15 de marzo de 2023
El acuerdo de restablecimiento de
relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí puede convertirse en el
acontecimiento diplomático del año en Oriente Medio, aunque es demasiado pronto
para calibrar su verdadero alcance. De momento, se presta a interpretaciones diferentes. Tratemos de esclarecer, en lo posible, lo que
es y lo que no es este acuerdo entre rivales.
ES una normalización de
relaciones, interrumpidas en 2016, después del ataque contra la embajada
saudí en Teherán, protagonizado por una turba multa indignada tras la ejecución
del jeque Nimr Baqr Al-Nimr, líder de las revueltas chiíes en las provincias
orientales de Arabia.
NO ES una alianza, ni siquiera
una reconciliación plena, debido a las profundas diferencias entre ambos
estados. Tampoco provocará un realineamiento de los estados de la zona,
demasiado condicionados por los sectarismos religiosos que lideran estas dos
potencias regionales.
ES una decisión instrumental
dirigida en primera instancia a estabilizar la situación estancada en la guerra
del Yemen, en la que Riad y Teherán juegan en campos opuestos. El alto el
fuego de abril del pasado año se consolida por agotamiento de los beligerantes,
pero sobre todo por la voluntad de quienes mueven los hilos: es hora de fijar
los términos de un armisticio, de cerrar el ejercicio bélico y llevar a la mesa
de negociaciones lo que no se ha podido obtener en el campo de batalla. La
posición de Irán, protector de los rebeldes hutis, es más fuerte, a corto
plazo, pero la exigencia de un apoyo sostenido debilita sus perspectivas a
largo plazo. Los saudíes se han convencido de que no podrán ganar militarmente
y aceptan convertir esta derrota en un empate estratégico. La pretensión
inmediata de Riad es que cesen las incursiones fronterizas de los rebeldes
yemeníes y sus ataques con drones iraníes.
NO ES un parón a la
convergencia entre el reino saudí e Israel, trabajada desde hace años pero
congelada a la espera sempiterna del “momento idóneo”. Arabia Saudí administra
con suma cautela su previsible incorporación al “proceso Abraham” (del que ya
forman parte los Emiratos, Bahréin y Marruecos). La normalización con Irán no
modifica este rumbo, aunque puede crear nuevos recelos en ciertos sectores de
Washington.
ES una sorpresa relativa
para muchos de los observadores de la política regional, aunque no tanto para la
Casa Blanca, que asegura haber estado informado por sus socios saudíes de la
marcha de las negociaciones. Se dice que la diplomacia norteamericana nunca
creyó mucho en el alcance de esta iniciativa por falta de confianza básica en
la conducta de Irán. Abonaba el escepticismo el estado comatoso de las
negociaciones sobre el programa nuclear de Irán. El régimen islámico ha
alcanzado ya el 88% del enriquecimiento de uranio exigido para la fabricación
de la bomba (un 90%). Esta escalada no solamente alerta a Israel. La
posibilidad de una respuesta militar nunca ha dejado de estar sobre la mesa. El
actual gobierno extremista de Israel a buen seguro presiona en este sentido.
Pero Arabia puede haber creído en una vía más fructífera. Ya que no se puede
detener la nuclearización de Irán, parecería más conveniente empezar a trabajar
en dotarse de capacidad análoga para compensar la posible ventaja estratégica
de Teherán. La petromonarquía nunca ha escondido su ambición nuclear.
NO ES un acuerdo a
contramarcha de los tiempos. El acuerdo se produce en un momento de
incertidumbres internacionales, pero también de oportunidades que podrían
revalorizar la estatura de China en la escena internacional, con su discurso
sobre el respeto de la autonomía de cada país y el rechazo de la interferencia
en asuntos internos. Algo que satisface, sin duda, tanto al absolutismo saudí
como a la teocracia iraní.
La guerra de Ucrania se encuentra
en fase de estancamiento, lo que hace propicio el terreno de las iniciativas
negociadoras, con Pekín como autoproclamado maestro de ceremonias. Por mucho
que Occidente haya despreciado la iniciativa de Pekín, Xi Jinping ha conseguido
que Zelenski le abra las puertas la semana que viene en Kiev. En estas
operaciones el artificio pesa tanto o más que el contenido. Y, además, el presidente
chino juega con la baza de ser el único que puede modificar la conducta de
Putin.
ES una muestra más de que Washington ya no lleva
la voz cantante en la zona, más por errores y condicionamientos
autoimpuestos, como sostiene Stephen Walt, que por carencia de recursos. El
petróleo, motor y agente clave de la política regional de Estados Unidos, ya no
es tan importante para la economía norteamericana, porque se han generado
fuentes alternativas propias y se diseña un futuro energético diferente.
NO ES un cambio radical de los
equilibrios estratégicos en la región. La disminución del interés
norteamericano en la región no quiere decir indiferencia o desatención. La
emergencia de China como potencia activa en la región no supone la marginación
de Estados Unidos. Arabia Saudí no ha decidido una sustitución de protectores.
No cambia a Washington por Pekín. La seguridad del reino sigue dependiendo
masivamente de la colaboración militar con Estados Unidos, como lo acredita la estructura
armamentística de la petromonarquía.
ES la confirmación de que
China tiene la intención de superar la fase mercantilista de su política
exterior para asumir responsabilidades políticas y diplomáticas. La forja
de este acuerdo de normalización irano-saudí es resultado lógico de dos
importantes logros diplomáticos de Pekín. Primero, el partenariado estratégico
suscrito con Irán en 2021, con una vigencia de 25 años). A continuación, el
pacto de cooperación con Arabia Saudí, acordado hace dos meses tras un discreto
pero eficaz trabajo de maduración. China es ya el principal socio comercial de
los saudíes y éstos se afianzan como el principal suministrador de petróleo
para la economía china.
NO ES una proyección del
poderío chino fuera de su ámbito natural de influencia, que es la región del
Pacífico. Quienes amplifican por motivos interesados la denominada “amenaza
china” tienen la tentación de exagerar la capacidad de los “mandarines rojos”
para consolidar una posición tentacular en el mundo y ponen como prueba de ello
sus iniciativas comerciales, financieras y constructoras en el mundo en
desarrollo. Ante la todavía endeble maquinaria militar china lejos de su ámbito
geográfico de referencia, alertan sobre la penetración económica como principal
herramienta de dominación para construir su proyecto de hegemonía mundial.
ES una prueba más de que las
potencias medias del G20 (en este caso Arabia Saudí) son cada vez menos
subsidiarias de las grandes potencias del G7. China promueve mecanismos de
cooperación y concertación regionales, pero se cuida muy mucho de pretender
imponer su liderazgo político, lo que resulta muy atractivo para autocracias,
dictaduras y teocracias (como los regímenes saudí e iraní). Este estilo
contrasta con la retórica de valores y derechos del orden internacional liberal,
propagada por Estados Unidos.
NO ES un refuerzo de ese eje
del mal, concepto que lleva dominando el relato propagandístico en
Washington desde Reagan. La incomodidad de los liberales en Washington con el
régimen saudí es perfectamente resistible. Las relaciones bilaterales son a
veces antipáticas, pero están bien ancladas en intereses compartidos. El trauma
del 11-S dañó la reputación del Reino, debido a nacionalidad saudí de la
mayoría de los secuestradores aéreos. El asesinato macabro del periodista opositor
Jamal Khasshoggi sacudió la alianza. Biden dijo que convertiría a Arabia en un
“estado paria”. Se tragó el sapo y viajó a Riad para escenificar una fase más fría
de las relaciones bilaterales. El Príncipe (Rey in pectore) Bin
Salman confundió al presidente norteamericano prometiéndole que abogaría por
una política de despresurización de los precios del crudo, mientras pactaba
otra cosa con Putin, amparado en las dinámicas del mercado. Aunque Suzanne Maloney, vicepresidenta del
Instituto Brookings y reputada experta en Irán, considere que este acuerdo con
los ayatollahs “es un nueva bofetada de Bin Salman a Biden”, otros analistas
son más sanguíneos. Como contó en su día el veterano negociador norteamericano
en la zona Aaron David Miller, citando a un jeque del reino, los saudíes han
decidido aplicar la poligamia que practican en su vida particular a las
relaciones internacionales.
REFERENCIAS
“Saudi-iranian détente is a wake-up call for
America”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 14 de marzo.
“4 key take-aways from the China-brokered
Saudi-iranian deal”. AARON DAVID MILLER. FOREIGN POLICY, 15 de marzo.
“With Saudi-Iran
diplomacy, is China pushing the US aside in the Middle East? SIMON HENDERSON. THE HILL, 13 de marzo.
“China brokers
Iran-Saudi Arabia détente, raisin eyebrows in Washington”. THE WASHINGTON POST, 10 de marzo.
“Saudi deal with
Iran surprises Israel and jolts Netanyahu”. PATRICK KINGSLEY (Corresponsal en Jerusalén). THE NEW YORK TIMES, 10 de marzo.
“China plays Mideast
peacemaker in U.S.’s shadow”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST,
12 de marzo.
“Chinese-brokered
deal upends Mideast diplomacy and challenges U.S.” PETER BAKER (Corresponsal en la Casa
Blanca). THE NEW YORK TIMES, 11 de
marzo.
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