23 Mayo 2008
A Hillary Clinton ya se le da por muerta en la carrera por la nominación demócrata a la presidencia de los Estados Unidos.
¿Lo está?
Los números avalan el triunfo de Obama. Pero las matemáticas electorales de Estados Unidos encierran todo tipo de trampas. Nunca antes se había vivido una disputa tan cerrada, ni una competencia que haya movilizado a tanto simpatizante. Estas son unas elecciones distintas. Por eso, el resultado se antoja esquivo.
O al menos, así lo proclama Hillary. ¿Tiene base la resistencia de la senadora neoyorquina? ¿Es pura obstinación de mala perdedora? ¿Es la ceguera de una ambición desmedida? ¿Es victima de un instinto destructivo?
Cosas similares se han dicho y escrito estas últimas semanas.
Pero ¿cuáles son las razones de Hillary? De la atenta lectura de los recientes análisis puede construirse este decálogo de la resistencia de la senadora.
Uno. Pocas veces se ha votado con tanto entusiasmo. No se puede privar de ese derecho a los ciudadanos de los Estados en los que aún no se han celebrado primarias.
Dos. Hay que contar con los electores de Florida y Michigan, dos Estados de gran peso demográfico, presuntamente favorables a ella. El Partido resolverá la disputa a finales de mes.
Tres. Ella puede tener menos delegados en su campo, pero tiene más votos populares. Y eso es lo que verdaderamente contará cuando haya que derrotar al adversario común, el republicano McCain.
Cuatro. Muchos superdelegados –221- no se han pronunciado aún y prefieren que ella se mantenga en la carrera. ¿Comparten su idea de que aún es posible un vuelco?
Cinco. El áurea de vencedor inevitable que rodeó a Obama ha desaparecido. No es descartable que algún acontecimiento inesperado o un escándalo pueda arruinar su candidatura en el penúltimo momento. En ese caso, los demócratas necesitan tener viva una alternativa.
Seis. La experiencia será un valor fundamental en la batalla que necesariamente hay que ganar, la de noviembre. En tiempos de crisis, Hillary evoca los años de prosperidad del mandato de su marido, en los noventa, mientras Obama no ha resuelto las dudas e incertidumbres que genera su propuesta económica.
Siete. La señora Clinton rechaza que su negativa a abandonar perjudique al partido demócrata. Sus colaboradores repiten incesantemente que cuando de verdad sea derrotada se pondrá al lado de Obama para ganar en noviembre.
Ocho. No falta el argumento victimista. Sostienen Hillary y los suyos que la brecha que ha puesto en evidencia las primarias no ha sido la racial, sino la de género. En la contienda ha emergido con más fuerza el sexismo que el racismo. Lo dijo el propio marido de la candidata hace pocos días.
Nueve. Permanecer en la carrera puede fortalecerla en otras opciones, aunque pierda las primarias. Preferentemente, ser candidata en 2012 (si Obama pierde frente a McCain). Obama puede verse ante el dilema de ofrecerla que le acompañe en el ticket. De hecho, algunas informaciones sitúan a Clinton como primera opción de algunos asesores del senador por Illinois. No es de extrañar: muchos de los votantes de Hillary declaran abiertamente que no votarán por Obama si él es el candidato demócrata. O lo harán por McCain o no irán a las urnas
Y diez. La combatividad exhibida en las primarias ha blindado su prestigio de luchadora. Los verdaderos líderes no abandonan nunca. Esa es la última divisa de Hillary.
Ni las deudas, ni el abandono de algunos amigos, ni los ataques populares o mediáticos, ni el desánimo, ni la amenaza de un descrédito irreversible han podido con ella.
Admitirá mejor o peor su derrota. Pero lo único que no se permite Hillary Clinton es la rendición.
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