8 de marzo de 2023
Desde el comienzo de la guerra en
Ucrania y en cada una de sus fases subsiguientes, se ha considerado de enorme
importancia la posición que adoptara China para orientar la evolución de los
acontecimientos. En el momento actual, se especula con el posible suministro de
armas chinas a Rusia, para ayudarle a desnivelar la situación bélica en su favor
y propiciar así una posición favorable en unas eventuales negociaciones de paz,
solución que defiende Pekín.
No hay, sin embargo, confirmación
ni indicación alguna de que esta implicación china vaya a producirse. La fuente
de la información es la inteligencia norteamericana, que, en todo caso, ha sido
muy cauta en la formulación: en Pekín “se
está considerando”, ha venido a decir (1). Esta prudencia se debe a varias razones:
el hermetismo en la cúspide del poder chino, las distintas valoraciones que la
élite china pueda hacer de un paso tan arriesgado o los posibles errores de
interpretación de las fuentes norteamericanas, como ha ocurrido en el pasado.
La posición china en la guerra participa
de una cierta ambigüedad calculada, que combina firmeza y flexibilidad, tanto
en las relaciones con Moscú como sobre el espacio de entendimiento con Occidente
(2). Lo cual propicia interpretaciones diferentes en EE.UU, en función de los elementos
de consideración y/o los prejuicios de cada cual.
Unos concluyen que China apoya
decididamente a Rusia hasta donde puede, es decir, sin franquear el límite más
allá del cual sería muy probable una confrontación directa con Occidente.
Otros, estiman, por el contrario, que China sólo apoya a Rusia de forma
retórica, como una especie de autoservicio, más por generar un factor de inquietud
en el adversario occidental que para consolidar la operación rusa en Ucrania. A
medio camino entre estas dos posiciones, se encuentran quienes opinan que la
crisis de Ucrania no es de interés estratégico para la actual jerarquía china
y, por tanto, su comportamiento efectivo es instrumental.
Nunca ha sido fácil interpretar
la voluntad de los dirigentes chinos, pero una cosa parece clara: Pekín no se
casa con nadie. Sus actuaciones en política exterior están determinadas por sus
prioridades de política interna, que se resumen en la máxima imperante de convertirse
en un país sin dependencias externas de ningún tipo y capaz de alcanzar los máximos
objetivos de desarrollo y bienestar. La retórica exterior de China es
generalista. Se asienta en este discurso básico: en el mundo multipolar deben
convivir sistemas diferentes, cada cual con sus valores propios, sin
tentaciones de un orden único supuestamente universal ni intentos de interferir
en el modelo de cada cual mediante cualquier manera de presión.
La evolución del régimen chino
del comunismo inicialmente militante y luego conservador al nacionalismo actual
se corresponde con esa visión del mundo. Los objetivos comunistas no se
abandonan por completo del discurso oficial, pero se ponen al servicio de la “rejuvenización”
de la nación, no como orientación contrapuesta, sino como factor coadyuvante.
En la construcción del capitalismo nacional se han sacrificado claramente
principios de igualdad y justicia social, pero el régimen entiende que se trata
de una fase necesaria para alcanzar unos niveles suficientes de autonomía que
permitan, a medio plazo, la consecución de una sociedad igualitaria, en un
mundo diverso y necesariamente conflictivo pero sin arruinar la estabilidad.
La crisis de Ucrania no es
oportuna para los intereses chinos, porque ha generado problemas
internacionales subsidiarios como la carestía de suministros en el mundo en
desarrollo, que es un cliente prioritario de China, o una crisis energética que
ha lastrado el crecimiento en Occidente, comprador ávido de los productos de la
gran fábrica china, entre otros. Por si no fuera poco, la crisis bélica ha
coincidido con el impacto del COVID. Después de una cadena de errores, motivados
en gran parte, por la rigidez en el proceso de toma de decisiones de la jerarquía
del poder, el abandono del “régimen de excepción” parece haber impulsado de
nuevo al alza a la economía nacional. China, dicen algunos, está de vuelta.
Volviendo al asunto de las relaciones
con Rusia, la retórica oficial ha construido un discurso de cooperación con el
gran vecino del norte basado en dos asunciones fundamentales: una real y otra propagandística.
La primera está basada en los intereses. En esa cooperación (que no alianza:
este término nunca se emplea en Pekín), China juega con la ventaja de ser el
socio fuerte. Su economía es veinte veces mayor. Su posición estratégica es
dominante y creciente, mientras la rusa es defensiva y decreciente. El poderío
militar es más parejo, pero China goza de unas condiciones favorables al
crecimiento, mientras Rusia se aferra a unos recursos nucleares que sólo
podrían servirle como último recurso, en situaciones extremas.
La mencionada retórica china ha
codificado el tropo “amistad sin límites” para definir las relaciones con
Rusia. El Kremlin es más entusiasta que Pekín, porque necesita más de esta cooperación
bilateral, y más en las circunstancias actuales. Cada parte obtiene ventajas,
pero los rusos evidencian una mayor dependencia. Tampoco es posible avanzar
mucho más en la integración, aunque aparentemente las dos economías sean
complementarias. Como dice Patricia Kim, investigadora del Instituto Brookings,
cercano a los demócratas, hay límites claros en ese “partenariado sin límites”
(3). Patricia Kim considera que, pese a las aparentes ventajas a corto plazo, esta
asociación con Moscú terminará por lastrar las aspiraciones de China, porque perjudica
la aspiración china de preservar la estabilidad global, condición necesaria
para el avance de su penetración económica mundial. Es posible que así sea,
pero el actual clima de confrontación entre Estados Unidos y China por la
hegemonía mundial ha revalorizado el papel de Rusia para Pekín, en particular
en el terreno militar. Prueba de ello es la intensificación de la cooperación
militar bilateral en los últimos tres años (maniobras, mecanismos de consulta,
foros de discusión estratégica, etc). En el ámbito económico, el partenariado
presenta un desequilibrio notable. Según los últimos datos disponibles, China
representa el 18% del valor del comercio ruso, mientras Rusia sólo supone el 2%
de los intercambios chinos. El desequilibrio cualitativo es aún mayor. Rusia vende
a China principalmente productos energéticos y materias primas, mientras que,
en sentido inverso, se el mayor volumen de intercambio se centran en
manufacturas de alto valor industrial y tecnológico. A medida que China se vaya
orientando hacia la nueva economía ecológica, el bazar ruso le irá siendo menos
atractivo, mientas que Rusia no tiene perspectivas de poder sustituir el mercado
chino para su acuciante modernización productiva.
A corto plazo, como decíamos, hay
un terreno de cooperación casi imprescindible: generar una zona de seguridad
para la circulación financiera de ambos países, que pueden situarlos fuera de
alcance del arsenal de sanciones occidentales. Moscú y Pekín han avanzado mucho
en la creación de mecanismos financieros globales alternativos a los occidentales,
como se ha visto en esta crisis de Ucrania: el impacto de la tenaza occidental sobre
los activos rusos, aunque potente, ha sido menos devastador de los esperado en
un principio.
China ha extraído lecciones de la
respuesta occidental a la invasión rusa de Ucrania. Pero no sólo eso. La política
Biden de reforzamiento del eje Indo-Pacífico y la cooperación militar de
potencias aliadas en Extremo Oriente (la alianza AUKUS se perfila como una
especie de OTAN asiática) ha encendido las alarmas en Pekín. La estimulación de
esa “amistad sin límites” con Rusia puede ser todo lo discutible o irreal que se
quiera, pero conlleva una indudable capacidad de intimidación.
Esta estrategia se toma en serio
entre los círculos de poder norteamericano más pesimistas sobre la evolución de
la conducta china. Los ‘halcones’ cogen vuelo en Washington, titulaba reciente
una publicación especializada (4). El debate de los últimos treinta años entre
la élite estratégica acerca de la política hacia China se escora hacia la
confrontación. Y prueba de ello son los numerosos trabajos públicos que analizan
en términos alarmistas la cooperación ruso-china como un banco de pruebas ante
una intervención armada de Pekín contra Taiwán (5). Se minimizan datos
objetivos, como la vinculación entre las economías china y norteamericana (occidental,
en general), o se relativizan en beneficio de las cifras que anticipan la confirmación
de China como primera potencia económica
mundial en el horizonte de mitad de siglo.
NOTAS
(1) “U.S. warnings to China on arms aid for
Russia’s war portend global rift”. EDWARD WONG. THE NEW YORK TIMES, 19 de
febrero.
(2) “China’s foreign minister warns of
potential for conflict witn US and hail for Russia ties”. THE GUARDIAN, 7 de
marzo.
(3) “The limits of the no-limits Partnership”.
PATRICIA M. KIM. FOREIGN AFFAIRS, 28 de febrero.
(4) “Washington’s China hawks take flight”. ROBBIE
GRAMER y CHRISTINA LU. FOREIGN POLICY, 15 de febrero.
(5) “China’s Ukraine
peace plan is actually about Taiwan”. CRAIG SINGLETON. FOREIGN POLICY, 6 de marzo.
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