EL PAÍS IMPOSIBLE

16 Mayo 2008

Líbano es un país imposible que se resiste a desaparecer. Todos los conflictos imaginables –y hasta los inimaginables- se han venido sucediendo en Líbano desde el comienzo de la guerra civil, a mediados de los setenta.

El país de los cedros ha sido el escenario de las confrontaciones entre las potencias regionales, pero también de las mundiales. Las alianzas se han tejido y destejido sin apenas descanso. Cualquier matrimonio político es efímero en Líbano; por esa misma razón, cualquiera es posible. O como dice Ghassan Charbel, un notable comentarista del diario árabe AL HAYAT, en Líbano “ni las derrotas ni las victorias son permanentes”.

Cristianos y pro-sirios lucharon en la misma trinchera en los setenta, porque entonces se trataba de vencer a la OLP, poder militar en el sector occidental de la ciudad. Meses después, esos aliados de conveniencia se mataban con saña en las calles de Beirut. Los drusos combatieron hombro con hombro junto a las fuerzas pro-sirias para defender sus posiciones frente a las milicias cristianas apoyadas por Israel, en los ochenta. Hoy, los drusos abominan de la influencia de Damasco, que ellos contribuyeron a fortalecer. Chiitas proiraníes y sunnitas naseristas combatieron contra la ocupación israelí y sus aliados cristianos. Estos días, la mayoría de los sunníes han roto con el vecino sirio y, con el respaldo de las monarquías petroleras, han peleado con fiereza por el control de Beirut Oeste contra los chiies que veneran el proyecto iraní. Estas son sólo algunas de las variaciones de la fortuna comunitaria, política y militar en Líbano.

En los acontecimientos de este mes de mayo, la fragilidad de las instituciones se ha puesto en evidencia. Los combates estallaron después de que el gobierno ordenara acabar con dos situaciones que evidenciaban el poderío de Hezbollah y su desafío al Estado.

La primera era la existencia de un supuesto sistema de vigilancia –y espionaje, aseguraban algunos- que Hezbollah había instalado en el aeropuerto internacional de Beirut. La segunda es la posesión de una red exclusiva de telefonía contratada con una empresa iraní.

Cuando la tensión anunciaba el enfrentamiento armado, el gobierno encargó al Ejército que previniera los combates entre Hezbollah y las milicias pertenecientes a las distintas facciones gubernamentales. Lo que, obviamente, no consiguió. Y cuando las hostilidades se desencadenaron, el ejército se inhibió.

La invocación a una mediación árabe –de éxito improbable- ha servido de cobertura al Gobierno para renunciar a sus medidas contra Hezbollah. A cambio, las milicias pro-iraníes se han retirado de las posiciones conquistadas estos días en Beirut oeste.

Quizás no hacía falta que las milicias chiitas hicieran una demostración de fuerza como la exhibida estos días en Beirut Oeste. Pero ahora parece indiscutible que Hezbollah ha construido, en la práctica, un Estado dentro del Estado.

Para el FINANCIAL TIMES, estamos ante “el lento suicidio de una nación”. Para LE MONDE, las “manipulaciones de Damasco y de Teherán, unidas a la “irresponsabilidad de la clase política libanesa por cultivar las divisiones comunitarias abren “la perspectiva de una nueva guerra civil”.

Un editorial del influyente L’ORIENT LE JOUR denunciaba estos días el comportamiento del Ejército y desacreditaba a su jefe, el general Sleiman. Se le reprocha no haber sido capaz –e incluso, tal vez, de no haber querido- poner fin a dos circunstancias que ponen en evidencia la autoridad del Estado.

Una paradoja libanesa más: cuando se busca una solución para la máxima responsabilidad del Estado se mira al Ejército. El general Sleiman, aparece como el candidato más factible para convertirse en nuevo Presidente de la República. La elección del Jefe del Estado se ha aplazado ¡diecinueve veces!

A este ejército cuestionado le ofrece el presidente norteamericano más ayuda para controlar el país. El NEW YORK TIMES se lo reprocha: “si Bush quiere realmente ayudar a Siniora, [el jefe del gobierno libanés] tendrá que hablar con los patrones de Hezbollah en Siria y Líbano”. Justo lo que el presidente se empeña “obstinadamente” en rechazar. Lo que a juicio del diario “ha debilitado la influencia de América en la región”.

Israel contempla la evolución libanesa con expectativas. El presidente Peres comentaba estos días que Hezbollah está destruyendo el Líbano. Un nuevo estado fallido se perfilaría en el horizonte internacional. Y ya se conoce la receta para los estados fallidos. Cuánto más se degrade la situación, más se incrementan las posibilidades de una internacionalización masiva. Para Israel, sería la oportunidad de revertir de nuevo la historia y convertir sus dos derrotas en una victoria.

Bush le ha ofrecido estos días a Israel la protección estadounidense ante las amenazas del régimen de los ayatollahs. El diario AL QDS AL ARABI sospecha de las intenciones estadounidenses y asegura que el objetivo es el mismo que el perseguido en Irak: “abatir cualquier fuerza opuesta a Israel o al proyecto americano en Oriente Medio”.

La guerra que no pudo ser contra Irán podría tener su corolario en Líbano. Sería la victoria póstuma de los neocon.

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