14 de julio de 2021
Cinco
frentes de tempestad amenazan con convertirse en serias crisis políticas ante
las que Estados Unidos, celoso guardián de zona, difícilmente puede restar
indiferente o pasivo. A la enquistada situación en Venezuela, se habían sumado
en los últimos meses, la explosión social en Colombia y el recrudecimiento
autoritario en Nicaragua. Pero estos tres focos han quedado en segundo plano en
los últimos días ante la eclosión de otros dos episodios de perturbación en el
sector norte del Caribe: Cuba y Haití.
CUBA:
UNA ALARMA PREVISIBLE
En
Cuba, las protestas sociales por las condiciones de vida han sido las más
sonoras y extendidas de las últimas décadas, a decir de la mayoría de los
observadores. Con la cautela que exige la valoración de informaciones casi
siempre interesadas, de una y otra parte, la seriedad de la situación parece fuera
de duda.
La
oposición interna y externa transmite la exasperación de una población agobiada
por la carestía de artículos de primera necesidad, cuya responsabilidad
atribuyen básicamente a la incompetencia del gobierno. El COVID ha sido un factor
agravante. Las autoridades han tratado de deslegitimar la protesta,
presentándola como una campaña orquestada desde Estados Unidos e inspirada por
la “banda” de exiliados de Miami (1).
Los
medios cercanos al régimen creen que, en realidad, Washington no ha dejado de
conspirar contra la Revolución y se ha aprovechado del desastre de la pandemia
para explotar las debilidades del sistema y activar a sus “agentes internos”
para extender la semilla del descontento entre una población agobiada. Los términos
“desestabilización”, “refuerzo del bloqueo”, “campaña contrarrevolucionaria”
circulan estos días en las redes y en las publicaciones en línea afines a La
Habana (2), como ya ocurriera con el movimiento de protesta del barrio habanero
de San Isidro, calificada de “intento de golpe blando” (3).
La
Casa Blanca difícilmente podía estar desprevenida por la crisis cubana. En los
primeros cinco meses de este año más de 35.000 cubanos intentaron llegar a
Estados Unidos, el doble que en todo 2020. El escenario 1994 se avistaba en el
horizonte.
BIDEN,
EN LA LÍNEA DEL ESTABLISHMENT
Biden
se ha solidarizado de inmediato con la población que padece las penurias y ha calificado
la protesta como una suerte de “campanada” a favor de la libertad en Cuba. Si la
tensión social continúa, se abre un abanico de opciones.
Hace unos meses, un responsable de los asuntos interamericanos en la Casa Blanca de Clinton, Richard Feinberg, recomendaba a Biden un “retorno” a la política de distensión de Obama y describía los efectos benéficos que las medidas de normalización (diplomáticas, comerciales, familiares, culturales, etc) podían tener a favor de una apertura del régimen cubano (4). Pero Biden nunca compartió el optimismo prudente de su exjefe y correligionario.
A pesar de que, como vicepresidente, le tocó supervisar el acercamiento entre Washington y La Habana, lo cierto es que el proceso de normalización corrió a cargo de Ben Rhodes, por entonces asistente en el Consejo de Seguridad y más tarde titular de este cargo. En su libro sobre el mandato de Obama, Rhodes detalla con minuciosidad la negociación, que pilotó en estrecha coordinación con el hijo de Raúl Castro, Alejandro, bajo la mediación del Vaticano (5). Obama creía que “Cuba se había ganado el respeto y la dignidad” de la comunidad internacional y era hora de “cambiar de política”, algo a lo que no se habían atrevido los diez presidentes anteriores que habían lidiado con la Revolución.
Biden se mostró entonces escéptico, pero sin estridencias. Ahora, con una política cubana aún por elaborar, parece inclinado a regresar a la política tradicional. En la práctica, esto ha supuesto, por el momento, consolidar la agresividad de Trump, que reforzó las sanciones y deshizo las cautas medidas de Obama. Biden no ha asumido verbalmente la retórica beligerante del lobby de Florida, quizás porque no lo necesite. Este estado sureño ya no resulta tan decisivo electoralmente para los demócratas como hace unos años. El portavoz de los intereses de los exiliados en el PD sigue siendo el senador por New Jersey Bob Menéndez, tan duro como los republicanos.
HAITÍ:
EL PUDRIMIENTO
En
Haití se asiste a un ajuste de cuentas entre las bandas que dominan el país,
una lucha cruda y sangrienta por el poder, en el que el pueblo, en este caso más
del 90% de los ciudadanos, son espectadores aterrados y principales víctimas de
una codicia estructural.
El
primer ministro reconocido por las potencias internacionales como principal
autoridad del país tras el asesinato del Presidente Moïse ha pedido a Estados
Unidos tropas para estabilizar la situación; por extensión, también a la ONU:
un gesto casi forzado. Biden ha despachado la demanda con palabras blandas de
apoyo, sin compromisos expresos.
Haití ha sido un asunto recurrente para Estados Unidos en los últimos treinta años. En 1994, Clinton restauró en la presidencia al sacerdote Jean Bertrand Aristide, que había sido depuesto por un golpe de estado. Veinte mil soldados norteamericanos hicieron posible el vuelco político. Diez años después, el “padre rojo” dejó de ser un activo para Washington y propició su segundo derrocamiento. La siguiente crisis fue provocada por el pavoroso terremoto de 2010, que provocó más de 300.000 muertos y dejó sin hogar a millón y medio de personas. Desde entonces, Washington ha aportado dinero y un tutelaje intimidatorio, que sólo ha servido para anclar el dominio del país por un puñado de familias y autócratas. En la última década, la agencia norteamericana de promoción del desarrollo ha canalizado más de 2.300 millones de dólares a Haití. Pero más del 95% de ese dinero fue a parar a empresas norteamericanas con intereses locales. Un ejemplo más de lo que se entiende en Washington como “ayuda humanitaria”. Otro rubros de ayuda han corrido pareja suerte (6)
El deterioro político-institucional desde el terremoto ha pasado desatendido. El gobierno del presidente Moïse ha sido una dictadura en la práctica, con un legislativo ausente o maniatado. El poder real residía en unas bandas armadas que defendían intereses particulares. El país se encontraba a merced de ladrones y bandidos, de autócratas y mercenarios nacionales o extranjeros, como denunciaban desde hace meses personas y organizaciones que trabajan a favor de los pobres, en medio de la indiferencia general (7).
El “patio trasero” parece tener una consideración secundaria para el presidente Biden. En la política exterior de la nueva administración demócrata, Iberoamérica está lejos de ser una prioridad, incluso una preocupación mayor. Ni siquiera el retórico proyecto de la unión y el fortalecimiento de la democracia como sistema político del orden liberal internacional confiere a la región una atención prioritaria. Biden estaba concentrado en la vacunación, el estímulo económico... y en el doble frente chino-ruso (8). Los cinco frentes de tempestad en el Caribe (Haití, Cuba, Nicaragua, Colombia y Venezuela) no adquirían la dimensión de “huracanes políticos”; si acaso, “tormentas tropicales” que hay que abordar con los recursos ordinarios.
NOTAS
(1) “Cuba: la colère éclate dans
les rues, les partisans du régimen appelés à répliquer”. LE MONDE, 12 de julio; “Cubans denounce ‘misery’ in biggest
protests in decades”. NEW YORK TIMES, 11 de julio; “Thousands march in
Cuba in rare mass protests amid economic crisis”. THE GUARDIAN, 12 de
julio.
(2) https://rebelion.org/cuba-el-bloqueo-y-la-crisis/;
https://rebelion.org/cuba-enfrenta-intentos-desestabilizadores-no-vamos-a-entregar-la-revolucion/;
(4) “A return to détente with Cuba. Biden must rediscover
Obama’s patient optimism”. RICHARD E. FEINBERG. FOREIGN AFFAIRS, 5 de
febrero.
(5) “The World as It is. Inside the Obama White
House”. BEN RHODES. PENGUIN RANDOM HOUSE, 2018.
(6) “How to end Haiti’s terminal despair”.
ELISE LABOTT. FOREIGN POLICY, 12 de julio.
(7) “Haiti has been abandoned -by the media, the
U.S. and the world”. AMI WILENTZ. THE NATION, 6 de julio.
(6) “New Cuba policy on hold while Biden deals with
bigger problems”. KAREN DE YOUNG. THE WASHINGTON POST, 27 de junio; “Latin
America unrest force Biden to confront challenges to democracy close to home”.
LARA JAKES. THE NEW YORK TIMES, 12 de julio.
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