27 de noviembre de 2019
El
régimen de los ayatollahs parece haber superado la última y hasta la fecha más
amplia protesta social en sus cuarenta años de existencia. La pregunta es hasta
cuándo podrá resistir el sistema el deterioro galopante de las condiciones de
vida, el acoso exterior y el desgaste de su legitimidad.
El
detonante de la revuelta fue la subida de un 300% en el precio de los combustibles,
(de 8 a 25 céntimos de dólar el litro), con el propósito de recaudar 2.500
millones de dólares anuales adicionales y nivelar la balanza fiscal. Incluso
después del aumento de los precios, Irán seguirá gozando de la gasolina más
barata del mundo, sólo por detrás de Venezuela y Sudán.
La
otra medida polémica ha sido el racionamiento de combustible. El alto consumo
de este producto ha sido una preocupación constante del Guía Supremo, Ali Jameini,
que ha seguido la evolución del mercado de forma muy minuciosa, según algunas
informaciones. Sus reiteradas invocaciones al autocontrol ciudadano no han
funcionado: Irán consume diez veces más fuel que Turquía. Los subsidios al
consumo representaron un punto y medio del PIB en 2017-2018. Las restricciones impuestas
cifran en 60 litros mensuales por vehículo privado.
Algunos
analistas se preguntan por qué se han introducido estas medidas ahora y no se
ha esperado a las elecciones legislativas de febrero. El analista de la
BROOKINGS Ali Fathollah-Nejad, de origen iraní, asegura que el gobierno tenía
problemas para asegurar las nóminas de los funcionarios públicos. Un eventual
impago habría tenido consecuencias aún más gravosas (1).
El
gobierno había prometido compensar el alza de los precios redistribuyendo parte
de los ingresos entre los 18 millones de hogares (60 millones de ciudadanos) considerados
más vulnerables. Este compromiso no convenció a buena parte de la población,
entre otras cosas, porque no se ha adoptado medida alguna que afecte a las
castas privilegiadas del sistema, en particular los Guardianes de la Revolución
y a su brazo paramilitar, Al Qods, cuyas amplias y sustanciosas actividades
están prácticamente libres de impuestos.
EL
EFECTO DE LAS SANCIONES NORTEAMERICANAS
Las
tribulaciones económicas de la República Islámica están provocadas por las sanciones
que Trump decidió reimplantar tras renegar del acuerdo nuclear, aunque los
expertos difieren en el grado de influencia. Algunos consideran que ha sido
enorme, incluso decisiva, mientras lo más críticos más severos acentúan las
disfuncionalidades del sistema.
Lo
que es indiscutible es que las sanciones han causado un daño sin paliativos en la
economía nacional. El Banco Mundial ha calculado que el PIB cayó casi un 5% del
PIB en el anterior año fiscal marzo 2018-marzo 2019 y el FMI predice un punto
más de pérdida en el actual. El rial, la divisa nacional, se depreció en
un 70% en los meses siguientes a la reimposición de las sanciones, aunque luego
ha recuperado un tercio de esa pérdida.
rán
intentó mantener el objetivo de exportar 1,5 millones de barriles diarios de
crudo a clientes que están
fuera del radar persecutorio de Washington, pero aún no ha conseguido colocar
un tercio de esta cantidad. De ahí que, a falta de ingresos petroleros suficientes
y de una reforma fiscal en profundidad, la población haya sido obligado a
soportar el sacrificio. Una medida imprudente, si se tiene en cuenta que la
mitad de los iraníes están en la pobreza y al borde de ella. El salario de un empleado
público medio se ha reducido a una quinta parte: de 2.000 a 400 dólares. (2)
En
la comunidad internacional hay un debate sobre la utilidad de las sanciones,
pieza clave de la estrategia norteamericana de “máxima presión” sobre Teherán.
El especialista en asuntos energéticos de FOREIGN POLICY, Keith Johnson, considera que si lo que Trump pretendía
era obligar a Irán a modificar su comportamiento internacional y renunciar a su
programa de desarrollo nuclear, la respuesta es negativa. Si, en cambio, lo que
buscaba era “desestabilizar a Irán hasta el punto de provocar una crisis
existencial” en el régimen, la estrategia ha funcionado. Pero sólo hasta cierto
punto, porque puede provocar una situación de incertidumbre de incalculables
consecuencias (3).
La
reciente revuelta no es la primera de estas características. En los días de tránsito
de 2017 a 2018 hubo otra oleada de algaradas, relacionadas con la carestía de
los productos alimentarios, en particular de los huevos, que también provocó
una fuerte represión. Entonces como ahora, la protesta tuvo eco en muchas
partes del país, pero en esta ocasión la amplitud y la dimensión parecen haber
sido mucho mayores: se ha extendido a un centenar de ciudades y se han
contabilizado más del doble de participantes (según cifras oficiales).
REPRESIÓN Y CONFIANZA CAUTELOSA
La
respuesta oficial, también ahora como entonces, ha sido contundente. Se ha
aplicado mano dura contra los manifestantes. Se ha desplegado un elevado número
de fuerzas policiales, entre otros motivos porque se encendieron diferentes
focos de protestas en una misma localidad para dificultar la respuesta represiva.
Fuentes no oficiales señalan que se han ocasionado
más de cien muertos y miles de detenidos. En un intento por abortar la
extensión de la revuelta, las autoridades procedieron a un apagón completo de
Internet. Las autoridades proclamaron, como ya es habitual, que los
instigadores de la acciones violentas eran “agentes criminales del extranjero”
(del Gran Satán norteamericano, por supuesto).
Por
lo general, el régimen ha cerrado filas, pero se han producido recriminaciones
entre sectores opuestos, no limitadas a la discreción de despachos y consultas,
sino aireadas en el Majlis (Parlamento) y en los medios . Este discurso crítico
puede ampliarse en los próximos meses y tener un reflejo en las elecciones
legislativas de febrero, aunque nadie se atreve a pronosticar qué tendencia puede
resultar más castigada (4).
En
el interior del régimen hay un debate sobre la estrategia más conveniente para
afrontar esta delicada situación económica, resumido otro analista iraní de la
BROOKINGS.
Los
duros preconizan la autarquía: repliegue, resistencia, y, en todo caso orientación
al Este (China, Rusia, etc). Su relativa confianza se sustenta en la recuperación
del rial y, sobre todo, en el aumento de
la población activa debido a la creación de 800.000 puestos de trabajo, la tercera
parte en la industria manufacturera. El paro, un 10,5%, registra el índice más bajo
de los últimos años.
Los
moderados y tecnócratas no comparten este optimismo. Consideran que esas cifras
positivas no son sostenibles; en poco
tiempo, se sentirá el impacto de las sanciones y de las trabas institucionales
a decisiones liberalizadoras. Predicen otro derrumbamiento de la divisa nacional, en
cuanto la inflación alcance los dos dígitos. Lo más preocupante para ellos es
la ausencia crónica de inversiones y de creación brutal de capital, que cayó de
un 30% anual habitual al 14% tras la agudización de la crisis provocada por la
sanciones. (5)
Una
de las principales especialistas occidentales en Irán, Suzanne Maloney,
considera que estas oleadas de contestación social han provocado una “crisis de
legitimidad”, reflejada en los ataques registrados contra monumentos símbolo de
la Revolución. El acuerdo nuclear creó expectativas de mejora de las
condiciones de vida. Era de esperar que su fracaso generara este enorme caudal
de frustración, aparte de las dificultades acrecentadas de la vida cotidiana. Malloney
predice que la inestabilidad social continuará, inevitablemente, y abonará
nuevas y quizás más numerosas y violentas protestas (6).
Otro
factor refuerza la incertidumbre en las filas del régimen: la sucesión del Guía
Supremo, un octogenario con serios problemas de salud. Es previsible que se acentúen
las divisiones internas y se compita por hacerse con ese puesto clave en el
esquema de poder, aunque parece que los conservadores gozan de ventaja porque
el fiasco del acuerdo nuclear ha debilitado a los reformistas.
No
obstante, Maloney no cree que estemos ante una crisis terminal del sistema. Hay
abundantes ejemplos de resiliencia de los sistemas políticos, tanto
ancestrales, en Persia, como en el Irán actual, tras 40 años de acoso,
protestas, huelgas y revueltas. De hecho, asegura Maloney, la capacidad de
resistencia “es uno de los legados de la Revolución”.
NOTAS
(1) Why the
iranians are revolting again? ALI FATHOLLAH-NEJAD. BROOKINGS INSTITUTION, 19
de noviembre.
(2) “Rise
in the price of petrol are fueling unrest in Iran”. THE ECONOMIST, 23 de noviembre.
(3) “Iran protests
suggest Trump sanctions are inflicting serious pain”. KEITH JOHNSON. FOREIGN
POLICY, 20 de noviembre.
(4) “Iran’s
gasoline protests: Reigmen unpopular but resilient”. PATRICK CLAWSON, MEHDI KHALAJI
y FARZIN NADIMI. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY, 18 de
noviembre.
(5) “To talk
or not to talk with Trump: a question that divides Iran”. DJAVAD SALEHI ISFAHANI.
BROOKINGS INSTITUTION, 19 de noviembre
(6) “Iranian protesters strike at the heart of
the regime’s revolutionary legitimacy”. SUZANNE MALONEY. BROOKINGS
INSTITUTION, 19 de noviembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario