11 de Febrero de 2016
La
historia de cómo Hillary Clinton se convirtió finalmente en la primera mujer
que alcanzó la presidencia de Estados Unidos se asemeja a esas clásicas
películas en que, para captar la atención, todo tiene que empezar rematadamente
mal antes de que algo, o alguien, interviene y, entonces, las cosas empiezan a
arreglarse hasta el inevitable `happy end`.
EL
AVISO SERIO DE NEW HAMPSHIRE
No por
anunciado en los sondeos, el resultado resulta menos inquietante. El equipo de
la megacandidata había hecho control
preventivo de daños, anticipando que la vecindad de New Hampshire con Vermont,
el estado por el que Sanders en Senador convertía a éste en claro favorito de
esta etapa de las primarias.
No
ha funcionado el emplaste. La derrota ha sido mucho más amplia de lo asumible.
El análisis de los exit polls indica que
los grupos de población hasta ahora más proclives a la exsenadora de Nueva York
le han fallado.
Lo más
llamativo es que las mujeres, casadas o divorciadas, han votado más a su rival
que a ella, por once puntos de ventaja. La defección de los jóvenes demócratas es
conocida, y se ha confirmado. Sólo uno de cada seis por debajo de los treinta le
ha votado. En la siguiente franja de edad -entre 30 y 44-, el resultado es algo
mejor pero no prometedor: sólo ha conseguido a un tercio escaso de los
potenciales votantes. El único segmento de edad en que Hillary ganó fue el de
los mayores de 65.
Pero si el género
y la edad concitan suficiente preocupación de los estrategas de campaña de la
todavía favorita, lo que realmente les debe alarmar es el factor social o
factor clase. Esa clase media a la que se comprometió defender cuando presentó
su candidatura el año pasado lo ha abandonado en New Hampshire. Le han
respaldado los profesionales y los sectores más acomodados de esa clase que,
sin ser millonarios, ni siquiera ricos, está lejos de pasar apuros para pagar
las facturas, según la clásica expresión de este país.
Ese voto
obrero, trabajador y masculino se lo ha llevado su adversario, algo que parecía
increíble hace un año. Sanders se confirma como el candidato como el candidato
del progresismo idealista, pero en New Hampshire también se ha ganado a los
desfavorecidos que no quieren cambiar el mundo, sino encontrar un mejor sitio
en él, es decir, los posibilistas.
SENSACIÓN DE
ÚLTIMA OPORTUNIDAD
Hillary
Clinton no podrá ser “la próxima presidenta de los Estados Unidos” si no le da
la vuelta a esta tendencia. No le bastan los mayores o los acomodados de la
clase media alta. Por eso, su equipo de campaña confía el giro viene en la
próxima doble curva; es decir, en las primarias de Nevada y Carolina del Sur, a
finales de mes.
Nevada es
conocida fuera de Estados Unidos por ese submundo norteamericano que es Las
Vegas. Pero es mucho más. Hay una importante población latina y una población
trabajadora que vota firmemente demócrata. Como expresión de ese voto obrero,
los sindicatos tienen un papel considerable. Y la cúpula sindical le ha
prometido el voto a Hillary.
Carolina del
Sur es el primer caladero importante de votos afro-americanos que sale a concurso.
Aquí la candidata es más que favorita. Muchas mujeres activistas negras con
fuertes raíces en el Partido Demócrata de este estado la respaldan y la
admiran. Pero muchos analistas ya están advirtiendo que Hillary Clinton no debe
confiarse, porque un tropiezo en Carolina del Sur podría abocarla al
Supermartes de marzo como una partida de vida o muerte.
LA PARADOJA
DEL RESPALDO AFRO-AMERICANO
Esta
preocupación se fundamenta en dos debilidades de la candidata con la población
negra: una propia y otra atribuida a la gestión de su esposo como Presidente en
los noventa.
Por empezar
con esta última, Bill Clinton promovió y saco adelante una legislación para
combatir el auge de la delincuencia que fue muy criticada en su momento, porque
puso en el énfasis en la persecución de los delitos más habitualmente cometidos
por los negros (el caso clásico fue la lucha contra el crack, mientras fue muy
permisivo con la cocaína). Al término de su mandato, las cárceles norteamericanas
estaban llenas de negros por delitos de drogas (uno de cada ocho o nueve),
mientras la población blanca relacionada con este delito apenas era perseguida.
El establishment político afro-americano ha
sido siempre un bastión de los Clinton. Pero como se demostró en el auge de
Obama, a finales de la primera década del siglo, las nuevas generaciones de
activistas de esta raza han intentado desmontar lo que ellos consideran un
mito: que Bill Clinton fue el “primer presidente negro” de Estados Unidos, como
proclamó en su día la escritora Tony Morrison. No basta con tocar el saxo en un
local sagrado de la comunidad negra para convertirse en defensor de la causa
(1).
A esta sombra
de la historia, se suma otra inquietud más cercana. Ya durante la fallida
campaña de 2008, pero también en el arranque de la actual, a Hillary Clinton se
le ha percibido incómoda en debates relacionados con la cuestión racial. Su
visión de efectividad, de priorizar la competencia sobre la ideología, la
frialdad con la que a veces afronta los problemas sociales le han granjeado
algunos disgustos entre los sectores que dicen defender.
En concreto,
protagonizó una suerte de encontronazo con unos activistas de Black Lives Matter que intentaron
interrumpir un acto electoral suyo el pasado verano, precisamente en New
Hampshire. Uno de esos activistas le reprochaba las consecuencias de la política
de lucha contra la delincuencia de su esposa, que ella defendió públicamente, y
Hillary optó por una postura distante, poco empática. Una frase resume su
actitud: no se pueden cambiar los corazones, se pueden cambiar las leyes (2). Este
tipo de mensajes no son los que cambian una dinámica, que es lo que necesita
ahora la candidata.
Este es el
gran reto para Hillary. Más que asegurarse los caladeros tradicionales de voto
o insistir en su cantinela de la experiencia y la eficacia, que sólo convence a
los ya convencidos, los que no se sienten perdedores en la terrible deriva de
la desigualdad pre y post-crisis, la candidata Clinton tiene que demostrar no
sólo que quiere legislar para los desfavorecido, sino que los comprende, que es
capaz de entenderlos además de defenderlos de manera abstracta o política. En
definitiva, Hillary Clinton tiene, por supuesto, un “problema de mensaje”, como
decía la CNN el pasado martes. Pero mucho mayor es su fracaso para crear
confianza en su persona.
(1)
THE NATION, 10 de febrero de 2016.
(2)
THE NEW YORK TIMES, 19 de agosto de 2015.
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