con los valores de la
sociedad francesa". Lo que favorece
la exclusión y explica el crecimiento percibido de las opciones extremistas y
xenófobas.
En
otra parte de la encuesta, se ofrecen datos actualizados sobre la actitud de la
sociedad francesa ante el auge del Frente Nacional, a sólo unos meses de las
elecciones municipales y europeas. Casi la mitad del electorado (47%) lo
considera un partido "útil", porcentaje que se eleva al 67% entre los
simpatizantes de la UMP (derecha). Uno de cada tres franceses opina que el FN
"encarna una alternativa política creíble", que "propone
soluciones realistas" y que se encuentra "cercano a sus
preocupaciones". La aparente
moderación del lenguaje de Marine Le Pen habría contribuido a este repunte del partido
nacionalista.
EL
DECLIVE
La
encuesta IPSOS también acredita una nostalgia creciente en la sociedad
francesa. Un 74% sostiene que "antes se estaba mejor" y aún más son
los que afirman sentirse atraídos por los "valores del pasado".
"¿Estamos hablando de un país que envejece?, se preguntan los autores. Sin
duda. Pero la evolución demográfica no lo explica todo.
La
percepción del declive ha sido tratada de forma recurrente por articulistas,
sociólogos y líderes de opinión. De dentro y de fuera. Hace unas semanas el NEW
YORK TIMES dedicaba un artículo ambivalente a Francia. Si bien pretendía
rematar con una conclusión esperanzada por las fortalezas y valores del país,
el encadenamiento de datos y percepciones pesimistas era demoledor.
En la
línea de Michel Moore en su documental 'Sicko', el diario reconocía las
bondades del 'modelo social' francés, ejemplo significativo del europeo: asistencia
médica garantizada, pensiones suficientes, temprana edad de retiro, vacaciones amplias,
jornada laboral reducida a 35 horas semanales, etc. Pero el NYT empleaba
múltiples referencias para poner en duda la sostenibilidad del modelo.
El
llamado 'gasto público' representa el 57% del PIB, el más alto de la Eurozona y
once puntos más que el índice alemán. Hay 90 empleados públicos franceses por
1.000 habitantes, por sólo 50 alemanes. Las prestaciones sociales representan
casi el tercio de la riqueza nacional, el indicador más alto de la OCDE. El
aumento salarial es superior a la productividad laboral. La deuda ya alcanza el
90% del PIB. Francia ha descendido al puesto 28 en el ranking de
competitividad, aunque la referencia es un instituto suizo escasamente conocido.
Las multinacionales francesas conservan su poderío, pero la mayoría de sus
empleados están fuera del hexágono. Los contratos laborales recientes son
temporales y las pequeñas y medianas empresas se desfondan. Sus quejas de
presión fiscal, mercado laboral rígido y
excesiva burocracia son recurrentes.
HOLLANDE,
INDECISO.
Ante
este panorama, el gobierno socialista salido de las elecciones de 2012 pretendía
invertir el discurso dominante en Europa y adoptar una senda de reactivación
para responder a las ruinas de la austeridad. No lo ha conseguido. El
presidente Hollande ha seguido un curso vacilante. Aparte de los errores de
gestión, inevitables, no se percibe una línea clara y firme.
Como
le ocurriera a Mitterrand, el inquilino socialista del Eliseo parece dispuesto
a dar un giro 'moderado', lo que encaja bien con sus conocidas convicciones.
Pero su equipo de gobierno ofrece una imagen de débil cohesión. Ministros y
barones del PS afearon los propósitos del primer ministro Ayrault, cuando
anunció en noviembre una "tabla rasa fiscal". El propio Presidente acaba
de anunciar un 'Pacto de Responsabilidad', versión retórica de un acuerdo
social con el que quiere implicar a los agentes sociales en una estrategia de
superación de la crisis.
Los 'dossieres'
se acumulan. Será difícil hacer bajar el paro por debajo del 10%, pese al
empeño oficial. La reducción de impuestos a los factores de producción que se
baraja exigiría un recorte de gastos no inferior a 50 mil millones de euros en
tres años. No menos complicado se antoja la conducción europea, sobre todo si
se confirmara un fuerte voto de rechazo en las elecciones de junio. En pleno
auge del FN, la reforma del derecho de asilo y las políticas de integración son
auténticas minas políticas de profundidad. Se adivinan las dificultades que
tendrá que sortear la mayoría con la reforma penal, impulsada por la ministra
Taubira, principal objeto de hostilidad de la derecha intransigente.
Y
si todo esto no fuera suficiente, vino el lío de faldas.
El
supuesto "affaire amoroso" del Presidente con una actriz mucho más joven,
la depresión que esa relación habría provocado en su pareja, la periodista Valérie
Trierweiler, y el aire de polichinela que ha rodeado el asunto no benefician a
Hollande.
La
apelación del Presidente al respeto de su vida privada es razonable. Pero
muchos comentaristas no sospechosos de hostilidad le reprochan la ambigüedad de
sus actitudes. Su compañera sentimental ocupa habitaciones y drena presupuesto
público en calidad de 'primera dama', sin que se sepa bien sus tareas y
actividades. Algunos comportamientos esquivos del Presidente no ayudan. Sobre
todo cuando sus deseos de libertad chocan con las exigencias de seguridad. La
discreción que reclama no ha sido su norma en las visitas, demasiado arriesgadas,
al apartamento de su amante, muy próximo al Eliseo.
Es de
esperar que el ruido de la alcoba se apacigüe pronto, porque Hollande puede
sentirse muy incómodo arrastrando sus sacudidas sentimentales. No menos
inquietante, podría resultarle la pérdida de confianza del electorado femenino.
Estos días era fácil recordar la famosa sentencia de su ex-pareja y madre de
sus hijos, la candidata presidencial de 2005, Ségolène Royal, al comentar la
relación de Hollande con Trierweiler: "Quien traiciona una vez, vuelve a
hacerlo".
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