22 de febrero de 2023
El aniversario de la guerra en
Ucrania está siendo prolífico en actos ceremoniales y golpes de efecto. El más
destacado, la visita “sorpresa” de Biden a Kiev y su posterior mensaje en
Varsovia, entre los habituales parámetros norteamericanos del coraje y la
esperanza. El discurso de Putin ante la Duma aporta pocas novedades, salvo el anuncio
de la suspensión del tratado de control nuclear, luego matizado por la
diplomacia rusa. Parece inminente una propuesta china de paz. Entretanto, domina
en Occidente la idea de que ‘Ucrania puede ganar’, pero ello exigirá mantener la
cohesión aliada y un esfuerzo continuado de ayuda al país invadido.
En otras palabras, hay guerra
para rato, y el resultado es aún incierto. Más allá de la inevitable propaganda
de todos los actores (directos e indirectos), lo cierto es que la mayoría de
las previsiones que se han hecho desde el comienzo del conflicto han sido
erróneas o, el mejor de los casos, poco acertadas. En los primeros días se
pensaba que Rusia se daría poco menos que un paseo militar, en la línea de lo
ocurrido en la campaña de Crimea. Se confiaba poco en la capacidad de Ucrania
para organizar una defensa eficaz, debido a la disparidad de medios.
Al cabo de sólo unas semanas, se
fue imponiendo la impresión de que Rusia había errado en su estrategia,
evidenciado una falta de profesionalidad en sus cuadros militares y una asignación
de medios incomprensible. Superado el impacto inicial, desde Occidente se
proyectó una imagen de unidad, cohesión y firmeza más aparente que real, pero
útil para armar un programa de sanciones con el que se pretendía gripar la
maquinaria de guerra de Putin y provocar el malestar y el descontento de la
población rusa. Tampoco fue eso lo que ocurrió. La economía rusa ha resistido
mejor de lo esperado, pero peor de lo que se admite en el Kremlin. Las
protestas contra la guerra ha sido minoritarias, en parte por una cierta aceptación
popular de la retórica antioccidental y nacionalista del Kremlin, debido a tres
décadas de lo que allí se percibe como humillaciones y desprecio. A eso se añade
la represión de cualquier manifestación crítica.
El análisis imperante en
Occidente es que, prácticamente desde las primeras semanas, Putin ha ido de corrección en corrección, tanto en
estrategia como en selección del liderazgo militar o en decisiones operativas,
a veces de manera errática. Algunos episodios supuestamente criminales (Bucha, Chernikiv, Járkov) reflejarían cierta
frustración del Ejército ruso.
En realidad, no se han sabido
nunca las pretensiones iniciales de Putin y de su círculo de confianza más
estrecho, porque nunca se han explicitado públicamente. De un aparente empeño
de conquista territorial lo más amplia posible, se pasó a priorizar el control
de las regiones del este y sur de Ucrania, y cuando esa tarea se estancó o
incluso experimentó retrocesos sonoros (como en Jersón), la campaña militar
rusa se centró en estabilizar las conquistas en el Este y luego en operaciones
de castigo contra las infraestructuras de servicios básicos. En estos momentos,
resulta difícil prever qué será lo siguiente.
Dara Massicot, una investigadora
experta en Rusia, perteneciente a una organización tan poco sospechosa como la
RAND, desgrana en un artículo reciente los errores de Rusia (técnicos, logísticos,
políticos...) pero afirma que el Kremlin ha aprendido y se detectan ya con
claridad rectificaciones favorables a sus intereses. Massicot recuerda un viejo
adagio bélico: “en la guerra, los informes iniciales son a menudo erróneos o
fragmentarios”. Sólo el tiempo, añade, dirá si Rusia puede lograr el éxito o es
Ucrania la que prevalece. La campaña ha seguido hasta ahora un curso
impredecible, razón por la cual Occidente no debería apresurar juicios sobre
los errores rusos. Y deja un consejo final: si se sobreestimó la capacidad de
Rusia antes de la invasión, ahora hay riesgo de que se subestime (1). En la
misma línea se pronuncia Stephan Walt, quien sostiene que no todo han sido
fallos en la actuación de Putin durante estos meses (2).
OCCIDENTE: INTERESES MÁS QUE
VALORES
El factor más determinante de la
guerra, en todo caso, ha sido la participación occidental. Durante meses, los
dirigentes de la OTAN negaban estar en guerra contra Rusia, cuando era evidente
lo contrario, desde que se decidieron las primeras medidas económicas
punitivas. El temor a la escalada hacia un enfrentamiento total sólo explica en
parte esta impostura.
Las sanciones económicas son un
instrumento innegable de combate. Y las ejecutadas en este caso son las más
severas concebibles. En este aspecto, las previsiones tampoco han sido del todo
acertadas. El Kremlin contaba con ellas y ha intentado protegerse, hasta donde
le ha sido posible, con apoyo de otros estados, mediante contrabando o
activando mercados alternativos La guerra económica de Occidente contra Rusia
se asemeja al juego de gato y el ratón, como sintetiza en un documentado
artículo el corresponsal diplomático de THE GUARDIAN (3).
La dependencia energética europea
de Rusia atemperó durante meses la respuesta en ambos lados del Atlántico. La
presión contra Moscú se ha ido haciendo a cuentagotas, evaluando cada paso con
suma cautela. Los éxitos militares ucranianos, propiciados por el armamento aliado,
alentaron una mayor audacia, primero topando el precio a pagar por el petróleo
ruso y más recientemente sustituyendo parte del gas por el otros proveedores o
por otras fuentes de energía. A medida que se disipaba la amenaza de un desfondamiento
de la economía europea, se fue incrementado la presión (4).Pero es pronto para calibrar
los efectos persistentes de esta guerra económica, para Rusia y para Europa
(5).
El fundamento de la participación
occidental está sustentado en un discurso sobre los valores. Se presenta la guerra
como una confrontación entre la democracia y la autocracia, elemento cardinal de
la doctrina Biden. Cada presidente norteamericano aspira a dejar un estándar básico
de conducta en el mundo, una doctrina, y Biden cree haber encontrado la suya.
Los medios liberales, desde la derecha moderada hasta el
centro izquierda, han comprado este discurso occidental con escasas aristas
críticas. Sin embargo, la historia difícilmente acredita esta posición. Estados
Unidos, y también Europa, respaldan regímenes autocráticos en el mundo, incluso
dictatoriales, sin empacho alguno, cuando sirven a sus intereses. O hace la
vista gorda.
Este criterio rector ha operado
también en el caso de Rusia. Cuando el Kremlin post soviético actuó en sintonía
con los designios occidentales se obviaron o minimizaron las críticas. Recuérdese
la destrucción de Chechenia o la cooperación con Moscú en la lucha contra el
extremismo islamista. Por el contrario, cuando la actuación rusa difería de la
occidental, se activaba la palanca de los valores.
El supuesto combate entre
democracia y autocracia es una construcción retórica. Ucrania no era
precisamente un modelo de democracia antes de la guerra. Y, en caso de victoria,
es dudoso que lo vaya a ser, al menos en un corto espacio de tiempo. La conversión
de Kiev a los valores liberales es, por ahora, un desideratum, o un
recurso propagandístico. Son los intereses los que conforman y determinan las
decisiones en política exterior. Los valores son la envoltura justificativa con
que se intenta hacerlos más respetables, más aceptables para los ciudadanos.
La OTAN nunca ha querido admitir
que quisiera acorralar a Rusia desde el comienzo de la posguerra fría. Pero en geopolítica,
lo que importa son las percepciones de amenaza. Más allá de las manipulaciones y
mentiras de Putin, es difícil negar que Rusia tuviera legítimas razones para
sentirse acosada, como señalan no pocos analistas de la escuela realista norteamericana,
en absoluto sospechosos de simpatías prorrusas.
EL APOYO MILITAR, FACTOR DECISIVO
Si Ucrania tiene hoy
posibilidades de prevalecer es debido al apoyo militar occidental. El de
Estados Unidos, como era de esperar, ha sido el más decisivo. El monto asciende
casi a 45 mil millones de dólares, más del doble que el de la UE y el resto de
países europeos juntos, según el Instituto alemán Kiel (6). En total, casi diez
veces el presupuesto de defensa ucraniano en 2020. Tal es el volumen de los
suministros occidentales, que los depósitos están casi vacíos. La guerra
consume más de lo que Occidente puede reponer, y en particular Europa (7).
La implicación occidental ha sido
gradual. El temor inicial a una represalia rusa parece ahora exagerado. La polémica
sobre la entrega de carros de combate a Ucrania refleja también ese
comportamiento calculado. El debate ha sido más político que militar. Está por
ver si llegan los tanques a tiempo y su operatividad real, debido a los
condicionamientos técnicos y logísticos. Se apunta ya un episodio parecido con
los aviones de combate o con los misiles de largo alcance. Cada paso que dan
Estados Unidos y sus aliados hace más insostenible la tesis de que Occidente no
está en guerra con Rusia.
EL DILEMA CARDINAL DE LA GUERRA
Admitir sin falsos retorcimientos
esta realidad obliga a afrontar el dilema más difícil de este conflicto: si
bien Occidente no puede aceptar que Ucrania pierda esta guerra (o que la gane
Putin), resulta enormemente peligroso una derrota de Rusia. La imprudente
respuesta de Putin a la percepción de acoso occidental respondía a sus
necesidades e intereses políticos y los de la élite que lo respalda. Nadie ha
hecho más daño a Rusia que su propio Presidente y sus cómplices. Pero al llevar
al límite su obsesión casi suicida su obsesión por la seguridad de Rusia ha
colocado a Occidente en el disparadero: tan indeseable resulta una Rusia
envalentonada por una victoria, como una Rusia extremadamente debilitada por
una derrota humillante.
Este hipotético escenario, agranda
exponencialmente la sombra de una respuesta a la desesperada de Rusia: véase el
recurso al arma nuclear. Quizás un farol, pero demasiado peligroso para no
tomárselo en serio. La suspensión del tratado New START sobre el control de las
armas atómicas estratégicas, anunciada el día 21 por Putin, refuerza estos
temores, aunque esta decisión tenga escasas repercusiones prácticas . El deteriorado
estado de la relación entre Washington y Moscú ya había convertido el tratado casi
en papel mojado.
La situación actual es definida
por el profesor Walt como “asimetría de intereses”: Ucrania es más importante
para Rusia que para la OTAN. Cuanto mayor sea el suministro de armas
occidentales, más expuesto estará Occidente a ser arrastrado a una conflagración
directa (8).
Tal tesitura es contraria a las
prioridades estratégicas de Estados Unidos, centradas en contener el ascenso de
China. Emma Ashford, una investigadora cercana a los demócratas, sostiene que
“la guerra de Ucrania ha demostrado las desagradables realidades de la
confrontación sobre las esferas de influencia entre las grandes potencias”. En esta
crisis se han “revelado los límites del poder norteamericano para disuadir por
medios no militares a los actores para que no actúen en sus zonas más próximas
o apreciadas”, como es el caso de Ucrania para Rusia (9). Las líneas rojas de
Washington están marcadas. Ashford cita al propio Biden: “Estados Unidos no
librará la tercera guerra mundial en Ucrania”. Palabras que son eco casi
perfecto de las pronunciadas por Obama después de la toma rusa de Crimea en
2014.
NOTAS
(1) “What Russia got wrong”. DARA MASSICOT
(Experta en Rusia de la RAND Corporation). FOREIGN AFFAIRS, marzo-abril
(2) “What Putin Got right”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN
POLICY, 15 de febrero.
(3) “The sanctions war against Russia: a year
of playing cat and mouse”. PATRICK VINCOUR. THE GUARDIAN, 20 de febrero;
(4) “Un an de guerre: pas d’
effrondement mais un tournant économique pour l’Europe. LE MONDE, 20 de
febrero.
(5) “Are U.S. sanctions on Russia working? Entrevistas
con los expertos NICHOLAS MULDER y AGATHE DEMARIS. FOREIGN POLICY, 7 de
febrero.
(6) https://www.ifw-kiel.de/topics/war-against-ukraine/ukraine-support-tracker/
(7) “Un an de guerre en Ukraine:
l’onde de choc pour les armées aliées”. LE MONDE, 17 de febrero.
(8) “Friends in need. What the war in Ukraine
has revealed about alliances”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN AFFAIRS, 13 de
febrero.
(9) “The persistence of the Great-Power
competition. What the war in Ukraine has revealed about geopolitical rivalry”. EMMA
ASHFORD (Profesora en la Universidad de Georgetown e investigadora en el
Stimson Center). FOREIGN AFFAIRS, 20 de febrero.
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