5 de Marzo de 2015
El
primer ministro de Israel ha defendido esta semana en Washington su oposición
frontal a las negociaciones sobre el programa nuclear de Irán, afianzando su
confrontación con la administración norteamericana, con el apoyo de la
oposición republicana, fortalecida en el Congreso. Netanyahu presentó su oposición
al proyecto nuclear de Irán como un "combate contra la tiranía", lo que valió a
sus exégetas para compararlo con Churchill en su llamada la resistencia frente
a los nazis. Tal vez Bibi consiguiera lo que buscaba. ¿Pero a qué
precio?
EL
RUIDO Y LA FURIA
Presentándose
como defensor a ultranza de la seguridad de su pueblo, buscaba agrandar su estatura de líder
nacional, en vísperas de unas elecciones, cuando su credibilidad, capacidad y
habilidad para serlo está más cuestionada que nunca. Lo está para sus
adversarios, en el centro y en la izquierda; pero también para sus aliados de
la derecha, que desconfían de su cinismo político, de su propensión al
oportunismo y la maniobra, y se creen capaces de apartarlo de la posición
predominante entre el electorado conservador o tradicional.
¿Qué
ha obtenido? Un homenaje ruidoso, pelín extravagante, un tanto obsceno,
viniendo de los patricios de la política norteamericana. Más allá de las
motivaciones partidarias que sin duda las tiene, se entiende el comentario de
la congresista demócrata Nancy Pelosi: “Netanyahu ha insultado a la
inteligencia de Estados Unidos” por sus burdos reproches al esfuerzo de la
administración por conseguir un control negociado del proyecto nuclear iraní.
¿El
precio? El daño ocasionado a uno de los activos más sólidos, inconmovibles y
permanentes de la política exterior norteamericana: el apoyo prácticamente
incondicional a Israel, por encima de cualquier división política o
ideológica. No es extraño que Netanyahu
se disculpara por haber creado esa incomodidad tan irritante entre republicanos
y demócratas. Sabe que lo ha hecho, que ha sido el causante necesario. Por
mucho que, en la tribuna, dejara escapar unas cuantas lágrimas de cocodrilo por
las fricciones de los últimos meses.
Lo
peor para el primer ministro israelí es que, al cabo, todo este estropicio
puede volverse dramáticamente contra él, si, como parece, las negociaciones de
Ginebra concluyen de manera satisfactoria y creíble. Y más aún si, pese a todo
su empeño teatral, los israelíes ponen por encima de los cantos de sirena y las
invocaciones catastróficas, la necesidad de un cambio, de una mayor
flexibilidad, de una recuperación de la sensatez en las relaciones con el
estado y/o país que ha sido, es y seguirá siendo el principal protector de
Israel.
LA
INCONSISTENCIA DE NETANYAHU
Las
negociaciones nucleares con Teherán pivotan sobre un objetivo cardinal: ya que
la infraestructura atómica de Irán es un hecho, se trataría de limitar la
dimensión y el desarrollo de las instalaciones y establecer un sistema de control
y verificación para impedir que Irán pueda pasar a la fase de construcción de
la bomba en menos de un año. A eso se le llama, en la jerga técnica de las
negociaciones, el “break-out”.
Obama y sus
colaboradores se empeñan en consolidar garantías. Si Irán incumpliera el
acuerdo, o se negara a prolongarlo cuando termine la vigencia del mismo (se
barajan al menos 10 años), Estados Unidos se asegurará de tener tiempo
suficiente para detener la producción del arma nuclear ofensiva. Es lo máximo
que se puede hacer. No es lo ideal, por supuesto, pero no hay mejor
alternativa.
La posición de
Netanyahu es arriesgada porque está fundamentada en un farol demasiado grande
para esconderlo. Califica el presentido acuerdo como "malo, muy
malo", pero su apuesta es pura y simplemente militar. Aunque no lo diga de
forma expresa, sus fórmulas son, mutatis mutandis: ‘liquidemos las
instalaciones nucleares de Irán’. O, incluso, de forma más esquinada y
peligrosa: ‘forcemos la caída de los ayatollahs’.
La
posición de la administración norteamericana, aunque haya suscitado críticas de
algunos escépticos, es compartida por la mayoría de analistas y expertos,
participantes o no en algún momento de las negociaciones. Incluso los que dudan
del posible acuerdo entre Irán, de su voluntad negociadora y más aún de su
compromiso por cumplir lo pactado, reiteran que Netanyahu no ofrece una
alternativa más creíble (1).
Los
únicos que han hecho la ola a Netanyahu, los que lo aclaman como un semidiós de
la democracia en un entorno regional de tiranía, guerra y caos, son la gran
mayoría de los republicanos, algunos demócratas (por convicción o por miedo a perder
el respaldo del lobby judío), Republicano (o la mayoría de ellos), los agitadores
derechistas sin conocimientos de la realidad internacional y, ante todo, los
que, por encima de cualquier consideración política o estratégica, odian a
Obama.
EL PULSO DE OBAMA
El Presidente parece
haber renunciado a la reconciliación con Netanyahu. Y aunque evita
cuidadosamente inmiscuirse en las elecciones israelíes, uno de los principales
artífices de su campaña de reelección asesora a una ong israelí que persigue la derrota del actual primer ministro. En
su comentario al discurso de Netanyahu en Capitolio, Obama se mostró suavemente
desdeñoso. Dijo que no lo había escuchado porque a esa hora participaba en una video
conferencia con líderes europeos para tratar de Ucrania. Pero afirmó que, según
un resumen que había “ojeado”, el primer ministro israelí no había dicho “nada
nuevo” y calificó su presencia en el Congreso como gesto “teatral”.
Días
antes, su consejera de seguridad nacional, Susan Rice, había dejado traslucir
la frustración de la Casa Blanca por la conducta de Netanyahu, al definir como
“destructiva” la conducta del mandatario israelí. “Temporalmente destructiva”,
matizó luego Obama, en un guiño más diplomático. Ciertamente, un Presidente
norteamericano no puede mantener por mucho tiempo la tensión con Israel, o con
su principal dirigente, aunque Obama no es el primero que ha tenido que
soportar esta situación.
Clinton no
escondió sus preferencias por Shimon Peres en las elecciones de 1996, harto de
la arrogancia del Netanyahu emergente de entonces en el asunto de la colonización
de Cisjordania. Y Bush padre llegó a negarle al entonces líder derechista,
Isaac Shamir, las habituales garantías de los préstamos suscritos por Israel, por
el mismo motivo. Habría más ejemplos históricos de desencuentros, pero nunca se
nunca se había llegado tan lejos, ni la disputa en las “relaciones
privilegiadas” había adquirido un tono tan agrio.
Hay
pronósticos para todos los gustos. Pero da la impresión de que Obama ha cruzado
el Rubicón con Netanyahu y ahora
cualquier vuelta atrás dinamitaría su credibilidad y proyectaría una sombra
dañina sobre su legado. Después de todo, los dos tercios de los norteamericanos
favorecen un acuerdo con Irán, sin apenas distinción entre ciudadanos
demócratas y republicanos (66%/61%).Ç
Netanyahu pude
haber cometido un grave error de cálculo. De poco podría valerle haberse
exhibido como Apolo en el Capitolio, donde quizás haya obtenido el certificado
de autenticidad a sus predicciones catastrofistas sobre un Irán nuclearizado,
si la Casa Blanca consigue reducirlo a Casandra y convencer a Estados Unidos y
al mundo que sus vaticinios son pura invención oportunista o delirio
desconectado de la realidad.
(1) THOMAS FRIEDMAN. “What Bibi Didn’t Say”. NYT, 3
de marzo. Un ex-negociador con Irán, Ihra Goldenberg, llega incluso a
sugerir que Netanhayu podría haber aceptado parcialmente el acuerdo, pese a la
retórica combativa de su discurso (“A silver lining in the Netanyahu’s
thunderous speech”, firmado por YOCHI DREAZEN, en FOREIGN POLICY, 3 de marzo).
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