31 de mayo de 2023
Con la derrota de Trump, a
finales de 2020, la amenaza del nacional-populismo se creía contenida. El
ataque de Rusia contra Ucrania, con todas las dificultades económicas e
incertidumbres sobre la seguridad europea y mundial, reforzaba la percepción de
que los amigos de Putin en Europa, es decir los nacionalistas populistas,
tendrían más complicado vender sus propuestas. La ampliación de la OTAN fue
impulsada y capitalizada por los partidarios del orden liberal, ya
conservadores, ya socialdemócratas. Algunos vieron en la derrota de Marine Le
Pen, en mayo de 2022, una primera confirmación de esa tendencia a la baja.
Fuera de Europa, se acababa la
bochornosa experiencia de Bolsonaro en Brasil, pese al intento desesperado de
sus partidarios de perturbar la toma de posesión de Lula, imitación burda del 6
de enero estadounidense. La contención de la crisis económica tras los primeros
meses de pánico ante un posible shock energético y el avance de la
agenda “reconstructora” de Biden, junto con los malos resultados cosechados por
los republicanos trumpianos en las legislativas de medio mandato en
Estados Unidos, parecían despejar esa amenaza. El estancamiento de la operación
especial rusa en Ucrania era otro factor positivo para los analistas
liberales.
UN RETROCESO SOLO APARENTE
Pero junto a estos síntomas
“positivos” se sucedían otros de signo contrario que aconsejaban una evaluación
más circunspecta. Los aprendices de Trump se podían haber estrellado, pero el
maestro, pese al primero de los reveses judiciales, se afianzaba en sus
aspiraciones de regresar a la Casa Blanca. Sus rivales conservadores (DeSantis,
Haley, etc.) van por muy detrás de él en las encuestas, aunque falte mucho aún
para la contienda presidencial. Mientras, los republicanos preparaban su
enésimo secuestro del sistema político con la artificial e irresponsable crisis
del “techo de deuda” (1), que ha hipotecado durante semanas las energías
políticas, ya de por si limitadas, del presidente Biden. La entente cordial
entre Moscú y Pekín ha compensado los los errores y las incompetencias del
Kremlin y/o de las fuerzas armadas rusas en Ucrania.
En Europa, las sucesivas citas
electorales iban desmintiendo las previsiones de derretimiento del entusiasmo
nacional-populista. Por el contrario, la extrema derecha presentaba con fuerza
sus credenciales en una zona que durante décadas les fue muy hostil:
Escandinavia. La victoria insuficiente de los socialdemócratas en Suecia y
Finlandia abría la puerta a gobiernos de coalición entre la derecha
conservadora y los nacionalistas xenófobos.
En Italia, se consumaba el otoño
pasado el regreso de la triada conservadora, pero en esta ocasión encabezada
por la formación nominalmente más nacionalista, la heredera del fascismo: los Fratelli
(Hermanos). Giorgia Melloni se convertía en la primera dirigente de extrema
derecha que encabezaba un gobierno en Europa occidental desde la segunda
mundial.
En los últimos meses, la
percepción de que el nacional-populismo era un enfermo terminal con salud de
hierro ha ido aumentando, hasta el punto de hacer que vuelvan a dispararse las
alarmas de académicos y analistas liberales con invocaciones a reforzar las
opciones de centro (2).
El triunfo de Nueva Democracia en
Grecia (que se reforzará con la repetición electoral de junio) deba anotarse,
aparentemente, en el haber de la derecha conservadora-liberal que representa el
Partido Popular europeo. Pero Mitsotakis, pese a su aurea cosmopolita, su
política económica liberal y su formación estadounidense, ha practicado una política
migratoria similar a la que propugna la extrema derecha por doquier, ante la
pasividad de sus socios europeos (3).
Un libreto parecido utilizó en su
día Sarkozy, en Francia. En diciembre del año pasado, su partido, Les Républicains
eligió a su nuevo líder. Éric Ciotti era el más extremista de los
candidatos en liza. Poco se diferencia de Marine Le Pen y casi nada de Éric
Zemmour, el propagandista xenófobo sin filiación política que fracasó en las
últimas elecciones presidenciales. Los
problemas de Macron, debido a la aguda crisis social provocada por la crisis de
la reforma del sistema de pensiones, han dado vuelos al mortecino partido
histórico de la derecha, ahora en manos de su facción ultra.
En Alemania, las encuestas
indican un auge de la formación xenófoba Alternativa por Alemania (AfD. Y en la
Centroeuropa tan influida por las dinámicas germanas, el nacional-populismo
tampoco cede. Sigue firme en Hungría y Chequia y puede revalidar su dominio en Polonia
este próximo otoño, aunque el gobernante PiS (Ley y Justicia) esté
reforzando sus actuaciones autocráticas con la excusa de la guerra de Ucrania
(4). Este último caso constituye la gran excepción en lo que a Rusia se
refiere. Los nacionalistas ultraconservadores polacos del PiS son los más
fervientes enemigos de Moscú en Europa, por razones históricas bien conocidas,
de ahí que solo hayan empatizado con los populistas derechistas ajenos a
cualquier veleidad prorrusa.
ERDOGAN, ADALID DEL NACIONALISMO
TRIUNFANTE
Los últimos resultados electorales
en los dos extremos del Mediterráneo, España y Turquía, afirman la
consolidación de esta tendencia. Erdogan ha ganado con una apuesta sin matices
por el nacionalismo populista, en este caso compatible con una sintonía pragmática
con el Kremlin. Al turco medio, y desde luego a los estratos más populares, les
importa poco que su Presidente haga buenas migas con Putin, incluso a costa de
irritar a sus formales aliados de la OTAN. Sólo los intereses de Turquía
cuentan, y eso pasa por una política exterior autónoma, sin servilismos ni
dependencias. Ese es el discurso de Erdogan, junto con otros resortes que le
han funcionado bien en el pasado: la explotación falaz del peligro terrorista
kurdo, la manipulación de las palancas económicas, la utilización abusiva de
los instrumentos del Estado y otros trucos propios de los regímenes
autoritarios. Nada le ha privado de conseguir en la segunda vuelta lo que le
faltó en la primera: el respaldo de los sectores residuales extremistas con los
que completar un electorado adicto a las maneras fuertes, a la autoridad
suprema, a la ilusión de un país celoso de no obedecer imposiciones de nadie.
Un analista turco liberal, Soner
Cagaptay, residente en Estados Unidos, afirma que Erdogan ha asumido el “modelo
del régimen autoritario de Putin”, y señala sus características principales:
persecución de los oponentes políticos, control absoluto de los medios de
comunicación, vaciamiento de las funciones reales de las instituciones, purga
de los aparatos de poder, etc. En esta confluencia cada vez más cercana ha
tenido mucho peso, según Cagaptay, la gratitud que Erdogan le profesa a su
colega ruso por haber sido el único dirigente de peso mundial que le brindó su
apoyo tras la intentona de golpe de estado militar en 2016 (5).
Que ambos países tengan intereses
geoestratégicos a veces distintos no empece una cooperación en materia
diplomática y de seguridad más que fructífera. Erdogan vende drones a Ucrania,
pero no participa en el cerco económico contra Rusia y hace de mediador en el
crucial asunto de la exportación de grano ucraniano. Donde Occidente ve
contradicciones e incluso deslealtad, la mayoría de los turcos aprecia
independencia, seguridad y firmeza. La oposición ha fracasado por una
combinación de torpeza (lectura errónea de la popularidad de Erdogan) e
impotencia (ejercicio asfixiante del poder). El aspirante Kilicdaroglu creyó
que impregnando su discurso con un nacionalismo de ocasión e incorporando a su
gran coalición a fuerzas extremistas recelosas del actual Presidente podía
atraerse a un sector descontento por la crisis económica y los abusos autoritarios.
No ha sido así. Una vez más, las copias funcionan peor que el original.
AYUSO, ENTRE EL CONSERVADURISMO Y
EL NACIONAL-POPULISMO
El reciente resultado electoral
español tiene perfiles propios, como todos, pero no es ajeno a esta tendencia
de nuevo creciente del nacional-populismo. Y no sólo por el alza de VOX, tras
un periodo en que parecía retroceder (como sus homólogos en el resto de
Occidente).
Quizás la gran vencedora de las
autonómicas haya sido Isabel Díaz Ayuso. A pesar de ser la líder en Madrid del
Partido Popular (de línea conservadora-liberal en el tablero europeo, como el
francés Ciotti), su estilo de gobierno, político y propagandístico se asemeja
mucho al populismo derechista, aunque se cuide de no repetir los clichés
xenófobos de VOX.
La relación con sus adversarios
se asemeja a la que practica Trump, por sus registros directos, aparentemente
desacomplejados, cargados de confrontación y sin la menor preocupación por la
corrección política liberal. Como el expresidente hotelero, no tuvo empacho en
agitar la sombra del pucherazo en los días previos a las elecciones, por si
venían mal dadas.
La presidenta madrileña se
asemeja a Giorgia Meloni en la repugnancia por las sutilezas ideológicas, pero
su discurso es más astuto. Ayuso utiliza un lenguaje llano, a veces populachero,
para hacer ver que no tiene miedo a pelear con la izquierda en terreno a priori
adverso. Contra toda evidencia, defiende su gestión de los servicios públicos
esenciales, que ha debilitado notablemente. Meloni ya lo está haciendo, sin
demora (6).
Con Erdogan coincide en utilizar
con descaro la inventada complicidad de sus rivales con los “terroristas y/o
separatistas” (kurdos o vascos y catalanes, según el caso), para
desacreditarlos. Son mensajes simplistas y falaces, que cuentan con la complacencia
de la mayoría de los medios de comunicación, de ahí que resulten efectivos, en
tiempos de tribulación y crisis, de exageradas amenazas internacionales y de
ansiedades sociales derivadas de los efectos de la pandemia.
NOTAS
(1) “The unique absurdity of the U.S.’s looming
debt default”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 24 de mayo.
(2) “Make the Center vital again. How to turn
back the populist tide and build support for the liberal order”. PETER
TRUBOWITZ y BRIAN BURGOON. FOREIGN AFFAIRS, 3 de mayo.
(3) “As Greece vote, leader says blocking migrants built ‘Good
will’ with Europe”. THE NEW YORK TIMES, 21 de mayo.
(4) “Poland’s government may seek to ban
opponents from politics”. THE ECONOMIST, 30 de mayo.
(5) “Erdogan’s Russian victory”. SONER
CAGAPTAY. FOREIGN AFFAIRS, 29 de mayo.
(6) “En Italie, Giorgia Meloni
choisit le 1º May pour rogner les minima sociaux”. LE MONDE, 2 de mayo.
FUERZA ELECTORAL DEL
NACIONAL-POPULISMO EN LA UNIÓN EUROPEA
EUROPA OCCIDENTAL
Alternativa por Alemania |
Rasembl.
|
Fratelli d’Italia |
Lega Nord |
Vox |
Pº de la Libertad (Holanda) |
NacionalistFlamencos (Bélgica) |
Solución griega y Creación Nacional |
Chega (Portugal) |
12,64% |
13,2% |
25,99% |
8,77% |
15,09% |
10,79% |
28% |
5,28% |
7,18% |
EUROPA CENTRAL Y ORIENTAL
Ley y Justicia (Polonia) |
FIDESZ (Hungría) |
PºDemCívico |
Libertad y Solidaridad / PºNacional
/ Ntra.Eslovaq |
Revival / |
Alianza Unión Rumanos |
Unión Dem (Croacia) * y afines |
Pº Demóc, esloveno * y afines |
43,59% |
53,29% |
23,95% |
12,35% |
16,51% |
9,08% |
48,27% |
25,03% |
(*) Aunque
está encuadrado en el PPE, es profundamente nacionalista.
EUROPA NÓRDICA Y
PAÍSES BÁLTICOS
Demócratas suecos |
Verdaderos finlandeses |
Pº Pueblo danés |
|
Pº Pop.Const (Estonia) |
Alianza Nac. (Letonia) |
Asoc.Polacos Orden y Justicia y otros |
|
20,50% |
20,10% |
8,70% |
|
16,05% |
9,29% |
5% |
|
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