15 de febrero de 2023
La espantosa cifra de muertos en el
terremoto de Turquía lo convierten ya en la mayor catástrofe en la historia contemporánea
del país. La tragedia excede el ámbito del desastre natural. Más allá de la
violencia sacudida de la tierra (7,8º Richter), la causa de semejante mortandad,
destrucción y miseria reside en las condiciones de construcción de los edificios,
plagadas de incompetencia y corrupción.
El régimen trata de cubrir ahora estas
vergüenzas con iniciativas oportunistas de investigación de responsabilidades y
órdenes de procesamiento y detención en los casos más evidentes. Pero esta negligencia
criminal hubiera sido imposible sin la pasividad cuando no la complicidad oficial.
El problema precede al “sultanato”
de Erdogan, pero en los veinte años que lleva en el poder (primero como Primer
Ministro y luego como Presidente), el líder turco ha incrementado los riesgos
de la desgracia. Antes de las elecciones de 2018, que lo elevaron a la Jefatura
del Estado, el partido de Erdogan (AKP, Partido de la Justicia y el Desarrollo)
validó de manera retroactiva y a pesar de la protesta de la oposición, todas
las edificaciones efectuadas previamente sin las correspondientes autorizaciones,
que, en gran número, no satisfacían las condiciones estipuladas de seguridad. Más
recientemente, hace sólo unos meses, el AKP rechazó una moción de la oposición que
contemplaba la inspección de los edificios para comprobar su resistencia ante
un terremoto (1).
Como ocurre en la mayoría de los
países subdesarrollados o en desarrollo, incluidos aquellos sometidos a mayor riesgo
sísmico, las lamentaciones posteriores a este tipo de catástrofes suelen
evaporarse con el paso de tiempo, hasta que la tierra vuelve a rugir. Turquía
no es una excepción, a pesar de que se cuenta entre las primeras veinte economías
del mundo.
A la negligencia criminal se
añade la incompetencia del Estado en las primeras actuaciones de rescate y
salvamento. Sólo la presencia de más de treinta mil expertos extranjeros en la
zona siniestrada hizo posible una decente labor de socorro. Las críticas sobre
la actuación oficial llovieron de inmediato, pero han sido silenciadas o
neutralizadas por un abrumador aparato de propaganda (2).
Ironías de la historia, la
carrera política de Erdogan se benefició de las consecuencias de una tragedia
similar, en 2002, pero ahora podría encaminarse hacia su ocaso como efecto de
este último terremoto, según estiman algunos analistas, quizás más inspirados
por el deseo que por el contexto socio-político dominante. Tras el terremoto
bien podrían producirse seísmos políticos de consideración.
SOMBRAS SOBRE EL PROCESO ELECTORAL
La catástrofe quedará pronto subsumida
en la campaña electoral ya en marcha. En las próximas semanas, sino días,
Erdogan anunciará la fecha de los comicios presidenciales y legislativos.
Aunque el tope legal es el 18 de junio, la estimación mayoritaria es que no se
demorarán más allá de mediados de mayo.
Sin embargo, empiezan a surgir sospechas
de que Erdogan recurra a una nueva argucia política y decrete un aplazamiento o
retraso electoral. La Constitución prevé esta contingencia en caso de guerra,
pero la magnitud de la desgracia podía llevar a un experto en manipulación política
como el presidente turco a equiparar la provisión legal con lo acontecido en el
sureste del país.
Hay motivos objetivos para una
medida semejante. Aparte de las víctimas directas, el terremoto ha alterado profundamente
las condiciones de vida de 13 millones de turcos, una quinta parte de la
población del país. Más de siete mil edificios han colapsado y otros muchos,
aún por cuantificar, pueden haber quedado seriamente dañados. Las
infraestructuras se han visto seriamente afectadas. La capacidad de un Estado
débil y poco competente para organizar unas elecciones en la zona siniestrada
se ha visto aún más reducida. Por no hablar del escaso interés ciudadano por
participar, en semejantes condiciones.
El analista turco residente en
Estados Unidos Soner Cagaptay cree que podría haber un consenso partidario para
agotar al límite la cita electoral (18 de junio) y así dar más tiempo a que las
labores de reconstrucción restituyan una cierta normalidad funcional. Pero
Erdogan podría intentar un aplazamiento más prolongado. No le faltan
herramientas, debido a la “colonización” persistente del organismo judicial
electoral durante sus años de mandato y, en particular, desde la intentona
fallida de golpe de Estado en 2016. La inmensa purga practicada en la
judicatura, cuerpos de seguridad y fuerzas armadas han convertido a los aparatos
estatales en instrumentos de la Jefatura del Estado. Erdogan puede hacer casi
lo que quiera, aunque su astucia le lleva a no rebasar ciertos límites y
permanecer en un ámbito formal del Estado de Derecho. Una catástrofe como la
actual permite o hace más tolerable medidas extraordinarias y favorece los
impulsos autoritarios del “Sultán” (3).
LAS TRES CARAS DEL ARSENAL POPULISTA
Más allá de la destrucción provocada
por el terremoto, Erdogan lleva meses
activando todas las palancas a su alcance para contrarrestar los efectos de su
discutible gestión al frente del país, en particular el penoso balance económico
y social. Con una inflación que llegó a alcanzar el 85% en noviembre para
descender al 64% antes de acabar el año, Erdogan tiró de recursos populistas
para aplacar el malestar social. Elevó el salario mínimo en más del 50% y los
sueldos de los funcionarios un 30%, subsidió préstamos a pequeños y medios
comerciantes y hombres de negocios (base electoral primordial del AKP) y
adelantó la edad de jubilación (4).
No se descarta, asimismo, que
Erdogan aproveche la convocatoria electoral para insertar un referéndum sobre el
uso del velo, cortocircuitando una iniciativa similar pero en sentido
contrario, de los partidos kemalistas o de inspiración laica de la
oposición (5).
Estas medidas presentan la apariencia
positiva de la estrategia presidencial. El lado oscuro es el arsenal represivo.
La unidad de la oposición inquieta a Erdogan y podría representar la principal
amenaza para la continuidad de su poder. Pero el líder turco también dispone de
herramientas para debilitar a sus adversarios. Lo primero sería desactivar a su
principal rival, el alcalde de Estambul. Desde que derrotara al candidato
oficial en 2019, Ekrem Imamoglu es objeto permanente de asedio. Sobre él pesa una
condena de inhabilitación por insultos al Consejo Supremo electoral, que los
observadoras consideran políticamente inducida desde la cúspide del poder. El
recurso interpuesto por el alcalde hace que la sentencia no sea aún firme, hasta
que se pronuncie el Supremo. Por tanto, podría ser seleccionado como candidato
unificado de la oposición democrática. Pero se ha sabido que el Ministerio del
Interior trabaja duramente para que la Fiscalía puede presentar una demanda adicional,
aún más falsaria, por supuesto apoyo al terrorismo. Si Imamoglu fuera
finalmente inhabilitado, podría surgir otra figura unificadora, el alcalde de
Ankara, Mansur Yavas, de una combatividad más discreta. De hecho, no ha dicho públicamente
que aspire a suceder a Erdogan. El presidente podría intentar manipular al
frente opositor y favorecer varias candidatura con el propósito de dividir el voto.
Hay otro ámbito de actuación, que
es además uno de los preferidos de Erdogan, el exterior (6). Y en este también
es susceptible de combinar las iniciativas “positivas” y las agresivas. Entre
las primeras, renovados intentos de mediación en la guerra de Ucrania, como la
que propició el restablecimiento de la exportación del grano ucraniano a los
países necesitados. O la astuta duplicidad de proporcionar drones de alto valor
combativo a Kiev, mientras permite a Rusia esquivar las sanciones occidentales.
Podría también elevar la fiebre nacionalista, tan apreciada por sus bases, mediante
una crisis provocada con Grecia a cuenta de la rivalidad en el Egeo. O alentar
medidas unilaterales de independencia del régimen títere en el norte de Chipre.
Y siempre parece a su alcance una nueva operación militar contra las bases
kurdas del norte de Siria, aunque para ello necesite del aval del Kremlin.
NOTAS
(1) “The earthquake in Turkey and the question
of guilty”. DER SPIEGEL, 10 de febrero.
(2) “How corruption and misrule made Turkey’s
earthquake deadlier”. GONUN TOL (Director del Middle East Institute). FOREIGN
POLICY, 10 de febrero.
(3) “How will Turkey’s earthquake affect the current
election cycle”. SONER CAGAPTAY. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE
EAST, 14 de febrero.
(4) “As tough election loom in Turkey, Erdogan
is spending for victory”. BEN HUBBARD. THE NEW YORK TIMES, 26 de enero.
(5) “Turquie: l’anée commence sous
le signe du voile” (Entrevista con SAMIN AKGÖNÜL, Director del departamento de
estudios turcos en la Universidad de Estrasburgo). COURRIER DES BALKANS, 2
de enero.
(6) “Turkey’s turning point. What Will Erdogan
do to stay in power”. HENRY BARKEY (Profesor de la Universidad de Lehigh
y experto en Oriente Medio en el Council
of Foreign Relations de Washington). FOREIGN AFFAIRS, 3 de febrero.
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