21 de julio de 2021
Las inundaciones de este mes en Alemania, Bélgica y Holanda, inéditas por su amplitud y su capacidad destructiva, son la última calamidad climática de un verano que, como ya viene siendo habitual, apunta a ser más calamitoso que el anterior. Los doscientos muertos de esas regiones centrales de Europa son un aviso de que el deterioro climático inducido por la acción humana no es ya privativo de las regiones más atrasadas económicamente.
En China lidian estos días con unas inundaciones devastadores en la región central del país. A ello se suman una temperaturas extremas, por encima de los 50 grados, en las regiones occidentales de Norteamérica (California y Oregón, en EE.UU., y Columbia, la región en torno a Vancouver, en Canadá), acompañadas de incendios de una voracidad sin precedentes. El fuego en los bosques alcanza también a Siberia, la zona más fría de la tierra, después de los polos, donde la capa de hielo sigue perdiendo grosor y extensión. La sequía es cada vez más amplia (1) y los ríos cada vez menos caudalosos (2).
La
urgencia climática es ya un asunto prioritario en la agenda mundial, después de
tres décadas de retórica y escasas medidas prácticas. Desde 1990, cuando los
expertos del Panel Internacional dieron la alarma, las emisiones, lejos de bajar,
han aumentado en más de un 60%; y desde la ceremonia de arrepentimiento global
de París (2015), el incremento ha sido del 4%. Por tanto, el objetivo de
detener el calentamiento del planeta por debajo del 1,5 grados mediante la paulatina
disminución de gases de efecto invernadero hasta alcanzar la cifra cero en 2050
no está garantizado. Aunque hay un consenso casi global (que no pleno), lo más
difícil será coordinar los esfuerzos y repartir los costes de forma equitativa.
Y no hay un criterio compartido sobre lo que significa equidad.
LOS PLANES EUROPEOS
La Unión Europea ha lanzado un ambicioso programa en forma de doce proposiciones de ley que abordan todos los aspectos de esta transición ecológica. Abundan las grandes palabras, pero se echan en falta clarificaciones. Algunas medidas ya han activado polémicas y resistencias. En las restricciones energéticas se incluye a sectores hasta ahora exentas como el de los transportes marítimos y terrestres o el de las calefacciones domésticas, entre otros. Se propone una elevación del precio del carbón (ahora todavía bajo: 5 euros) para encarecer la oferta; se refuerza el mercado de derechos de contaminación (Emissions trading system, ETS), que hasta ahora ha resultado poco eficaz; y se penalizarán las importaciones de productos que no cumplan con el estándar europeo (3).
Esto
no es más que una propuesta, que los 27 deben ahora debatir y aprobar. Ya se
sabe lo que eso significa en Europa. El programa de reconstrucción económica postcovid
(NextGen EU) ha tardado un año en pasar de las papeles a los hechos, y aún
no se ha desembolsado el dinero. En el caso de la transición ecológica, el
horizonte se antoja mucho más lejano. Para llegar al objetivo de emisiones cero
en 2050, hay una meta volante previa en 2030, es decir, antes de diez
años: reducción del 55% de gases expulsados a la atmósfera. Este plan se solapa
con otros que se están elaborando en muchos de los países de la UE (Francia
acaba de aprobar el proyecto de Ley Clima). Pero en otros, como Polonia y otros
muy dependientes de los combustibles contaminantes, no es difícil anticipar la
resistencia que va a provocar. Aparte de estos problemas inter europeos,
la Comisión y los estados más favorables tendrán que hacer frente a numerosos
obstáculos e intereses establecidos, lo que comportan riesgos de todo tipo:
económicos, comerciales, diplomáticos, sociales y políticos. Repasemos
sumariamente algunos de ellos.
RIESGOS
ECONÓMICOS.
La transición ecológica no es un impulso sólo negativo; es decir, abandonar productos contaminantes. Es imperativo cambiar el sistema productivo, y eso supone un gran esfuerzo inversor. En el plan NextGen EU, el 30% de los fondos irán destinados a proyectos que ayuden a esa transición del modelo productivo. Pero el demonio, como siempre, está en los detalles.
Algunos expertos advierten que el dinero público no será suficiente. El capital privado será imprescindible. Y los inversores particulares, por mucho que se pinten de verde, condicionarán su aportación a índices de rentabilidad seguros y no a demasiado largo plazo. Tampoco en esto los antecedentes son muy estimulantes. Las inversiones en energías limpias (eólica y solar) se ha ralentizado en los últimos años (4).
RIESGOS COMERCIALES/DIPLOMÁTICOS
Las
medidas punitivas contra aquellos productos de importación que no cumplan con
las normas ecológicas europeas auguran una larga y ácida disputa comercial y, por
tanto, diplomática. No sólo con las potencias adversarias (véase China y Rusia)
o amistosas (India y otros grandes y medianos en expansión); también con el
gran aliado americano. Por mucho que el vínculo transatlántico se encuentre en
fase de restauración, la actual administración norteamericana recela de algunas
políticas europeas. Trump no era el único problema. O, para ser más precisos, los
problemas ya existían antes del presidente hotelero.
Que Merkel haya sido recibido la pasada semana en Washington como la gran heroína del orden liberal internacional durante los últimos años convulsos de la alianza, no ha podido acallar los asuntos de fricción. Debajo de la alfombra roja tendida a la canciller saliente, se han acumulado las miasmas de unas relaciones bajo tensión.
Alemania se encuentra en vísperas de unas elecciones en las que el dossier climático tendrá un peso decisivo, que las inundaciones sólo han podido reforzar, si no monopolizar. Los Verdes, ya convertidos sin reservas al sistema, llevan en su programa un plan de inversiones por un monto de medio billón de euros. Es la propuesta electoral más ambiciosa y un factor más para esperar quizás el mejor resultado de su historia. Pero, en cualquier caso, necesitarán pactar con democristianos o socialdemócratas para gobernar, y ni siquiera está claro que obtengan la cancillería.
Una
Alemania más verde exigirá algo más que inversiones. La tenaz resistencia de
Merkel ante las demandas norteamericanas de una mayor firmeza frente a las prácticas
comerciales, energéticas, tecnológicas, político-represivas de Pekín y Moscú no
se debe a una distinta visión del mundo. El fundamento es puramente económico.
La salud de Alemania depende de la fortaleza de su industria exportadora. La
adalid del orden liberal ha filtrado su política exterior por el mismo tamiz
que cualquiera de sus aliados.
En
Estados Unidos, tanto republicanos como demócratas desconfían por instinto de
los planes europeos, en los que ven siempre el ardid de un proteccionismo encubierto.
Recurso, por cierto, que los propios norteamericanos practican a modo, pese a
sus sermones sobre el libre cambio y la competitividad económica. De hecho, en
los programas keynesianos de Biden se detectan reflejos proteccionistas. Aunque
en los paquetes de estímulos y recuperación hay una orientación ecológica, los
republicanos tratarán de recortar el alcance, en beneficio de los intereses de
las industrias contaminantes en los estados a los que representan, no siempre
amigables, cuando no abiertamente hostiles hacia los objetivos de neutralidad
climática (5).
RIESGOS
SOCIALES
Si Europa se toma en serio el esfuerzo ecológico, muchos sectores económicos que aún emplean a millones de personas desaparecerán. Y hasta que la ocupación laboral se traslade a otros sectores, la experiencia nos dice que la transición no será rápida ni suave. Como suele ocurrir, los sectores sociales más desfavorecidos serán los principales pagadores de este mutación hacia el capitalismo verde (6).
El megaplan europeo contempla mecanismos de compensación y la habilitación de un fondo social del clima para aliviar a los más afectados, por un monte previsto de 72.000 millones de euros. Una cantidad que seguramente no será suficiente para compensar el impacto de una transformación enorme en el transporte y en las calefacciones domésticas. Ya estamos viendo lo que está ocurriendo con el precio de la luz. El coste se ha disparado y se calcula que casi 40 millones de europeos no pueden hacer frente a las facturas eléctricas. Las grandes compañías han encontrado la fórmula para repercutir en los consumidores los costes de las medidas de transición hacia energías limpias sin menoscabo de sus beneficios.
RIESGOS POLÍTICOS
Esta anunciada conflictividad internacional, intercomunitaria y social tendrá, sin duda, efectos políticos. Los medios liberales ya lanzan la advertencia de un reforzamiento de las opciones nacionalistas y populistas y de movimientos no estructurados pero de gran impacto político y electoral. Se cita, naturalmente, el fenómeno francés de los gilets jaunes, que estalló precisamente como protesta a la elevación del precio de los combustibles contaminantes, mientras el gobierno de Macron planteaba un recorte de impuestos a los más ricos.
El
retroceso electoral del nacional-populismo puede ser sólo temporal y, en todo
caso, el riesgo de reactivación es muy elevado, a medida que los efectos
sociales de la transición se hagan palpables.
(1) https://www.nature.com/articles/s41586-021-03565-5
(3) “Bruxelles présente douze
propositions de loi pour le climat”. LE MONDE, 14 de julio.
(4) “Can elites star the climate revolution”. ADAM
TOOZE. Director del Instituto Europeo de la Universidad de Columbia. FOREIGN POLICY, 3 de junio.
(5) “Carbon border taxes are defensibles but bring
great risks. The EU’s proposal may set off a new trade war”. THE ECONOMIST,
15 de julio.
(6) “A safety net for the green economy. How to
protect workers hurt by the fight against Climate Change”. SIMONE TAGLIAPIETRA.
Experto del Instituto europeo Brueghel. FOREIGN AFFAIRS, 19 de julio.
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