26 DE ENERO DE 2022
La evolución de la crisis en Ucrania se mueve entre las movilizaciones militares sazonadas con las advertencias de los dirigentes al bando adversario y las expresiones de opinión de los medios, generalmente estimulados por unas perspectivas de conflicto mayor que alimentan el interés público. Pero, en sordina, se trabaja en una solución negociada, más en sintonía con el buen juicio y la gravedad de la situación.
Ambas líneas no son
necesariamente incompatibles, sino todo lo contrario: se complementan. La
opción militar necesita que se haya demostrado fehacientemente la imposibilidad
de una salida diplomática previa. En la opción negociadora, cada parte refuerza
-o cree reforzar- sus bazas haciendo muy creíbles las amenazas del uso de la
fuerza, sin incurrir en la exageración o en la exhibición de una conducta belicosa.
En la crisis de Ucrania estamos
asistiendo justamente a eso. Rusia ha asentado sus fuerzas militares en las
fronteras norte, este y sureste de Ucrania, pero ha atemperado notablemente el
discurso, en espera de la respuesta norteamericana (no dice de la OTAN) a sus
demandas de seguridad. En Occidente, predomina estos días el peso de la retórica
y la escenografía militar: 8.500 soldados norteamericanos en alerta ante un posible
despliegue en Europa del Este; envío de material militar a Ucrania (de parte del
Reino Unido, de Francia y otros); aceleración de los preparativos de maniobras militares
ya previstas. No es casualidad que sea en Londres donde más se escuchen
tambores de guerra. Boris Johnson lucha por la supervivencia política, y nada
mejor que el fantasma bélico para desviar o confundir atenciones. En otras capitales
europeas se insiste en la priorización de la solución diplomática.
SON LOS INTERESES, NO LOS VALORES
El relato político-mediático en
Occidente se asienta en dos vectores doctrinarios:
1) hay que defender a Ucrania
frente a la amenaza de “agresión rusa” por una cuestión de valores y de compromiso
con el sistema democrático y las libertades.
2) la necesidad de la cohesión
aliada.
Si se pone énfasis en estos dos argumentos
-legitimador el primero, instrumental el segundo- es justamente porque no son
del todo reales, o la realidad no es tan clara como se proclama.
Ucrania no es un modelo de
democracia. Ni siquiera podría considerarse un país democrático a falta de
reformas o ajustes para ganarse la acreditación. Como en el resto de países de
la antigua Unión Soviética, el sistema liberal no ha prendido. El poder real reside
en una red de corporaciones y agentes políticos lubrificada a gran escala por
la corrupción, el clientelismo, el tráfico de influencias y favores y la
codicia de las nuevas élites (nomenklaturas), que controlan casi las
tres cuartas partes de la economía nacional. Algunos de estos oligarcas como Ahmetov,
el más poderoso, se han visto perjudicados por la pérdida de Crimea o la
revuelta en las regiones orientales, donde ha perdido la mitad de sus
beneficios por las expropiaciones (1).
Un acontecimiento apenas
reflejado en nuestros medios refleja el peculiar funcionamiento de la democracia
ucraniana. La justicia ha rehusado detener al expresidente Poroshenko tras
regresar a su país, a pesar de los diversos cargos por corrupción y abuso de
poder. Durante la crisis de 2014, su principal interlocutor exterior fue Joe
Biden, encargado por Obama de coordinar la relación con Kiev. La decisión judicial
coincidió con la visita Blinken. El Tribunal Supremo ucraniano no quiso incomodar
al jefe de la diplomacia americana, porque hubiera sido como desairar indirectamente
al presidente Biden (2).
Más relevante es el ninguneo
práctico que las potencias occidentales están haciendo de los dirigentes políticos
ucranianos. No están en los foros más o menos decisorios: sólo en la OSCE, que
es una organización prevista para prevenir crisis no para resolverlas.
Al Presidente Zelensky nunca se le
ha tomado en serio, más allá de un respeto protocolario. No se le ve capacitado
para el cargo y, lo que es peor, se le considera como una marioneta de personajes
más poderosos: de hecho, en la fase de su ascenso político respondía a los
intereses de Kolomoiski, el oligarca propietario de la cadena de televisión
donde se emitía su programa de humor. Después de romper con él, Zelensky se ha
asentado en una base de poder institucional sin demasiado fuste. Los altos mandos
militares y los políticos que representan a los conglomerados industriales no
tendrán problemas para dictarle las decisiones oportunas.
No hay, por tanto, un propósito
sincero en la defensa de una democracia ejemplar, ni siquiera en gestación. No
es ingenuo sino interesado afirmar que Putin teme una Ucrania democrática
adscrita al orden liberal. Hay más semejanzas que disparidades entre los
sistemas políticos ruso y ucraniano.
Aún más irónico resulta que estos
últimos días altos cargos de Ucrania hayan desautorizado el tono alarmista
propagado desde Occidente. El Ministro de Defensa reveló en televisión que “Rusia
no había dispuesto hasta la fecha ni un solo grupo de combate en la frontera, lo
que indica que la invasión no es para mañana”. En Exteriores, se consideró “alarmista”
la orden de retirada de las familias del personal diplomático, efectuada por
Washington y Londres (3).
A VUELTAS CON LA COHESIÓN ALIADA
En cuanto a la otra proclama del
momento en la crisis, la cohesión aliada, las costuras son aún más visibles. La
unidad es la cara visible -o visibilizada- de la relación transatlántica; en
bastidores se trabaja afanosamente por limar las discrepancias, que no son
pocas ni menores. Alemania está siendo presionada para que abandone su política
de apaciguamiento con el Kremlin. Ya se empiezan a escuchar en Berlín declaraciones
más severas hacia Moscú. Desde la cancillería se ha dejado entender que, en
caso de invasión, la entrada en funcionamiento del gasoducto Nordstream 2 se
suspenderá sine die. La actitud alemana en la crisis, las relaciones con
Rusia y su papel en la arquitectura de seguridad europea merecen análisis
aparte (4).
Estados Unidos intenta garantizar
que tanto Alemania como el resto de sus aliados europeos se vean afectados lo
menos posible por el suministro de gas. Se hace virtud de la necesidad: las compañías
norteamericanas que producen gas licuado podrían compensar un hipotético cierre,
interrupción o disminución del suministro ruso. El semanario liberal THE
ECONOMIST ofrece un estudio de la dependencia energética europea de Rusia. La
conclusión es que los hogares no se quedarán fríos y las fábricas y servicios no
se pararían, pero el coste de las facturas sería más alto. No es un alivio, o
no muy claro, en todo caso (5).
EL MARGEN NEGOCIADOR
Se vocea y se negocia. En las
principales capitales aliadas se estudia qué posible respuesta por escrito (ya
se ha aceptado esta condición de Moscú) se puede dar al Kremlin, que a Putin le
resulte satisfactoria y que sea aceptable para Occidente ( ). De las tres
demandas presentadas por los negociadores rusos en Ginebra y Bruselas, la
primera, es decir, el abandono de la candidatura de Ucrania a ingresar en la
OTAN, es la más asequible, aunque los detalles de la fórmula sean espinosos. Se
podría plantear una moratoria temporal (25 años, por ejemplo: más allá de la
vida previsible de Putin), o unas condiciones de acceso que harían muy difícil el
acceso del país a la alianza occidental. Lo que ha ocurrido hasta ahora, sin ir
más lejos.
La renuncia a instalar o
desplegar fuerzas militares occidentales en Ucrania tampoco parece un escollo
insalvable, siempre y cuando Moscú ofrezca garantías equivalentes. Occidente
puede hacer valor el compromiso de 1994, cuando Ucrania aceptó ceder el arsenal
nuclear soviético desplegado en su territorio y Rusia se comprometió a defender
y respetar la seguridad de su vecino suroccidental. Pero Crimea y el Donbas no
son precedentes venturosos.
Lo más complicado es satisfacer a
Rusia en su exigencia de revertir el sistema de seguridad militar occidental es
los antiguos países del Pacto de Varsovia, en particular los bálticos, Polonia,
Rumania o Bulgaria. El Kremlin tendría que ceder en ese punto o al menos reformular
sus demandas de manera más ambigua, mediante medidas de confianza, para abrir espacios
de compromiso. Después de todo, cuatro de las cinco ampliaciones de la OTAN desde
1990 se ha ocurrido con Putin en el Kremlin, sin demasiado ruido, ni diplomático,
ni militar.
Hay puntos que pueden ser negociables.
Se puede revivir el tratado INF, que implicaba la renunciar a desplegar en
territorio europeo armas nucleares de alcance intermedio (de 500 a 3.500 kilómetros),
del que Trump se retiró alegando que Moscú lo violaba sistemáticamente. Los
expertos consideran que se podía iniciar una negociación compleja pero no
inviable.
Otro elemento de negociación
sería el reposicionamiento de las defensas antimisiles que Estados Unidos instaló
en Polonia y Rumanía (se dijo en su momento que podían servir para protegerse
de ataques rusos, pero también de los iraníes o de otras potencias hostiles en
Oriente Medio), y el uso futuro de las bases aéreas que pueden albergar aviones
con capacidad para transportar armas nucleares.
En realidad, el problema con la vía
negociada es que mientras el Kremlin actúa con las manos libres, Washington
depende de la aceptación de algunos aliados menores temerosos del
comportamiento ruso y, sobre todo, de un legislativo que puede boicotear un
posible pacto. En el pasado, los tratados de limitación o reducción de armamento
con la URSS estuvieron paralizados durante años al no ser ratificados por el
Senado. Ahora, en aquellos elementos con rango suficiente para escapar a la
acción ejecutiva presidencial, podría ocurrir lo mismo. Por eso Moscú insiste
en demandar compromisos “efectivos”.
En definitiva, la guerra no es inevitable,
ni mucho menos. Pero tampoco puede descartarse, por una provocación que escape
al sistema de control, o por un “accidente” que encienda la mecha. Lo más probable
es que, en virtud de la preservación de los intereses de las partes, principio prevalente en las relaciones
internacionales, se conjure el peligro bélico... o, en el peor de los casos, se
limite su desarrollo y alcance.
NOTAS
(1) “Ukraine needs
a political deal at home to defend against Russia. Bringing oligarchs on board
is vital for reform efforts”. KAMRAN BOKHARI. FOREIGN POLICY, 4 de enero.
(2) “Court in
Ukraine declines request to arrest former President”. ANDREW KRAMER. THE NEW
YORK TIMES, 19 de enero.
(3) Declaraciones
del Ministro de Defensa a la cadena de TV ucraniana ICTV; “State department
orders diplomat’s families to leave U.S. Embassy in Ukraine, citing ‘threat of
Russian military action’”. THE WASHINGTON POST, 25 de enero.
(4) “Germany
has a little maneuvering room in Ukraine conflict”. DER SPIEGEL, 21 de enero; “Allies
question Germany’s Ukraine approach”. COL QUINN. FOREING POLICY, 24 de enero; “Germany’s
new Chancellor hesitates about in the face of Russia’s threats”. THE
ECONOMIST, 25 de enero; “Where is Germany in the Ukranie standoff? Its
allied wonder. KATRIN BENNHOLD. THE NEW YORK TIMES, 25 de enero.
(5) “How will
Europe cope if Russia cuts off its gas? THE ECONOMIST, 24 de enero; “US finalizing
plans to divert gas to Europe if Russia cuts off supply”. THE GUARDIAN, 25 de
enero.
(6) “What a
week of talks between Russia and the West revealed”. DMITRI TRENIN. CARNEGIE,
20 de enero; “War may loom, but are they Offrams? DAVID SANGER. THE NEW
YORK TIMES, 24 de enero.
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