27 de Enero de 2016
La
Conferencia de Paz sobre Siria se ha retrasado. No es descartable que la demora
se prolongue, incluso más allá del viernes, nueva cita. No hay acuerdo en casi
nada para empezar a hablar. Pero el escollo que más se destaca estos días
últimos tiene que ver con lo más primario en un esfuerzo diplomático de esta
naturaleza: los participantes.
El
responsable de la ONU encargado de las conversaciones, Stefan de Mistura, está
harto. Apenas lo oculta. Unos y otros le ponen vetos en la lista de asistentes.
Sobre todo los saudíes, que quieren imponer a sus protegidos. De Mistura ha
dirigido una carta a los estados permanentes del Consejo de Seguridad para que
tomen cartas efectivas en el asunto (1).
Estas
dificultades iniciales son sólo las primeras en una larga lista no muy difícil
de anticipar. Hasta hace sólo unas semanas se imponía el convencimiento general
de que no era posible una solución militar del conflicto. Ahora las opiniones
son más diversas.
Algunos
analistas consideran que la intervención rusa ha reforzado a Assad hasta el
punto de volver a hacerle creer en la victoria militar (2). Esta afirmación
seguramente es exagerada. Otras estimaciones, por el contrario, indican que el
régimen ha obtenido un respiro, pero no ha mejorado ostensiblemente sus
posiciones.
Quizás
la mejor noticia para las autoridades de Damasco es que sus enemigos siguen
divididos, y por mucho tiempo, por lo que parece. El empeño saudí en convertir
a sus protegidos en los elementos centrales de una solución debilita las
opciones más moderadas, si es que existe ya alguna.
TODOS
CONTRA TODOS
En
Siria se vive algo similar a una guerra de todos contra todos. En el plano
bélico, las alianzas en una zona, región, provincia o enclave se diluye a los
pocos días o semanas. Los amigos de hoy, o de aquí, se convierten mañana, o
allá, en enemigos. La aparente afinidad ideológica o étnica, o incluso un padrinazgo
común, no impiden esta variabilidad. Para los propios especialistas, la elaboración
de un mapa de contendientes por zonas resulta un quebradero de cabeza. O, en
todo caso, un ejercicio sometido a continua revisión.
En
un esfuerzo de síntesis, y advirtiendo que la simplificación es inevitable,
diremos que se pueden detectar en Siria guerras distintas que se solapan, confunden,
desvirtúan y, en ciertos momentos, se anulan entre sí.
A
priori, el régimen de Assad se enfrenta a todos. Pero los rebeldes combaten entre
ellos en frentes paralelos, simultáneos o solapados. Esta multiplicidad de
enfrentamientos sobre el terreno, en
varios lugares y durante bastante tiempo, termina por congelar, suspender o neutralizar
el conflicto inicial. Hay discrepancias y choques serios entre laicos (casi
simbólicos) y yihadistas. Los yihadistas del Frente Al-Nusra, la
franquicia de Al Qaeda, y el Daesh se combaten ferozmente. Los favoritos
de Arabia Saudí, como Jaish al Islam o Al Ahrar Al-Sham,
colaboran en algunas zonas con Al-Nusra, y en otras se enfrentan con
saña; a su vez, esos dos grupos amparados y financiados por Riad, se han negado
apoyo en ocasiones, por discrepancias tácticas, sectarias o de liderazgo.
Los
kurdos constituyen un factor generador de paradojas en cadena. Por un lado, los
combatientes del YPG (kurdos sirios) son los enemigos más activos de los yihadistas
en el norte, lo cual ha favorecido una especie de pacto tácito de no agresión
con Damasco. Por otro lado, los kurdos son los combatientes más fiables para
los norteamericanos y sus principales receptores de ayuda y apoyo sobre el
terreno. Pero esta relevancia kurda irrita de forma insoportable a Turquía,
teórica aliada de Estados Unidos. De hecho, los turcos combaten con más
ferocidad a sus kurdos (PKK), aliados del YPG.
Las
urgencias humanitarias complican aún más las cosas, porque los contendientes no
dudan en tomar como rehenes a la población civil para obtener ciertas ventajas,
alivios o intercambios satisfactorios, en términos tácticos y/o
propagandísticos.
LAS
RIVALIDADES DE GUANTE BLANCO
En
el plano diplomático, la situación no es mucho más clara, como el retraso en el
inicio de la Conferencia de Paz ha puesto palmariamente de manifiesto.
Estados
Unidos y Rusia no comparten una estrategia común. Washington pretende que la
derrota del Daesh no sirva para consolidar a Bashar el Assad y su
sistema de poder bajo la hegemonía alauí, sino que abra el paso a un nuevo
régimen más abierto y democrático. Moscú sólo aceptaría la caída de su
protegido en Damasco si le sustituyera otro que garantizara sus intereses
estratégicos (presencia militar e influencia en la zona). Informaciones
recientes parecen apuntar a una escalada limitada del compromiso militar
norteamericano no directo, sino bajo cobertura saudí o de otros estados árabes
conservadores tradicionalmente aliados. En la Casa Blanca se mantiene el
convencimiento de que el Kremlin no puede permitirse, en la actual situación de
fragilidad económica rusa, con el petróleo por debajo de 30 dólares, la
prolongación de su compromiso militar en Siria.
Esta
rivalidad entre las dos grandes potencias externas en Oriente Medio se
convierte en hostilidad abierta y cada vez más peligrosa en el caso de Arabia
Saudí e Irán. La Casa de los Saud quiere un cambio radical de régimen y la
hegemonía de la mayoría sunní. La República Islámica necesita conservar a toda
costa el eje chíi en posición de fuerza junto al Mediterráneo.
Hay
otros enfrentamientos no menos agrios. Rusia se ha olvidado, al menos por el
momento, de sus planes de cooperación económica y energética con Turquía, tras
el desgraciado y todavía no suficientemente explicado incidente del avión ruso
abatido por las baterías antiaéreas turcas. El actual gobierno de Iraq, aunque
más moderado y aparentemente menos sectario que el anterior, tampoco ve con
buenos ojos que en su flanco occidental triunfe una opción sunní radicalizada o
sometida a los dictados de Arabia Saudí. Aunque Assad no es un aliado directo
de los chiíes iraquíes, es un protegido de Teherán, que sigue teniendo una
influencia capital en Bagdad, sobre todo a la hora de evitar un nuevo desafío
de los extremistas sunníes del Daesh.
En
fin, como sostiene con lucidez un veterano analista de la región, a la hora de
imaginar la paz, lo más sensato es ser escéptico (3). Siria sigue siendo un pandemónium
de muy difícil abordaje. Sólo el agotamiento real de las opciones
militares, por extenuación pura y dura, puede abrir la puerta a negociaciones
diplomáticas y políticas reales y no ficticias o aparentes, es decir, de
cobertura. Si el actual bloqueo se prolonga, como parece más que probable, la
desesperación de la población se agravará, si eso es posible, continuará el
éxodo y y el drama de los aspirantes a refugiados terminará por
resquebrajar del todo Schengen, uno de los fundamentos de la Unión
Europea.
(1) U.N. Envoy signals that Ryad
is obstructing Syria peace talks. COLUM LYNCH. FOREIGN POLICY, 20 de enero.
(2) "Assad has it his way.
The Peace talks and after" JOSHUA LANDIS y STEVE SIMON. FOREING
AFFAIRS, 19 de enero.
(3) "A Skeptic´s Take on
solving Syira". DAVID AARON MILLER. FOREIGN POLICY, 23 de diciembre.
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