19 de enero de 2022
Gobiernos, parlamentos,
estrategas, militares, académicos y periodistas andan desde hace semanas
envueltos en el torbellino de la crisis ucraniana, ante la eventualidad de un conflicto
mayor entre Rusia y la OTAN. Con bastante frecuencia, en los análisis se confunden
en hechos y especulaciones, intereses y percepciones, información y propaganda.
No por primera vez, los medios se dejan llevar por la excitación de una guerra en
ciernes. En este clima, es recomendable esforzarse en intento desapasionado de
explicación de la crisis.
LOS HECHOS
Desde 1990, se han incorporado a la
OTAN cinco países del desaparecido Pacto de Varsovia (Polonia, Chequia/Eslovaquia,
Hungría, Rumania y Bulgaria) y los tres estados bálticos exsoviéticos (Estonia,
Letonia y Lituania). Esto ha supuesto la extensión de la Alianza Atlántica hacia
el Este, con una profundidad de 1.000 kilómetros desde la línea de división de
Alemania establecida al final de la segunda guerra mundial. Rusia contempla
bases y/o fuerzas a priori hostiles en los estados bálticos, a 200 kilómetros
de San Petersburgo y 600 km. de Moscú.
Moscú sostiene que, tras el final
de la guerra fría, Occidente se comprometió a no cercar a Rusia con la ampliación
de la OTAN hacia el Este. Los dirigentes occidentales niegan ese compromiso,
aduciendo que la pertenencia o no a una alianza es decisión soberana de los países
y no el resultado de una imposición o un veto. Gorbachov ha dicho recientemente
que, aunque no se firmó nada, el compromiso de la no ampliación fue siempre un
sobreentendido.
En la cumbre de 2008, celebrada
en Bucarest, la OTAN, por iniciativa de la administración Bush. prometió a Ucrania y Georgia una “futura”
incorporación. Tras ese compromiso, Georgia trató de recuperar el control de dos
entidades con mayoría de población rusa (Abjasia y Osetia del Sur), lo que
precipitó la intervención rusa y la derrota del ejército georgiano.
A finales de 2013, la decisión
del gobierno del prorruso Yanúkovich de suspender las negociaciones con la
Unión Europea, provocó una rebelión ciudadana, apoyada desde Occidente. Durante
los enfrentamientos con la fuerzas de seguridad, se detectó la presencia de
fuerzas ultraderechistas. Yanúkovich, privado del apoyo de Putin, que lo veía quemado,
huyó y facilitó el acceso al poder de fuerzas políticas prooccidentales.
En marzo de 2014, fuerzas de
élite rusas camufladas realizaron una intervención relámpago y se hicieron con
el control de la península de Crimea, que era territorio ucraniano desde 1954, por
decisión de la dirección soviética, liderada entonces por Nikita Kruschev
(ucraniano de nacimiento). En el puerto de la ciudad de Sebastopol se asentaba la
fuerza naval meridional de la URSS. Poco después, fuerzas separatistas en las
poblaciones de lengua rusa del este de Ucrania (Donbass) lanzaron una
ofensiva contra el gobierno de Kiev, por considerar que sus políticas y su
orientación prooccidental les perjudicaban gravemente. Estalló la guerra, los
separatistas lograron el control en las regiones de Luhansk y Donetsk y
pelearon por el control de la franja meridional ribereña del Mar Negro, hasta
que los acuerdos de Minsk, promovidos por Alemania y Francia, establecieron un alto
el fuego, el intercambio de prisioneros, el fin del apoyo militar ruso a los
insurgentes y el compromiso de un régimen de autonomía política en las regiones
orientales. Desde entonces, los dos primeros puntos se han cumplido parcialmente,
con escaramuzas y dificultades. El tercero y cuarto son motivo de polémica.
Kiev quiere que primero se replieguen las fuerzas rusas y Moscú afirma que sin
la presencia disuasoria de Rusia los intereses políticos de los rusófilos no
serán satisfechas.
El presidente
ucraniano desde mayo de 2019, Volodymyr Zelensky, un humorista convertido en
dirigente populista, acaba de presentar un plan para reforzar las medidas de confianza
y entablar un dialogo directo con el Kremlin. El gobierno se siente marginado
en las reuniones de la última semana (sólo estuvo en la la poco operativa OSCE)
y trata de recuperar un protagonismo que Moscú le niega y Washington y Bruselas
le escamotean.
A largo de los últimos meses, Rusia ha ido
acumulando tropas (más de 100.000 soldados), armamento (artillería, carros de
combate y vehículos blindados) y material diverso en la proximidad de su frontera
suroccidental, lo que ha disparado temores en el gobierno de Kiev y
especulaciones en Occidente sobre una posible invasión/intervención militar rusa
en Ucrania. Ante un grupo de cargos militares y de seguridad, Putin habló en
diciembre de “medidas técnico-militares”, si Occidente persistía en su “actitud
obviamente agresiva”. Meses antes, en abril, Putin advirtió que la respuesta
rusa sería “asimétrica, rápida y dura”.
En los últimos seis o siete años,
las fuerzas ucranianas han sido reforzadas con material militar occidental de
rango bajo o medio, programas de adiestramiento y asesoramiento occidental de
primer orden. El coste de esta ayuda reforzada ha sido de 2.500 millones de $.
Sólo en los últimos tres meses, la defensa ucraniana ha recibido 180 misiles del
tipo Javelin, dos buques patrulleros, munición abundante y equipamiento
diverso. Kiev ha intensificado sus demandas de integración en la OTAN y Moscú
sus advertencias de que nunca tolerará tal eventualidad.
La pasada semana se celebraron
tres rondas de conversaciones, sin aparentes avances: una bilateral entre Moscú
y Washington, el Consejo OTAN-Rusia y una sesión ministerial de la OSCE (foro
de seguridad y cooperación que reúne a todos los países del continente, más
EE.UU y Canadá). En las tres, Rusia presentó sus demandas o exigencias: renuncia
de la OTAN a continuar su extensión al Este, revisión del despliegue militar
occidental en los países orientales y prohibición de armas nucleares en Europa
(Trump denunció en 2018 el tratado INF sobre
misiles del alcance intermedio, aduciendo que Moscú lo incumplía). Se anuncia un
encuentro de ministros de exterior ruso y norteamericano, este viernes, en
Ginebra.
LAS PERCEPCIONES
Para Rusia, Ucrania es un país
vital en su perímetro de seguridad. Aparte de este factor estratégico, el Kremlin
agita la aspiración nacional de reintegrar en el espacio propio un territorio
considerado como cuna de la patria rusa. Durante siglos, Ucrania fue la
frontera frente al Imperio Otomano; de ahí deriva su nombre (Krajina). En
julio, Putin publicó un artículo en el que alentaba la “unidad histórica de
rusos y ucranianos”.
Rusia estima que la consolidación
de la deriva occidentalista de Ucrania es el paso definitivo para aislar y atosigar
a Rusia, que comenzó con la desaparición de la URSS. El ingreso de Ucrania en
la OTAN es inaceptable, porque los adversarios de Rusia avanzarían hasta su misma
puerta. Incluso, sin una incorporación formal, la creciente cooperación militar
entre Ucrania y Occidente convierte a ese país en plataforma de intimidación
contra Rusia.
Las autoridades rusas se han mostrado
equívocas o imprecisas sobre sus planes. Los diplomáticos que han participado
en las recientes conversaciones han priorizado un registro negociador, sin
dejar de apremiar sobre acuerdo pronto y satisfactorio. En un tono más duro, Putin
y sus ministros advierten que la paciencia de Rusia se agota y reafirman las líneas
rojas para Moscú. El titular de Defensa, Sergei Shoigu, ha denunciado, sin
dar pruebas, que mercenarios norteamericanos habían introducido en Ucrania “componentes
químicos”.
Tatiana Stanovaya, analista rusa de
la consultora estratégica R.Politik, crítica con el Kremlin, considera
que esta ambivalencia rusa es muy del agrado de Putin. Otros exmilitares o
exdiplomáticos que trabajan para instituciones norteamericanas, como el Carnegie
Center, señalan que Putin concentra el poder decisorio y no tiene que
responder ante un Politburó.
Estados Unidos cree que Rusia
trata de ampliar su área de influencia, incluso su territorio, para recuperar gran
parte del poder intimidatorio de que dispuso durante la guerra fría. Se
atribuye al Kremlin una intención revisionista de las relaciones de poder
establecidas a comienzos de los noventa. El equipo de seguridad norteamericano
perciben en las reclamaciones rusas un tono de agresividad y unilateralismo y
la vía diplomática es una simple tapadera o distracción. Europa sigue siendo un
mercado fundamental para Estados Unidos, pese a haber perdido peso en las últimas
décadas, en beneficio de Asia.
En Europa, se coincide en la
intención revisionista de Moscú con respecto a 1990. El establecimiento de un
gobierno prorruso en Ucrania se contempla como un vuelta indeseable a los riesgos
de amenaza militar, reales o supuestos, que caracterizaron a la guerra fría. De
ahí que se mantenga oficialmente una línea de cohesión aliada, coherente con el
propósito de restablecer la sintonía transatlántica después del tormentoso
periodo de Trump. Pero a partir de este análisis común, se detectan diferencias
y matices.
Los países más beligerantes son
los antiguos satélites de la URSS (Polonia, los estados bálticos, Hungría, Chequia,
Eslovaquia, Bulgaria y Rumania), debido a la experiencia sufrida durante el
periodo soviético. Junto a esta percepción sombría, se dibuja una impresión más
pragmática en las grandes potencias europeas, Alemania y Francia a la cabeza,
en las que priman más las oportunidades económicas que el riesgo militar. Rusia,
se estima, no está en condiciones de asumir los riesgos económicos y militares
que comportaría una ocupación de Ucrania. Pero el eje París-Berlín tampoco comparte un
libreto del todo idéntico en las relaciones con Moscú.
Alemania ha priorizado hasta la
fecha las necesidades energéticas. Si el nuevo gobierno continua con la línea
Merkel, como parece, surgirán puntos de fricción en la coalición a tres. El
canciller Scholz quiere preservar el gasoducto NordStream2, ya concluido pero
pendiente de entrar en funcionamiento, según se dice por problemas técnicos y
administrativos. El Partido socialdemócrata evoca la Ostpolitik de Willy Brandt
en los setenta, para afirmar una política de cooperación crítica con Moscú. Por
el contrario, la ministra de exteriores, Annalena Baerboeck, defiende una línea
más exigente con el Kremlin, basada en “principios”. Además, en su condición de
colíder de los Verdes, Baerboeck desea que decrezca la dependencia alemana del
gas ruso en favor de las energías renovables. Asesores de Scholz le han recordado
a la ministra que las directrices de política exterior se fijan en la
Cancillería.
Francia comparte los análisis de
la OTAN (de cuya estructura militar no forma parte desde mediados de los
sesenta). París ha defendido siempre una defensa más autónoma, ante las reticencias
alemanas. Pero los años traumáticos de Trump y la percepción de que Europa
interesa menos a Estados Unidos que hace unas décadas han acercado a París y
Berlín. La sonora crítica de Macron a la OTAN, a la que consideró en estado de “muerte
cerebral”, generó muchas críticas pero atizó el debate sobre la autonomía
estratégica europea.
LAS ESPECULACIONES
A partir de los hechos y las percepciones,
se precipitan las especulaciones, favorecidas en parte por filtraciones de los
núcleos de poder, sobre una eventual intervención militar rusa.
El escenario más modesto sería la
consolidación del control ejercido sobre el sureste de Ucrania tras las operaciones
bélicas de 2014 a 2016 y las escaramuzas subsiguientes. Para ello, Moscú
tendría que incrementar el apoyo militar directo a los separatistas del
Donetsk, lo que implicaría la reanudación abierta de la guerra en la zona
(ahora hay continuas pero limitadas violaciones del alto el fuego), hasta conseguir
una victoria que les permitiera proclamar el establecimiento de repúblicas
independientes en las regiones de Luhansk y Donetsk. Para consolidar este
objetivo, sería necesario controlar la cercana ciudad portuaria de Mariupol (en
disputa desde 2014) y un corredor terrestre entre el río Dnieper y el Mar Negro.
De esta forma, se conectarían las dos regiones rusófilas con la península de
Crimea. En círculos políticos y militares rusos se denomina a ese territorio Novorossiya
(Nueva Rusia).
No obstante, este escenario no
impediría lo que más inquieta a Rusia, es decir, la integración de Ucrania en
la OTAN, formal o práctica; al contrario, más bien lo estimularía. De ahí que
se especule con otro planteamiento bélico más ambicioso, basado en tres
estrategias acumulativas, si fuera necesario: la amenaza de conquista de territorio
adicional (por ejemplo, mediante una operación lanzada desde Bielorrusia, donde
se realizarán maniobras en febrero); la
destrucción de las fuerzas armadas y de las infraestructuras vitales ucranianas;
y, a la postre, la caída o del gobierno
ucraniano, obligándolo a negociar la rendición. En función de la capacidad de
resistencia ucraniana, se requerirían recursos específicos: uso intensivo de la
artillería desde terreno fronterizo ruso, bombardeos aéreos sin botas sobre
el terreno (como hizo la OTAN en Serbia en 2000), ciberguerra u ocupación militar
generalizada.
Fuentes militares rusas no
siempre identificadas o en la reserva han sugerido otras medidas de presión sobre
Washington, como el despliegue de armas nucleares en la cercanía del territorio
norteamericano, para crear una situación de equiparación de riesgos y poner a
Washington en la tesitura que Rusia debe soportar, es decir la proximidad de un
despliegue militar del adversario. Este escenario ha hecho que algunos
comentaristas hayan evocado la crisis de los misiles de 1962, ahora reproducida
en la propia Cuba o en Venezuela.
Washington deja saber que el
Kremlin ha iniciado una campaña de agresiones cibernéticas contra su vecino y ha
preparado actos de provocación para fabricar una falsa agresión ucraniana como
pretexto para invadir. Altos responsables estadounidenses han dicho que no se
puede dar por segura y/ o inevitable una agresión militar rusa, pero indican
que la actividad detectada por satélites y observadores sobre el terreno no es
usual o propia de un tiempo de paz y hace temer que Moscú se está preparando para
esa iniciativa bélica.
Los medios y analistas estiman
que la primera respuesta de la administración Biden será la imposición de
sanciones, como ya hizo Obama después de Crimea. Pero ahora se apuesta por una
panoplia más extensa, profunda y dañina para la economía rusa. Se ha barajado
la exclusión de Rusia de las instituciones financieras internacionales y del mecanismo
de transacciones interbancarias SWIFT. Además, se decretaría un embargo de
productos en sectores de alta tecnología (aeronaval, comunicación, cibernética,
robótica, inteligencia artificial, etc.); y, en una versión más dura, en
mercancías industriales de consumo doméstico.
Como se duda de la eficacia de estas
medidas económicas, por la acumulada reserva rusa de dólares y oro y la
cooperación con China, se habla de planeamientos estrictamente militares. Lo más
básico sería reforzar la capacidad de insurgencia en el interior de Ucrania en
caso de invasión rusa e incrementar de la ayuda militar al gobierno de Kiev. Un
tercer elemento de presión consistiría en ampliar el despliegue aliado en los países
aliados más próximos a Rusia, como ya se hizo con la creación de una brigada de
desplazamiento rápido después de Crimea.
Un exsubsecretario de Defensa para
Europa y la OTAN en la época de Obama, Jim Townsend, ha dibujado una lista de recomendaciones
ante un eventual escenario bélico: despliegue rotatorio de dos equipos de brigadas
acorazadas de combate (ABCT’s) en Alemania, con la tarea de entrenar y preparar
tropas aliadas desde el Báltico hasta el Mar Negro; reforzar la fuerza de reacción
rápida y los batallones de combate multinacionales en Polonia y los estados
bálticos para prevenir incursiones rusas y rearmar a Ucrania con equipamiento
mucho más letal sin tantas precauciones como se adoptaron en 2014 para no
provocar una reacción rusa.
REFERENCIAS
“Ukraine: inquiétude et maneouvres diplomatiques àpres une
semaine de discussions infructueuses”. LE MONDE, 14
de enero; “As Russia and U.S. debate, Ukraine would like a say”.
THE NEW YORK TIMES, 9 de junio.
Artículo de Putin sobre la unidad ruso-ucraniana: http://en.kremlin.ru/events/president/news/66181
“Putin’s next
move in Ukraine is a mistery. Just the way he likes it”. ANTON TROIANOVSKY THE
NEW YORK TIMES, 11 de enero. “Russia issues subtle threats more far-reaching
than a Ukraine invasion”. THE NEW YORK TIMES, 16 de enero.
“How Russia’s
Military is positioned to threaten Ukraine”. MICHAEL SCHWIRTZ y SCOTT REINHARD.
THE NEW YORK TIMES, 7 de enero.
“U.S. details
costs of a Russian invasion of ukraine”.
DAVID SANGER y ERIC SCHMITT. THE NEW YORK TIMES, 8 de enero.
“Germany has
a Russia problem”. MATHIEU VON ROHR. DER SPIEGEL, 18 de enero.
“U.S. considers backing an insurgency if
Russia invades Ukraine”. HELENE COOPER. THE NEW YORK TIMES, 14 de enero.
U.S. says that Russia sent saboteurs into
Ukraine to create pretext for invasion”. DAVID SANGER. THE NEW YORK TIMES,
14 de enero.
“Russia, Ukraine,
Kazakhstan and the European Security Order (Ronda de opinions de expertos de la
BROOKINGS INSTITUTION),
11 de enero.
“Can
Diplomacy rescue European Security?” (Ronda de opiones de expertos de la CARNEGIE,
coordinada por JUDY DEMPSEY), 13 de enero.
“What Will it
take to deter Russia”. JIM TOWNSEND. FOREIGN AFFAIRS, 7 de enero.
“Russia
thinks America is bluffing. To deter an Ukraine invasion, Washington threats
needs to be tougher”. CHRIS MILLER. FOREIGN AFFAIRS, 10 de enero.
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