9 de febrero de 2022
La crisis de Ucrania no remite pero se libra, de momento, en el terreno diplomático o táctico. Se sigue hablando de la guerra en potencial, con las herramientas de la palabra: de la propaganda. En ese combate blando, no todos hablan el mismo lenguaje. O, para ser más preciso, emplean recursos que dejan deliberadamente en duda el significado de lo que se dice, de lo que se anuncia, de lo que se apuesta.
Este juego deliberado de
equívocos no se establece solamente entre los adversarios, digamos los aliados
de la OTAN y Rusia, o si se quiere utilizar el esquema de la guerra fría, el Este
y el Oeste. En cada campo se detectan divergencias, matices, sutiles o ásperos,
que reflejan una suerte de disonancias diplomáticas. Es muy evidente en el caso
de los aliados occidentales, pero también puede advertirse, con más finura,
entre Rusia y China.
MACRON, EL PACIFICADOR
El principal protagonista de esta
ambigüedad diplomática es el presidente francés. Como se podía esperar, ha
encontrado el momento para acaparar atención informativa y protagonismo,
después de una semanas relegado por los tenores ruso y norteamericano. La voz
de Macron es barítona pero muy audible, incómoda para los propios,
desconcertante para los ajenos.
Después de cinco horas de
conversaciones con Putin, el presidente francés compartió sus ideas con los
medios. La idea fuerza fue ésta: la guerra se puede evitar, si se atienden los
derechos legítimos de seguridad de Rusia, sin menoscabar la soberanía de Ucrania
(1). Pero su lenguaje alambicado produjo perplejidad. Insinuó la posibilidad de
algo parecido a la finlandización; es decir, la neutralización impuesta
más que voluntaria de un vecino de la poderosa Rusia (otrora URSS). Obviamente,
no por diktat, sino mediante la negociación de una nueva estructura de
seguridad europea. Música muy deleitosa en los salones franceses (2). La noción
de neutralidad protegida de Ucrania es también defendida en algunos círculos
estratégicos alemanes y americanos (2). Mientras
tanto, para abordar lo más inmediato, Macron apuesta por revitalizar el formato
cuadrilateral de Normandía (Rusia, Ucrania, Alemania y Francia) y reflotar los moribundos
acuerdos de Minsk. En otras palabras, la intención de Macron consiste en “europeizar
la solución de la crisis” (4).
La disonancia no reverberó
solamente en Ucrania, donde recibieron a Macron, con “sonrisa crispada”, sino
en la propia Moscú. El portavoz del Kremlin negó que, como insinuó el francés,
Putin se hubiera comprometido a concesiones concretas o que la concentración de
tropas en Bielorrusia se fuera a disolver después de las maniobras en curso. El
propio líder ruso dijo, al lado de Macron, que era “demasiado pronto” para
valorar las propuestas de su colega francés.
El esfuerzo del titular del
Eliseo responde a tres vectores convergentes:
- la continuidad de la
singularidad francesa en la alianza occidental, establecida por De Gaulle a
mitad de los sesenta (o una década antes, desde la crisis de Suez, en realidad).
- la ambición de liderar una “autonomía
estratégica de Europa”, que no sólo establezca criterios y líneas de actuación
en relación a Rusia, sino también con respecto al desafío que plantea China y a
otros frentes de crisis en la periferia europea (África y Oriente Medio) .
- la inminencia de unas
elecciones, que no amenazan con cercenar su carrera política, pero de no
obtener un resultado la menos igual o preferiblemente mejor que en 2017, podrían
debilitar su liderazgo interno y su proyección internacional.
SCHOLZ, EL CALCULADOR
El canciller alemán ha contemplado
con discreción tanto los equilibrios de Macron, como las maniobras de Putin o
las advertencias de Biden. Frente a la verbosidad del líder francés, el jefe
del gobierno de Berlín ha aplicado el método merkeliano de las pocas
palabras y el tono bajo. Se ha ganado reproches por eso. En Washington, se diga
en público lo que se diga, molestó esa posición esquiva durante las primeras
semanas de la crisis. Reflejo de ello, la embajadora de Alemania en Washington
remitió un despacho encabezado con una frase tópica: “Berlín, tenemos un problema...”
(5).
El problema era la credibilidad.
En Washington empezaban a dudar se la disposición de su primer aliado en Europa
para enfrentarse al adversario ruso, en caso de invasión/incursión en Ucrania.
Scholz se ha visto obligado a rectificar. Pero sin aspavientos. Visitó el
despacho oval y luego trató de acompasar su mensaje al del líder de la alianza:
“Una nueva violación de la soberanía y la integridad territorial de Ucrania es
inaceptable y tendría para Rusia severas consecuencias políticas, económicas y
seguramente estratégicas”. Una declaración en línea con el mensaje de Biden,
quien tampoco tiene el estómago para guerras.
La posición alemana, en realidad,
no ha cambiado tanto. O no ha cambiado en absoluto. En Berlín hay un amplio
consenso en el estable sistema político centrista (gobierno y oposición) a
favor de preservar la paz y evitar cualquier provocación o desatención. Rusia
es, como ya se sabe, el proveedor de casi la mitad del gas que calienta los
hogares y hace funcionar la maquinaria productiva del país. Las alternativas manejadas
estos días se antojan lejanos y costosos castillos en el aire. La guerra se
contempla como una catástrofe inaceptable no sólo para ucranianos y rusos, sino
también para los alemanes. Y, tras dos guerras mundiales en treinta años el
pasado siglo, los germanos tienen aversión a las catástrofes.
Al cabo, como dice el profesor búlgaro
Ivan Krastev, a Europa no le preocupa tanto la guerra como la amenaza de
guerra, o la guerra sin fuego, que Putin pueda mantener largo tiempo (6).
BIDEN, EL RETICENTE
El presidente norteamericano está
incómodo con esta crisis. Tiene una profunda desconfianza de Putin, por muchas
razones. Como representante del establishment político nutrido en la
guerra fría, le cuesta aceptar que la Rusia de hoy es algo demasiado distinto
de la URSS. Como patricio demócrata, no le perdona al presidente ruso que
interfiriera en las elecciones de 2016 para favorecer la victoria de Trump, al
que podía manejar mejor que a la señora Clinton. Como político en retirada, y
quizás presidente de un solo mandato, le agobia ser consumido por una crisis exterior,
cuando intenta dejar un legado de (tímidas) mejores condiciones de vida y derechos
sociales semejante al de Johnson. Como eso que se llama retóricamente “líder
del mundo libre”, le interesa mucho más dejar sentadas las bases de la
contención de China, el adversario sistémico del siglo XXI, que abrir del nuevo
el libreto de la confrontación con Rusia, el enemigo derrotado del siglo XX.
En la burbuja del poder norteamericano
también se percibe una cacofonía, por debajo de la oficial unanimidad del credo
liberal. Los “halcones” reprocharon a Biden que, al principio de la crisis,
hiciera una distinción entre “invasión” e
“incursión menor” de Rusia. O que rechace de plano el envío de tropas a
Ucrania. En cincuenta años de carrera política ha sido siempre resistente a las
aventuras militares de Estados Unidos. Después de todo, la “lección de Vietnam”
fue un mantra para su generación. Ahora, el axioma de Metternich (“la diplomacia
es la guerra por otros medios”) le obliga a utilizar un lenguaje más belicista
del que quisiera.
ZELENSKI, EL ASEDIADO
Aún más evidentes son las
disonancias entre los supuestos protectores y el protegido. En Kiev no ha sentado
bien que Macron se mostrara tan “solícito” con Putin. Pero al gobierno no le ha
gustado nada el tono “alarmista” de Washington o Londres, por la inducción al pánico
y la erosión de la confianza en una economía que ya capotaba antes de este
último sobresalto (7). El presidente ucraniano trata de armar un núcleo de
lealtades en un país donde el poder está muy claramente al margen de las
instituciones. Zelensky encuentra más confort en los países bálticos o en Polonia
que en los pesos pesados europeos (8). La ministra alemana de exteriores
intentó tranquilizar los aliviar el agobio del gobierno ucraniano, pero sin
moverse un ápice de la negativa a proporcionarle armamento. La defensa de
Ucrania es más retórica que material.
XI Y PUTIN, UNA EXTRAÑA PAREJA
ESTRATÉGICA
Finalmente, las disonancias
tampoco están ausentes en la aparente nueva armonía entre Moscú y Pekín. En los
medios más conservadores o belicistas occidentales, la cumbre de los Juegos de
Invierno ha dejado una impresión apresurada de frente estratégico euroasiático.
Lejos de la realidad. Las versiones rusa y china de la declaración conjunta
final evidencian el distinto tono y temperatura de cada parte. Pekín asume la
crítica a la OTAN y el rechazo a un orden internacional impuesto según los
criterios occidentales, pero es muy evasivo en el asunto de Ucrania (China
nunca ha reconocido la toma de Crimea por Rusia).
Los que agitan el especto del peligro
chino han llegado a decir que una invasión rusa de Ucrania no suficientemente
castigada alentaría los designios anexionistas de China con respecto a Taiwan.
Pero Xi Jinping sabe que no está el horno de la economía china para batallas militares,
ni para sanciones económicas occidentales, si Pekin acudiera en socorro de
Rusia. China compra y vende a Europa bienes y servicios por valor diez veces
superior a lo que comercia con Rusia. Una cosa es la convergencia de ideas,
propósitos y conveniencias y otra arriesgar la estabilidad de un crecimiento
que renquea (9). El principio de que el enemigo de mi adversario es mi amigo
incondicional no encaja en el pragmatismo chino.
NOTAS
(1) “Emmanuel Macron teste une ‘méthode’ de désescalade face
à Vladimir Poutin”. BENOÎT VIKINE y PHILIPPE RICARD (Corresponsales en Moscú).
LE MONDE, 8 de febrero;
(2) “La place de l’Ukranie dans l’OTAN, équation insoluble de
Emmanuel Macron”. PHILIPPE RICARD (Corresponsal en Moscú). LE
MONDE, 9 de febrero;
(3) “How to break
the cycle of conflict witn Russia”. SAMUEL CHARAP. FOREIGN AFFAIRS, 7 de
febrero.
(4) “Emmanuel
Macron’s remarks on Russia set alarm bells ringing”. PATRICK VINTOUR. THE
GUARDIAN, 8 de febrero;
(5) “Olaf
Scholz is coming to America on a mission of salvage mission”. TORSTEN BENNER (Director del
Instituto de Política Global, en Berlín). FOREIGN
POLICY, 4 de febrero; Germany has a little maneuvering room
in Ukraine conflict”. DER SPIEGEL, 24 de enero.
(6) “Europe thinks
that Putin is planning something worse than war”. IVAN KRASTEV (Instituto de Ciencias
humanas, en Viena). THE NEW YORK TIMES, 3 de febrero.
(7) “Ukraine’s
Zelensky’s message is don’t panic. That’s making the West antsy”. DAVID STERN y
ROBIN DIXON. THE
WASHINGTON POST, 31 de enero;
(8) “Deçu par
les États-Unis et l‘UE, l’Ukraine cherche des nouveaux alliés. SERGEÏ STROKAN (Columnista
de KOMMERSANT), reproducido en COURRIER INTERNACIONAL, 2 de febrero;
(9)”Don’t buy the Xi-Putin hype”. CRAIG SINGLENTON. FOREIGN
POLICY, 8 de febrero.
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