8 de mayo de 2013
Los bombardeos, con toda
seguridad israelíes, de instalaciones militares sirias cerca de Damasco han
supuesto una escalada hasta cierto punto sorpresiva en el conflicto. Otros dos
elementos recientes, el supuesto uso de armas químicas por el régimen de Assad
y las filtraciones sobre planes avanzados en Washington para apoyar de forma
más letal a los rebeldes, han disparado las especulaciones sobre un salto
cualitativo en el desarrollo de la crisis. Sin embargo, hay demasiadas zonas
oscuras que aconsejan un análisis cauteloso.
Hace
unos meses, el presidente Obama manifestó que el uso del arsenal químico por
parte de los militares leales al presidente sirio era una línea roja que podría
provocar una intervención más directa de Estados Unidos en el conflicto. Estos días, el NEW YORK TIMES y otros medios
norteamericanos han revelado el impacto que estas declaraciones de Obama
provocó en sus principales asesores, porque éstos aseguran que nunca se había
hablado de “línea roja” en la definición de la estrategia y en la clarificación
de los escenarios posibles.
¿DESLIZ DE OBAMA?
¿Cometió un desliz el Presidente? ¿Actuó,
como ha hecho en otras ocasiones, impulsado por una retórica humanitaria que
confundía los imperativos prácticos o estratégicos? Es difícil creerlo, porque
Obama no es precisamente un novato, ni un idealista. Pero, además, porque si
algo ha caracterizado a la posición del Presidente en todos estos largos meses de guerra civil ha
sido su marcada renuencia a una intervención directa de Estados Unidos.
Dos son las razones principales de la
cautela presidencial: primero, cierto rechazo a involucrarse en guerras ajenas
sin que haya amenazados intereses directos de Estados Unidos; y, en segundo
lugar, la creciente sensación de que no hay un bando claro al que apoyar, ya
que los rebeldes, a los que ya ayuda con información, logística y otros apoyos,
no han definido con claridad que el proyecto de país quieren y si serán capaces
de deshacerse de elementos islamistas radicales.
El fantasma de Irak –conflicto al que Obama
se opuso, en una actitud que significaría el comienzo de su ascenso político-
le ronda al Presidente con enorme persistencia. Dos peligros le alejan de una
involucración directa: verse atrapado en un conflicto con inevitables victimas
propias sin perfiles ni objetivos claros y la deriva aún más sangrienta de la
matanza entre sirios.
De ahí que sorprendieran sus referencias a "líneas rojas". Seguramente, Obama quiso intimidar al régimen sirio y evitar que acudiera a ese recurso militar para hacer retroceder a los rebeldes e invertir una tendencia negativa en la guerra. Los colaboradores del Presidente intentar explicar ahora que esas "líneas rojas" se referían no a episodios menores o puntuales, sino a un uso a gran escala o que comportara muchas víctimas.
Si se confirmara que los Assad ha llegado a
un punto de no control que les hubiera empujado a emplear de forma generalizada
ese armamento ‘prohibido’, Obama se enfrentaría al dilema de escalar el
compromiso militar norteamericano o arriesgar su credibilidad. Esto, con ser
negativo e indeseable, no sería, sin embargo, lo peor.
En los últimos días, una vieja conocida de
las causas internacionales, la ex fiscal del Tribunal de crímenes de guerra de
la antigua Yugoslavia Carla del Ponte, se ha atrevido a denunciar que,
efectivamente, se han empleado armas químicas en Siria... Pero no el gobierno, sino los rebeldes. Las
afirmaciones de la polémica jurista suiza han sido desautorizadas con cierta
celeridad en Washington y en la propia ONU, para la que sigue trabajando como
observadora. Pero sus afirmaciones ya han sembrado dudas.
EL PAPEL DE ISRAEL
Mientras los hombres del Presidente tratan
de gestionar los compromisos públicos de su jefe, Israel dejaba claro que no
tiene esos problemas y que sus “líneas rojas” son claras y precisas, y sus
actuaciones contundentes. El gobierno de Netanyahu habría querido abortar en su
fase de gestación unos supuestos planes de Assad de transferir a la milicia
libanesa chií de Hezbollah ciertos arsenales especialmente amenazantes para
Israel: los cohetes de fabricación iraní Fateh 110. Dos bombardeos contundentes en apenas dos
días, similares al ya efectuado en enero, llevaban el sello israelí, aunque las
autoridades de Jerusalén hayan guardado un reglamentario silencio. Han sido
fuentes norteamericanas las encargadas de confirmar extraoficialmente la
autoría israelí. Y, como era también de rigor, las posteriores valoraciones del
derecho a la defensa preventiva de su privilegiado aliado.
La camarilla siria no tiene fuerza ni
estómago para dar una réplica a su enemigo tradicional. La aparente facilidad
de la intervención israelí puede ser aprovechada por los halcones del Congreso.
Algunos ya señalan que el régimen sirio esta lo suficientemente debilitado como
para infligirle el golpe definitivo sin apenas riesgo. Por lo pronto, en la
Casa Blanca se limitan a decir que el Pentágono ultima planes de contingencia y
que todas las opciones están abiertas (bombardeos selectivos, zonas de
exclusión aérea, suministro de armas a los rebeldes, etc.). Pero, como ha
confirmado Kerry esta misma semana en Moscú, la opción preferente sigue siendo
diplomática; es decir, una rendición pactada de Assad.
Israel, en definitiva, hace su guerra, no
por cuenta de Estados Unidos o de sus aliados europeos o árabes. Los estrategas
israelíes no apuestan por nadie en el galimatías sirio. De ahí que Netanyahu
haya dicho expresamente que no quiere una guerra con Damasco. Es Irán y el
refuerzo de su aliado libanés Hezbollah lo que preocupa al mando israelí. Pero, se quiera o no, Assad sería victima
concurrente. El presidente sirio corre el riesgo de ser acosado aún más por los
rebeldes y de ser ridiculizado por Israel, sin mucha capacidad de respuesta.
Obama podría contemplar la rendición del régimen sirio sin haber disparado un
tiro. Pero, última paradoja, ahí no acabaría la pesadilla siria. Probablemente,
comenzaría de nuevo con una transición incierta y muy peligrosa.
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