30 de junio de 2022
Tres cumbres en una semana: UE, G7 y OTAN. Todas ellas con la guerra de Ucrania y sus consecuencias como asunto casi monográfico. Tres escaparates en los que reflejar una unidad occidental que es menos solida de lo declarado, pero suficiente para presentar a Rusia una demostración de fuerza.
Las cumbres son momentos ceremoniales en los que raramente se logra algo que no venga pactado o cocinado previamente. Los resultados dramáticos o de última hora son infrecuentes y cuando suceden suelen ser salidas de compromiso de poco alcance y dudoso cumplimiento. Por la misma razón, los fracasos sonoros son aún más improbables: sólo con el imprevisible Trump en escena las reuniones de la OTAN y el G-7 acabaron como el rosario de la aurora. Por eso, las cumbres se concibieron para dar buenas noticias, para consagrar grandes logros. Formalmente, así ha sido de nuevo este año. Pero por detrás de las fanfarrias aparecen, en esta ocasión especialmente, las depresiones de una realidad amarga.
UE: ALEGRÍA EN UCRANIA, FRUSTRACION EN LOS BALCANES
Los 27 países de la UE aprobaron la concesión a Ucrania del estatus de país aspirante, una decisión más política y simbólica que efectiva. El proceso de adhesión se antoja largo, complicado e incierto, por mucho que la retórica de solidaridad en estos tiempos aciagos pudiera inducir a pensar lo contrario. Los líderes han preferido pecar de excesivos que quedarse cortos, para no decepcionar a sus colegas ucranianos. Pero unos y otros son perfectamente conscientes de que la integración queda lejos y que no sólo dependerá de la suerte de la guerra. Las escaramuzas de la negociación se prevén muy fatigosas y parecerán interminables. Como todas.
Aún más depresiva ha sido la dinámica que esta prioridad ucraniana ha provocado en los países de los Balcanes occidentales (Bosnia, Macedonia del Norte, Montenegro, Albania, Serbia y Kosovo), que llevan mucho más tiempo esperando, El enfado fue mayúsculo y la sensación de que “Europa no nos quiere” salió reforzada. Se refuerza así el discurso político de las fuerzas nacionalistas que desconfían del proyecto europeo y mantienen una relación paralela con Moscú y Pekín (1).
El caso más lacerante es el de Bosnia-Herzegovina, país que afronta la mayor amenaza contra la paz desde 1995. Los acuerdos constitucionales impuestos en Dayton se están descosiendo a ojos vistas, fundamentalmente por las aspiraciones independentistas de los serbobosnios y el revisionismo institucional de los croatas. En Sarajevo se piensa, con cierto humor negro que, si a Ucrania se la cuela por la guerra, quizás Bosnia se vea en una situación “favorable” semejante más temprano que tarde.
G-7 Y EL BOOMERANG DE LAS SANCIONES
El G-7 se concentró en castigar económicamente más a Rusia y en mitigar lo que ya parece inevitable, que es un riesgo muy alto de recesión en prácticamente todas las regiones de la economía mundial. Las sanciones no han funcionado como se pensaba, o no con la rapidez que se pretendía. La economía rusa resiste. O, para ser más preciso, ingresa más que hace cuatro meses por la venta de sus productos energéticos, al haber subido los precios: mil millones de dólares diarios, todo un récord. Con esa cantidad, el Kremlin no solo puede pagar el esfuerzo de guerra, sino que está en condiciones de hacer frente a salarios y pensiones e incluso compensar el alza del coste de la vida.
A Occidente no le vale con esperar a que las sanciones erosionen de verdad a Rusia, porque la guerra se acelera y Moscú está ya cerca de conquistar el Donbás. Se impone ahora cortar esa fuente de financiación bélica. Pero hay muchas dificultades para lograrlo. El boicot europeo al petróleo ruso se ha quedado en propósito, de momento. Y al gas ni siquiera se le ha metido mano. Muchos países dependen de esos productos energéticos para calentar casas y hacer funcionar industrias y ciudades.
Se plantea ahora poner un tope al precio que se paga por el petróleo ruso, mediante un mecanismo que implicaría a las empresas energéticas privadas y a las compañías de seguros. Algo complejo e incierto. Si se provoca una bajada del precio del crudo ruso, China e India se aprovecharán de ello y en mayor medida, y no se sabe cómo eso puede resultar a la postre tan ventajoso. Si no ocurre algo peor: que Rusia reduzca producción sin que esta merma puedan compensarla los países de la OPEP y los precios se disparen en vez de reducirse (2). La solución se convertiría así en otra amarga depresión, en la línea de las generadas hasta ahora (inflación, problemas de suministro, hambre en zonas vulnerables, etc.)
OTAN: DE LA MUERTE CEREBRAL A LA HIPERVENTILACIÓN
De las tres cumbres de la semana, la de la OTAN parece la más exitosa, porque se parte de una situación de clara ventaja. La Alianza Atlántica se ha visto reforzada por la agresión rusa al fomentar el miedo, la inseguridad y la necesidad de mayor protección. Esa ha sido la reacción de Suecia y Finlandia, al modificar décadas de cierta neutralidad en favor de un atlantismo activo y pleno.
Antes de empezar la cumbre se superó, aparentemente, el veto turco a la ampliación. Como se esperaba, Estocolmo y Helsinki prometen una vigilancia estrecha de las actividades en esos países nórdicos de los kurdos del PKK, que Ankara considera como “terroristas”, y levantar el embargo de armas a Turquía. A Erdogan le funciona de nuevo la política de presión. Hay un punto de inconsistencia en estas decisiones. Los aliados del PKK en Siria, el YPG, han sido la principal baza norteamericana y europea e en su combate tanto contra Damasco como contra el DAESH, para gran enojo de Turquía. El muy impreciso compromiso de Madrid sacrifica a los kurdos en armas. Algo similar a lo que hizo Trump en su día para agradar a Erdogan y tanto le reprocharon sus aliados.
Esta cumbre de Madrid estaba planeada para aprobar un nuevo “concepto estratégico” que es una especie de orientación general de la política de defensa occidental, renovada aproximadamente cada diez años. Que Rusia iba a cambiar de consideración con respecto a 2010 era algo que se esperaba desde hacía tiempo por lo que se contemplaba como “política revanchista y expansionista” de Putin. La guerra de Ucrania ha acelerado y agudizado el lenguaje hasta definir a Rusia como “la mayor amenaza para la seguridad” occidental. Términos que, salvando las distancias, son similares a los empleados al comienzo de la guerra fría, es decir, a finales de los años cuarenta. Pero, atención, el arquitecto de la política de contención de la URSS, el diplomático destinado en Moscú Georges Kennan, estimó en su día que la política de expansión de la OTAN era un enorme error que traería consecuencias negativas para los vecinos de Rusia y para Occidente. Coincidía con no pocos analistas nada sospechosos de simpatías prorrusas. No se les escuchó y en estas estamos.
La OTAN va a cuadriplicar las fuerzas en las regiones europeas más cercanas a Rusia (Centroeuropa y países bálticos) hasta un total de 400.000 hombres, con su armamento sofisticado y las infraestructuras que tal despliegue exige. Un esfuerzo que implicará un incremento notable del gasto militar. En nombre de la seguridad, se va a proceder a una reestructuración de las disponibilidades financieras en Europa. En un contexto económico nada favorable, todo lo que se destine a defensa dejará de invertirse en reducir la desigualdad, mejorar los servicios sociales y acelerar la transición ecológica. El entusiasmo de la Cumbre de Madrid por el aparato militar dejará paso a la depresión provocada por un retroceso en los niveles de vida de la mayoría de los ciudadanos.
La actual guerra dopa el discurso político. Sin embargo, si repasamos las cifras del equilibrio de fuerzas en Europa, los temores no parecen justificados. Según los datos del SIPRI, el prestigioso instituto sueco, el gasto militar de los países de la OTAN superó ampliamente el billón de dólares en 2021, mientras el de Rusia fue de unos 65.000 millones; es decir, la Alianza Atlántica se gastó en defensa 17 veces más que el Kremlin. De ese billón largo de dólares, Estados Unidos aporta las tres cuartas partes, es decir, diez veces más que Rusia (3). Y este desequilibrio aumentará en los próximos, según el proyecto de presupuestos del Pentágono.
EL ARRASTRE NORTEAMERICANO
En un artículo reciente para el Washington Post, la directora del semanario de izquierdas norteamericano THE NATION, Katrina Van den Heuvel, denunciaba el impacto depresivo que este gasto militar en flecha ascendente iba a tener para los sectores populares de la sociedad norteamericana (4). Estados Unidos gastará en defensa más que los nueve países juntos que le siguen en esfuerzo militar. El Pentágono mantiene 700 bases en más de 80 países, la mayoría para contener un supuesto expansionismo de China en la zona del Asia-Pacífico, donde se está fraguando una alianza similar a la OTAN conocida como QUAD (abreviatura de cuadrilátero) que agrupa de momento a EE. UU., Australia, India y Japón. Otros países como Corea del Sur, Filipinas o incluso Vietnam, todos en contenciosos territoriales con Pekín, están siendo convocados a unirse. Pero es más grande el miedo a provocar al gigante asiático que a una improbable agresión china.
Para incidir en la comparación anterior, los países del QUAD gastan en defensa casi un billón de dólares, casi cuatro veces más que China (270.000 millones). Como acto simbólico, los líderes cuadrangulares han sido invitados a la cumbre de la OTAN, para reforzar otra de las decisiones contenidas en el nuevo “concepto estratégico”: la consideración de China como un “desafío” para Occidente, por mucho que se trate de un país “fuera de la zona” cubierta por la Alianza. China es situada en un escalón de amenaza inferior al de Rusia en cuanto a intenciones (incluido el riesgo de Taiwán), pero más elevado por su potencial, que es más económico y estratégico que militar. La suavización de la referencia a China refleja la aprensión europea (sobre todo alemana) a dificultar los intercambios comerciales bilaterales. Para Washington, el pulso se dirime en términos de hegemonía mundial; para Berlín y otros grandes europeos, se reduce a acordar reglas del juego más equilibradas. La sintonía aliada también se enturbia aquí.
La militarización del Presupuesto americano beneficia al complejo industrial y militar que ya denunciara hace 70 años el presidente Eisenhower, otro halcón de la guerra fría. A ese tramado de intereses de entonces, Katrina van den Heuvel añade a congresistas, académicos y expertos de los think tank, que reciben suculentas contribuciones para sus campañas (300 millones de dólares) o gabinetes de estudio y/o aleccionamiento (1.000 millones en cinco años). En pocos sitios son tan evidentes las puertas giratorias. Según la organización Open Accountability, más 1.700 generales y altos cargos del Pentágono recalaron en los puestos de mando de las compañías armamentísticas cuando colgaron el uniforme. Los políticos aducen que la industria de armamento genera empleo y prosperidad en los estados en que ubican sus laboratorios y fábricas. Y con ese argumento tienen ganada la partida. Putin les ha venido de perlas.
Que Rusia haya invadido Ucrania no quiere decir que pueda repetir la jugada en otros países europeos, ni siquiera los pequeños bálticos, que están cubiertos con el paraguas de la OTAN, incluida la disuasión nuclear en caso de improbable escalada. Rusia puede atacar un país con una potencia militar que es casi 12 veces inferior, pero sería suicida que lo hiciera ante la obligada respuesta de una Alianza militar que es 17 veces superior. Por no hablar de la abismal diferencia cualitativa de los armamentos occidentales y rusos, como se está evidenciando en Ucrania.
Ese recorrido norteamericano es lo que nos espera en Europa, en un grado menor si se quiere, pero comparativamente similar. El viejo objetivo de dedicar el 2% del PIB en Defensa parece ahora una exigencia más que una recomendación, sólo cumplida hasta la fecha por un tercio escaso de los aliados. Veremos qué pasa en la práctica. El entusiasmo de los líderes políticos en estas cumbres unánimes a favor de los alardes militares podría generar depresiones sociales a corto y medio plazo.
NOTAS
(1) “Après le fiasco de Bruxelles, la bronca des Balkans contre l’UE”. COURRIER DES BALKANS, 27 de junio.
(2) “U.S. urges new tactic to curb Putin’s war machine and lower fuel prices”. THE NEW YORK TIMES, 28 de junio.
(3) https://milex.sipri.org/sipri
(4) “The Pentagon gets more money, and Americans pay the price”. KATRINA VANDEN HEUVEL. THE WASHINGTON POST, 21 de junio.
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