2 de Abril de 2015
El
entorno de seguridad en Oriente Medio se complica a ojos vista. Los conflictos
locales se encadenan, debido a una dinámica de contagio, simpatía e
interrelación. Ante el peligro, cada vez más acuciante de pérdida de control,
Estados Unidos interviene. Obama pretende que su actuación es equilibrada, pero
sus críticos, desde cualquier ángulo, tienden a considerarla errática.
Obviamos
la guerra de Siria, incontrolable, y la muy engañosa 'calma' en Palestina, y
hacemos repaso rápido a los últimos acontecimientos:
-Iraq.
La lucha para hacer retroceder al DAESH (Estado Islámico) en Tikrit, ciudad
emblemática por ser la cuna de Saddam Hussein pero también por su condición de
plaza fuerte sunní, no habría sido posible (aún no está completada la
reconquista) sin la decisiva aportación de las milicias chiíes, financiadas,
orientadas y estratégicamente ligadas a Irán, más allá de la aquiescencia,
voluntaria o forzada, del gobierno central. Esta dependencia innegable de
Bagdad con respecto a Teherán podría haber obligado a Washington a intervenir,
pese a la aparente renuencia inicial. Dos versiones circulan. Para unos, se
habría tratado de reforzar al primer ministro iraquí Abadi frente a su poderoso
vecino persa. Para otros, más maliciosos, estaríamos ante una prueba más de que
Obama persigue cambiar el libreto de las relaciones con Irán, recuperar a este
país como socio condicional en la zona y equilibrar la nómina habitual de
aliados regionales. Para escándalo de saudíes e israelíes.
-Yemen.
Volta face respecto al escenario anterior. En este caso, Obama se pone
del lado de los saudíes, lanzados a una descarnada operación militar que bien
podría calificarse de agresión. O, como mínima, de injerencia culposa. Los
informes de la ONU y de organizaciones humanitarias son más que inquietantes
sobre el sufrimiento de la población. El argumento saudí de que los bombardeos
casi indiscriminados responden a la solicitud del presidente 'legítimo' del
país, ante una ofensiva de Irán por actor interpuesto, la guerrilla houthi, es
refutable. Que Teherán vea con simpatía la revuelta houthi por su credo chií
(aprox.) es una cosa. Que esa revuelta esté dirigida por los ayatollahs es del
todo exagerado. El gobierno ya inexistente del Yemen había probado del todo su
ineficacia y demostrado la pérdida de autoridad en buena parte del territorio
nacional. Se encontraba desde hace meses indefenso y a expensas de la principal
franquicia de una Al Qaeda en crisis (¿en riesgo de extinción?). El presidente
Hadi, sunní, es la voz del amo saudí, porque carece de base de poder real.
Por
otro lado, no puede contemplarse el conflicto del Yemen sólo o principalmente
como un pulso entre Irán y Arabia. Como ha señalado el profesor Orkaby, un
experto reconocido en la materia, las causas locales son más importantes y
decisivas. La tradicional pugna entre poder nacional o central y las presiones
tribales, aparte de las más conocidas tensiones sectarias entre sunníes y
chiíes locales explica con más solvencia el caos actual (1).
¿Por
qué decide Obama apoyar con apoyo de inteligencia y logístico la campaña de
bombardeos saudíes para frenar a los houthies, si con ello puede influir
negativamente en la negativamente en el que parece momento decisivo de las
negociaciones nucleares?
La
respuesta de los críticos con la Casa Blanca es que Obama ha advertido el
peligro de su estrategia de acercamiento a Irán y quiere enmendarlo. Es un
interpretación discutible. Que el presidente quiera resolver el problema
nuclear no implica romper los puentes imprescindibles con los tradicionales
amigos de la región. Estados Unidos puede vivir con una tutela iraní sobre
Irak, mientras no sea decisiva o determinante, si a cambio obtiene de Teherán
los fondos y las botas que Obama no quiere poner sobre el terreno para destruir
al DAESH. Después de todo, Irak es vecino de Irán y lo que ocurra en ese país
es una cuestión de seguridad para la República Islámica. Eso Washington lo
entiende y lo acepta, bajo límites.
Las
urgencias saudíes. Por el contrario, Yemen es vital para Arabia Saudí.
Aunque en modo alguno los houthies sean en Yemen lo que es Hezbollah en
Líbano, el control de una parte del país por esta minoría afecta al chiismo con
particularidades propias es inaceptable para la monarquía wahabí. Yemen
(recuérdese: la Arabia felix de los romanos) es una cuestión de
seguridad nacional para la familia Saud.
Hay
otro elemento que podría haber desencadenado el belicismo saudí. Acaba de
producirse un 'relevo' en la 'familia'. El ultra conservador y tradicionalista Salman
ha sucedido al fallecido Abdullah, más reformista. Aparentemente, una rutina
dinástica. Pero la rapidez, la amplitud y algunas sorpresas en los cambios de
figuras y puestos en la cúspide del poder real no han pasado desapercibidos, en
un medio tan predecible como ése.
Contrariamente
a lo ocurrido hasta ahora, Salman-Rey no ha dudado en voltear el juego de
equilibrios en el reparto de papeles. Aunque ha respetado básicamente la línea
de sucesión pactada por los hijos del fundador, con la habitual preeminencia de
los 'sudairis', el nuevo monarca se ha sentido bien fuerte como para elevar a
su hijo Mohammed, pese a su llamativa juventud (¿27 años? ¿35?: ni siquiera se
ha querido dar a conocer su edad), al puesto de Ministro de Defensa, con
asiento asegurado en el Consejo de Seguridad y en otros organismos de notable
poder decisorio en la Corte (2).
Nunca
un príncipe tan joven había llegado tan alto de un golpe, tan rápidamente. Para
despejar dudas eventuales sobre su capacidad de liderazgo, su firmeza o su
voluntad de decisión, frente a la plana mayor de las fuerzas armadas saudíes,
en un momento de sospechas e incertidumbres por la inestabilidad regional, bien
podría haber ocurrido que Mohammed bin Salman quisiera demostrar que no le va a
temblar la mano para frenar lo que Riad contempla como un amenazante avance de
Irán en la zona.
La
trampa egipcia. Los intereses de otros actores complican el escenario
regional. Egipto, siempre en búsqueda permanente de un liderazgo regional
perdido desde las humillantes derrotas contra Israel, se suma a la estrategia
saudí en Yemen. El presidente-general Al Sisi, después de todo hijo de ese
Ejército que es a la vez dudoso paladín del orgullo nacional y factor
imprescindible de la represión del pueblo al que debe servir, se sube a bordo y
promete soldados, "si fuera necesario". Seguro que Al Sisi no olvida
que el Egipto de Nasser se estrelló en Yemen en los años cincuenta, como nos
recuerda Orkaby, entre otras cosas porque los houthies, esos que ahora pasan
por ser marionetas de Teherán, fueron decisivamente ayudados por Israel, en una
sagaz maniobra para distraer al ejército del raïs y hacer más difícil la
construcción de una plataforma militar en el Sinaí, por ese tiempo aún bajo
control egipcio.
Al
Sisi tiene sus propios intereses, no tanto en Yemen, sino en la reconfiguración
regional. Si consigue hacerse necesario, estaría en situación ideal para
sacudirse el estigma de dictador y golpista, ya que ni los más ingenuos pueden seguir
atribuyéndole intenciones benignas en el derrocamiento del Presidente Morsi.
Por cierto, mucho más legítimo éste que
el yemení Hadi, pero al que en vez de ayudarlo contribuyeron a su hundimiento.
Con
Egipto, Obama ha jugado hasta ahora al caliente y frío. Congeló la ayuda
militar al nuevo gobierno, más militar que cívico, pero conservó las líneas de
comunicación intactas para influir en una pronta institucionalización.
Ciertamente, no lo ha conseguido. El régimen se hace más represivo cada día. La
contestación no sólo es ciudadana. La respuesta terrorista se ha fortalecido.
El principal grupo armado, Ansar Beit Al Maqdis, se ha asociado con el DAESH.
El Sinaí está fuera del control militar pleno. Los atentados se suceden con
creciente poder mortífero. Para compensar este fracaso interno, Al Sisi se da
el gusto de bombardear a presumibles aliados del Califato en Libia, pretendiendo
que se trataba de un castigo por el horrible degollamiento de una treintena de
cristianos coptos.
Y
en este contexto, Obama cede y esta misma semana descongela la ayuda militar al
régimen de AL Sisi, que ya podrá adquirir aviones F-16, misiles Harpoon y las
piezas para construir los carros de combate M1A1Abrams (3). Pura miel para los
militares egipcios, enfurruñados con la regañina de la Casa Blanca. Aunque
Obama se reserva algunas restricciones, como la compra de más material a cuenta
de la ayuda futura, el giro es notorio y decisivo. La estrategia regional del
presidente que prometió detener y acabar con las guerras en Oriente Medio se ha
complicado. No parece garantizado que sepa cómo salir de ello.
(1) El profesor Asher Orkaby,
investigador destacado en varios institutos medio orientales, es el autor de un
libro sobre la guerras por el control del Yemen en los sesenta. Su artículo de
este mes para FOREIGN AFFAIRS sobre las dudosas alianzas actuales es de
enorme interés para comprender el fondo de los acontecimientos.
(2) Uno de los principales
expertos occidentales en la Casa de los Saud, Simon Henderson, analiza los
recientes cambios en Riad y su efecto en la crisis de Yemen, en un artículo
para FOREIGN POLICY, 26 de Marzo.
(3) NEW YORK TIMES, 31 de
marzo de 2015.
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