25 de enero de 2023
Tres mujeres gobernantes han
ocupados estos días el centro de la atención mediática: las primeras ministras
de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, y de Francia, Elisabeth Borne, y la
presidenta interina de Perú, Dina Boluarte. Tres mujeres pertenecientes a tres
países muy diferentes entre sí, de tres culturas políticas distintas.
JACINDA ARDERN, O CÓMO SABER
RENUNCIAR
Jacinda Ardern ha dimitido de su
cargo de jefa del gobierno y del liderazgo del Partido Laborista. Para relativa
sorpresa de la mayoría de los observadores, una de las políticas con más
carisma de la escena internacional dice adiós, y todo parece que será para
siempre, o para mucho tiempo al menos. En su despedida, y como razón
fundamental, dejó una frase que a buen seguro pasará al acervo político en lo
sucesivo: “I have no enough in the tank” (que podría ser traducido como “me he
quedado sin energía en el depósito”.
Ardern es un caso fabuloso de ascenso,
crisis y derrumbe. Fue alabada por la prensa liberal y reconocida por la
progresista debido a la entereza que demostró tras el doble atentado xenófobo de
2019 contra unas mezquitas en la ciudad de Christchurch, su empatía natural con
las familias de las víctimas musulmanas, su coraje frente al racismo subyacente
en su sociedad (asimilable al de cualquier otra) y su agilidad en la toma de
decisiones para controlar la disponibilidad del uso privado de armas de fuego. Quiso
aplicar un programa ambicioso de reducción de la pobreza y avance social.
Apenas lo ha logrado. Pero no es exagerado decir de ella que se convirtió en un
icono no ya del buen gobierno, sino del gobierno cercano pero a la vez
comprometido, de un gobierno de valores por encima de las conveniencias
inmediatas.
Jacinda Ardern ha sido víctimas
de las secuelas políticas y sociales del COVID. Ejerció un liderazgo valiente,
sin contemplaciones ni concesiones, adoptando decisiones difíciles, dolorosas y
sacrificadas, pero muy alejada de cualquier pedestal, desde el salón de su
casa, dando ejemplo y con una seriedad envuelta en comprensión y sensibilidad.
Paradójicamente, la misma ciudadanía que presumía de jefa de gobierno fue sintiéndose
cada vez más incómoda. La cotidianidad de la pandemia, primero, y los efectos
económicos, a continuación, fueron desgastando el crédito de Ardern hasta
invertir la percepción pública. En apenas unos meses, una de las gobernantes
más populares del mundo pasó a ser una política desgastada más.
En tales condiciones, el instinto
político invita a la resistencia. Incluso es razonable sostener que frente a la
adversidad, la altura política exige coraje. Jacinda ha tomado otro camino. No
por abandonismo, sino por convicción. No ha querido aferrarse al poder y se ha
confesado. Vuelve a la vida privada, a su familia. El manido recurso de la
“dimisión por razones personales”, que suele esconder otras motivaciones reales,
toma carácter de autenticidad en el caso de la dirigente socialista
neozelandesa. No culpa a nadie, ni se victimiza. Declara su vulnerabilidad,
enseña su depósito vacío o insuficiente y hace de la derrota un gesto
desdramatizado de la vida. Se va con la misma modestia con la que gobernó (1).
ELISABETH BORNE, EL PODER COMO
EJERCICIO DE TENACIDAD
Elisabeth Borne comparte con
Jacinda Ardern una cierta proximidad ideológica. O compartía, porque la francesa
ha ido pasando de un socialismo democrático más bien tibio y tecnócrata a un
liberalismo con cierta retórica social. Es una exponente bastante significativa
de la deriva socialista francesa, de su confusión, del oscurecimiento de sus
principios. Borne, al menos, puede hacer gala de su capacidad de trabajo, de su
tenacidad en la labor de gobierno. Macron eligió calculadamente a su capataz
ejecutiva, un complemento perfecto para combinar la grandilocuencia de sus
gestos con la eficacia de la tarea diaria.
La reforma de las pensiones será
la gran prueba para la pareja Macron-Borne. El presidente se reserva las
alocuciones que proyectan el futuro, el gran diseño del cambio de modelo
social. La primera ministra correrá con el desgaste de la brega diaria, en los
salones, pero sobre todo en la calle. Las negociaciones políticas se
desarrollan con cierta discreción, terreno en el que la jefa del gobierno se
mueve como pez en el agua.
La agitación social es otro
cantar, más bronco y menos manejable. Las protestas ya han comenzado y amenazan
con arreciar. Se agita el espectro de los gillets jaunes, la revuelta que amargó el primer mandato de
Júpiter, como se moteja al ambicioso Presidente francés. El perfil
tecno-burocrático de Borne parece idóneo para desviar hacia ella parte de la
munición contestataria. Como alguien ha escrito, la primera ministra parece
dispuesta, preparada y hasta deseosa de hacer el “trabajo sucio”, de erigirse,
si es necesario, en el “fusible” de Macron, para impedir un apagón en el Eliseo
(2).
DINA BOLUARTE: LA TRÁGICA
IMPOTENCIA DEL PODER POR EL PODER
Dina Boluarte es el caso más
trágico de esta triada femenina. La presidente interina del Perú es casi un
zombi político. Puede afirmarse, sin exagerar, que es el contra modelo de
Jacinda Ardern. A falta de principios sólidos, maniobrerismo puro y duro. Pero
torpe. Su trayectoria política no puede ser más errática. Se subió al carro de
la candidatura del depuesto Presidente Castillo sin compartir programa ni
estrategia, poco o nada contribuyó a frenar el vacilante mandato de su jefe,
aislado y preso de unas débiles (debilitadas) estructuras políticas, y
finalmente se convirtió en una suerte de Bruto ficticio, porque en realidad
nunca hubo un Julio César al que frenar. Boluarte aparece, cada día que pasa,
más una usurpadora que una restituyente.
El mísero sur del Perú se levanta
contra la manera en que la oligarquía acabó con un vacilante y dubitativo
Presidente, pero hijo del pueblo al fin y al cabo. El Congreso difícilmente
representa a la mayoría de la nación. La orquestada pretensión de
institucionalización, de defensa de normas huecas no engañó a casi nadie desde
el principio. Pero, a medida que se amontonan los muertos en las calles de las
zonas más pobres (medio centenar, ya) y los grupos más activos ponen cerco a
los centros simbólicos de poder, la farsa adopta tintes de tragedia.
A pesar de la firmeza un tanto
impostada de los primeros días, dicen que ahora Dina habría querido dimitir,
tras fracasar sus intentos de apaciguar a los revoltosos. Se lo habría
desaconsejado el primer ministro Otárola, un personaje gris, sin legitimidad
popular alguna, que emerge quién sabe si como líder alternativo, en caso de que
la Presidenta termine desmoronándose.
Ardern, Borne y Boluarte
representan tres estilos divergentes de gobernar y de hacer política. Pero no se
trata, al menos en lo fundamental, de ejemplos o de empeños personales. Las
tres son producto de sus fundamentos sociales y su cultura del poder, de la
manera de representar la democracia como sistema liberal de gobierno. En éste cohabitan
tendencias muy dispares cuando se trata de aplicar los principios a la gestión
de la realidad: predominio de la ética política (Ardern), dialéctica pragmática
y desapasionada (Borne) e impostura en la preservación de los privilegios (Boluarte). En la mayoría de los lugares estos
tres estilos se solapan y conviven en función de las necesidades de cada
momento.
REFERENCIAS
(1) “Jacinda Ardern’s graceful departure is the
personification of modern democratic ideals”. VAD BADHAM. THE GUARDIAN, 19
de enero; “The many legacies of Jacinda Ardern”. ISHAAN THAROOR, THE
WASHINGTON POST, 23 de enero; “How Covid’s bitter divisions tarnished a
liberal icon”. DAMIEN CAVE, THE NEW YORK TIMES, 19 de enero.
(2) “Élisabeth Borne en première ligne de bataille des retraites”. MATTHIEU
GOAR. LE MONDE, 24 de enero; “Réforme des retraites: Élisabeth Borne saura-t-elle
faire le ‘salaud boulot’? WALTER ELLIS. REACTION, 5 de enero (reproducido en COURRIER
INTERNATIONAL, 10 de enero).
(3) “Pérou, de l’instabilité politique
aux brutalités policières. GONZALO BANDA. AMERICAS QUARTERLY, 12 de enero
(reproducido en COURRIER INTERNATIONAL, 19 de enero); “Reflexiones sobre
la crisis política y social en Perú. MARCELO SOLERVICENS. OTHER NEWS, 16 de
enero
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