19 de julio de 2012
Los
acontecimientos se precipitan en la crisis siria. No son pocos los observadores
que predicen ya un desenlace más o menos inmediato. Los que sostienen esta
tesis se refieren, claro, al final del régimen. Otros, más cautos, consideran
que la debilidad del poder oficial es innegable pero alargan los plazos de su
definitivo hundimiento.
Dos
hechos han agudizado el debate en los últimos días: la aparente demostración de
fuerza de los rebeldes, al llevar los combates a zonas sensibles de Damasco, y
el atentado que ha costado la vida a tres altos cargo del aparato
político-represivo.
Los
combates en la capital se pueden considerar todavía como acciones de guerrilla
(golpear y replegarse), más que el inicio de un asedio, puesto que los rebeldes,
aunque aumenten su capacidad ofensiva paulatinamente, no parecen aún en
condiciones de desafiar el centro de gravedad del régimen. Con todo, el descaro
con el que se produjeron sus operaciones, a dos kilómetros apenas del Palacio
Presidencial, suponen como mínimo un golpe de efecto de indudable importancia
psicológica. Uno de sus principales objetivos sería incrementar las defecciones
no sólo de oficiales y soldados, sino también de personalidades prominentes
cuya lealtad al régimen se debilita progresivamente.
El
segundo hecho tiene un impacto más rotundo, más directo. El atentado contra el principal
Centro de Coordinación de las operaciones contra la rebelión y la muerte de
tres jerarcas del régimen (otros también destacados están seriamente heridos) comporta
un valor de propaganda indiscutible. La operación –todavía por esclarecer- ha
sido reivindicada por los rebeldes y por una especie de célula jihadista que
habría extendido su capacidad operativa recientemente. Esta doble atribución extiende
dudas sobre la autoría y dispara las especulaciones sobre un posible ajuste de
cuentas en el interior del clan dominante.
De los tres
eliminados, el más notorio, sin duda, es Assef Shawkat, el viceministro de
Defensa. Aunque su jefe y superior, el general Daud Rajha, (cristiano, por
cierto) también pereciera en el atentado, Shawkat es la pieza más importante,
por ser el cuñado del presidente (marido de su hermana Bushra). Desde su puesto,
el fallecido aseguraría el control del ejército regular, vigilando posibles traiciones
y defecciones. Una de las más notorias hasta la fecha ha sido la de Manaf Tlass,
amigo y coetano del Presidente, e hijo del que fuera durante décadas ‘lealísimo’
ministro de Defensa de Hafez el Assad, padre del régimen. El abandono de Tlass
supuso una alarma escandalosa para Bashar, aunque pudiera no haberle cogido
completamente de sorpresa.
El responsable
de la información de Oriente Medio en LE MONDE, Benjamin Barthe, recuerda, en
una conversación con los lectores, que las relaciones de Shawkat con su otro
cuñado, Maher el Assad, “eran notoriamente malas”. Como responsable de la muy
poderosa 14 División del Ejército, una especie de guardia pretoriana dotada de
los mejores medios materiales y militares, Maher pasa por ser el ‘hombre fuerte’
del régimen, el preferido de los radicales defensores de la resistencia a toda
costa. Nadie se atreve a calificar las relaciones entre Bashar y su hermano
pequeño, pero en algunos poblados alauitas –afirma Barthe-, se oye el eslogan ‘Bashar
a la clínica (por su profesión de oftalmólogo), Maher al poder’.
EL MARGEN
NEGOCIADOR
A estas
alturas, con apenas un 50% del territorio firmemente bajo control, en el
régimen sirio se estarán calibrando todas las opciones. En cuanto a las
militares, las limitaciones de defensa numantina se estrechan. El
aprovisionamiento del bando oficialista se limita al apoyo ruso. El posible
recurso al arsenal químico no descartable, desde luego, pero manipulaciones
anteriores sobre este supuesto en otros lugares abonan el escepticismo.
En cambio, aumenta
el suministro militar de los rebeldes. Ziad Majer, profesor libanés de la
Universidad norteamericana en París y destacado
especialista en Siria, asegura que los insurgentes se benefician de tres líneas
de aprovisionamiento de armas: las que proceden del propio ejército, por
captura, derrota o abandono en combate; las procedentes del tráfico de larga
data en la frontera iraquí; y, más recientemente, las que llegan a través de
Turquía, convertida en la potencia más activa en el apoyo a los rebeldes. El
diario NEW YORK TIMES ha publicado un documentado informe
sobre el experimentado uso de las bombas y otros artefactos explosivos por
parte de los rebeldes.
La otra opción
del clan Assad para cambiar la dinámica de los acontecimientos es la
diplomática. Si se confirmara la decadencia militar del régimen, podría
activarse una posible solución que redujera daños. En este punto, los intereses
del actual poder sirio y de Rusia (y, en parte, también China) podrían seguir
convergiendo. Moscú podría modificar de forma oportunista su posición de intransigencia,
si se le dan garantías de conservar su influencia estratégica en Siria, lo que
pasa por el mantenimiento de base naval de Tartus. La importancia de esta
instalación se ha exagerado en Occidente, según algunos analistas rusos (a este
respecto, léase el análisis de Ruslán Pusjov en FOREIGN AFFAIRS). Más que una
presencia militar, lo que Rusia se juega en Siria es una baza para actuar como
elemento relevante en Oriente Medio, aparte del prestigio, claro, ya muy
deteriorado. Pero la capacidad de maniobra de Moscú está ligada al poderío de
los Assad. Si éste se derrumba, ¿para qué atender las preocupaciones rusas?
LA
DESESPERACIÓN ALAUÍ
El aliciente
para que Occidente se aviniera a un rescate controlado del actual régimen sería,
supuestamente, evitar una prolongación del conflicto; es decir, que el
principio del final se convirtiera en final del principio. Que la ‘guerra de liberación’
contra el régimen de los Assad deviniera en guerra de resistencia de la minoría
alauí, con pocas pero significativas aportaciones de otras minorías
Los alauíes más
favorecidos –o más temerosos- por cuatro décadas y media de privilegios hacen
sus cálculos. La derrota militar –por traición o por desgaste- no tiene por qué
abocar a la aniquilación o el exilio (en el caso de los principales prebostes
locales). En algunos círculos se evoca abiertamente la consolidación de
territorios alauíes liberados, defendidos a machamartillo, con los poderosos
medios que conservaría esta minoría ahora gobernante, en el noroeste del país.
Se dibuja,
según estas previsiones, una analogía con la resistencia de la minoría serbia
en Croacia, por algunas similitudes aparentes: proporción de población muy
pareja (un 12%) y fuerte presencia y control de los aparatos militares y de
seguridad. Pero se aprecia también una notable diferencia: Serbia podía
proporcionar y canalizar un abastecimiento intenso y permanente, mientras que el
eventual aliado de los alauíes sirios, Irán, apenas podría emprender un
esfuerzo de esa naturaleza, por discontinuidad territorial.
La base de una
resistencia alauí descansa en otros factores. No está garantizada la unidad de
los rebeldes una vez conseguido su objetivo de derrotar al régimen. La
capacidad de los alauíes y otros descontentos, por no hablar de rivalidades
internas, puede convertirse en un tormento para los futuros responsables de la ‘nueva
Siria’. Esta amenaza es aún más fuerte que en Libia, donde las hostilidades
tribales y regionales constituyen un
factor permanente de desestabilización.
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