18 de Enero de 2016
No
ha habido manifestaciones de alegría en las calles iraníes. Discreta, aunque
solemne, sesión en el Parlamento. Sobrio discurso del presidente Rouhani con
escasas concesiones triunfalistas y una promesa fundamental: emplear los fondos
liberados por el levantamiento de las sanciones para promover el crecimiento y
desarrollo del país y el bienestar social de los iraníes.
UNA
LARGA RECUPERACIÓN...
Esta
prudente reacción al final de las sanciones es consistente con el futuro
previsible. A Irán le queda un largo trecho para disfrutar plenamente de la
bonanza creada por la esta "nueva atmósfera" (Rouhani dixit). Ciertamente,
el alivio se hará sentir pronto. Lo más inmediato será el acceso, por parte del
Estado y de los particulares, a los casi 100 mil millones de dólares en activos
iraníes bloqueados hasta ahora en las plazas financieras internacionales. Poco
a poco, la industria petrolera nacional irá aumentando la venta de crudo en el
mercado internacional, hasta alcanzar, a final del año, el millón de barriles diarios,
lo que proporcionará al país 30 millones de dólares adicionales cada día.
Otros beneficios, como la recuperación de la
inversión extranjera, se hará esperar, por dos razones: primero, las empresas multinacionales
querrán comprobar las condiciones de sus potenciales operaciones en un entorno
político inestable (procesos electorales inciertos a la vista); y, en segundo lugar, el riesgo de cualquier
discrepancia seria en la aplicación del acuerdo nuclear podría disparar el snap-back;
es decir la reintroducción escalada parcial o total de las sanciones (según
la gravedad del eventual incumplimiento).
Aparentemente,
el régimen iraní tendrá que resolver ahora un dilema básico: la distribución
efectiva de los dividendos del acuerdo nuclear. El presidente Rouhani y los
reformistas quieren dedicar la inmensa mayoría de estos nuevos recursos
disponibles a mejorar el aparato productivo del país y atender las necesidades
de la población. Los conservadores o intransigentes, sin desdeñar este aspecto,
querrán reservar parte de los fondos para reforzar la influencia de Irán en el
entorno regional, un objetivo que los reformistas no rechazan pero consideran
muy secundario.
El
debate interno y casi nunca público lleva meses desarrollándose. Pero se resolverá el mes que viene, el 26 de
febrero, cuando el país elija un nuevo Parlamento y, lo que es tan importante o
más, una nueva Asamblea de Expertos, es decir, el organismo encargado de
designar al Guía de la Revolución, la máxima autoridad del país, el hombre que
se sentará en la silla de Jomeini.
Rouhani
tiene una baza: las expectativas de la población, pese al desánimo creciente de
los últimos años, por el efecto erosionador de las sanciones. El presidente
reformista acredita unos resultados prometedores: ha conseguido reducir la
carestía de la vida, pero el desempleo se mantiene o crece. El paro real se
estima en un 30% y no en el 12% que sostiene la estadística oficial. El año
fiscal se cerrará en marzo con crecimiento cero, después de un ligero repunte
en 2014, que siguió a dos años de recesión. Las previsiones para el siguiente
periodo son cautas, pese al levantamiento de las sanciones.
En
las calles de las grandes ciudades, es apreciable la ansiedad, como reflejan
algunos medios occidentales (1). El anterior presidente, Ahmadineyad, recurrió
a medidas populistas para aplacar el malestar creciente de la población. Rouhani
ha ido desmontando esa política, en el convencimiento de que el final de las
sanciones favorecería un despegue económica antes de que la exasperación
popular cristalizara en un malestar social fuera de control.
...
PERO UNA BASE SÓLIDA
Irán
es un país rico, educado y razonablemente desarrollado. Aunque la industria
petrolera se ha visto golpeada por sucesivas crisis, el potencial es enorme: en
los momentos más florecientes, era el cuarto productor mundial y el segundo
exportador. Teherán no oculta su objetivo de conseguir exportar hasta cuatro
millones de barriles diarios, incluso aunque esa aportación masiva de crudo
provoque una caída de los precios hasta los 20 dólares. Estos cálculos suenan
demasiado optimistas, según varios expertos occidentales, porque la
infraestructura petrolera iraní necesita urgentes reparaciones inversiones
(500.000 millones de dólares sólo para cumplir con los objetivos más inmediatos
antes de fin de año).
Pero
el régimen confía en un nuevo esplendor petrolero basado en dos factores: el
atractivo que nuevas reservas y proyectos de explotación pueden ejercer sobre las
compañías internacional (las inversiones se calculan en 200.000 millones de
dólares en los próximos cuatro años) y la admisión de capital extranjero en el
plan de privatización de la industria petrolera que está elaborando el Gobierno
(2).
Se
espera que la recuperación del maná petrolero sirva para impulsar otras
industrias y actividades económicas que están consolidadas pero duramente afectadas
por tres décadas de turbulencias: automóvil, construcción, acero, químicas, finanzas,
etc. La posición de Irán en el G-20 es sólida y no ha sido puesta en riesgo ni
siquiera durante el periodo de las sanciones. Por poner un ejemplo, quizás no
se sepa que la industria automotor es más fuerte que la británica o la
italiana. El gran desafío ahora es la diversificación productiva. Pero el país
parece bien dotado para afrontarlo. Dispone de universidades e instituciones técnicas
y científicas de talla mundial. Irán es el principal inversor en ciencia de
todo Oriente Medio, con centros tecnológicos internacionalmente reconocidos en biología,
informática y comunicación. En no pocos indicadores Irán supera a países BRIC
como India o Brasil (3)
En
el aspecto social, la mejora de Irán es innegable. Antes de la revolución
islámica la esperanza de vida era de 54 años y ahora es de 74. La tasa de
alfabetización es del 98%. La quinta parte de la población es universitaria. A
pesar de la crisis, la clase media no ha desaparecido, aunque la mayoría de la
población tiene que apañarse con salarios que no llegan a los 200 euros
mensuales y una carestía de vida creciente hasta hace apenas dos años.
En
definitiva, Irán ha vuelto y todo indica que su intención es permanecer y no
reincidir en políticas que arriesguen el horizonte de un futuro mucho mejor. Los
ayatollahs tienen que decidir si la influencia exterior es más importante que
la prosperidad nacional. Y las grandes potencias tendrán mucho que decir. Irán
no se abriría sólo a Occidente. La intención de los reformistas es equilibrar
el nuevo paradigma de apertura a Occidente con el reforzamiento de las
relaciones ya desarrolladas con los países emergentes. Los riesgos no son
pequeños. El turbulento y destructivo Oriente Medio puede desbaratar, una vez
más, estos planes.
(1) "A Téhéran, l'effet de
l'accord nucléaire se fait attendre". LE MONDE, 15 de diciembre.
(2) "Why Oil Must not flow
fast from Iran". MANSUR KASHFI. FOREIGN AFFAIRS, 26 de
Octubre.
(3) "Rebooting Iran's
economy". MASSUD MOHAVED. FOREING AFFAIRS, 22 de Noviembre.
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