15 DE NOVIEMBRE DE 2023
Seis semanas de guerra en Gaza.
Seis semanas de muerte, horror y odio. Para la gente que aún sobrevive entre
los escombros, nada volverá a ser como antes. Contrariamente a otras
operaciones de castigo israelíes, esta vez la vida seguramente no dará otra oportunidad.
Los dirigentes occidentales, que
desean liberarse cuanto antes y con el menor daño posible de este apoteosis de
destrucción y dilemas morales y políticos, permanecerán atados a sus efectos
por mucho tiempo. Los analistas y estrategas tratan de anticipar cómo quedará
la región al terminar el conflicto. No hay una respuesta clara. El optimismo de
la manida máxima “en cada crisis hay siempre una oportunidad” no es compatible
con Oriente Medio, donde domina otra de significado contrario: “todo lo que
puede salir mal, sale mal”.
Biden y su administración son los
principales paganos políticos, hasta la fecha. La guerra les consume en una
crisis que no esperaban. Es el segundo revés decisivo en su diseño de política
exterior. Ya tuvieron que abandonar la centralidad del pulso con China, para
atender la urgencia de Ucrania. La guerra en el Este de Europa no ha salido
bien, en la medida en que se prolonga y no se avista un final claro y mucho
menos pronto. Los arsenales americanos -igual que los europeos- están
exhaustos. No se produce al ritmo e intensidad que la guerra demanda.
Lo que menos necesitaba Biden y
su administración plagada de liberales intervencionistas era una guerra en la
región más enrevesada y complicada como es Oriente Medio. El apoyo de primera
hora a Israel está resultando caro, en términos estratégicos y políticos.
Estratégicos, porque debilita el
compromiso de Estados Unidos en otros frentes de conflicto, se quiera o no
reconocer públicamente. Biden cometió un error al unir estos dos conflictos en
su patriótico mensaje a la nación. Se trató en realidad de una treta: sabedor
de que el apoyo republicano a Ucrania se resquebraja y se escamotea la
provisión de fondos, vinculó este esfuerzo al salvamento de Israel frente a lo
que se presentó exageradamente como nueva amenaza a su existencia. El intento
fue fallido. Los republicanos le devolvieron el truco, pero con otro sentido:
para ayudar más y mejor a Israel, quizás habrá que rebajar el apoyo a Ucrania. En
un pacto “in extremis” en el último voto presupuestario en el Congreso, se
excluyen las dos. En los últimos días álgidos de la guerra fría, Washington se
había asegurado poder afrontar “dos guerras y media”. Pero esos tiempos hace
tiempo que pasaron. Hoy la superpotencia no puede asimilar ese dobles desafío a
“comer chicle y caminar”.
El desgaste político es más
doloroso, por dos razones: el plazo de pago es casi inmediato (apenas un año,
con las elecciones) y la cuantía, inesperada e inoportuna. Para un presidente
en ejercicio como Biden, octogenario y visiblemente fatigado, ganar unas
elecciones supone un esfuerzo mayúsculo. No le basta con fidelizar a los
afines: le es imprescindible atraerse a los indecisos, a los volubles, a los
escépticos.
Las encuestas predicen una tarea
más difícil aún que en 2020, y ello a pesar de que el rival más probable es el
mismo que el que fuera derrotado entonces. Trump, de confirmarse su triunfo en
las primarias que empiezan dentro de apenas dos meses, vendría con una mochila
mucho pesada, cargada de procesamientos judiciales, problemas financieros y rechazo
reforzado de adversarios y neutrales. En una país “normal”, sería inverosímil
un Trump 2.0. Pero Estados Unidos hace tiempo que dejó de ser un país “normal”.
A pesar de las lecciones de democracia que sus dirigentes liberales se empeñan
en impartir por el mundo, ese nacionalismo populista, ese supremacismo del
movimiento MAGA (Make America Great Again) afecto a Trump domina hoy el
discurso político.
Biden fue elegido hace cuatro
años, en gran parte porque muchos ciudadanos identificados con un Partido
Republicano “moderado” (más bien no extremista) vieron en el candidato
demócrata una opción de urgencia. Pero desde entonces, el Great Old Party ha
despreciado, marginado y finalmente laminado esa moderación. Sólo ciertos
cargos ya envejecidos y en la rampa del retiro subsisten. La mayoría parece
dispuesta a lo que sea para imponer sus agendas, como se vio en la batalla
interna por el control de la Cámara.
En estas condiciones, Biden no se
puede permitir perder un voto, ni propio ni prestado. Y las dos guerras le
están haciendo perder los dos. Ucrania ya es una sangría electoral desde hace
meses. Gaza empieza a serlo (1). Entre las bases demócratas hay una división
creciente ante la guerra. Los progresistas, los jóvenes no aceptan la
parcialidad del Presidente a favor de Israel. Biden ha “corregido el tiro”, con
una actitud retóricamente compasiva hacia la población palestina, exigido por
sus bases demócratas. Ya antes de la guerra, el sector más dinámico, más joven
e interracial del partido reclamaba una política más ecuánime en Oriente Medio.
La brutalidad de la actuación israelí tras el ataque de Hamas ha reforzado su
posición (2).
Si esto no fuera poco, los árabes
norteamericanos, pocos pero concentrados en estados clave en noviembre del
próximo año, se han movilizado como nunca. Michigan es el más importante. Biden
gano allí, después de que Trump arrebatara este otrora feudo demócrata a
Hillary Clinton en 2016. Allí se concentra buena parte del poder de los
sindicatos del automóvil que acaban de ganar una huelga de varios meses, con el
apoyo más bien simbólico de Biden.
De uno de los distritos de
Michigan con mayor peso de la población árabe es representante en la Cámara
Baja Rashida Tlaib, palestina de origen, que tiene a gran parte de su familia
viviendo en Cisjordania. Esta diputada no suscribió una declaración de
sus colegas parlamentarios en defensa de Israel y condena de Hamas,
contrariamente a otros progresistas y compañeros de fatiga en el caucus
progresista de la Cámara, que adoptaron una posición de equilibrio. Se da la circunstancia de que en el distrito
de Rashida Tlaib hay también bastantes electores judíos, que se sienten
indignados por sus posiciones políticas. En contraste, los árabes le han apoyado
calurosamente. La guerra de Gaza ha encontrado en Michigan una potente caja de
resonancia. Los encuestadores creen que si los árabes de Michigan no votan a
Biden, éste puede perder el Estado y quizás las elecciones (3).
Biden intenta flexibilizar a
Israel, convencerlo de que evite ataques contra hospitales como el de Al-Shifa,
en el norte de Gaza, epicentro actual de las operaciones terrestres. Pero es
muy difícil que lo consiga. Israel emite videos e información que presentan el
hospital como uno de los centros operacionales de Hamas.
Los aliados europeos se
encuentran en situación de parecidas urgencias. Macron, como suele hacer, ya ha
cambiado el tono y temperatura de su discurso. La movilización ciudadana, a
cuenta del antisemitismo, ha mantenido vivo el apoyo al “derecho de Israel a
defenderse”. Pero la manifestación del domingo a favor de la comunidad judía no
ha hecho disminuir el peso de la indignación por el martirio palestino.
En Alemania, se mantiene el consenso
proisraelí. La memoria del Holocausto tiene la sombra muy alargada en el país.
Pero la incomodidad por la masacre empieza a manifestarse en la izquierda, sin
temor a que la ínfima minoría nazi o filonazi pueda aprovecharse de ello.
En Gran Bretaña, el regreso de
David Cameron a la primera línea de la política, al frente del Foreign
Office, viene acompañado de la patata caliente de las dos guerras.
Su experiencia se valora, pero también se recuerda estos días sus errores de
juicio como primer ministro, tanto en Oriente Medio como en las relaciones con
Putin, aunque en este caso podría decirse lo mismo de sus coetáneos Obama y Merkel
(4). Si Cameron es el caballo blanco de ese giro centrista que ha intentado
el Premier Shunak para recuperar al electorado moderado, la apuesta es
arriesgada. No parece que la política exterior sea hoy una ruleta favorable.
Seguramente, la guerra no
cambiará nada en el escenario regional, como argumenta muy bien argumenta Steven
Cook, experto en Oriente Medio del Consejo de Relaciones Exteriores, ya que los
bandos se aferrarán a sus posiciones y sus aliados y/o protectores pondrán por
delante sus intereses políticos, económicos o estratégicos (5). Pero el
conflicto está generando facturas que se harán difíciles de pagar.
NOTAS
(1) “Biden is getting squeezed over Isralo-Hamas
war. Will it cost the White House. MICHAEL COLLINS. USA TODAY, 14 de
noviembre.
(2) “The longer and bloodier the war, the
harder it will be for the Democrat coalition”. THOMAS EDSALL. THE NEW YORK
TIMES, 8 de noviembre.
(3) “Rashida Tlaib, censured by the House, is
praised and condemned at home”. CHARLES HOMANS. THE NEW YORK TIMES, 13 de
noviembre.
(4) “David Cameron is a big international
figure, but what will he do as UK foreign secretary? PATRICK WINTOUR. THE
GUARDIAN, 14 de noviembre.
(5) “This war won’t solvethe Israel-Palestine
conflict”. STEVEN A. COOK. FOREIGN POLICY, 11 de noviembre.
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