14 de octubre de 2020
A medida que se acerca el Election Day crece la inquietud sobre la normalidad del proceso electoral en Estados Unidos. En estos momentos, tanto dentro como fuera del país, se debate acerca de dos polos de incertidumbre. El primero, lógicamente, es el resultado. Pese a que Biden aventaja notablemente a Trump, las encuestas en los estados clave que decidieran el duelo no terminan de superar con claridad el margen de error; por tanto, el actual presidente (incumbent) aún no parece derrotado. El segundo asunto de discusión, por su novedad y riesgo, es el más importante: ¿aceptaría Trump su derrota?
Desde
hace semanas, expertos constitucionalistas, dirigentes y comentaristas
políticos y portavoces de sectores sociales debaten abiertamente, y con sonrojo
en algunos casos, sobre algo impensable hasta ahora. ¿Estados Unidos se
encuentra en el filo de convertirse en una República bajo sospecha? O, como
dijo el expresidente Carter, ¿no debería solicitarse el concurso de observadores
internacionales para controlar el proceso electoral?
LA
SOMBRA NEGRA
En
este clima de tensión y nerviosismo electoral, surge otro peligro no menos
grave: la sombra de la violencia como factor adicional de desestabilización
institucional. Grupos de la extrema derecha racista proclaman abiertamente su
intención de no permitir la derrota de Trump; o, como ellos dicen, combatir el
supuesto fraude para impedir un segundo mandato.
El
supremacismo blanco no es un fenómeno nuevo en Estados Unidos, naturalmente Se trata
de un fenómeno histórico intrínsecamente ligado al desarrollo social y político
de la nación desde su orígenes, factor decisivo en momentos cardinales como el
propio nacimiento, la guerra de Secesión, las leyes segregacionistas o las
luchas por los derechos civiles. El infame Ku Klux Klan es sólo uno de los
protagonistas históricos de esa constante social e ideológica.
En
la actualidad, el supremacismo blanco adquiere formas más diversas y adaptadas
a las realidades sociales y, sobre todo, a los instrumentos de desarrollo y
propagación, como Internet y las redes sociales. La atomización caracteriza al
movimiento, aunque existen lazos de cooperación o encuentro, no tanto
organizativo cuanto inspirador.
El
COVID-19 ha contribuido muy favorablemente al crecimiento numérico de estos
grupos, al proporcionarles un motivo más de propaganda: la supuesta resistencia
contra la imposición del confinamiento, de la restricción de la libertad de
movimiento y actuación. En la negativa de Trump a favorecer las medidas
preventivas y reactivas frente a la enfermedad, estos extremistas han
encontrado a un aliado inesperado, nada menos que en la propia Casa Blanca. De
repente, el jefe del gobierno se convierte en un un inspirador. Y los que se
oponen a él desde posiciones de responsabilidad son los enemigos principales a liquidar.
Es el caso de la gobernadora de Michigan, Gretchen Witmer, a la que uno de estos
grupos pretendía secuestrar, según el FBI (1). Un plan similar se ha descubierto
en Virgina.
Trump había preparado el terreno con tuits incendiarios en los que invitaba a la población a liberarse del confinamiento impuesto por los gobernadores en sus estados. En el debate televisado con su oponente, el presidente hotelero se había negado a condenar a estos grupos, limitándose a recomendarles que permanecieran tranquilos, pero atentos y vigilantes (stand down and stand by). Le faltó decir, a sus intereses personales y electorales (2).
LA
MAYOR AMENAZA TERRORISTA
Pero
ya antes del proceso electoral y del COVID-19, Trump se había dejado tentar por
el apoyo más o menos explícito del supremacismo blanco. Ha exonerado reiteradamente
a los asesinos múltiples de ultraderecha, tras los actos violentos de
Charlottesville, Pittsburg, Poway, El Paso y otros. Este verano, con motivo de
las movilizaciones sociales tras el asesinato del afroamericano George Floyd por
brutalidad policial, bandas de ultraderecha aterrorizaron a los manifestantes
en Portland y otras localidades, con la anuencia directa o indirecta del
agitador de la Casa Blanca.
Los
grupos de extrema derecha racista han experimentado un auge sin precedentes
durante los cuatro años de mandato de Trump. Según la Liga Antidifamación, una
de las ong que siguen más de cerca estas actividades, en 2017 los grupos
de ultraderecha mataron a 37 personas (el 20% de las víctimas mortales por
terrorismo en el país). En 2018, el terrorismo doméstico se cobró medio
centenar de vidas y los supremacistas fueron los autores de casi ocho de cada
diez de estos crímenes. El año pasado fue el peor desde 1993, cuando se produjo
el macroatentado de Mac Veigh en Oklahoma. Otros investigadores del
terrorismo, como Daniel Byman, de la Brookings, han documentado y
analizado la predominancia del terrorismo de ultraderecha frente a la atención
excesiva puesta por medios y políticos en el yihadismo (4).
Rebecca
Weiner, alto cargo en la policía de Nueva York, describe las características
comunes de estos grupos fanáticos y violentos: armados hasta los dientes, muchos
de ellos con pasado militar o policial, combinan la indumentaria paramilitar
con el uso de camisas hawaianas. Se reclaman confusamente de una cultura que ha
venido en conocerse como boogaloo bois: una mezcla de proclamas del libertarismo
antigubernamental, derecho ilimitado al uso de armas, sacralización de la
violencia y evangelismo, con el designio de que América se convierta en un etnoestado
blanco, si es necesario mediante una guerra civil (5).
ALIADOS
INSTITUCIONALES Y PARANOICOS
Como
ya ocurriera con el ISIS, el supremacismo blanco también ha visto favorecido
por Internet. Las páginas web y los sitios de chat han proliferado, creando una
red de inspiración y animación. Es un fenómeno universal, que ha permitido crear
nuevos héroes y mitos, como el noruego Breivik o el australiano Tarrant, y conectar
a grupos de extrema derecha de todo el mundo con otros cabecillas de esta crecida
ultraderecha norteamericana. Pero según Weiner, en el uso masivo de Internet
reside también el telón de Aquiles de estos grupos, ya que se les podría
silenciar con relativa facilidad, si las grandes empresas del sector tuvieran el
mismo interés puesto en neutralizar u obstaculizar la propagación de mensajes yihadistas.
Otro
nivel de complicidad, más explícita y perturbadora, proviene de departamentos
locales de policía y sheriffs de condados, tanto en ciudades con populosas
minorías raciales como en medios rurales o urbanos de la América profunda. En el
pasado y en las protestas de este verano, los antidisturbios han sido auxiliados
por los pistoleros de la ultraderecha (6).
En
su febril actividad conspiratoria, el supremacismo blanco ha convergido con otras
corrientes paranoicas, como el fenómeno QAnon, una especie de secta que
proclama la existencia de un supuesto plan maligno de pedófilos, políticos
demócratas (con Hillary Clinton a la cabeza) y otros poderes ignotos para
apoderarse de Estados Unidos y acabar con las libertades. Con apoyo en los foros
4chan y 8chan, han propagado su mensaje y ganan adeptos cada día,
incluidos líderes republicanos (7). No constituye una sorpresa que QAnon
se haya sumado a la defensa de Trump y a la teoría de un compló para
desalojarlo de la Casa Blanca.
NOTAS
(1) “FBI says
Michigan anti-government group plotted to kidnap Gov. Gretchen Whitmer”. THE
NEW YORK TIMES, 8 de octubre.
(2) “Trump
keeps inciting domestic terrorism”. JEET HEER. THE NATION, 9 de octubre.
(3) Cifras
recogidas en “A political virus.America’s far-right is energised by Covid-19
lockdown”. THE ECONOMIST, 17 de mayo. Pueden encontrarse estos y
otros muchos datos sobre la actividad del extremismo racista en la página web
de la AntiDefamation League: http://www.adl.org
(4) De DANIEL L. BYMAN, dos trabajos recientes a retener en
la página de la BROOKINGS: “Who is a terrorist today” (22 de septiembre),
y “How an administration might better fight white supremacist violence” (11 de
agosto).
(5) “The
growing white supremacist menace”. REBECCA ULAM WEINER. FOREIGN AFFAIRS, 23
de junio.
(6) “Racism,
white supremacism and far-right militancy in law enforcement”. MICHAEL GERMAN. BRENAN
CENTER FOR JUSTICE, 27 de agosto.
(7) “QAnon’s
creator made the ultimate conspirancy theory”. JUSTIN LING. FOREIGN
POLICY, 6 de octubre; “QAnon: aux racines de la théorie conspirationniste
qui contamine l’Amérique”. DAMIEN LELOUP y GRÉGOR BRANDY. LE MONDE, 14 de
octubre.
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