11 de abril de 2013
Los profesores Lieber (Georgetown)
y Press (Darmouth College) sostienen que la situación en Corea es un
ejemplo clásico de la estrategia de la guerra fría, en la que se contemplaba el
recurso nuclear como respuesta a una escalada no evitable de la guerra
convencional. Pero en este caso, esa 'evitabilidad' es muy reducida debido a
las nuevas doctrinas de combate norteamericanas que, en caso de conflicto, no
buscan ganar territorio enemigo sino incapacitarlo mediante la inhabilitación
de su “sistema nervioso central” (es decir, la destrucción de sus sistema de
control, mando y comunicaciones). Lo cual empuja a un adversario dotado con
armas nucleares a escalar el conflicto.
Andan los actores e interpretes
del mundo preocupados por el riesgo de un conflicto bélico a raíz de la enésima
alarma generada en Corea del Norte. Con respecto a las anteriores, acontecidas
en los últimos años, ésta de ahora parece cobrar visos de mayor verosimilitud.
En realidad, se trata de una prolongación o continuidad de las anteriores. Con
la cautela que exige un asunto de esta naturaleza, no parece osado afirmar que
esta amenaza de guerra es básicamente propagandística.
ENCERRADO CON
UN SÓLO JUGUETE
Corea del
Norte es un país aislado, anacrónico, pobre y empobrecido, dirigido por una
casta neurótica e irracional. Se ha entregado a una dinámica paradójica de
generación de poder nuclear. Paradójico porque la supuesta motivación de
supervivencia cotidiana (energía para no incrementar la dependencia) y
existencial (defensa frente a una agresión fatal del enemigo o de los enemigos
exteriores) se ha convertido en su principal factor de inseguridad.
La dinastía
Kim, como casi todas las sagas familiares gobernantes, se agota a medida que se
prolonga. Cada miembro recibe un legado menos sólido que su antecesor. El hasta
ahora último de la serie evidencia una debilidad propia y heredada, a la vez.
Los intentos de reforma –si es que existen en realidad- se ven sometidos por
los imperativos de la propia lógica dinástica. El mantenimiento del régimen
está ligado a la de la dinastía, porque uno y otra se han confundido con la
viabilidad del país. De ahí que no haya elementos reales de rectificación. Ni
el fondo ni en la forma. Peor aún: la
forma toma el mando frente a la vacuidad de un proyecto auténtico de país.
La forma en
Corea del Norte es la propaganda. Es el mayor ejemplo real de la alegoría 'orwelliana'.
Una realidad fabricada se construye en paralelo o en superposición a la vida
real. No es sólo una clásica estrategia de diversión o mixtificación del poder.
Es una necesidad existencial. Hay sistemas autoritarios que pueden existir con
dosis medias de propaganda, porque disponen de fortalezas reales como cierta
prosperidad económica, factores de cohesión social o agentes activos de arraigo
social. No es el caso de Corea del
Norte. La propaganda como expresión superpuesta de esa vida vacía se ha
convertido en el único sustento real del sistema político. Un reciente artículo
en el diario EL PAIS sobre la vida cotidiana en Corea de Norte acreditan estas
reflexiones.
Sólo así se
explica lo ocurrido estas últimas semanas: la escalada (verbal) de amenazas y
riesgos de guerra. Kim Jong-Un ha subido una raya en las provocaciones y el
lenguaje altisonante. No porque disponga de más recursos que sus antecesores o
porque tenga un mayor conocimiento del dominio militar, sino por todo lo
contrario. El más joven de los Kim es el que menos formación ha tenido en este
campo, el más dependiente de tutelas familiares, el que menos se había
preparado para liderar, porque la desaparición de su padre llegó antes de lo
previsto, y seguramente el que menos apetito ha tenido de actuar como un “comandante
en jefe”. A falta de realidad, refuerza la propaganda, la realidad paralela.
Tiene que hacer más ruidosa la amenaza de guerra para parecer más creíble.
LA
CONTRADICCIÓN CHINA
El profesor
Bruce Cummings (Universidad de Chicago) analiza la evolución del comportamiento
norcoreano y esa translación de la propaganda interna al dominio exterior. De
la misma forma que sabe que las masas no se creen el cuento oficial (por eso el
dispositivo asfixiante de vigilancia y represión), el régimen también “cuenta con
el buen sentido de sus adversarios de no tomarse sus incesantes apelaciones
bélicas en serio”.
¿Qué sentido
tiene entonces toda esta retórica guerrera? Supuestamente, se persiguen tres
objetivos: primero, obligar a la nueva presidente surcoreana Park a elegir
entre seguir con la línea dura o volver a comprometerse en negociaciones de
convivencia que estabilicen el régimen de Pyongyang; segundo, testar la
“paciencia estratégica” de Obama, que contemplado desde 2009 tres pruebas de
misiles de largo alcance y dos ensayos nucleares; y tercero, advertir a China
de que, para evitar el riesgo de que las cosas se salgan de control, es
preferible seguir tolerando las violaciones de las sanciones que alinearse con
Occidente en la aplicación de las
mismas.
La evolución
de China, efectivamente, es un factor muy interesante del análisis. Pekín ha
sacado partido de su protegido norcoreano, pero ahora tiene intereses
superiores; en particular, que las bravuconadas de Pyongyang no justifiquen un
refuerzo militar de Estados Unidos en la zona, ya de por si impulsado por la
nueva prioridad estratégica norteamericana concedida a Asia (la famosa
"pivotación estratégica" de la nueva doctrina Obama). La aceleración
del sistema de intercepción de misiles decidida por el Presidente, a
requerimiento del Pentágono, (mil millones de dólares de coste) no sólo atenta
contra la capacidad de Corea del Norte, sino también de China.
EL RIESGO DE
ESCALADA
No obstante,
la buena noticia en este caso, sostienen Lieber y Press, es que Corea del Norte
no parece disponer de la tecnología suficiente para sostener una escalada en el
estadio nuclear. Es altamente improbable que pueda aún dotar a sus miles de
cabezas nucleares ni disponga de otros recursos de destrucción atómica. En todo
caso, y mientras se tenga ese margen, recomiendan ambos expertos que Washington
y Seúl “desarrollen opciones militares convencionales verdaderamente limitadas”
que prevengan la escalada nuclear.
De forma complementaria, los
profesores sugieren que se trabaje con Pekín la creación de “paraguas dorados
para los jerifaltes del régimen”, por una sencilla razón: mientras éstos sepan
que existe futuro viable para ellos y
sus familias, tendrán menos estímulos para embarcarse en opciones suicidas.
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