7 de julio de 2021
El nacional-populismo identitario, lejos de firmar su derrota, como proclaman algunos analistas, continua en traje de combate y dispuesto a presentar batalla con gran adaptabilidad a cada situación.
En
Francia, las recientes elecciones regionales parecen haber enfriado las
perspectivas electorales de Marine Le Pen, pero no su liderazgo al frente de su
Reunión Nacional, revalidado con más de un 98% en el congreso del pasado fin de
semana.
En Alemania, los xenófobos de Alternativa (AfD) pondrán a prueba la capacidad del merkelismo sin Merkel para seguir conteniéndolos, con otra fórmula de consenso centrista pendiente del veredicto de las urnas, en menos de cien días.
En Italia, la luna de miel de Mario Draghi se prolonga, bajo el efecto encandilador de los fondos europeos, pero la pujanza de los exponentes del populismo derechista se hace sentir con fuerza en la calle.
En España, la estrella emergente del Partido Popular no es su líder estatal, sino una nueva dirigente madrileña que acaba de apuntarse un triunfo electoral de los que dejan huella, a base de acentuar un mensaje populista que se aleja del centro y encuentra ecos favorables en una extrema derecha envalentonada.
Y
mientras, en el ámbito común europeo, una Eslovenia, “en plena deriva
autoritaria”, como sostiene un sitio web especializado en los Balcanes (1),
asume la presidencia semestral de la UE. El primer ministro esloveno, Janez
Jansa, es una de las figuras más controvertidas de la política europea, por su
estilo áspero y sus posiciones abiertamente contrarias al orden liberal. No
sorprende que la prioridad anunciada de su gestión del club europeo sea la firmeza
frente a la inmigración y la conclusión de un pacto que refuerce la política de
puertas cerradas y restricciones al derecho de asilo (2).
La
formación de Jansa, el Partido Demócrata Esloveno (SDS), está adscrita al
Partido Popular europeo (PPE) y al grupo correspondiente en el Parlamento de
Estrasburgo. Pero su sensibilidad es más cercana al FIDESZ del húngaro Viktor
Orban, que, después de años de composturas, abandono el club democristiano-liberal-conservador
cuando ya se había iniciado el proceso de expulsión.
Jansa
fue uno de los dirigentes de las juventudes de la Liga Comunista Yugoslava que presionaron
por la independencia de Eslovenia hace ahora treinta años, desde la atalaya
ideológica de la revista Mladina. De posiciones inicialmente socialdemócratas,
ha ido deslizándose ruidosamente hacia un conservadurismo reaccionario cada vez
más estridente, con ataques directos a la prensa crítica y políticas
abiertamente xenófobas, como denuncian la oposición, organismos de derechos
humanos y su colega de 1991, el primer presidente de la Eslovenia
independiente, Milan Kucan.
Los grupos Socialista, Verde e Izquierda del PE solicitaron a finales de junio que se suspendiera cautelarmente la entrega de los fondos europeos de reconstrucción a Eslovenia “hasta que se garantizase el respeto del Estado de derecho”. El PPE se negó y protegió a su afiliado, como hizo durante años con el FIDESZ (3). Jansa sabía que se encuentra bajo observación y ha medido bien sus pasos en el exterior. En el pulso final de Orban con el PPE se abstuvo de alinearse con el magiar.
A comienzos de mes, una buena parte de los partidos nacional-populistas europeos suscribieron una declaración política común que consagraba el acercamiento del FIDESZ y se presentaba como “la primera piedra” de una “gran alianza” con el objetivo de “reformar Europa”. El esloveno Jansa, una vez más, se desmarcó aunque es evidente que comparte su programa. Salvini y Le Pen fueron los promotores más destacados de la iniciativa nacional-populista. Consiguieron atraer a los polacos de Ley y Justicia (PiS), de Kaczynski, aunque esta formación pertenezca a otro grupo parlamentario, igual que VOX y los Fratelli italianos. Sin embargo, se desmarcaron Alternativa por Alemania y los Demócratas de Suecia. La unidad de las filas identitarias tiene mucho camino aún que recorrer, pero el empeño sigue vivo (4).
El futuro del nacional-populismo europeo depende en gran medida de la capacidad de los partidos centristas de ofrecer respuestas eficaces a los problemas económicos y sociales, más allá de los efectos del COVID. Hasta ahora, no lo han hecho. En algunos casos, incluso han asumido algunos de los mensajes, prejuicios y resortes del nacionalismo reaccionario.
El
centrismo en Alemania y Francia se enfrenta al nacionalismo populista identitario
desde posiciones y experiencias históricos distintas, pero con un mismo propósito:
anclarlo en una franja electoral marginal o, al menos, incapaz de alterar los
equilibrios políticos. Ocurrió en 2017 y el empeño se renueva, por mor de los
distintos calendarios electorales, en los próximos diez meses (de septiembre de
este año, fecha de las legislativas germanas, hasta mayo-junio del año entrante,
cita para las presidenciales y generales galas).
La
democracia cristiana alemana ha elegido a Armin Laschet para que siga haciendo la
labor de Merkel, es decir, conservar el orden socio-político de la alternancia
centrista con los socialdemócratas, vigente desde los años sesenta. Pero si el
SPD no es capaz de frenar su decadencia, la CDU puede echar mano de unos ecologistas
que han enterrado cualquier tentación antisistema y se han transformado en un
concurrente más del orden liberal. En caso de que los lejanos herederos de
Willy Brandt se recompongan (poco probable), no tendrán dificultades para acordar
una fórmula de gobierno con los eclécticos verdes, que han demostrado querer,
saber y poder gobernar con las dos manos (5). Cualquier de estas dos fórmulas
asegurará la estabilidad, fórmula sacrosanta de la RFA, y sancionará el testimonialismo
del populismo identitario.
En
Francia, las cosas son más complicadas. La altísima abstención de las recientes
elecciones regionales (dos de cada tres electores no fue a votar) confirma la
enorme desafección política. La derecha conservadora quiere hacer valer su clara
pero relativa victoria, ante el gran desafío del año próximo. El gran perdedor
ha sido el partido fallido del Presidente Macron (La República en marcha),
que no ha obtenido un solo enclave de poder territorial, confirmando la
debilidad de su base organizativa. El solitario del Eliseo vuelve de nuevo
a jugársela con las cartas del carisma personal y su propuesta reformista. Pero
su retórica está más que desgastada, sus mensajes han perdido credibilidad y su
ejército parece desnortado. Ya no le bastará el recurso de frenar a la extrema
derecha, porque bien podría ser descartado en la primera vuelta, en beneficio del
candidato de la derecha (6). Sólo juega a su favor que ésta no tiene aún un candidato
común. Las regionales han hecho una selección del pelotón, pero la batalla del
liderazgo está por decidir, en unas primarias que son siempre desgastantes. Marine
Le Pen sigue nutriéndose de un electorado otrora de izquierdas. Pese a un
resultado mejor de lo esperado en los comicios regionales, los socialistas están
lejos de encontrarse en una vía de recuperación. Le Pen sabe mucho mejor cómo
llegar a unas clases medias decepcionadas y a unos sectores populares desengañados
(7).
La
suerte del nacional-populismo identitario en Italia se encuentra en una suerte
de hibernación, mientras al “experimento Draghi” no le falten recursos. Cada
cual juega sus cartas con la astucia italiana habitual. El replegado Salvini se
ha dado un baño de moderación y racionalidad, apoyando al expresidente del
Banco Central europeo, pero no deja de lanzar mensajes sobre su vuelta al
combate si es necesario. De esa contradicción táctica se aprovecha la estrella
emergente del panorama político, Giorgia Melloni, que ha limpiado las cañerías
de su partido de los fétidos residuos fascistoides, pero ha conservado el
mensaje grandilocuente del orgullo nacional. Su mensaje es combativo pero amable,
como corresponde a la denominación escogida para el partido: los Fratelli,
los Hermanos. Sus orígenes obreros y populares le dan credibilidad entre los
sectores más modestos del electorado (8). Algunas encuestas lo sitúan como
potencial segundo partido del país, con un 20% de intención de voto.
También
mujer, como Le Pen y Melloni, y de humildes raíces (como la italiana, no como
la francesa), Isabel Díaz Ayuso aparece en España como un posible recambio del
liderazgo del centro-derecha, si los tiempos se ponen recios y el gobierno de
izquierda logra construir un espacio de diálogo perdurable con los nacionalistas
catalanes, al menos tan eficaz como el conseguido con los vascos. El verdor
político de Ayuso puede ser una baza política rentable. Pero lo inquietante es
su facilidad para conectar con el electorado nacional-populista. Si hay alguien
ahora en el Partido Popular capaz de recuperar parte de los votos que se han
fugado a la ultraderecha de Vox es la actual presidenta de la Comunidad de
Madrid. La tendencia de Ayuso a comportarse como en su día hizo Sarkozy es cada
vez más evidente.
NOTAS
(1) “Une Slovénie en pleine dérive
autoritaire à la tête de l’Union Européenne”. COURRIER DES BALKANS, 1 de
julio.
(2) “Slovenia takes over EU Presidency amid
wave of criticism”. BALKANS INSIGHT, 1 de julio.
(3) “La Slovénie prend la
présidence de l’UE en plein débat sur l’Etat de droit”. LE MONDE, 1 de
julio.
(4) “L’extrême droite européenne
signe una déclaration commune autour d’Orban, Salvini et Le Pen, mais sans s’unir
dant le Parlement”. LE MONDE, 2 de julio.
(5) “Annalena Baerbock holds the keys to Germany’s
next election”. DER SPIEGEL, 23 de abril.
(6) “Elections regionales 2021:
la recomposition du paysage politique remise en question”. SOLENN DE ROYER. LE
MONDE, 28 de junio.
(7) “A Perpignan, au congrés du
RN, Marine Le Pen verrouille le parti avant la présidentielle”. LE MONDE, 5 de
julio.
(8) “Italy’s far-right is on the rise”. MATTIA
FERRARESI. FOREIGN POLICY, 29 de junio.
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