26 de Marzo de 2015
Hay
cierto aire de irrealidad en la riña que protagonizan Obama y Netanyahu. No
porque falten los motivos para la disputa, que son aparentemente importantes y muy
agrios. Pero visto con perspectiva histórica y estratégica, el conflicto
perjudica a ambas partes y resulta del todo insostenible a medio plazo.
CONTROL
DE DAÑOS
En
las últimas horas, se ha detectado una ofensiva propagandística israelí,
primero para hacer control de daños y, en segunda instancia, para desplazar
hacia la Casa Blanca la parte más gruesa de la responsabilidad de la querella.
El intento se antoja grosero, a poco que se analice con neutralidad lo
ocurrido.
El desencuentro entre Obama y Netanyahu se
debe a dos motivos fundamentales: la firmeza de la Casa Blanca en negociar con Teherán
el control y neutralización (ya que no es posible la eliminación) de su proyecto nuclear iraní y
el empeño de Washington en resolver conflicto palestino-israelí mediante la fórmula
de los 'dos Estados'. Por si solas, las discrepancias no deberían haber salido
de los cauces habituales. Pero hace tiempo que la desconfianza y desagrado mutuo
entre ambos dirigentes ha provocado el desbordamiento.
Cuando
las cosas empezaron a ponerse tensas, Obama intentó enfriar los ánimos, pero
Netanyahu se sintió fuerte por la política desleal de los republicanos y jugó a
practicar la 'pinza' contra el presidente norteamericano, quizás con el
convencimiento de que éste cedería o buscaría la manera de satisfacer las
aspiraciones de la derecha nacionalista israelí.
Pero
Obama hizo todo lo contrario: mantuvo las negociaciones con Irán, aunque con
ello asumiría el enorme riesgo del fracaso. Netanyahu dobló y triplicó las apuestas.
Y llegó hasta quizás lo imperdonable: se avino con entusiasmo a la invitación
republicana, sin el consentimiento del despacho oval, para pronunciar un discurso
ante el Congreso con el propósito de alertar del riesgo que supone para Israel
no destruir el programa nuclear iraní. Para más escarnio, ese discurso se programó
en tiempo de campaña electoral israelí. Lo cual confundía intereses nacionales
y partidistas.
El
resultado de este envite no fue el esperado. Las encuestas posteriores al
discurso no arrojaban un repunte del Likud. Netanyahu sacó entonces una carta
que escondía desde hacía tiempo debajo de la manga: desafió a Washington con el
rechazo del Estado palestino y, por si esto fuera poco, se despachó con
pronunciamientos despectivos sobre el voto de los árabes israelíes (conducidos
a votar 'en hordas', en autobuses 'fletados por la izquierda', dijo).
Esta
"sorpresa" final de campaña irritó sobremanera a la Casa Blanca. Y
mucho más al comprobar que resultó eficaz, pues Netanyahu ganó. E presidente
retrasó más de lo habitual la felicitación obligada y reprochó al primer
ministro sus referencias despectivas al voto árabe y el rechazo a la creación
del Estado palestino. En consecuencia, Obama le advirtió a Netanyahu que "su
gobierno tendría que reevaluar sus opciones en Oriente Medio". En Israel y
en los sectores más proísraelíes de Estados Unidos se activaron las alarmas.
Numerosos analistas han coincidido en diagnosticar estos días que nunca un
presidente norteamericano se ha atrevido a llegar tan lejos en la crítica de su
aliado privilegiado en Oriente Medio.
EL
GIRO CÍNICO DE NETANYAHU
En
otro gesto, seguramente tan calculado como los anteriores, Netanyahu aseguró
que se le interpretó mal en campaña, que nunca dijo que rechazaría un Estado
palestino si fuera elegido, sino que las circunstancias no permitirían que tal
situación se produjera. Esta nueva muestra de grosero cinismo, tan propio del
primer ministro israelí, exasperó a Obama y a sus asesores. En la semana
posterior a la victoria electoral se filtró la nueva predisposición de la
administración norteamericana a respaldar una eventual resolución de la ONU en
favor de la reanudación de las negociaciones basadas en el principio de los dos
Estados y abstenerse en caso de que se plantee otra resolución que condena la
expansión de los asentamientos (1).
En
el frente interno, la organización judía J-Street, próxima al Partido Demócrata,
cerró filas con la Casa Blanca y responsabilizó a Netanyahu del deterioro de
las relaciones de familia, presentándolo como un peligro mayor para la
seguridad israelí.
La
última gota en este intercambio de golpes ha sido la filtración de que
Israel espió las negociaciones nucleares con Irán (2). Varios ministros israelíes han negado rotundamente
estas imputaciones, aunque los desmentidos no parecen convincentes.
Más
allá de todo este ruido, del cruce de reproches y culpabilizaciones, y sin
negar que se ha producido daño y que la reparación será costosa y no inmediata,
quizás se esté exagerando un poco. Sin descartar, como dicen algunos palestinos,
que haya algo de "teatro".
En
su áspera llamada de felicitaciones a Netanyahu, Obama afirmó que, bajo ningún
concepto, se pondría en duda el compromiso de Estados Unidos con la seguridad
de Israel. Convenía, entre tanto reproche y tirón de orejas, entre tanta
advertencia gruesa, deslizar ese mensaje. Israel ha sido, es y seguirá siendo
el protegido de Estados Unidos en Oriente Medio. Ni siquiera una bronca como la
que se está viviendo podrá alterar esa realidad geopolítica, que ha sobrevivido
a todos los sobresaltos globales y regionales de las dos últimas décadas.
A
esta consideración estratégica hay que sumar las exigencias tácticas. Aunque Obama
respalde la solución de los dos estados, en la práctica no ha presionado a
Israel para avanzar en la justa reclamación de los palestinos, por muchos
errores que éstos hayan cometido en los últimos procesos de negociación. La
posición de Estados Unidos no ha sido nunca del todo neutral, ni en sus iniciativas
más equilibradas, como los denominados "parámetros de Clinton" o el reciente
esfuerzo de John Kerry. Hay una predisposición norteamericana a favorecer las
posiciones de Israel, sobre todo cuando las negociaciones se estancan. De la
misma manera, cuando rebrota el conflicto bélico, como ocurrió el verano pasado
en Gaza, la administración norteamericana, aun señalando los excesos israelíes,
tiende a amortiguar las críticas internacionales y a ser comprensiva con las
"necesidades de seguridad de Israel" y con su "derecho a
defenderse", minimizando la gigantesca desproporción de esa lucha.
En
definitiva, en toda esta pelea de familia hay bastante
impostura. Si cualquier otro dirigente mundial se hubiera comportado como lo ha
hecho Netanyahu en los últimos meses, Washington ya estaría liderando una
iniciativa de aislamiento internacional.
(1) FOREIGN POLICY, 20 de
marzo.
(2) THE WALL STREET JOURNAL, 24 de marzo.
(2) THE WALL STREET JOURNAL, 24 de marzo.
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