6 de julio de 2022
La reciente cumbre aliada de Madrid dejó un aire irreal de unidad y fortaleza occidental. La unidad es relativa, aunque las grietas se dejan para las discretas consultas o el trabajo de los despachos. La fortaleza es puramente militar, aunque adolece de un desequilibrio irresoluble entre los dos polos atlánticos: Estados Unidos y Europa. La OTAN revive con las crisis internacionales (en particular contra el desafío otrora soviético y ahora ruso), porque es un instrumento diseñado con ese fin. Pero puede hacer muy poco o nada para resolver las debilidades internas. Por el contrario, si acaso, profundizarlas, al presionar en pro de un mayor gasto militar para contrarrestar una amenaza discutible y reducir recursos en inversión social.
La guerra (fría) es buena para ciertos negocios (los armamentistas y sus derivados) pero muy mala para la vida de la gran mayoría de la gente. Para los europeos, este pulso de prestigio, esta sobreactuación frente a la agresión rusa en Ucrania es ya un drama y puede acabar en tragedia. En lo que va de siglo, Occidente ha sido sacudido por cuatro guerras mayores “externas” (Serbia, Irak, Afganistán y Ucrania), azotado por una pandemia global que está aún lejos de extinguirse por completo y soportado dos crisis económicas de gran envergadura (financiera, la primera; y energética y económica, la actual). Este ciclo de penurias y pesimismo ha permitido pocos respiros. Han asomado reflejos autoritarios incluso delirantes en la cúspide del poder político (Trump), se han reforzado viejas pulsiones racistas y xenófobas (en Estados Unidos y en Europa, incluso en la suave Canadá), se ha profundizado la brecha social y se ha ido descosiendo el frágil tejido de conformidad más o menos activa con el sistema liberal de democracia cada vez más desconectada de las necesidades de las mayorías.
La unidad en la fortaleza o la fortaleza a través de la unidad es poco más que un eslogan frente a un enemigo cuya agresividad es síntoma de debilidad más que de potencia, por agresivo que pueda ser su comportamiento. Los líderes participantes en la Cumbre Atlántica de Madrid exhibieron músculo en un encuentro internacional con aroma a tiempos pasados. Horas después regresaron a la cruda realidad de un imparable incremento del coste de la vida, el riesgo de desabastecimiento energético y la alarma ante un rebrote pandémico de efectos todavía no predecibles. En este contexto, la cohesión de los principales gobiernos aliados da síntomas de fragilidad preocupantes.
EEUU: UN PRESIDENTE AMORTIZADO
En Estados Unidos, la agenda Biden de “reconstrucción nacional” está en ruinas. El Tribunal Supremo se erige casi en un gobierno paralelo, desmontando derechos y empujando al país hacia atrás, en una guerra cultural contra sus propios ciudadanos no adeptos a una cruzada conservadora (1). Las elecciones de mitad de mandato de noviembre pueden dar la puntilla al octogenario presidente, a quien muchos de los suyos consideran ya un imposible candidato a la reelección dentro de dos años, sin que haya una alternativa clara y viable entre los demócratas (2). El país está espantado por las sesiones catárticas de la Comisión parlamentaria sobre el 6 de enero, pero los clones suavizados de Trump se hacen fuertes y dominan el relato en el Partido Republicano, que no vive incómodo en el extremismo. Las pálidas medidas contra la enfermiza adicción a las armas, que mata a más gente que el terrorismo internacional, se ahogan en nuevas matanzas a un ritmo infernal de una por semana. La vida es cara y antipática. La quiebra social nunca ha sido tan profunda en cincuenta años.
ALEMANIA: UNA RUPTURA FORZADA
En Europa, las cosas no van mejor. Por citar sólo a los más grandes, Alemania se debate en el esquizoide dilema de abandonar décadas de dependencia energética de Rusia con la esperanza de no destruir por completo todos los puentes (3). La coalición de gobierno está tensionada. Los socialdemócratas sancionan a regañadientes a Moscú, sabedores de que disparan contra los intereses nacionales. Los ecologistas se erigen en halcones, no del clima, como es su razón de ser, sino de un belicismo neoconverso frente al Kremlin (4). Los liberales, eslabón menor, contemplan con cierta candidez los apuros de sus socios mayores, pero son muy sensibles a la inquietud de los medios de negocios a los que representan. El gobierno parece estable, pero es muy dependiente de una paz social que no ha sido tan incierta desde la reunificación.
FRANCIA: LA SOLEDAD DE MACRON
Francia se aleja del camino del liderazgo europeo que Macron lleva anunciando desde su primera elección, en 2017. El Presidente es hoy más débil que cualquiera de sus antecesores en la V República. Su nuevo ejecutivo, abocado a gobernar en solitario, ni siquiera se ha atrevido a inaugurar su mandato con la habitual moción de confianza. Lo único relativamente confortable para Macron es que hace frente a tres oposiciones (ultraderecha, conservadores e izquierda) incapaces de entenderse y, por tanto, de amenazar seriamente con derribar al gobierno. La izquierda (NUPES) parece haber asumido el papel de oposición activa al apresurarse a depositar una moción de censura en la Asamblea Nacional. Su pretensión se reduce a erosionar el ya de por si escaso prestigio de la exigua mayoría (5). Conservadores y nacional-identitarios permanecen agazapados a la espera de tiempos más propicios. El partido de Marine Le Pen parece priorizar de momento la construcción de esa respetabilidad que le falta para asaltar el Eliseo. Los Republicanos apuestan por un desgaste a fuego lento.
REINO UNIDO: JOHNSON, EN EL ALERO
En Gran Bretaña, el ilusionista Boris Johnson vive de nuevo horas de peligro. La dimisión sonora y muy incisiva de los dos ministros más relevante de su gobierno lo pone de nuevo “pendiendo de un hilo”, como dicen los inclementes diarios de Londres (6). Aunque el fracaso de la moción interna de desconfianza tory le concede teóricamente un año de respiro, no son pocos quienes predicen que Johnson se derrumbará mucho antes. Torres más altas han caído, dicen propios y adversarios, con Thatcher en mente. El último escándalo, haber mantenido, de nuevo mentira mediante, a un ministro de segunda pese a saber que había acosado a dos jóvenes asesores, despierta los reflejos hipócritas de un conservadurismo puritano que nunca ha soportado el exhibicionismo de su primer ministro. Johnson se apoderó del Brexit y ganó por goleada las elecciones siguientes. Con credenciales así, era más digerible el desagrado. Pero Boris se ha quemado en tiempo récord. Hará lo que sea para sobrevivir. Ha puesto ya en riesgo el acuerdo de divorcio con Europa para tapar una vía de agua abierta por los protestantes unionistas en el Ulster. Se ha erigido en el más locuaz abogado de Ucrania. Y ahora que lo ha abandonado el Canciller del Exchequer (Ministro de Hacienda), aventará la bajada de impuestos para “poner dinero en el bolsillo de los ciudadanos” y hacer creer que así compensará una inflación galopante.
Italia, paradójicamente, parece más tranquila. Pero es una sensación engañosa. La estabilidad gira en torno al crédito que aún conserva el primer ministro Draghi, muy activo también en la escena internacional. Pero en Italia las crisis son a menudo imprevistas y violentas. O caprichosas. Han aparecido de nuevo grietas en una fachada sólo remozada. El populista Movimiento 5 estrellas se parte por la política hacia Rusia. El centroizquierda ha mejorado en las municipales parciales de hace unas semanas, pero no tiene apetencias de mejorar posiciones de poder en una coyuntura tan desfavorable. Los nacional-populistas de Savini y la extrema derecha de Meloni compiten por el impulso lepenista. En estas rebatiñas italianas, suele aparecer un puñal que aspire a acabar con César.
De este cuarteto europeo hacia abajo en la escala de poder e influencia en Europa, no hay mejores señales. Si la dinámica belicista en curso empuja a los gobiernos a incrementar el gasto militar y los precios prosiguen su escalada, el malestar social irá en aumento. Para muchos, reaparece el espectro de los setenta, aunque la realidad sea muy diferente. Pero de eso nos ocuparemos en un próximo comentario.
NOTAS
(1) “Supreme Court goes against public opinion in rulings on abortion, guns”. MICHAEL SCHERER. THE WASHINGTON POST, 24 de junio.
(2) “Biden irked by Democrats who won’t take ‘Yes’ for an answer in 2024”. JONATHAN MARTIN. THE NEW YORK TIMES, 27 de junio.
(3) “The anatomy of Germany’s reliance on Russian natural gas”. DER SPIEGEL, 29 de junio.
(4) “¿From peaceniks to hawks? Germany’s greens have transformed in the face of Russia’s war”. DER SPIEGEL, 6 de mayo.
(5) “Motion de censure ou non: les oppositions prennent position”. LE MONDE, 6 de julio.
(6) “What the papers said about Boris Johnson’s cabinet resignations”. THE GUARDIAN, 6 de julio.
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