24 de enero de 2013
Barack
Obama inauguró el lunes su segundo mandato con lo que mejor hace y lo que más
le gusta: inspirar a buena parte de la población con ideas, proyectos y
visiones. Aunque atemperado por el desgaste de cuatro años difíciles y
desiguales, Obama rescató su capacidad de conectar con las aspiraciones de mucha
gente en Estados Unidos, de interpretar el ánimo de cambio y progreso del país
y su empatía con los más desfavorecidos ("los pobres, los enfermos, los
marginados y las víctimas de los prejuicios").
Hay
bastante coincidencia en que Obama presentó y defendió una "agenda
progresista" para su segundo mandato. Conectó con el final de la reciente
campaña, después de un comienzo vacilante y hasta desastroso. Con el triunfo,
estrecho pero convincente, acumuló capital político y energía combativa. Salió
del trance del engañoso "abismo fiscal" y se dispone ahora a
gobernar.
Advertencia:
Obama declama como progresista y actúa como centrista. Así lo ve al menos un
importante sector de la izquierda norteamericana que, pese a las decepciones,
todavía lo respalda. No tendrá ya apenas margen de error o vacilaciones. Suele
decirse que el segundo periodo se les hace más corto a los presidentes. Los dos
primeros años son los decisivos; en el tercero, la preocupación por el legado
se hace obsesiva; y el año final todo el mundo está pendiente del desarrollo de
las primarias, con dos candidatos frescos acaparando el interés. El inquilino
de la Casa Blanca se convierte, salvo en casos de crisis grave, en un político en declive.
LOS
GRANDES RETOS
Los
estrategas de Obama han señalado tres objetivos inmediatos de este segundo
mandato: regularizar y legalizar la inmigración, controlar el uso particular de
las armas de fuego, nivelar algunas desigualdades sociales y arreglar viejas
quiebras del sistema político. Luego existen otros asuntos domésticos también
de importancia pero menor impacto y la aspiración de dejar la economía mejor de
como la encontró. Los asuntos exteriores, por supuesto, aparecen en segunda
fila, no olvidados, pero con las energías subordinadas a la culminación de una
agenda interior más ambiciosa.
La
inmigración es la gran prioridad de este año. Obama quiere dejar arreglado
pronto (como muy tarde, en verano) un asunto que dejó pendiente en su primer
periodo presidencial, aunque los electores latinos, los principales afectados
por las carencias en la materia, se lo perdonaron y le brindaron un masivo
apoyo a su reelección (el 71% le otorgó su voto).
Hay
ya una comisión bipartidaria constituida y trabajando. Está integrada por pesos
pesados de Capitol Hill. Los demócratas, sabedores de la importancia de
la cuestión, han apretado los dientes y están dispuestos a que los republicanos
no boicoteen o rebajen sus ambiciones de legalizar a los 11 millones de
ilegales. El programa incluye la consolidación de la seguridad fronteriza, el
cese de la persecución de los sin papeles por cuestiones menores; la progresiva
integración social mediante la inserción educativa y laboral; absorción laboral
reglada para el futuro; en definitiva, todos los pasos necesarios para alcanzar
su conversión en ciudadanos de pleno derecho.
Los
republicanos están divididos. El sector ultra conservador sigue mostrándose
hostil y aun cuando muchas voces en el Partido han dado la voz de alarma por el
desapego electoral de las minorías, no parecen dispuestos a ceder
completamente. Sin embargo, sus principales activos electorales en auge, como
el Senador latino Marcos Rubio, parecen imponerse y están dispuestos a negociar.
Aceptan los moderados la meta final de la ciudadanía, pero por etapas, con
reconocimientos provisionales primero y plazos, procesos y condiciones más
severas que los demócratas. El argumento de Rubio y sus afines es que no se
puede tratar por igual a los que han actuado de forma legal y a los que han
hecho trampas. Los demócratas replican que no están planteando una suerte de
amnistía. El punto de acuerdo está a la vista, según los observadores del
proceso.
En
el control de armas, Obama ha cumplido su promesa, después de la última matanza
en Newtown (Connecticut), el pasado diciembre, y ha presentado una batería de
medidas ejecutivas que espera poder implantar a pesar de las resistencias
conservadoras y del abierto desafío de los poderosos lobbies del sector.
Los
datos indican que la iniciativa presidencial de combatir esta plaga fue
respondida con una compra masiva de armas, municiones y complementos como no se
recordaba en Estados Unidos. Como en las vísperas de la ley seca, los
norteamericanos amantes de las armas corrieron a ampliar o modernizar sus
arsenales.
Las
iniciativas en política social no están tan dibujadas y seguramente encontrarán
obstáculos más numerosos e intrincados. En materia de derechos políticos, Obama hizo
una referencia alentadora al sistema de votación, caduco, perverso en algunos
casos, e incluso corrupto en momentos y
enclaves puntuales.
CAMBIAR
EL RUMBO
Para
cumplir con este programa, o al menos para hacerlo avanzar, Obama confía en
superar el discurso neoliberal y ultraindividualista, casi darwiniano, que se
ha apoderado del escenario político nacional (y occidental) desde finales de
los setenta. Sus frases "We must act" ("Tenemos que
actuar"), o "no somos una nación de 'takers' ( traducible por
'tomadores' o 'mantenidos') entroncan
con el principio de que el Gobierno puede ayudar a resolver los problemas y no
es, necesaria y fatalmente, parte de los mismos.
En
el discurso de su segunda inauguración, Obama se sumergió en una oratoria que
entronca con Lincoln y Martin Luther Kin, de compromiso con la justicia, por
encima de los cálculos y las componendas políticas. Lo que no le impedirá
enredarse en ellas desde esta misma semana, sin duda. En un soberbio artículo
para THE NEW YORKER, el destacado periodista Ryan Lizza ya desentrañó el
desengaño de Obama ante la limitación de su poder para superar la maquinaria de
Washington. Hace unos días, Jodi Kantor, en el NEW YORK TIMES, comparaba
el estado de ánimo y la actitud de los Obama cuatro años después de cuatro años
a la Casa Blanca y lo comparaba con el que mantenían al llegar, objeto en su
día de de otro trabajo periodístico suyo. La conclusión no sorprende: la pareja
no es la misma, a decir de sus amigos y allegados. No hay que confundirse: no
es que hayan perdido la inocencia (eso ocurrió mucho antes de ganar la presidencia).
Simplemente, aun no siendo triturados por el poder, se han visto obligados a
acomodarse a sus exigencias.
Pero
ni las decepciones, ni el desgaste, ni las limitaciones comprensibles hacen
imperativo un fracaso de la 'era Obama'. Tiene tiempo para hacer un buen
trabajo, cumplir una agenda razonable de cambio y darle la vuelta a la
tendencia histórica. No sólo se lo agradecerá el pueblo en nombre del que
habla, sino todos los de este continente.
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