1 de marzo de 2023
La situación en Palestina se
degrada día a día. Para la mayoría de los observadores sobre el terreno,
estamos ante el mayor riesgo de una escalada descontrolada de conflicto en más
de veinte años. Desde la segunda Intifada no había un grado tan elevado de tensión
y violencia.
Desde primeros de año se han
disparado las alarmas. La represión israelí en la Cisjordania se ha recrudecido
con el nuevo gobierno de Netanyahu y sus aliados de la ultraderecha religiosa y
colonizadora. Las acciones armadas de los palestinos son replicadas con
actuaciones combinadas del Ejército y de la fracción más violenta de los colonos.
La impunidad se extiende y el primer ministro, con su habitual ambigüedad, deja hacer o se ve superado por la escalada.
Las cifras son alarmantes. En los
dos meses de 2023 han muerto por acciones violentas 63 palestinos y 13
israelíes; es decir, cinco víctimas palestinas por cada israelí. A este paso, en
este año se superará el registro de 2022, que dejó 151 palestinos y 31 israelíes
muertos (como se ve una proporción similar de bajas). Desde la segunda intifada
no se habían producido tantos muertos. Cisjordania se encuentra en estado de
ebullición, según Amos Harel, especialista en seguridad del diario de
izquierdas Ha’aretz (1)
PROGROMO EN HUWARA
El pasado fin de semana tuvieron
lugar los hechos más graves de las últimas semanas. Un desconocido mató a dos
jóvenes colonos cerca del asentamiento de Har Bracha. A las pocas horas,
unidades militares y bandas paramilitares de colonos asaltaron la vecina
localidad palestina de Huwara con una brutalidad desmedida, incluso para los estándares
de la zona. Un palestino que había estado en misión de socorro a las víctimas
del terremoto de Turquía murió como consecuencia de las heridas de fuego
recibidas. Otros cuatrocientos palestinos resultaron heridos. Más de doscientas
casas y numerosos vehículos fueron incendiados (2).
La alarma generada hizo que se organizara
una reunión de urgencia entre delegados del gobierno israelí y de la Autoridad
palestina en Aqaba (Jordania). Se arbitró un compromiso de apaciguamiento. El primer
ministro israelí hizo un llamamiento un tanto teatral a los colonos para que no
se “tomaran la justicia por su mano”. Como gesto supuestamente conciliatorio, anunció
la suspensión provisional de los permisos de construcción en las colonias.
Pero, horas después, presionado por los radicales, se retractó. Un portavoz de
las fuerzas de seguridad calificó los hechos de Huwara de ”acto terrorista”,
pero no se han practicado detenciones. Según la publicación israelí +972,
el Ejército impidió durante unas horas el acceso de servicios médicos,
periodistas y socorristas palestinos. Días después del asalto era visible la
presencia de colonos armados patrullando junto a unidades militares en las
afueras.
Los graves acontecimientos de
Huwara han provocado reacciones apasionadas y algunas incluso sorprendentes. Un
editorialista conservador, espantado por la pasividad del Ejército, comparó lo
ocurrido con la “noche de los cristales rotos”, el ataque de las fuerzas de
asalto nazis contra comerciantes y viviendas judías en 1938 (3). No fue el
único comentario de esta naturaleza. Varias organizaciones de derechos humanos
han hablado de “progromo” (4). Recibieron este nombre los ataques mortales generalmente
contra las comunidades judías en Europa central y oriental desde la Edad Media.
La declaración de Tzvika Foghel, un diputado de Poder Judío, el partido
extremista de los colonos, avala esta inversión de la analogía histórica. “Estoy
muy satisfecho con lo ocurrido. Deseo ver a Huwara, cercada y en llamas”, dijo.
Ni en los peores momentos de radicalización del movimiento colono, un
responsable político se había atrevido a expresarse de esa forma.
Poder Judío forma parte de la coalición de gobierno. Su líder,
Itamar Ben Gvir, es el Ministro de Seguridad Nacional. Netanyahu le concedió prácticamente
carta blanca en los territorios ocupados. No sólo niega los derechos palestinos,
sino que propugna la anexión pura, simple e inmediata de su tierra. En esto coincide con el
Partido Sionista religioso, de Belazel Smotrich, que ocupa la cartera de
Finanzas y propugna la orientación teocrática del Estado.
Las organizaciones israelíes de
derechos humanos o de izquierda están espantadas por lo que ocurre. El Centro B’Tselem
considera que el gobierno está inspirado por ideas supremacistas con un patrón
claro de actuación: “los colonos perpetran los ataques, los militares los
protegen y el gobierno los apoya. Es una sinergia” (5).
No es extraño, por tanto, que se
hable ya de una “tercera intifada” palestina. Y si las dos anteriores surgieron
sin un liderazgo inicial claro, en este caso podría ocurrir lo mismo, pero de
manera aún más clara. En los últimos años han surgido grupos armados como las Brigadas
de Jenin o Guarida del Léon ajenos a los grupos combatienes
tradicionales (6). La Autoridad Palestina está completamente superada y desprestigiada
debido a su inoperancia y pasividad cuando no servilismo e incluso complicidad
con la represión israelí. Por no hablar de la extensión tentacular de la
corrupción que gangrena sus actuaciones. Un escritor palestino ha calificado a
la AP de “subcontratista del ocupante”.
LA TIBIEZA NORTEAMERICANA
La administración Biden se
encuentra visiblemente incómoda por la deriva israelí. Pero es más que
improbable que, salvo un descontrol absoluto, vaya más allá de recomendar
moderación y control. Los acontecimientos del fin de semana sólo han merecido
una escueta y comedida declaración del portavoz del Departamento de Estado: “Los
Estados Unidos continuarán trabajando con israelíes, palestinos y nuestros
socios regionales para restaurar la calma” (7).
En semanas anteriores, después de
la intervención militar de enero en Jenín, tras un atentado palestino en los
alrededores de una sinagoga de Jerusalén, el tono fue similar. Algo más
enérgico fue el pronunciamiento con motivo del debate del proyecto de ley del gobierno
para acabar, en la práctica, con la autonomía judicial. Pero nada hace indicar
que Biden se decante por una condena rotunda, a pesar de que nunca ha habido en
círculos judíos norteamericanos una corriente crítica tan fuerte y extensa ante
lo que ocurre en Israel. El famoso lobby judío ha dejado de ser
monolítico. Las jóvenes generaciones rechazan la evolución extremista y exigen el
condicionamiento de la ayuda múltiple norteamericana al cumplimiento de unas
normas básicas de convivencia y el respeto de los derechos de la población
palestina.
Las fricciones norteamericanas con
Israel se extienden también al frente exterior. Tanto el anterior gobierno de
centro-derecha como el extremista actual se han mostrado ambiguos en el
conflicto de Ucrania. La derecha israelí ha mantenido estos años un canal de
entendimiento y colaboración con el Kremlin, para asegurar su capacidad de
maniobra frente a sus enemigos regionales, Siria e Irán, el primero protegido y
el segundo apoyado cada vez más por Moscú. Detrás de estas asincronías bilaterales,
en la derecha israelí subyace la expectativa de cambio político en Washington.
La vuelta de Trump sería lo ideal, pero se recibiría de buen grado a otro
dirigente tipo Ron de Santis o cualquier otro que goce de los favores del
movimiento evangelista, el más activo ahora en la protección a ultranza de los extremistas
israelíes.
En estos momentos, cobra especial
significación la denuncia que hace más de tres lustros hiciera el expresidente Carter,
en su libro Palestine: peace nor apartheid (8), por el que recibió una
avalancha de críticas e insultos. El presidente que forjó la paz entre Israel y
Egipto, pero fracasó, como todos su antecesores y sucesores, en el arreglo de
la cuestión palestina, se atrevió entonces a utilizar el término apartheid
para definir las políticas de Israel en Palestina.
Joe Biden, congresista demócrata durante
el mandato de Carter, ha presumido siempre de ser un amigo incuestionable de
Israel, pese a ciertos desaires que le tributó Netanyahu cuando era número dos
de Obama. Ahora que el actual presidente hace de la defensa de la democracia el
faro de su doctrina de acción exterior frente a las amenazas de la autocracia
en Rusia, China y otras zonas del mundo, la tibieza ante el comportamiento escandaloso
de un aliado tan preciado como Israel supone una contradicción flagrante, otra
más, entre la retórica de los discursos y la realidad incontestable de los
hechos.
NOTAS
(1) Citado en el resumen de
prensa israelí. COURRIER
INTERNATIONAL, 27 de febrero
(2) “’Never like this before’: settler violence
in West Bank escalates”. BETHAN MCKERNAN. THE GUARDIAN, 27 de febrero.
(3) “Israel’s far-right government is at the
heart of a surge in violence”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 28 de
febrero.
(4) https://www.972mag.com/huwara-pogrom-settlers-elimination/
(6) “The third Intifada? Why the
israeli-palestinian conflict might boil over, again”. DANIEL BYMAN (Profesor
en la Universidad de Georgetown y director del Centro de Oriente Medio en la BROOKINGS
INSTITUTION). FOREING
AFFAIRS, 7 de febrero.
(7) “Revenge attacks after killing of israeli
sttlers leaves West Bank in turmoil”.PATRICK KINGSLEY e ISAL KERSHNER. THE
NEW YORK TIMES, 27 de febrero.
(8) https://www.simonandschuster.com/books/Palestine-Peace-Not-Apartheid/Jimmy-Carter/9780743285032
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