18 de Marzo de 2015
‘Gevalt’ es un término en yiddish que puede traducirse como
‘alarma’. O peligro. Los israelíes lo han utilizado profusamente en las últimas
semanas para definir el tono de la campaña de las elecciones generales
anticipadas.
Pues
bien, la alarma o el peligro genera miedo, y ése parece haber sido el factor
dominante en la decisión final´de los electores israelíes. El primer ministro
saliente, Benjamin Netanyahu, ha conseguido imponer su mensaje de ‘peligro’ y
convertir al Likud en el partido más votado: podría tener 30 diputados en la
próxima Knesset frente a los 24 estimados de la coalición de centro izquierda
Unión Sionista. Hace sólo unos días, los sondeos predecían que el principal
bloque opositor obtendría tres escaños más que el Likud.
¿EL ‘FAROL’ DE
NETANYAHU?
En las últimas
horas de la campaña, Netanyahu exhibió un triunfo que tal vez tenía guardado
debajo de la manga. Afirmó que si él seguía gobernando el país, no habría
Estado Palestino. Es decir, renunciaba formalmente a lo que había demostrado en
la práctica. Este pronunciamiento de Netanyahu fue interpretado de distintas
maneras, en las frenéticas horas previas a la apertura de las urnas.
Para algunos,
se trataba de un intento desesperado de atraerse a los indecisos preocupados
por la seguridad, aunque descontentos con la gestión económica del gobierno;
pero sobre todo a votantes de otros partidos más a la derecha que encontraran
más útil reforzar al principal partido del campo de la firmeza.
Otros analistas,
ya fueran sectores opositores, escépticos o simplemente lectores de la
trayectoria cínica del personaje, tendían
a considerar que Bibi había
simplemente jugado de farol, enviando
el mensaje deseado en el momento justo: en el pretil de la decisión final. No
necesariamente debía ser un recurso de última hora. Conociendo sus habilidades
tácticas, bien podía haber planificado el ‘timing’
desde el principio, sabedor de que la campaña no iba a ser decisiva y que el
lecho de indecisos se iba a mantener bien nutrido hasta el final.
En todo caso, el
truco ha funcionado. Su victoria no
es concluyente, pero es lo máximo a lo que podía aspirar. Ahora tendrá que
pactar con sus dos aliados extremistas más próximos (Hogar Judío y Nuestra Casa
Israel) en la escala ideológica, sin demasiadas dificultades. Pero como no será
suficiente para conseguir los 61 escaños que otorgan la mayoría en la Knesset,
no dudará en ponerse conciliador y hasta obsequioso con Moshé Kahlon, el
disidente del Likud que hace dos años le dejo plantado para fundar un enésimo
partido. Se espera que le ofrezca el caramelo (envenenado) del Ministerio de
Finanzas, con lo que Kahlon podrá creer que finalmente ha hecho claudicar a
Netanyahu, ya que fueron precisamente las desavenencias económicas lo que
precipitaron la ruptura.
UN PANORAMA INQUIETANTE
Dicho esto, no
nos engañemos, a lo que hemos asistido el martes en Israel es a la
supervivencia política de Netanyahu, más que a una victoria electoral. El
resultado no esconde otros elementos inquietantes para el futuro de Israel y de
la zona. Son los siguientes:
1.- El próximo
gobierno de coalición conservadora no va a ser más sólido que el anterior, por
mucho que se beneficiedel impulso que supone ganar cuando algunos ya lo
consideraban amortizado. El efecto puede ser intenso, pero efímero. No son
descartables otras elecciones anticipadas. O, para prevenirlo, un intento de
modificar la ley electoral y enterrar uno de los pocos los escrúpulos
democráticos originarios que se mantienen en Israel.
2.- Los otros
grandes triunfadores de la jornada han sido los árabes israelíes. Unidos en una
lista conjunta, han mejorado su representación parlamentaria hasta convertirse
en el tercer bloque de la Cámara única israelí, sólo por detrás del Likud y de
la coalición Unión Sionista. El discurso cada vez más extremista de Netanyahu,
sus planes de ‘judaización’ del Estado de Israel y su aparente abandono del
proceso de paz con los palestinos fortalecerá a los árabes israelíes y abrirá
aún más las heridas existentes con una población que aumenta en proporción
semejante a cómo se lesionan sus derechos de todo tipo.
3.- La
decepción laborista, una más, arrastra en esta ocasión a su socio centrista más
proclive a negociar con los palestinos: la discreta Tzipi Livni y su partido, Hatnua,
minúsculo, pero como tantos otros que se sientan en la Knesset). El
debilitamiento de las opciones moderadas se confirma. Otra alarma: distinta,
pero más real. La derrota, después de haber acariciado la victoria, puede
provocar una amargura aún mayor y, desde lugar, acentuar las habituales
tendencias cainitas en el laborismo
israelí. El débil liderazgo de Herzog podría no resistir este fracaso (1)
4.- Si antes
de las elecciones israelíes la Autoridad Palestina ya proclamaba, aunque sólo
fuera para guardar las apariencias, su indiferencia por el resultado, parece
claro que la continuidad de Netanyahu reforzará su estrategia de alejarse del
camino negociador e insistir en su denuncia de Israel ante los foros
internacionales. Sería una confrontación ‘diplomática’. Menos probable es otra Intifada o la convergencia, siquiera oculta,
con otros movimientos más radicales. La congelación del proceso de paz podría
tomar carta de naturaleza, se reconozca públicamente o no. El pacto de un
gobierno de unidad con Hamas podría
desbloquearse después de un año y medio de titubeos y desconfianza
indisimulada (2).
5.- Una
mayoría exigua de israelíes no sólo han votado por Netanyahu, sino también
contra Obama. Aunque no se haya inmiscuido en las elecciones, naturalmente, los
deseos del presidente norteamericano eran un secreto a veces. Después del
discurso ante el Congreso, Netanyahu “quemó las naves”, según confesiones de
algunos colaboradores de la Casa Blanca. Los republicanos (y los demócratas
disconformes con su líder) se deben estar frotando las manos por esta “derrota”
interpuesta de Obama.
6.- Están por
ver las consecuencias de este revés en las negociaciones con Irán. La
administración norteamericana no debería dar la sensación de sentirse
intimidada por el refuerzo del primer ministro israelí. Otra cosa es cómo
reaccionen los iraníes. Los moderados (el Presidente y su ministro de
exteriores a la cabeza) pueden aprovechar el anclaje de Israel en posiciones
intransigentes para resaltar su posición flexible y negociadora y favorecer el
acuerdo. Por el contrario, los enemigos del pacto pueden considerar que, con
Netanyahu presionando con renovado vigor desde Israel, la próxima
administración en Washington se las apañaría para convertir el acuerdo en papel
mojado, sin descartar la represalia militar. Igual daría que el próximo
presidente fuera republicano o demócrata, sobre todo si en estos últimos se
confirmara la opción Hillary,
favorita sin discusión en esta hora.
Israel ha
completado una lenta evolución como Estado y como proyecto de convivencia. La
idea de una sociedad abierta y progresista, laboratorio de experiencias de
colectivismo igualitario y justicia social, es hoy un lejano recuerdo. Las
tensiones económicas, los efectos perturbadores de una inmigración judía convocada
por el temor a una inferioridad demográfica en todo caso inevitable, la
incapacidad para generar, sustentar y explicar una estrategia de paz con los
palestinos… todos esos factores y algunos más han arrinconado a amplios
sectores de la sociedad israelí en ese espacio de ansiedad e impredecibilidad
que se resume en la ‘gevalt’: la
alarma. El miedo.
(1) Muy
recomendable la entrevista con Zeev Sternhell, historiador y referente
intelectual de la izquierda israelí, que LE MONDE publicó el 14 de marzo.
(2) Sobre
las previsibles actuaciones venideras de la Autoridad Palestina, es interesante
el artículo titulado “Forget the Knesset. I’ll see you at The Hague”, firmado
por GRANT RUMLEY, en FOREIGN POLICY,
el 12 de marzo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario