CUBA: SEÑALES DE CAMBIOS EN LA HABANA Y MIAMI, INMOVILISMO EN LA CASA BLANCA

29 Febrero 2008

El presidente Bush ha vuelto a rechazar el más mínimo cambio en su política hacia Cuba. De esta forma, intenta zanjar un debate creciente en la clase política de Washington, en la comunidad cubano-norteamericana y en medios empresariales e informativos sobre la evidente necesidad de revisar cuarenta años de rigidez inútil.

Bush considera que un diálogo con Raúl Castro “reduciría su prestigio y elevaría el suyo”. No se apartó el desgastado presidente del lenguaje descalificador para referirse a los dirigentes cubanos, trató de “tirano” al nuevo jefe del Estado y confirmó el mantenimiento invariable del embargo.

Pero la posición de Bush pierde apoyo a ojos vista, incluso entre sus propios partidarios. En el anterior artículo poníamos de manifiesto la necesidad de un cambio de política norteamericana hacia Cuba, acelerada con el inicio de la transición, si como tal se entiende la “retirada” de Fidel Castro.

La previsible ascensión de Raúl Castro a la jefatura del Estado y el mantenimiento de la vieja guardia en el segundo escalón del régimen no han desanimado a quienes promueven claramente la necesidad de posicionarse ante el futuro inmediato de Cuba de otra manera.

Por decepcionante que haya podido parecer la ausencia de recambio generacional, el pragmatismo de Raúl no se discute en la mayoría de la prensa norteamericana.

El corresponsal del NEW YORK TIMES en La Habana cree que el sucesor de Fidel “no es un simple clon” de su hermano y ha dado ya muestras suficientes de que es inevitable un cambio. Sus palabras de homenaje a Fidel en el discurso de toma de posesión y su compromiso de consultarle las cuestiones importantes no pasan de ser una exigencia de estabilidad y cortesía. Pero McKinley cree que las referencias a los “cambios estructurales” y otras pistas como las invocaciones a la eficacia o a “no gastar más de lo que se tiene” son alentadoras.

Esta impresión se abre paso incluso en la pequeña Cuba atrincherada en Florida. THE ECONOMIST asegura que el apoyo de la comunidad cubana de Miami al embargo es más débil que nunca. Y da cuenta de grupos organizados que reclaman un cambio radical de política. En un reciente estudio de la Universidad de Florida, citado por el FINANCIAL TIMES, el porcentaje de cubano-norteamericanos favorables al embargo se ha reducido del 66% al 57,5% en cuatro años. Y lo que es más importante, la mayoría del exilio está a favor de un diálogo con el gobierno cubano.

En todo caso, la resistencia al cambio es más fuerte entre los republicanos. No en vano, Bush obtuvo el 80% del voto cubano en las presidenciales de 2000. Sin embargo, no faltan partidarios relevantes del cambio entre los correligionarios del Presidente. Entre los 100 congresistas que esta semana han pedido públicamente una revisión de la política hacia Cuba hay numerosos republicanos. En declaraciones recogidas por el FINANCIAL TIMES, se pronuncian claramente a favor el que fuera jefe de gabinete de Colin Powell, un militar, por cierto, el coronel Lawrence Wilkerson, y el senador republicano por Texas Kay Bailey Hutchison. Éste incluso considera que la suavización del embargo, sobre todo en materia comercial, ayudará al pueblo cubano a “luchar contra la dictadura”.

En realidad, no es tanto el deseo de democracia o de libertades para el pueblo cubano lo que alimenta este cambio de tono, sino el pragmatismo. Cuba puede ser un mercado mucho más provechoso de lo que es actualmente para los granjeros del Sun belt. Paradójicamente, la política restrictiva ha convivido con ciertas “brechas” por donde se ha hecho negocio estos últimos años. Hasta el punto de que Estados Unidos es ya el principal suministrador de alimentos para Cuba. Los agricultores norteamericanos han facturado entre 400 y 600 millones de dólares en la venta de sus productos a la isla, señala THE ECONOMIST.

¿Cómo se posicionan los candidatos presidenciales? Hasta ahora, han pasado de refilón.
Tal vez, porque Cuba no encuentra sitio entre los lugares privilegiados del escenario electoral.

McCain es un enardecido defensor del embargo. Dicen los comentaristas que se trata de una motivación personal: los que lo torturaron cuando fue hecho prisionero por el Vietcong eran instructores cubanos.

Obama, esquivo y atmosférico para casi todo, se arriesga al menos a prometer que eliminará las últimas medidas de la administración Bush, que restringen el número de visitas a los exiliados que quieren ver a sus familias en las isla y la cantidad de dinero que pueden enviarles, un máximo de 300 dólares cada tres meses. El candidato “favorito” se ha mostrado dispuesto a establecer un diálogo sin condiciones con los dirigentes cubanos, si resulta elegido.

Hillary Clinton reconoce que el embargo ha fracasado por completo, pero pone como condición al establecimiento del diálogo y al relajamiento del embargo que el castrismo sin Castro “demuestre su compromiso con las reformas democráticas”. Tanto Clinton como McCain han criticado la actitud de Obama como “apresurada” o “ingenua”.

El NEW YORK TIMES criticó en un editorial reciente que los candidatos no se hayan comprometido más en lo que sería su política hacia Cuba. Pero todo indica que el tema se convertirá en candente cuando uno de ellos tome posesión del Despacho Oval.

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