FRANCIA Y GRAN BRETAÑA, FOCOS DEL MALESTAR SOCIAL EN EUROPA

 8 de febrero de 2023

El invierno en Europa no está siendo tan catastrófico como se temía, debido a la anunciada crisis energética derivada de la guerra en Ucrania. Las intervenciones públicas y las medidas de control del precio del gas, el petróleo y sus derivados de Rusia han permitido amortiguar el golpe y evitar un nuevo repunte inflacionista. Aun así, la crisis se deja sentir y sigue erosionando el nivel de vida de las clases populares y medias. En los gobiernos nacionales y europeo se debate la duración y alcance de las políticas de amortiguamiento y compensación, ante la prolongación de una guerra cuyo fin no parece cercano. Los agentes sociales calibran la capacidad de respuesta. Dos países destacan en la expresión del malestar social: Francia y Gran Bretaña.

FRANCIA: EL CALVARIO DE LAS PENSIONES

En Francia, el Presidente Macron decidió no esperar a un aplacamiento de la dinámica bélica para acometer, por segunda vez, el espinoso asunto de la reforma del sistema de pensiones. En mala hora. Con una mayoría exigua en el Parlamento y la hostilidad manifiesta de los sindicatos, las fuerzas políticas de izquierda y de la derecha nacional-populista y el apoyo condicionado de los conservadores, el gobierno se encuentra en una posición fragilizada.

Después de tres jornadas de huelgas de impacto considerable, aunque quizás decreciente, llega la hora de los cálculos sobre la relación de fuerzas y la reconsideración de estrategias. La jefa del gobierno, Elisabeth Borne, asume el desgaste político y es la encargada de trazar el terreno en el que abordar posibles vías de encuentro con los únicos que se prestan a ello, el partido de Los Republicanos (1).

El aspecto clave y más polémico de la reforma es el retraso en dos años de la edad jubilación (de los 62 a los 64 años), a partir de 2030. Más allá de las cuestiones técnicas (2), el alcance político se centra en la cuestión del reparto de cargas para asegurar la viabilidad del sistema. Las pensiones en Francia son un asunto casi exclusivamente público, no hay un modelo alternativo privado de envergadura como en otros países del entorno europeo. La izquierda, en términos generales, sostiene que se estabilice el sistema mediante el incremento de la fiscalidad sobre los más ricos, es decir, justamente lo contrario de lo que ha hecho Macron desde su llegada al Eliseo, en 2017.

Los macronistas consideran que esta impugnación es ideológica o motivada por razones partidistas. A su juicio, la izquierda se evade de la responsabilidad de garantizar el bien común con el sólo propósito de desgastar al gobierno. Borne se dice dispuesta a corregir algunos de los aspectos más irritantes de la reforma, como, por ejemplo, avanzar la edad de retirada de los 64 a los 62 años (dos más que en la actualidad) para las llamadas “carreras largas”, es decir, para los trabajadores que empezaran muy jóvenes su trayectoria laboral y en tareas penosas o  duras, que supongan mayor desgaste físico. Esta era una de las exigencias de los Republicanos para apoyar el gobierno (3).

Sin embargo, estas concesiones son claramente insuficientes para la oposición y no está claro que sirvan para garantizarse el respaldo de los conservadores (4). El frente de izquierdas quiere simple y llanamente la retirada del proyecto y un nuevo replanteamiento de la cuestión sobre bases sociales más justas. No se trata de un discurso vacío. Numerosos economistas acreditan la viabilidad del sistema sólo con ajustar la actual fiscalidad. Algunos apuntan que con una subida de dos puntos a las rentas más altas se solucionaría el problema. El nacionalismo populista se apunta a la defensa de las clases más desfavorecidas y medias, pero resta ambiguo sobre el asunto de la fiscalidad.

Macron ha pretendido retirarse de la primera línea de la polémica, escarmentado por la experiencia quemante de la crisis de los “chalecos amarillos”, pero sus adversarios políticos no están dispuestos a que funcione el recurso del “fusible Borne”. En la heterogénea mayoría presidencial también se dejan escuchar ciertas desavenencias, tanto de fondo como de estrategia, aunque no es previsible una fractura interna. Al menos de momento.

En todo caso, si las cosas se complicaran, el gobierno no descarta sacar adelante el proyecto por decreto (es decir, recurriendo al controvertido artículo 43,2 de la Constitución gaullista en vigor), como ya ha tenido que hacer con las leyes de presupuestos y financiación de la seguridad social. Esta eventualidad podría encender aún más la conflictividad y consolidar el discurso de la oposición sobre el creciente déficit democrático de la era Macron. Con los “pinchazos” del Presidente en política exterior (Rusia, África y enésimo bloqueo del eje franco-alemán), el frente interno se antoja una pesadilla de difícil gestión para el Eliseo.

GRAN BRETAÑA: UNA CRISIS SISTÉMICA

En Gran Bretaña, la crisis social es aún más profunda. No se trata de percepciones o de confrontaciones políticas. Algunos analistas atribuyen al Brexit gran parte de los males que aquejan a la cohesión social británica, pero otros profundizan más y señalan la causa mayor del desastre: el empeño en un modelo neoliberal, más o menos corregido, mediante los guiños compasivos de David Camero o los oportunismos populistas de Boris Johnson), cuando no reforzados por la incompetente Lizz Truss, que provocó una crisis de confianza sistémica en apenas un  par de meses en Downing Street.

El actual primer ministro, Rishi Sunak, ministro de Hacienda con Johnson y rival derrotado de Truss en las primarias tories, se ha hecho cargo de un país en rumbo a la bancarrota y el desgarro social más grave en medio siglo. No es un sanador, ya que él mismo ha contribuido a crear esta situación, aunque presume de unas supuestas credenciales de competencia de los que carecían sus antecesores en el cargo.

Sunak es un multimillonario que ha demostrado escasa empatía social en varias ocasiones. Su astucia le impide incurrir en resbalones escandalosos, pero su distanciamiento le priva del nervio necesario para embridar el malestar social. Las huelgas en el sistema sanitario parecen fuera de control (5). Los servicios públicos están bajo mínimos y el descontento adquiere unas proporciones semejantes al que derrumbó el gobierno del entonces premier laborista James Callaghan, tras el atroz invierno de 1978-79. Aquella crisis alumbró el éxito de Thatcher y, meses más tarde, con el triunfo de Reagan al otro lado del Atlántico, abrió la era de un nuevo liberalismo económico feroz y ultraconservador en materia social y política.

El actual premier es un producto acabado de ese neoliberalismo basado en la hegemonía del capitalismo financiero sobre el productivo, la reducción implacable de los servicios públicos en favor del beneficio de las empresas privadas sustitutorias y la lógica del interés particular sobre las soluciones colectivas en cualquiera de las escalas sociales. El fracaso de estas recetas no es en ninguna parte tan palpable como en el Reino Unido. El nivel salarial medio es menor al de hace 18 años, algo que no tiene precedentes en el mundo occidental desde la posguerra, como señala Simon Tisdall (6). El sistema de protección social es el más debilitado de la OCDE incluido Estados Unidos, que es ya decir. La austeridad practicada desde la crisis financiera ha reducido el gasto (o inversión pública) en siete puntos: del 46% al 39% del PIB. Ni siquiera la iniciativa privada parece satisfecha. El país registra la tasa de inversión más baja de las principales economías mundiales. La desigualdad social adquiere niveles no alcanzados en décadas. Gran Bretaña es el único país europeo donde ha disminuido la esperanza de vida (7).

Pero el neoliberalismo resistió con la pócima envenenada del Brexit. Ahora que se cada día se ve más claro el gran engaño, los conservadores parecen en rumbo al desastre electoral con un retraso de treinta puntos en las encuestas. Pero no está claro que los laboristas, muy divididos sobre la cuestión europea, pero también sobre la dialéctica entre lo público y lo privado pueda revertir esta larga y pronunciada decadencia.

Quienes soñaban con un nuevo esplendor, con un Greater Britain, se despiertan cada mañana con la boca seca. Los nostálgicos del Imperio difícilmente puede soportar que, en estos momentos, el PIB de la India, en su día la joya colonial, sea superior en términos absolutos al del Reino Unido.

 

NOTAS

(1) Réforme des retraites: les questions pour comprendre ses contours et ses enjeux”. LE MONDE, 11 enero.

(2) “Réforme des retraites: àpres la troisème journée de mobilisation, les incertitudes du gouvernement”. LE MONDE, 8 febrero.

(3) Réforme des retraites: Elisabeth Borne loue la ‘justice’ du project du gouvernement”. LE MONDE, 11 enero.

(4) “Réforme des retraites: qu’en disent les parties d’opposition”. LE MONDE, 12 enero.

(5) “Up to half a million to strike across UK as talks go ‘backwards’”. THE GUARDIAN, 31 enero.

(6) “Britain is much worse off than It understand”. SIMON TILFORD. FOREIGN POLICY, 3 febrero.

(7) “British cautionary tale of self-destruction”. DAVID WALLACE-WELLS. THE NEW YORK TIMES, 25 enero.

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