18 de Abril de 2013
El
esquivo atentado de Boston no sólo ha aplacado las alarmas diplomáticas y
mediáticas sobre el riesgo de guerra asiática a partir del 'foco' norcoreano.
También ha sumido en la desatención un informe cardinal sobre la denominada
'guerra contra el terror en los Estados Unidos', en el que se realiza una
detallada revisión de las prácticas de investigación, desplazamiento, interrogatorio
y tratamiento de sospechosos de terrorismo.
UN
INFORME IMPRESCINDIBLE, NO DEFINITIVO
Hace
ya cuatro años, al poco de tomar posesión Obama de su cargo presidencial, una
prestigiosa asociación de defensa e investigación en derechos humanos, la Project
Constitution, reunió un panel de once destacadas personalidades para que
analizaran la política de persecución del terrorismo tras el 11 de septiembre.
La conclusión de los trabajos,
presentada esta semana, sanciona con claridad que "Estados Unidos
se embarcó indisputablemente en "desapariciones forzosas",
"detenciones secretas" y "torturas.
No
se trata de un descubrimiento, por supuesto, pero el documento tiene un
innegable valor de testimonio acreditativo por varias razones: la cantidad de
información revisada y analizada, la claridad de la exposición y de sus
conclusiones, el carácter independiente de la investigación y la relevancia de
los componentes del grupo investigador.
El
panel ha sido dirigido por dos figuras no de primer orden (no hubiera sido
posible, dada la naturaleza del trabajo), pero sí de singular significación: el
republicano Assa Hutchinson, que sirvió en la administración Bush, primero como
jefe de la DEA (la agencia antidrogas) y luego como subsecretario del
Departamento de Seguridad nacional; y el demócrata James R. Jones, embajador en
México durante la administración Clinton.
El
informe final tiene casi seiscientas páginas. Repasa todas las prácticas de
detención e interrogatorio de la CIA y confirma los abusos cometidos con los
prisioneros sospechosos, como los ahogamientos simulados, el encadenamiento en
posiciones forzadas y la privación de sueño durante días, entre otros. La mayor
laguna del informe ha sido no haber tenido acceso a las 6.000 páginas de un
documento, todavía clasificado, del Senado, elaborado a partir de material
interno de la CIA. Los investigadores estiman que el mantenimiento de estas
áreas de secreto aumenta el riesgo de que la tortura siga vigente en el
tratamiento de prisioneros.
Más
allá de los testimonios fácticos, las valoraciones de los autores son
contundentes y demoledoras: el uso de la tortura -concluyen- "daña la posición
de la nación, reduce su capacidad de ejercer la censura moral [de los
adversarios] cuando sea necesario y aumenta el peligro para el personal militar
nortamericano cuando sea capturado".
Los
miembros del panel no sólo critican a la administración Bush, responsable de
estos comportamientos inaceptables y perjudiciales para la seguridad de Estados
Unidos. Al Presidente Obama le reprochan el secretismo y que no haya sido capaz
de mantener sus promesas de limpieza del sistema de detenciones y persecución
del terrorismo. Estas críticas han sido concurrentes desde varios sectores
progresistas. El propio NEW YORK TIMES dice en un comentario editorial que la
visión presidencial de "mirar adelante y no atrás" no puede justificar
el silencio o la inhibición.
LAS
PRIMERAS LECCIONES DE BOSTON
El
desprecio por la legalidad y la humanidad que los principales exponentes de la
lucha antiterrorista en Estados Unidos demostraron después de los atentados de
2001 obedeció a una histeria nacional bien lubrificada, como es bien sabido,
por los ideólogos extremistas 'neocon'. Pero no debe pasar desapercibida
la falta de reflejos de numerosos medios informativos, y no sólo los afines o
corifeos de los 'halcones' de Washington. La promoción de un nuevo enemigo -interno y externo a la vez-
tras el vacío creado por la desaparición del adversario soviético resultaba
rentable no sólo para los poderosos intereses industriales, militares e
ideológicos, sino también para la narrativa mediática y su afán interesado de
simplificar los mensajes y su proyectada visión del mundo.
Resulta
ejemplar la responsabilidad demostrada por Obama tras conocer las explosiones
en el maratón de Boston. Su llamada a no sacar conclusiones precipitadas no fué
sólo un acto de prudencia o sensatez políticas. El presidente debe ser
consciente de que el país necesita abordar los asuntos de terrorismo no sólo
con serenidad, sino también con claridad de juicio. Los términos empleados por
el Presidente para responder al terrorismo son modélicos: "sin egoísmo,
compasivamente, sin miedo". Parece evidente que Obama quiso evitar que,
sin pruebas solventes, se atribuyera el atentado al 'enemigo islámico'.
Desgraciadamente,
la propia presión de los acontecimientos, la inevitable tensión emocional, la
habitual ansiedad mediática por saturar en vez de clarificar y explicar y los
residuos del pánico creado por el peligro, inducido tanto o más que real, han
producido algunas perlas de esas que se acumulan en el tratamiento inadecuado de
crisis y conflictos.
El
semanario NEW YORKER publica a este respecto un significativo artículo acerca
de un joven saudí que participaba en el maratón y que resultó herido de
consideración por las bombas. Mientras que la gente trataba de ayudarse y socorrerse
mutualmente, de repente, un joven fue derribado por uno de los presentes ante
su aspecto sospechoso. ¿Cuál era? Que corría -como todos allí-, que avisaba del
peligro de otra bomba -algo muy probable que terminó ocurriendo. Y otro detalle
más: sus rasgos árabes, el elemento definitivo. Lo que ocurrió a continuación
-dice NEW YORKER- no sorprende demasiado: la creación de un "sospechoso
detenido saudí". El artículo detalla los comentarios prejuiciosos de
responsables políticos y comentaristas iluminados. El relato dominante se hizo consistente
con el prejuicio: el atentado sólo podía ser obra de un islámico, vino a ser el
pensamiento inspirador.
Al
cabo, no hubo detención, ni el sospechoso era tal, sólo un 'testigo'. El caso
quedará como un ejemplo más de mala práctica informativa, por supuesto; pero
también de la vigencia de los fantasmas que una perversa concepción/ejecución
de la 'lucha contra el terror' ha logrado incubar en la mente de muchos
norteamericanos.
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