22 de octubre de 2009
El embrollo electoral en Afganistán se ha resuelto sin demasiados miramientos con las formas. Como corresponde a un estado de guerra. Y a la descomposición política reinante. La llamada Comisión Electoral Independiente no parece haber sido ni Comisión ni independiente; ni siquiera electoral: lo que ha habido en Afganistán ha sido un simulacro de sufragio para ratificar a un gobierno del que se ignora su apoyo real. Un equipo de investigadores de la ONU ha tenido que cocinar in extremis una fórmula tragable.
Habrá segunda vuelta el 7 de noviembre. Obama tendrá entonces un gobierno “legitimado” y un argumento para enviar más tropas. O para no hacerlo. Todo aparente y ficticio. Como la propia realidad política del país.
El conjunto de actuaciones que ha concluido en la convocatoria de la segunda vuelta refleja muy bien lo difícil que resulta confiar en una mínima institucionalidad. Karzai se ha visto literalmente obligado a aceptar que los resultados no le permitian confirmarse como presidente aún, en primera vuelta. Distintos responsables norteamericanos, políticos y militares, han ejercido una presión sin disimulos sobre el desprestigiado presidente afgano para que cejara en su obstinación de pretender haber ganado ya la reelección. El espectáculo de estos últimos días no ha sido edificante y alimenta los argumentos de quienes combaten, con o sin armas, al régimen. Los resultados finales oficiales del simulacro electoral del 20 de agosto atribuyen a Karzai el 49,7%. Una cifra envuelta en sospecha de pacto: lo justo para evitar la proclamación automática, que hubiera sido sonrojante; lo necesario para que el actual presidente se presente como reivindicado a falta del empujoncito final.
Obama estaba impaciente por resolver la chapuza electoral, porque mientras se mantuviera la incertidumbre sobre el proceso supuestamente democrático, resultaba imposible decidir el incremento del esfuerzo militar. El Presidente norteamericano utilizó precisamente esta carta para doblegar la resistencia de Karzai: si no hay segunda vuelta, no hay más soldados; si no hay más soldados, vuestra suerte estará echada. Este es el mensaje que –según narra el NEW YORK TIMES- el jefe del Pentágono Gates y el Consejero de Seguridad Jones le espetaron por teléfono al ministro de Defensa afgano. Más conciliador, el senador Kerry, presidente de la Comisión de Exteriores y reconocible aliado de Obama en el Senado, le susurró lo mismo al oído al propio Karzai, cuando en Washington se apercibieron de que las advertencias de Hillary Clinton no habían logrado doblegar al incómodo protegido. El premier Brown también actuó de telonero en este entremés de la tragedia afgana.
LOS RIESGOS QUE KARZAI QUISO EVITAR
La segunda vuelta se ha fijado para primeros de noviembre, por mandato constitucional. Pero se trata de un margen muy estrecho teniendo en cuenta lo trabajoso que es organizar unas elecciones en ese país. Una demora mayor podría haberse justificado, como cualquier otra irregularidad en este proceso, pero no había tiempo: el crudísimo invierno afgano arruinaría definitivamente cualquier tentativa electoral. En estas tres semanas –resume el CHRISTIAN SCIENCE MONITOR- hay que arbitrar fondos para otros funcionarios electorales menos sospechosos, financiar la intendencia y movilizar a observadores y protectores. Todo menos sencillo.
Karzai se resistía a la segunda vuelta porque teme que se le complique la victoria. En primer lugar, por la reacción negativa de su propia base social. Algunos analistas que conocen con cierto rigor el terreno aseguran que el presidente había dado garantías a numerosos jefes tribales pastunes de que este trámite iba a resolverse con el simulacro de agosto. Muchos se arriesgaron a arrastrar a sus subordinados a las urnas, asumiendo los riesgos de represalia de los talibanes. Incidir en el riesgo de nuevo podría ser temerario, y muchos jefes locales lo van a meditar cuidadosamente.
El segundo temor de Karzai es que su contrincante, el locuaz exministro de Exteriores, Abdullah Abdullah, con un 28% oficial de los votos en primera vuelta, en su condición de tayiko, sea capaz de concentrar el voto de las etnias minoritarias, las no pastunes, y superarle en la segunda vuelta. El establishment pastún que apoya a Karzai sospecha que Washington considera golosamente esta opción, de ahí que la contemple como un “complot anglosajón”, como ha detectado LE MONDE.
EL DILEMA DE OBAMA
La preocupación pastún seguramente es exagerada. Obama no es Bush: Karzai no le importa nada. Su hombre en la zona, Holbrooke, lo desprecia y Clinton considera que ha edificado un “narcoestado”. Pero Obama teme que propiciar un presidente no pastún sería como inyectar energía devastadora a los talibanes, pastunes irredentos.
Conscientes de que no les conviene dejar caer a Karzai, aunque no conserven hacia él simpatía ni respeto, los asesores de Obama han intentado discretamente ensayar el gobierno de coalición o unidad nacional. Son fórmulas de consumo corriente en Occidente, pero virtualmente inaplicables en el entorno afgano. Abdullah se deja querer, pero Karzai se resiste. Veremos si aguanta.
Por si finalmente no hay pacto y es preciso llegar a las elecciones, los soldados de la ISAF tienen que centrarse desde ya en reconstruir el cordón protector. La preocupación se centrará en la seguridad, en que no haya mucha sangre, más que en la limpieza del proceso. Los resultados probablemente se pactarán de una u otra manera.
En paralelo, el vecino gobierno de Pakistán tendrá que reducir o devolver a los agujeros a los talibanes del Waziristán fronterizo antes de que en las zonas más altas asomen las nieves. El ejército paquistaní cumple la misión con el recelo y malestar acostumbrados y con la confianza de que la operación no tenga consecuencias mayores. Los humillantes atentados recientes parecen provocaciones destinadas a forzar al máximo las contradicciones en la institución armada, precisamente en un momento en que la cúspide militar le había puesto las peras al cuarto al propio Presidente, el cada día más desamparado viudo de Benazir.
Obama se ha encerrado en este callejón oscuro llamado af-pak, sin tener nadie fiable en quien apoyarse. Sólo un milagro podría abrirle una salida: dar con Bin Laden, vivo o muerto, en algún lugar de ese avispero, antes del Día de Acción de Gracias. Luego, el invierno apagará los fusiles y aplacará los ánimos. Hasta la primavera, claro, que promete ser la más salvaje desde 2001.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario