Semana complicada para los populismos derechistas en esa región europea que, con ambigüedad calcula, el pensamiento geopolítico y cultural pangermánico definió como Mittleeuropa. Austria, Chequia y Polonia han vivido episodios de crisis política y/o jurídica, mientras Hungría y Eslovenia tratan desesperadamente de defender su hegemonía.
La
fallida transición del comunismo al sistema liberal de mercado se prolonga ya
durante tres décadas y sin perspectivas de solución favorable, ni para el
sistema democrático que tanto se proclamó en su día, ni para los intereses de
las clases populares, que han visto sustituido el burocratismo ineficaz del
socialismo real por un capitalismo depredador.
AUSTRIA:
LA APARENTE CAÍDA DE KURZ
Austria
debe dejarse fuera de esa categorización, porque formó parte siempre del área
occidental, a pesar de su estatuto formal de neutralidad en la dialéctica de
bloques de la guerra fría. Allí se consolidó una de las experiencias
socialdemócratas más convincentes y exitosas, hasta que la marea neoliberal lo
empujó a la oposición. El Partido Popular (ÖVP), de orientación democristiana, asumió
gran parte del programa socialdemócrata, pero con una retórica conservadora y
mayores concesiones a los grupos de presión. Cuando esa fórmula neutra se
agotó, prendió en los conservadores austríacos la alternativa populista que
hizo parecida fortuna en otros países. Durante los noventa, un partido
xenófobo, con el equívoco apelativo de liberal, sacó a la superficie
todos los demonios autoritarios de la tradición política austríaca y a punto
estuvo de convertirse en alternativa real de gobierno.
El
Partido Popular, posicionado ya como conservador sin veleidades igualitaristas,
sintió la necesidad de disputar a los extremistas el espacio político del
populismo. Sebastian Kurz, antes de cumplir la treintena, no tuvo demasiados
problemas en hacer valer su juventud como divisa de renovación y futuro. En su
primera acometida, pactó sin complejos con la ultras xenófobos, de los que tomo
prestados parte de su retórica contra la inmigración. Hasta que un escándalo de
corrupción arruinó la alianza.
Kurz
se las arregló entonces para pactar con los verdes, a los que, dominados por un
sector pragmático, no les importó ser colaboradores necesarios de la
continuidad de un partido conservador convertido a un populismo razonable. El
joven canciller austriaco era tratado con una mezcla de admiración por los
líderes del Partido Popular europeo, pero nunca fue muy del agrado de la
canciller Merkel, siempre ajena a esos guiños populistas.
Ahora
parece haberse acabado el experimento de esa renovada derecha oportunista, debido,
precisamente, a un escándalo de corrupción. La justicia imputa a Kurz el desvío
de fondos públicos para obtener un trato favorable en los medios comunicación y
cocinar unas encuestas de opinión positivas. Al cabo, una representación
fraudulenta de la realidad, que tiene más peso actualmente en las democracias que
el análisis riguroso de la gestión de los gobiernos.
El
gobierno ha caído, pero sus socios ecologistas parece que aceptarán al ministro
de exteriores Schallenberg, correligionario y próximo a Kurz, como nuevo jefe
de la coalición. Como ha dicho una dirigente de la oposición social-demócrata,
Kurz seguirá siendo el “canciller en la sombra”, al frente del grupo
parlamentario de la ÖVP. Se verá si el conservadurismo neopopulista seguirá
siendo rentable o si a Kurz le espera un destino sarkozyano, es decir el
síndrome del imposible retorno.
CHEQUIA: EL FIN DE LOS EQUÍVOCOS
En
Chequia, la alineación de las opciones conservadoras ha obedecido a dinámicas
diferentes. De todos los países de Centroeuropa, la República Checa fue en la
que se implantó con más nitidez el modelo del capitalismo popular (sic)
aireado por el thatcherismo, bajo el liderazgo de Vaclav Klaus. Su partido, la
ODS, adoptó una actitud euroescéptica próxima al ala más antieuropea de los tories.
Quizás por ese radicalismo neoliberal, en Chequia se mantuvo una presencia
socialista y comunista reformada más fuerte que en otros países de la zona.
Pero no lo suficiente para presentar un programa capaz de superar la propaganda
ultraconservadora. Las sucesivas crisis de las dos últimas décadas alumbraron
una alternativa populista pseudoliberal, basada en el prestigio de las fortunas
privadas y en una supuesta contestación ciudadana. De ahí nace ANO (Si),
la formación del actual jefe de gobierno, Andrej Babis, un magnate cuyo
conglomerado industrial Agrofert salió muy beneficiado de los fondos de
la Unión Europea. Lo que explica que en
Chequia el populismo triunfante no se haya encaminado por la vía euroescéptica
de la derecha clásica, sino por el liberalismo berlusconiano, primero, y
macronista en estos últimos años. Flexibilidad obligada por el oportunismo
político.
En
las elecciones de este mes, una coalición dominada por ANO ha obtenido el 27,8%
de votos, apenas siete décimas más que una coalición de centro-derecha que
agrupa a liberales y conservadores ahora más dulcificados. Días antes de las
elecciones los papeles de Pandora desvelaron que Babis había desviado 22
millones de euros a un paraíso fiscal para comprarse un suntuoso castillo en el
sur de Francia. Es posible que esta información lo perjudicara, porque hasta
entonces las encuentras predecían un resultado más favorable.
La
llave del desbloqueo está en manos del presidente, Milos Zeman, un exsocialista
también convertido al populismo y aliado práctico de Babis. Pero unas
complicaciones de salud lo han llevado al hospital. Zeman querría la
continuidad de Babis, pero el árbitro parlamentario de la disputa puede ser una
coalición moderadamente antisistema de piratas y ecolos (15% de los
votos), que desean acabar con el actual gobierno. No obstante, el populismo
checo tiene otra variante extremista, Libertad y Democracia directa, que
se ha mantenido al margen de las coaliciones centristas y se alinea en Europa
con Le Pen y Salvini.
POLONIA:
EL ANTIEUROPEÍSMO COMO CRÉDITO ELECTORAL
En
Polonia, la crisis viene de largo. El gobierno autoritario y ferozmente
conservador inspirado por Kaczynski se apoya en una retórica tan anticomunista
como antieuropeísta, todo ello como expresión de un conservadurismo nacional-católico
reaccionario. Europa es incordio, pero también fuente de ingresos. Se han
aceptado los euros de modernización del país y de apoyo al sector agrario, pero
se rechazan los valores del sistema liberal. Un doble juego que la UE no ha
sabido o no ha tenido demasiado interés en resolver.
El
último episodio de este pulso ha sido la decisión del Tribunal Supremo polaco
de considerar contrarios a la Constitución nacional aquellos apartados del
Tratado de Unión que colocan la legislación europea por encima de la polaca.
Todo un desafío a los propios cimientos de la adhesión. En otros países podría
decirse que el alto tribunal expresa juicios independientes. No en Polonia,
donde la justicia está al servicio del partido del gobierno (PiS), vulnerando
otro de los principios básicos de la UE. Y lo mismo puede decirse de los medios
públicos de información y de otras instituciones. Esta aversión al liberalismo
(iliberalismo, según la terminología al uso) puede ser puramente
retórica, pero bien podría revertirse si Bruselas bloquea los 22 millones de
euros del Fondo de reconstrucción que corresponden a Polonia. Entre los euros y
los valores, Kaczynski siempre se ha inclinado por lo primero.
Estas
sacudidas en el neopopulismo conservador de Centroeuropa serían cosa menor, en
comparación con lo que podría ocurrir en Hungría, donde el reside Víctor Orban,
líder intelectual y político de esta ideología perturbadora. Por primera vez en
más de una década, su hegemonía parece en riesgo. Una coalición de
centro-izquierda, en la que destaca el alcalde socialista de Budapest, Gergely
Karacsony, parece en condiciones de disputarle el poder en las elecciones de
2022.
En
situación de mayor fragilidad aún se encuentra el primer ministro esloveno,
Janez Jansa, otro populista acomodado en las filas del Partido Popular Europeo,
como estaba hasta hace sólo unos meses el FIDESZ de Orban.
En
todo caso, sería prematuro anticipar la crisis terminal del populismo
derechista, ni en Centroeuropa, ni en el resto del continente. La reciente
historia demuestra que su declive electoral es directamente proporcional a su
capacidad de colonizar ideológicamente a los partidos de centro-derecha.
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