22 de enero de 2020
Todos
los rusólogos -o mejor, los putinólogos- andan estos días
tratando de escudriñar lo que el presidente ruso esconde -o protege- detrás del
anuncio de próximas modificaciones constitucionales y de la ya acometida recomposición
del gobierno y otros órganos de poder.
De
momento, Putin dispone de un nuevo ejecutivo. Al frente ha colocado a Mijail
Mishustin, un tecnócrata que se encargaba hasta ahora del sistema impositivo,
donde, según opinión compartida, había demostrado su eficacia y su
implacabilidad (1). Lo que no obsta para que necesariamente se aplicara los
principios de rigor a si mismo. Circulan informaciones sobre manejos turbios de
sus propiedades y prácticas fiscales evasivas, que él ha negado.
Sospechas
aparte, el perfil de Mishustin ofrece pistas sobre lo que Putin espera de este gobierno
remasterizado: gestión pura y dura. Tecnocracia, sí, pero autoritaria,
según el modelo muñido pacientemente por el gran patrón (2) . El funcionariado
al que representa el nuevo jefe del gobierno mantiene estrechas relaciones y
comunión de intereses con los siloviki, la casta del personal de
seguridad de la que procede el propio Putin.
En el
gobierno permanecen los mismos pesos pesados, responsables de las carteras de
fuerza (Defensa, Interior, Seguridad) y otros departamentos clave (Exteriores,
Finanzas, Energía). De los treinta ministros sólo diez son nuevos, la mayoría en
departamentos sociales y económicos, telón de Aquiles del estancado aparato
productivo ruso.
El
nombramiento de Mishustin ha supuesto el aparente desplazamiento del hasta ahora
más fiel delfín de Putin, Dimitri Medvedev, con quien practicó el gambito de
puestos (presidencia y jefatura del
gobierno) entre 2008 y 2012, para seguir controlando de hecho el poder
efectivo.
Medvedev
no ha sido jubilado: Putin lo mantiene a su lado, en la vicepresidencia del Consejo
de Seguridad, un órgano que controla las parcelas más sensibles del Estado, una
especie de gobierno dentro del gobierno o de gobierno por encima del gobierno.
Sería, mutatis mutandis, una especie de Politburó de estos tiempos.
Estos
cambios -y otros de menor trascendencia- han coincidido con el anuncio de una
reforma constitucional, de la que aún no se sabe más que algunas pinceladas y
que será sometida a “consulta ciudadana” (o sea, a referéndum).
Los
elementos más destacados de la reforma son los siguientes:
- refuerzo
de los poderes de la Duma o Parlamento (nombramiento de algunos ministros y del
propio primer ministro, y no sólo ratificación, como hasta ahora).
-
eliminación de la limitación de mandatos del Jefe del Estados (ahora son dos,
consecutivos).
-
poderes adicionales para el Consejo de Estado, un órgano consultivo de escasa
relevancia hasta la fecha.
- más restricciones
para optar al puesto de Presidente, relacionadas con el tiempo de residencia en
Rusia y otros requisitos administrativos (un filtro ad hominem para
eliminar a competidores conocidos como el popular dirigente opositor Navalny).
-
preeminencia de la constitución rusa sobre las leyes internacionales, un
blindaje legal de inspiración nacionalista contra las interferencias
extranjeras en asuntos internos.
GATOPARDO
A LA RUSA
Hasta
aquí lo que se sabe. Y a partir de aquí, las especulaciones. Se hacen quinielas
sobre el papel que Putin se reserva para sí y acerca de cómo ha diseñado el
futuro de su reinado, después de veinte años manejando el timón. El
líder lo ha hecho con tiempo: su actual mandato expira en 2024. Con la constitución
actual, no podría presentarse a la reelección. Nadie cree que Putin, 67 años,
haya pensado en retirarse (3). Las elucubraciones se disparan. Estos son los
puestos en que los putinólogos (4) sitúan a Putin dentro de cuatro años.
1)
La eliminación de los límites de mandatos presidenciales le permitiría optar de
nuevo a la reelección. Es la opción más
obvia, pero el resto de cambios hace que los expertos se inclinen por salidas
más alambicadas.
2)
El Consejo de Estado con poderes reforzados es el destino al que apuntan muchas
de las predicciones. Sería un órgano de vigilancia de ese proyecto de
reconstrucción nacional de la Gran Rusia del que Putin habla confusa pero solemnemente
en ocasiones. Putin ya preside este organismo, pero en su nueva configuración
lo haría de forma vitalicia o ilimitada. Pasaría a ser una especie de Padre de
la Nación. Algo parecido al papel que jugó Deng en China cuando se retiró de la
primera línea institucional, o, salvando las distancias culturales y política, lo
que representa Ali Jamenei en la teocracia iraní: un garante de las esencias.
3)
El Consejo de Seguridad, solución menos solemne, más pragmática. El ejemplo más
cercano es Kazastán. El expresidente Nursultán Nazarbayev, líder de la independencia
en el periodo de descomposición de la URSS, asumió ese puesto para seguir
pilotando la nación, cuando abandonó la jefatura del Estado el año pasado.
4)
La Duma, reforzada en sus atribuciones de nombramientos gubernamentales, le
daría a Putin la facultad de elegir a los que gobiernen, controlarlos y
someterlos a escrutinio. Parece la opción más improbable.
Estas
alternativas reflejarían la aplicación del famoso axioma de Lampedusa contado
en El Gatopardo: cambiar aparentemente cosas para que nada cambie en
realidad.
¿STALIN
O ANDRÓPOV?
La
inmensa mayoría de analistas atribuyen a Putin la intención de perpetuarse en
el poder y convertirse en el dirigente más longevo de la Patria (ahora sólo le
supera Stalin). Y, sin embargo, hay que considerado si Putin, en realidad, ha piensa
en abandonar el poder, pero dejando establecida una arquitectura de poder que
garantice hasta donde sea posible la continuidad de su proyecto. Atado y bien
atado.
El
responsable de Eurasia en el Instituto de investigación en política exterior,
Chris Miller, recuerda que el maestro e inspirador de Putin fue Yuri Andrópov,
su jefe durante mucho años en el KGB, efímero líder soviético entre 1983 y 1984
y mentor público de Gorbachov. Andrópov accedió a la cúspide PCUS sabedor de
que no viviría mucho; por tanto, su intención no era desarrollar un proyecto de
liderazgo sino encauzar un sistema a la deriva y seleccionar al encargado de
conducir el barco en momentos tan delicados (5). Incluso se ha apuntado la posibilidad de que Putin,
como Andropov en su día, estuviera también enfermo, pero no parece que esta especulación
tenga fundamento alguno.
Lo
que es seguro es que seguirán haciéndose cábalas hasta que el líder ruso desvele
sus verdaderas intenciones.
NOTAS
(1) “Mikhaïl Michoustine, spécialiste des
impôts et poète à ses heures, désigné premier minister russe”. LE MONDE,
18 de enero.
(2) “Russia’s new prime minister augurs
Techno-Authoritarianism”. JOSEPH W. SULLIVAN. FOREIGN POLICY, 20 de enero.
(3) “Putin, the Great. Russia’s Imperial impostor”.
SUSAN B. GLASSER. FOREIGN AFFAIRS,
septiembre-octubre 2019.
(4) “Did Putin just appoint himself President
for life?”. DIMITRI TENIN, ALEXANDER BAUNOV, ANDREI KOLESNIKOV Y TATIANA
STANOVAYA). CARNEGIE MOSCOW
CENTER, 17 de enero.
(5) “Succession and Punishment”. CHRIS MILLER. FOREIGN
POLICY, 21 de enero.
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