12 de Marzo de 2015
Irak
ha sido un pandemónium, en mayor o menor grado, desde la invasión de los
Estados Unidos y sus aliados, en 2003. La población se ha resignado al caos,
aunque haya parecido que, en algunos periodos, el país se encaminaba por una
senda de relativa calma y normalidad. Puros espejismos. A cada pausa sucedía una
complicación aún más perniciosa.
La
emergencia del DAESH (Estado Islámico) parece haber superado todos los niveles
de destrucción y crueldad. En realidad, los fanáticos del Califato no tienen la exclusividad de hacer daño y sumir al país en
el caos. Las luchas sectarias que asolan Irak desde hace una década no se han
extinguido nunca; por el contrario, se reavivan a la menor ocasión (o excusa).
Y estamos en un momento particularmente peligroso.
TIKRIT,
COMO MODELO
La
actual ofensiva del gobierno iraquí contra el DAESH al norte de Bagdad, en la
provincia de Salahadin, con el objetivo de reconquistar Tikrit, la ciudad de
Saddam Hussein, está protagonizada por las milicias chiíes. Estos grupos
armados, variados y obedientes a distintos partidos, movimientos o sectores del
chiísmo, comparten credo y en parte proyecto político, pero discrepan en
estrategias y tácticas. La rivalidad que se aprecia entre ellas responde a la
ambición de ganar la hegemonía en el bando confesional mayoritario en el país.
Se trata de una lucha a muerte, sin apenas concesiones. Sólo el empeño en
derrotar a un enemigo común, poderoso y temible, les mantiene más o menos unidas.
Pero puede apostarse a que, si el DAESH es derrotado, no pasará mucho tiempo
hasta que las milicias chiíes diriman sus diferencias a tiros.
En
este panorama, el gobierno de Bagdad se encuentra maniatado. El ejército
regular, es débil, sus bases de reclutamiento, organización y mantenimiento
están corrompidas. Los sucesivos ejecutivos no han sido capaces de mantener la
neutralidad exigible en la gestión de unos cuerpos de seguridad. Su debilidad
–o la codicia apenas disimulada- les ha llevado a depender peligrosamente de
estas milicias. De hecho, el primer ministro actual, Abadi, en quien tantas
esperanzas se habían depositado para desterrar el sectarismo, se ha visto
obligado –o no ha querido oponerse- a nombrar al jefe de la principal milicia (Badr) como ministro del Interior. En la
práctica (y la más apabullante es el combate), no hay diferencia operativa
entre el ejército regular y las milicias chiíes. En Tikrit esa fusión ha sido
bien palpable y, seguramente, la clave de la reconquista de la ciudad.
IRAN
PROTEGE PERO NO UNE
Todas las milicias
chiíes son tan leales a Irán como a su propio país. Este es el único denominador
común. Lo que les diferencia, sobre todo, es la disposición a cooperar con los
Estados Unidos. Lo que tal vez responsa a la ambiguedad de Teheran frente al 'Gran
Satán'.
Badr, la principal milicia, es la más
favorable a colaborar con los norteamericanos, pese a que su creación,
organización y apoyos la relacionan estrechamente con el vecino Irán. Esta
milicia no participó nunca en ataques contras las fuerzas de ocupación
estadounidense, ya que su estrategia pasó siempre por consolidar su influencia
política en el ejecutivo de Bagdad.
En
cambio, otras de las milicias chiíes más activas, Asaib Ahl Al-Haq, rechaza por completo la colaboración con los
Estados Unidos. De hecho, sus portavoces aseguran que el DAESH es una creación
conjunta de norteamericanos e israelíes y ven en la emergencia del Califato una
conspiración sionista. Aunque cuentan también con el apoyo iraní (no puede ser
de otra manera, siendo chií en Irak), sus actuaciones se asimilarían a la
función de “poli malo” de Teherán, al que se acude en ciertos momentos para
marcar terreno.
Una
tercera milicia, la histórica del clérigo Muqtar Al Sadr, el enemigo más feroz
de los norteamericanos durante la ocupación, ha sido ahora rebautizada como Brigadas de la Paz. Para sorpresa de
muchos, esta milicia ha adoptado una actitud conciliatoria.
No sólo se ha retirado de la ofensiva de Tikrit, sino que Al Sadr ha acusado a
las otras milicias chiitas de acudir a tácticas “sucias” para derrotar al DAESH.
Oficialmente,
los seguidores de Al Sadr sostienen que otra de las razones para no implicarse
en esta ofensiva contra los ‘califales’
es el rechazo al papel más o menos preponderante que pueda jugar Estados Unidos
en esta nueva guerra, aunque en Tikrit se mantenga oficialmente al margen.
Algunos observadores creen, sin embargo, que hay otros motivos menos
reconocibles en el cambio de táctico del clérigo chií: muy probablemente, su
intento de establecer relaciones constructivas con la comunidad sunní, para
fortalecer sus opciones políticas en un escenario futuro, más limpio, de
colaboración inter-confesional (1).
EL DILEMA DE
LOS SUNNÍES
En el bando
sunní, la división es también la norma. Lo ha sido siempre, desde que Al Qaeda,
bajo el liderazgo de Al Zarqawi, asumiera el protagonismo de la resistencia
sunní contra los norteamericanos, en 2005. La brutalidad del díscolo pupilo de
Bin Laden provocó la repugnancia de muchos jefes tribales en las regiones al
norte y oeste de Bagdad, lo que aprovechó el General Petreus para diseñar Awakening, un proyecto para alejar a las
comunidades suníes de la hegemonía yihadista.
Desgraciadamente,
el sectarismo del gobierno Al-Maliki volvió a convencer a los líderes tribales
suníes de que no podían esperar nada del gobierno central de Bagdad y, cuando
los extremistas del DAESH lanzaron su ofensiva a finales de 2013 y principios
en 2014 en sus zonas de influencia, no opusieron una resistencia relevante.
Ahora, tras
las barbaridades califales, los sunníes
parecen forzados a un nuevo giro en su política de alianzas. Según
informaciones oficiales iraquíes (2), cinco mil milicianos sunníes estarían
participando junto a los chiíes en la campaña de Tikrit, pero no en misiones
directas de combate, sino en labores de inteligencia y orientación sobre el
terreno. Lo que parece claro, según puede apreciarse en los video, que los
sunníes, hastiados de la brutalidad del DAESH, han decidido actuar de 'quinta
columna' y cooperar con las milicias chiíes en Tikrit.
En definitiva, el fin del Califato no implicaría
necesariamente un proceso de estabilidad en Irak, como tampoco puede esperarse
tal horizonte venturoso en Siria, si el DAESH fuera derrotado y el régimen de
los Assad derrocado. Mientras no haya un gran pacto regional, en el que se
comprometan Irán y Arabia Saudí en primer término, la guerra absoluta será una
realidad o una amenaza inminente.
(1)
Dos artículos recientes en
FOREIGN POLICY abordan orientación y tácticas de las milicias chiíes iraquíes y
su dependencia de Iran. A
saber: “For God and Country, and Iran”, de DAVID KENNER, 5 de marzo; e “Iran’s Shiite Militias are running amok in Iraq”, de
ALI KHEDERY, 19 de febrero.
(2)
NEW YORK TIMES, 5 de
marzo.
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