2 de abril de 2013
Después de completada su aplazada visita
a Israel y Palestina, con resultados más propagandísticos que palpables (con
excepción de la reconciliación israelo-turca), el presidente Obama acomete esta
semana otra de las ‘asignaturas exteriores’ que el agobio de los asuntos
internos y el calendario político de los anfitriones han ido retrasando: la
consolidación de una nueva vecindad con México. Tres son los pilares que
sostienen las relaciones entre ambos países del norte de América: inmigración,
seguridad y cooperación económica.
UN MARCO MIGRATORIO MÁS ESTABLE Y JUSTO
Sin duda, la inmigración puede ser el
gran logro de la presidencia de Obama. Tras varias de décadas de pasividad o
fracasos en la gestión del fenómeno migratorio, las urgencias de la crisis
económica y la dimensión ya incontrolable de la población en situación de
ilegalidad venían reclamando una solución global.
La política migratoria de Obama ha sido
equívoca. Aunque el Presidente ha defendido la extensión de derechos, las detenciones
y deportaciones de 'ilegales' han batido todos los records. Después de obtener
el voto de siete de cada diez hispanos, Obama no podía seguir eludiendo esa
‘patata caliente’. Había además otro elemento decisivo de oportunidad: la necesidad
de los republicanos de ganar el favor de ese electorado si quieren mantener sus
opciones de poder político y no verse reducidos a sus feudos tradicionales.
El grupo bipartidista de senadores y congresistas que elabora la reforma del
sistema migratorio está “a punto” de cerrar un consenso legislativo, que
incluirá, con las cautelas, plazos y
condicionantes que se quiera, la regularización de los ilegales y un acceso
razonable a la ciudadanía.
Mucho ha ayudado el acuerdo previo entre
empresarios y sindicatos sobre el muy espinoso asunto de los visados para
trabajadores ‘invitados’ (‘guessworkers’)
de escasa cualificación. Durante cuatro años dispondrán de una mano de obra
creciente (de 20.000 a 75.000 visados anuales) y luego el incremento dependerá
de la evolución del desempleo, hasta un máximo anual de 200.000 permisos de
trabajo. Los sindicatos querían que el acuerdo garantizara que la afluencia de más
trabajadores extranjeros no tirara hacia abajo los salarios, en un momento de
creciente desigualdad en la evolución de las rentas. Los empresarios,
pragmáticos después de todo, han aceptado que los sueldos de los ‘invitados’ no
sean menores que los locales, para que no se produjera una situación de
‘dumping social’. El descenso del paro ha favorecido la aproximación de
posturas.
Puesto que la inmensa mayoría de los once
millones de inmigrantes ilegales son mexicanos, estas "buenas
noticias" crean un clima muy
favorable para la llegada de Obama.
LA SEGURIDAD, RESPONSABILIDAD COMPARTIDA
El otro asunto espinoso es la seguridad.
En la segunda mitad del mandato del anterior presidente, el conservador Felipe
Calderón, se incrementó la cooperación entre ambos países, hasta alcanzar
dominios inéditos como el militar. El uso de bases mexicanas por militares y
agentes de inteligencia norteamericanos en la detección y persecución de los
‘narcoterroristas’ supuso franquear una línea que parecía inalcanzable hace
sólo unos años.
Hillary Clinton dio algunos pasos
importantes en el sentido que la mayoría de los mexicanos esperaban de su gran
vecino del norte: el reconocimiento de que la seguridad es una responsabilidad
compartida. La violencia no es sólo debido a la gran potencia militar de los
‘capos’ de la droga, sino también a la liberalización del mercado de las armas
de asalto (tras expirar el 2004 la prohibición impulsada por Bill Clinton) y la
demanda desatada de estupefacientes por parte de los ciudadanos
norteamericanos.
Con esos antecedentes, Obama espera oír
del nuevo presidente mexicano su prometida nueva estrategia de persecución de
los clanes mafiosos. La definición de Peña Nieto en esta materia se está
haciendo esperar, mientras el terrible contador de las víctimas de la violencia
sigue corriendo: en sólo unos meses, ya se ha superado la cifra de tres mil
muertos.
Esta misma semana se ha confirmado que el
principal capo de la droga mexicana, Joaquín “El Capo” Guzmán, domina la ruta
de las anfetaminas en el triángulo Asia, México y Estados Unidos. El jefe del
triunfante ‘Cartel de Sinaloa’ controla el 80% del mercado norteamericano
de estupefacientes, con ganancias
anuales cercanas a los 3.000 millones de dólares, lo que le coloca en los
principales puestos de escala FORBES, según datos contenidos en el “Atlas
de la Seguridad y Defensa de México 2012”, de reciente publicación.
UN ESPACIO ECONÓMICO COMÚN MÁS
EQUILIBRADO
Ante la envergadura de este desafío, el
joven presidente ‘priísta’ ha
dedicado sus primeros cien días a consolidar su base de poder. Se ha
desprendido de algunas figuras enquistadas subrepticiamente en el poder (la
temida jefa del sindicato de profesores, Elba Gordillo) y ha logrado un pacto
político de envergadura con los partidos de la oposición. Ambos logros han sido
muy apreciados en Estados Unidos. El Presidente mexicano parece decidido a
acometer planes de “liberalización” en importantes sectores económicos. Una
nueva entidad reguladora deberá adoptar
medidas para reducir el poder de los gigantes de los medios y las
telecomunicaciones (Televisa y América Móvil) y se espera una pronta definición
en la ‘joya de la corona’, el sector petrolero, que confirme el fin del
monopolio de PEMEX.
En respuesta a estas señales, dos de los
más influyentes diarios norteamericanos han dedicado editoriales en tono muy
positivo. El WASHINGTON POST elogia la capacidad del Presidente mexicano para
forjar consensos políticos que hagan avanzar las reformas y el NEW YORK TIMES
califica de "ambiciosa" la agenda económica de Peña Nieto, no sin
advertir que aún debe demostrar que la ejecución de los planes no estará
hipotecada por los viejos defectos de favoritismo y corrupción.
Peña Nieto cuenta con un espaldarazo de
Obama. La inversión norteamericana en México contribuirá a dotar de capital fresco
a este impulso de liberalización, muy defendido por sectores reformistas,
aunque hay razones para temer que los beneficios no lleguen a todas las capas
sociales, como ha ocurrido con experiencias anteriores. Sin ir más lejos, el
Tratado de Libre Comercio, que ha beneficiado más a Estados Unidos que a México,
y en este país sólo a los privilegiados, por mucho que el 80% de las
exportaciones mexicanas se dirija a EEUU.
Obama y Peña tienen la misión de
garantizar un crecimiento equilibrado de las relaciones comerciales y
económicas que favorezca el desarrollo de México, eleve el nivel de vida de la
mayoría de la población mexicana y ensanche la demanda interna y externa del
vecino del sur. Del presidente de los Estados
Unidos puede esperarse una aproximación de este tipo, pero su colega mexicano
es todavía una incógnita y sus orígenes y recorrido no aconsejan demasiado
optimismo.
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