01 de Octubre de 2009
Las negociaciones con Irán sobre la transparencia de su programa nuclear se reanudan en un clima de cierto dramatismo alentado por el “descubrimiento” occidental de la construcción de una nueva instalación de enriquecimiento de uranio en las proximidades de Qom, una de las ciudades emblemáticas del chiismo iraní.
Distintos líderes occidentales se apresuraron a denunciar el “último engaño” iraní, como una prueba más de que había llegado el momento de dar una especie de ultimátum a Teherán: o admite las inspecciones de todas sus instalaciones nucleares por parte de los organismos internacionales acreditados, o deberá afrontar sanciones internacionales.
Los iraníes niegan el engaño y desprecian las advertencias. En el diario KAYHAN, absolutamente afín al régimen, se asegura que “lo que los Occidentales consideran como resultado de sus investigaciones, no son más que hipótesis” basadas en información aportada por Irán, y resalta que el pasado 21 de septiembre, antes del anuncio en Pittsburgh, las autoridades nucleares iraníes habían informado por carta a la Agencia Internacional de la Energía Atómica de la existencia de la planta de Qom. El gobierno de Irán habría querido con ello “facilitar las negociaciones” de Ginebra.
Esta versión iraní de los últimos acontecimientos es ignorada en las cancillerías occidentales, que han recuperado la estrategia de la presión. Hay varios factores que explican el endurecimiento occidental.
- la “bunkerización” del régimen iraní, tras el desalentador desarrollo del proceso electoral. La neutralización de las fuerzas reformistas –previsible a tenor de la manera en que se desarrolló la crisis- ha dejado pocas esperanzas de flexibilidad. La llamada al cierre de filas frente al enemigo externo y sus cómplices interiores no auguraba una actitud conciliatoria.
- la apertura rusa a considerar sanciones, después de que Obama decidiera modificar el proyecto de escudo antimisiles, como venía pidiendo desde hace años el Kremlin.
- las presiones de Israel, que puede congelar indefinidamente las conversaciones de paz con los palestinos mientras no considere satisfechas sus demandas de seguridad frente a las potenciales amenazas iraníes.
- el creciente nerviosismo de los países árabes conservadores, que contemplan con no menos inquietud el programa de nuclearización iraní y que desean que este asunto se resuelva cuanto antes por su propia seguridad, pero también para favorecer el desbloqueo de las negociaciones regionales.
- y finalmente –y sólo con carácter instrumental- este supuesto último hallazgo de los servicios occidentales de inteligencia, presentado como una prueba de que Irán engaña y está dispuesto a poner a prueba la paciencia de la comunidad internacional.
A muchos chocará que el lenguaje más duro frente a Teherán se escuche en Berlín, Londres o París y no en Washington. Tiene su explicación. Los servicios de inteligencia europeos tendrían sus propios resultados, consistentes con los norteamericanos. Pero, además, contemplan la amenaza iraní como más cercana y el peso de sus opiniones públicas, después del fiasco electoral y de la emotividad provocada por la represión, favorece una respuesta más dura.
Estados Unidos, atrapado en Afganistán y con la retirada de Irak aún por resolver, necesita tiempo y sosiego, aunque no quiere por nada del mundo que su prudencia sea interpretada como debilidad por la guardia pretoriana de los ayatollahs. Por esa razón, el Jefe del Pentágono afirmó el pasado fin de semana en televisión que se dispone de “una variedad de opciones”, relacionadas con el sector energético y tecnología, en los que Irán evidencia una fuerte dependencia internacional. Pero la estrategia de las sanciones tiene sus límites. Los habituales de estas estrategias de presión y otras específicas de este caso, a saber:
LAS RESISTENCIAS DE CHINA Y RUSIA
La adopción de sanciones internacionales legales exige la luz verde imprescindible de Moscú y Pekin, miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Los rusos asomaron cierta predisposición favorable, después de la modificación del proyecto antimisiles, lo que provocó una cierta euforia en la delegación norteamericana que arropaba a Obama en la Asamblea General de la ONU. Luego, vinieron las matizaciones y aclaraciones del Kremlin. El presidente Medvedev aclaró que la intención de Moscú era “ayudar a Irán a tomar las decisiones adecuadas”. Esta frase se puede interpretar como se quiera, pero no constituye aval alguno para la adopción de sanciones.
En cuanto a China, las resistencias son aún mayores. Los dirigentes chinos son muy renuentes a sacrificar o poner en peligro sus intereses económicos bilaterales, resalta el semanario británico THE OBSERVER. La décima parte del petróleo que importa China proceda de Irán. Las inversiones chinas en el desarrollo del sector energético iraní –actuales y previstas- se estiman en unos 100 mil millones de dólares. El volumen de los intercambios comerciales ha pasado de 400 millones de dólares en 1994 a 29.000 millones en 2008. No es extraño que, como el número dos de la diplomacia china, He Yafei, solicitado al respecto en Nueva York, afirmara: “no me gusta el término sanciones”.
EL PERJUICIO A LA POBLACIÓN IRANÍ
Después de la experiencia iraquí, en la que las sanciones infringieron más sufrimiento al pueblo que a la casta dirigente de Saddam Hussein, no es políticamente aceptable insistir en el absurdo. Primero, porque a la represión y a las propias dificultades económicas que ya soportan los iraníes se añadirían nuevas penurias. Y segundo, porque sanciones que comporten efectos perniciosos directos en la población permitirían al régimen avalan su tesis de que a los Occidentales no les importa nada el bienestar iraní y sólo persiguen debilitar a la nación persa.
Por otro lado, la estrategia de confrontación colocaría en una posición muy incómoda a los reformistas, que defienden con orgullo el programa nuclear. Como señala Robert Cohen, uno de los articulistas norteamericanos que mejor conoce Irán, “el enriquecimiento del uranio es sagrado, porque simboliza la independencia del país, un poco como la nacionalización del sector petrolero en los años cincuenta”.
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