4 de diciembre de 2019
Para
ser una ocasión tan señalada como es la celebración del 70º aniversario, la
cumbre de la OTAN en las afueras de Londres ha resultado bastante discreta.
Deliberadamente discreta. No en vano, se trataba de evitar que el enrarecido
ambiente reinante terminara por aguar la fiesta. Se renunció al habitual
comunicado final para no evidenciar la riña.
Desde
que Trump, huracán de grado cinco, irrumpiera en el espacio atlántico, la
Alianza occidental vive en plena turbulencia. Como candidato declaró que la OTAN
estaba “obsoleta”, y ya instalado en la Casa Blanca no ha dejado de reprochar a
sus socios europeos que se rasquen el bolsillo para contribuir más a la defensa
común. Desde el último rifirrafe, el presidente hotelero había estado más comedido,
debido sobre todo a que, en 2021, los alemanes incrementarán su aportación en 25 millones y
los franceses en otros 18 más, lo rebajará la factura de Estados Unidos en 131
millones.
El
turco, Erdogan, tampoco se ha privado en los últimos meses de sembrar discordia.
Ha impuesto su agenda en Siria y se ha acercado a Moscú con algo más que palabras
al adquirir el sistema antimisiles rusos S-400, para consternación de sus formales
aliados.
MACRON
SACUDE EL AVISPERO
Pero
lo que ha agitado más las aguas atlánticas ha sido la tronada del presidente
francés, a comienzos del mes de noviembre. En declaraciones al semanario
británico THE ECONOMIST (1), Macron afirmó que la OTAN se encontraba “en estado
de muerte cerebral” y fijó con claridad los factores de la crisis: alejamiento
norteamericano de Europa (anterior a Trump: ya Obama dio signos de interesarse
mucho más por otras zonas, en particular por Asia); falta de pensamiento
estratégico de Europa; confusión general sobre las prioridades de la Alianza; y
actuaciones unilaterales inaceptables, como la mencionada de Erdogan.
Las
palabras de Macron fueron claras, sin algodones diplomáticos, demasiado directas
para un club acostumbrado a resaltar lo positivo, exaltar las décadas de paz,
agrandar sus fortalezas y escamotear sus debilidades.
El
presidente francés tiene cierto gusto por convertirse en foco de la
conversación. Lo hace cuando aborda la realidad de su país, cada vez menos
comprensivo con su retórica modernizadora, y aún más cuando se pronuncia sobre
asuntos exteriores. Con todo, sus palabras contienen mucho de verdad y, si cabe
expresarlo así, una innegable valentía.
Si
este verano, durante la cumbre del G7 en Biarritz, pareció por algún momento
que Trump y Macron podían encontrar ciertas vías de aproximación entre la tormenta
comercial, lo cierto es que las declaraciones del presidente francés han
descartado esa posibilidad. Quedan definitivamente enterrados los intentos del
joven líder francés por seducir al millonario norteamericano, estimulando sin éxito
su vanidad e instintos infantiles. Trump no resistió la tentación de la réplica.
En los prolegómenos de la cumbre calificó de “insultantes” las palabras de Macron
y le recordó “lo mal que va económicamente Francia” y su elevado desempleo. “Francia
necesita a la OTAN más que a la inversa”, remató. En el encuentro bilateral,
ambos líderes se enzarzaron en reproches y desencuentros sobre el terrorismo y
el comercio.
Por
su parte, el “nuevo sultán” turco también se había desquitado a gusto. Erdogan
recomendó hace unos días a su colega francés que “examinara el estado de su propio
cerebro”. La polémica alcanzó niveles de duelo. París consideró un insulto esas
palabras y convocó al embajador turco, una medida que no es precisamente habitual
entre aliados.
LA
CRISIS DEL EJE FRANCO-ALEMÁN
Aparte
de estos intercambios de florete, lo más inquietante es la brecha europea. Los
reproches que el titular del Eliseo hace a sus socios europeos suenan bastante
fundados. Europa no ha definido un proyecto estratégico de defensa y ha fracasado
notablemente en el propósito de mantener una política exterior común, pese a
los avances recientes.
“Europa
ha olvidado que es una comunidad, pensándose simplemente como un mercado, con la
teleología de la expansión”, dijo Macron a THE ECONOMIST. Es bastante cierto lo
primero y más discutible lo segundo. El presidente galo parecía defenderse de
los ataques que había cosechado al oponerse públicamente al ingreso pronto de varios
países balcánicos.
Por
debajo de la andanada de Macron subyace el desentendimiento franco-alemán, que
ya resulta imposible maquillar. Merkel calificó de “radicales” las reflexiones de
Macron y dejó claro que ella no compartía su “juicio intempestivo” sobre la
cooperación aliada. El resto de dirigentes adoptaron posiciones próximas a la
canciller alemanas o prefirieron dejarlo estar.
Macron,
después de todo, hace gala de ese espíritu libre o verso suelto que Francia
siempre ha jugado en la Alianza. Desde De Gaulle, con su política de silla
vacía y de retirada del Comité Militar, hasta las puestas de perfil de sus
herederos políticos, incluidos los socialistas, la voz francesa ha sido intermitentemente
discordante. El proyecto de defensa europea autónoma, complementaria que no
alternativa a la OTAN, ha sido siempre una ambición de París. Alemania, desde
la reunificación y el final de la guerra fría, se ha dejado querer y se ha
avenido a pasos prácticos, como la cooperación armamentística y la integración
de unidades de poder combativo menor, pero siempre con cautela.
Las
impertinencias del presidente hotelero empujaron a Merkel a ensayar cierta
audacia, algo que no es su estilo, a la vista de que el “desenganche” norteamericano
parece irreversible, incluso después de Trump. O al menos eso así lo perciben
la mayoría de los alemanes (2). Sólo una ingenuidad inexplicable o una ceguera geopolítica
pueden ignorarlo, como ha señalado la editorialista y antes directora de LE
MONDE, Sylvie Kauffmann (3).
El
problema es que Macron y Merkel no se entienden bien. El motor franco-alemán “petardea”
desde hace tiempo, según un diplomático germano citado por DER SPIEGEL (4). No
ha habido sintonía en la reforma de la UE, de la que el líder francés quiso
hacer emblema y propósito singular de su mandato. Tampoco se ha consolidado una
posición común ante Rusia y China, problema permanente, el primero, y desafío
estratégico de alcance, el segundo. Sobre esto último también se extendió
Macron, en tono crítico, en la mencionada entrevista.
Para
compensar este regusto amargo, el secretario general, el noruego Stoltenberg, vistió
el cargo buscando vías de aproximación, en declaraciones a LE MONDE (5). “Macron
ha estimulado el debate,” vino a decir,
para resaltar enseguida los esfuerzos de la Alianza por mejorar y ponerse al
día frente a las exigentes condiciones del momento: firme respuesta tras la anexión
rusa de Crimea y la agresión a Ucrania, el refuerzo operativo, iniciativas de modernización
en distintos dominios (militar, técnico, operativo) y, por supuesto, el espíritu
de colaboración. Palabras propias de una organización bastante opaca, en
realidad.
Una
veterana observadora, Judy Dempsey, no comparte este panorama tan positivo dibujado
por Stoltenberg, y asegura que la OTAN ha envejecido mal: “tiene 70 años, y se
le nota”. Estos son los achaques que le observa: no admite errores (Libia,
Afganistán, falta de orientación estratégica de algunas de sus operaciones); no
debate sobre crisis de primer orden (el proyecto nuclear de Irán, la guerra de
Siria, el auge de China y su refuerzo militar en sus aguas meridionales); no
comparte las investigaciones de inteligencia (a veces por la desconfianza que provocan
los lazos aún vivos entre los servicios de algunos países recién llegados y
Rusia); no es prioritaria para los líderes europeos (no digamos para Washington);
y, finalmente, no ha sido, a su juicio, suficientemente contundente con Rusia (6).
Hay
otra voces más complacientes, desde luego, más en la línea oficialista, o en la
conciliadora de los alemanes, que juegan ese papel de puente entre París y
Washington, con propuestas de debate y reflexión (7). Macron teme que, si no
hay un compromiso político, se produzca un sofocamiento de despacho. A la postre,
no obstante, será necesaria una clarificación, si se quiere evitar que la
siguiente celebración de la Alianza sea la su muerte, biológica, por causa
natural.
NOTAS
(1) “Emmanuel
Macron warns Europe: NATO is becoming brain-dead”. THE ECONOMIST, 7 de
noviembre.
(2) Encuesta
del PEW RESEARCH CENTER y el KÖRBER-STIFTUNG, citada en “Germans are deeply
worried about the U.S. alliance, but Americans have hardly noticed”. ADAM
TAYLOR. THE WASHINGTON POST, 25 de noviembre.
(3) “Macron
ne construira pas tout seul l’Europa puissance dont il rêve”. SYLVIE
KAUFFMANN. LE MONDE, 20 de noviembre.
(4) “NATO
turns 70. Political disputes overshadow Alliance anniversary”. DER SPIEGEL,
29 de noviembre.
(5) “Jean
Stoltenberg recherche l’unité”. LE MONDE, 29 de noviembre.
(6) “NATO
just turned 70-and It’s showing its Age”. JUDY DEMPSEY. CARNEGIE
EUROPE, 4 de abril.
(7) “Europe alone. What comes after the Transatlantic alliance”. ANNA
POLYAKOVA y BENJAMIN HADDAD. FOREIGN AFFAIRS, julio-agosto 2019; New
perspectives on shared security: NATO’s next 70 years”. THOMAS VALASEK. CARNEGIE EUROPE, 28 de noviembre.
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