BALADA PARA DOS GLADIADORES

25 Abril 2008

A la clase obrera de la América profunda, tradicional y conservadora no le gusta el paraíso de progresismo blando de Barak Obama. Hillary sigue viva jugando sobre seguro y pareciéndose cada vez más a un candidato republicano sin el fanatismo neocon. Más a McCain y menos a un tal Bill Clinton.

Sostienen algunos analistas que Obama se terminó de borrar en Pensylvania con sus referencias a la “amargura” de algunas gentes del Estado, apegadas a la religión, a las armas y al rechazo del inmigrante. Esa trilogía de la espada, la cruz y la raza que Obama ha cuestionado constituye el poso cultural de un país desconcertado, frustrado. ¿Irracional?

En los titulares, del encanto de Obama hemos pasado a sus tropiezos. Era de esperar, porque el éxito mediático del senador de Illinois residía en la virtud de la novedad. Obama enganchaba cuando su mensaje sonaba crítico con los políticos partidistas, mientras mantenía la ambigüedad hacia los valores tradicionales. Al mostrarse audaz, quizás convencido de la solidez de su posición, se ha expuesto a una respuesta que no esperaba. Un poco de antisistema pasaba bien. Pero cuestionar esencias ha resultado indigesto. La clase obrera americana no cree en el paraíso de Obama, cree en las referencias de toda la vida. Desconfía de los republicanos, porque los considera defensores de los ricos, pero han percibido en Obama la encarnación de todos los riesgos, y no está el horno para experimentos en el corazón de la América fallida.

Los problemas de Hillary se han suavizado, tal vez, con el triunfo en Pensylvania, pero no lo suficiente para cambiar la etiqueta de perdedora que Obama le endosó después de Winsconsin. Dicen los analistas que uno de los problemas de la senadora por Nueva York es el dinero, que se le agota. Acaba de recibir diez millones de dólares. Poco parece para afrontar la renta final, donde cada victoria se antoja agónica. El varapalo del NEW YORK TIMES por su actual estrategia de campaña no le ayudará. “Ha llegado el momento de que la senadora Clinton reconozca que este negativismo, del que ella es en gran parte responsable, no hace otra cosa que dañarla, dañar a su adversario, a su partido y a las propias elecciones”.

Pero Hillary, ya se sabe, se crece en la adversidad. El diario neoyorquino puede haber acertado en su crítica, pero por perverso que parezca, Hillary puede hacer virtud de la necesidad y puede convencer a los superdelegados demócratas si les hace ver que Obama es un candidato perdedor en noviembre, porque las mayorías que le han apoyado ahora a ella en los grandes estados preferirán entonces a McCain que al senador afroamericano.

La revista THE NEW REPUBLIC publica un inquietante estudio: el perfil sociológico del apoyo electoral de Obama –“una coalición dirigida por estudiantes y minorías”- coincide mucho con el de McGovern en 1972, que terminó apabullado por Nixón.

Para parar todo esta guerra de desgaste surgen algunas voces, incluso históricas. En el BOSTON GLOBE, el otrora influyente y sempiterna esperanza nunca cumplida de los demócratas durante la era Reagan , el exgobernador de Nueva York Mario Cuomo ha recuperado la idea del tandem bajo un pacto de ahora tu y luego yo .

¿Es posible aún, después de todas las heridas infligidas? Cuomo interpreta una balada: “Imaginemos un poco: en el curso de los ocho próximos años, podremos elegir a la vez a la primera mujer y al primer negro para la presidencia de los Estados Unidos. No es un sueño. Es factible, a condición de que nuestros candidatos tengan la fuerza y la sabiduría necesarias para que esto se convierta en realidad”.

A estas alturas del partido, la propuesta de Cuomo suena como una canción de John Lennon. Demasiado idealista para un escenario que el FINANCIAL TIMES asemeja a un circo romano al describir a Clinton y Obama como dos “gladiadores”. Como tales, lucharán hasta la muerte, pero la destrucción arrastrará a los demócratas.

Nadie apuesta por un armisticio antes de Indiana y Carolina de Norte, a primeros de mayo. Y ni siquiera entonces acabará el duelo, si la senadora le recorta diferencia a Obama y mete presión a los superdelegados.

Todo esta batalla tiene un corolario paradójico: lo que hasta hace poco excitaba a los medios hoy empieza a saturarles. El día que la campaña tire hacia abajo las audiencias los dos candidatos demócratas habrán empezado a perder definitivamente las elecciones de noviembre.

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