23 de Junio de 2022
Colombia y México han sido
tradicionalmente países vetados a las alternativas de izquierda en América
Latina. Durante décadas los establishments (con vitola política
conservadora o liberal, en todo caso, intercambiables) se han ido sucediendo no
sólo por la voluntad de los electores sino también por una violencia extrema en
la que se han (con) fundido la brutal delincuencia del narcotráfico con las oscuras
tramas asesinas de los bajos fondos institucionales.
México pareció romper esa dinámica,
con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en 2018. Y ahora le ha llegado el momento a Colombia,
con la victoria de Gustavo Petro, un político que, como otros progresistas de
la región (por ejemplo, la brasileña Dilma Roussef), procede del campo revolucionario
y/o guerrillero. Militante en su juventud del M-19, Petro ha recalado en una suerte
de socialdemocracia latinoamericana, también llamada “segunda izquierda", distinta
de la corriente revolucionaria derivada de la experiencia cubana.
Colombia es el segundo país más
desigual de América Latina, después de Brasil. El sistema político es
profundamente clientelar. Las mayorías sociales se encuentran reprimidas en las
ciudades y condenadas a la marginación y una violencia atroz en las zonas
rurales. Las manifestaciones de protesta se castigan sin contemplaciones, como
ocurrió el pasado año.
Petro es el llamado a impulsar un
giro histórico (1), después de décadas de persecuciones, amenazas continuas,
intimidaciones cotidianas y, cuando se considera necesario, asesinatos a pleno
día. Ese ciclo infernal continua. Y es más que probable que se mantenga e
incluso se intensifique, como un recordatorio siniestro de que las urnas son
jueces admisibles si confirman el poder real pero no si pretenden cuestionarlo.
A Petro lo motejan sus
adversarios políticos y sociales de populista. No es un recién llegado. Fue
alcalde de Bogotá y allí pudo verse su estilo de gobierno. Para algunos, incluso
desde posiciones críticas de la sociedad colombiana, demasiado personalista y,
como suele ser habitual en la izquierda, un tanto decepcionante. La derecha lo
encasilló en la simpatía hacia el chavismo,
en un tiempo de obsesión venezolana entre las clases dirigentes, alimentado por
las tensiones fronterizas y por la precaria instalación de los huidos más
pobres del país vecino en las localidades limítrofes. Petro tiene poco o nada que
ver con el bolivarismo, pero en Colombia todo lo que no sea demonizar la
experiencia venezolana equivale a ser su cómplice.
UN PROGRAMA SOCIALDEMÓCRATA
Después de una larga campaña
electoral plagada de embustes, presiones y picos de violencia (2), el interés
se centra ahora dos grandes dilemas: qué se plantea en realidad hacer Petro
cuando tome posesión del Palacio de Nariño (sede de la Presidencia) y qué le
dejarán hacer los que detentan el poder real, es decir la alianza entre la
oligarquía económica y las instituciones de un Estado diseñado y acostumbrado a
blindar sus intereses. Por eso, es vital contar con el apoyo de los menos favorecidos.
La selección de la activista ecologista negra Francia Márquez, como compañera
de fórmula es un mensaje en este sentido (2).
Petro tiene un programa que puede
ser considerado socialdemócrata, con las condiciones y limitaciones propias de
la región. En una larga entrevista al semanario liberal británico THE ECONOMIST,
el pasado marzo, el entonces candidato desgranaba sus planes de gobierno y
apuntaba la estrategia para llevarlos a cabo (3). Los ejes del programa son: reforma
fiscal progresista, avances en servicios y justicia sociales y transición
ecológica. Los tres están interconectados y no se entienden por separado.
Petro quiere acabar con una
fiscalidad no sólo injusta sino además ineficaz. El anuncio de poner coto a la
explotaciones petrolíferas generó mucha polémica y alimentó las acusaciones de populismo
desde sectores adversarios. En realidad, el presidente electo se compromete a
respetar los contratos actuales, pero no concederá nuevas licencias de exploración.
Medios de negocios investidos de liberales le imputan demagogia por considerar
que sin la expansión del sector extractivo difícilmente podrá cumplir sus promesas
de medidas sociales. Petro replica que la clave de su proyecto reside en la
reforma fiscal.
Colombia es el único país que, en
la práctica, no cobra regalías (derechos) por la explotación de sus
hidrocarburos, ya que éstas se deducen de los impuestos satisfechos por la compañías
multinacionales. Esto le supone al Estado una pérdida de ingresos que puede
elevarse, según los cálculo del presidente electo, hasta los 5 mil millones de
dólares.
La segunda apuesta consiste en
gravar acumulativamente los dividendos de las grandes empresas, que hoy están exentas,
lo que supone no sólo un escandaloso privilegio, sino también un absurda penalización
para el Estado. El déficit fiscal de Colombia alcanza los 20 mil millones de dólares
(el monto global del presupuesto estatal es de 88 mil millones), lo que significa
un 8% del PIB. Este nuevo enfoque fiscal se completa con medidas de equilibrio que
implicarán el aumento de la presión fiscal a las 4.000 principales fortunas del
país, la fijación de gravámenes a ciertas importaciones y la persecución del
fraude fiscal. En total, Petro espera recaudar más de 10 mil millones de
dólares adicionales para financiar su programa.
DEBILIDAD POLÍTICA
Petro es consciente de que su
programa despierta recelos pese a su moderación, debido a las prácticas oligárquicas
del poder. Sus enemigos cuentan con varias palancas para hacer fracasar sus planes.
La más evidente es su debilidad parlamentaria. La formación que arropa al
presidente, Pacto Histórico, fue el más votado el pasado mes de marzo, pero
apenas cuenta con el 14% de los escaños del Senado y el 17% de la Cámara de
Representantes. Una veintena de senadores y 27 diputados, de un total de 102 y
106 legisladores, respectivamente (5).
Los partidos “dinásticos”, liberal
y conservador, suman 30 senadores y 57 diputados. Pero si se suman los 14
senadores y 16 diputados del ultraderechismo uribista del engañosamente
denominado Cambio Democrático, nos encontramos con una oposición capaz de
entorpecer la gestión presidencial. El Pacto Histórico podría tener el apoyo de
la Alianza Verde en el Senado o de los disidentes liberales del expresidente
Santos, artífice del acuerdo de desmovilización de las FARC, que el nuevo presidente
respalda activamente. Pero su empeño principal será llegar a acuerdos con el
Partido Liberal. Desde la izquierda se teme que estas componendas terminen
descafeinando el programa.
La estrategia de Petro consiste en
convocar una especie de compromiso nacional a favor de unas reformas que él
presenta como patrióticas y no ideológicas. Pero esta retórica no impresiona a
los poderes tradicionales del país, que tienen una visión muy cínica y egoísta
del interés nacional (6).
LA SOMBRA DE WASHINGTON
La política exterior es otro de
los escollos en el camino del nuevo Presidente. Petro tiene que convencer a
Estados Unidos de que no alberga propósitos hostiles. No es previsible que los
acuerdos militares con Washington se modifiquen sustancialmente. Pero hay revisiones
necesarias. La supuesta lucha contra el narcotráfico impuesta por Estados
Unidos durante las dos últimas décadas (Plan Colombia) ha sido un fracaso, también
en opinión de Petro. El consumo en Estados Unidos ha aumentado y el estado
colombiano se ha visto penetrado y contaminado por las mafias del tráfico ahora
dominadas por los mexicanos del Golfo.
Las relaciones con Venezuela es
el otro factor previsible de tensión con Washington. Petro desea una convivencia
constructiva con el vecino. Desde Caracas se ha recibido su triunfo con
cordialidad. El Secretario de Estado, Anthony Blinken, ha presentado un saludo positivo
de bienvenida. Pero se trata de un mensaje meramente formal. No debe esperarse
de la administración Biden una política de apertura significativa, ni gestos
más o menos audaces como los de Obama. La reciente Cumbre de las Américas lo demuestra:
no fueron convocados algunos de los países con gobiernos más a la izquierda, y
otros afines se abstuvieron de acudir en señal de malestar o protesta. Esta
nueva “oleada rosa” en la región (Perú, Chile, ahora Colombia y probablemente
Brasil, en octubre) incomoda a Washington (7). El artificioso compromiso de
Biden con las democracias se queda desnudo en América Latina.
NOTAS
(1) “Gustavo
Petro’s big win. Colombia’s first leftist president could
transform the región. IVAN BRISCOE. FOREIGN AFFAIRS, 19 de junio.
(2) “’She represents me’: the black woman making political
history in Colombia”. JOE
PARKING DANIELS. THE GUARDIAN, 25 de mayo.
(3) “How Gustavo Petro could change Colombia if he
wins the presidential election”. THE ECONOMIST, 28 de mayo.
(4) “El
pulso electoral en Colombia sacude la frágil paz”. ELISABETH DICKINSON.
INTERNATIONAL CRISIS GROUP, 29 de mayo.
(5) https://registraduria.gov.co/
(6) “He promised to transform Colombia as President.
Can he fulfill that vow? THE NEW YORK TIMES, 20 de junio.
(7) “As Latin America embraces a new left, the U.S.
could take a back seat”. SAMANTHA SCHMIDT. THE WASHINGTON POST, 21 de junio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario