18 de enero de 2023
Desde el comienzo de la guerra en
Ucrania, Alemania ha sido el blanco de las críticas de los aliados
occidentales, en intensidad y formas distintas según la procedencia. Los líderes
de los los países más importantes han sido cautelosos o diplomáticos, no así
los de Europa Central o el Báltico, notablemente irritados, o de los tories
británicos, apegados a los resortes de la guerra fría. Las habituales voces
de los think-tanks y los editorialistas de la mayoría de los medios,
incluso algunos ideológicamente cercanos al actual gobierno, se han empleado a
fondo contra una actitud que han calificado de pasiva y negligente, o de cómplice
en los casos más extremos.
En términos generales, se reprocha
a Alemania su estrategia de relaciones constructivas con Moscú, considerada
egoísta por privilegiar sus intereses nacionales, a costa de perjudicar la cohesión
de la política aliada de castigo a Rusia por su agresión.
Las recriminaciones han pasado
por diversas etapas. Primero se condenó la negativa de Berlín a propiciar una
desvinculación de la provisión de energía rusa (petróleo y gas), una medida que
se consideraba fundamental para reducir los ingresos con los que el Kremlin
financia la guerra. El abandono alemán del proyecto de gasoducto NordStream 2 y
la cancelación de su antecesor mitigaron momentáneamente las críticas. Pero
enseguida se focalizaron en la cuestión militar. Desde el verano se arremete
contra el Canciller por su resistencia a suministrar a Kiev todo el armamento
que demanda, en particular los misiles de largo alcance y los carros de combate
Leopard-2. Irrita, en particular, que Berlín no sólo se niegue a suministrar a
Ucrania estos vehículos ofensivos de alta capacidad, sino que, en virtud de las
condiciones de venta, impida que otros
países se los proporcionen al país agredido.
El Canciller Scholz, hombre
prudente y poco dado a declaraciones altisonantes y actuaciones precipitadas, no
se aferra a una política personal o caprichosa. Considera que Rusia es un factor
indesplazable del equilibrio estratégico en Europa, aunque rechace de manera
rotunda la guerra de agresión contra Ucrania y favorezca una ayuda mesurada a
este país. El apoyo a Kiev debe ser compatible con la evitación de un conflicto
aún mayor en Europa, con el riesgo nada desdeñable de una escalada nuclear (1).
En las últimas semanas se han
producido contactos discretos para doblegar la resistencia alemana y es más que
probable que a finales de semana, en la reunión que celebrarán los ministros de
Defensa aliados en la base alemana de Ramstein, se llegue a un acuerdo sobre los
requerimientos ucranianos de armamento avanzado, que implicaría luz verde
a los Leopard-2 y al resto de la panoplia en cuestión. Que este encuentro tenga
lugar es ya una señal avanzada de compromiso. Por presión o por convicción,
parece que Alemania ha cedido o ha optado por una posición más flexible. En
realidad, Alemania ha soportado críticas por una política que otros aliados han
mantenido en la práctica, aunque su discurso o su retórica haya sido más
favorable a las demandas ucranianas. Corolario de estas tensiones ha sido la dimisión
forzada de la ministra de Defensa, Christine Lambrecht, más por sus torpezas
personales que por desavenencias políticas. Del nuevo titular, Boris Pistorius,
con nula experiencia en asuntos militares, debe esperarse una plena conformidad
con la línea del Canciller. De hecho, se han recordado estos días declaraciones
suyas a favor de la prudencia con Rusia (2).
UNA QUERELLA ANTIGUA
En esta polémica sobre la
resistencia alemana a desvincularse de Moscú operan recelos que se remontan medio
siglo atrás, cuando otro Canciller socialdemócrata, Willy Brandt, lanzó la
denominada Ostpolitik o política hacia el Este. Muy combatida
inicialmente por la derecha alemana, fue acogida con frialdad por los aliados
europeos (Francia y Gran Bretaña) y con cierto recelo por Washington. Sin embargo,
la Ostpolitik coincidió con la
diplomacia triangular del entonces Presidente Nixon con la URSS y China,
destinada a agudizar la rivalidad entre los colosos comunistas de la época en
beneficio de la hegemonía estadounidense. En la Casa Blanca se temía que Brandt
pudiera hacer valer una agenda de apertura con Moscú demasiado autónoma de su
estrategia Este-Oeste. La firmeza del entonces Canciller y el pragmatismo de
los dirigentes soviéticos propiciaron el éxito de la Ostpolitik, al
sentar las bases de la distensión que culminaría en la Conferencia de Helsinki.
Occidente consiguió un compromiso para frenar la persecución de la disidencia
en los países del bloque del Este, el derecho a intervenir en la defensa de los
derechos humanos y un reequilibrio de las fuerzas militares convencionales en Europa, a cambio de la aceptación de la esfera de
influencia soviética y el reconocimiento de la Alemania comunista (RDA). Brandt
nunca renunció a la unificación alemana, como le imputó falsariamente la
derecha alemana. Con el paso del tiempo, esa política permitió que, al hacer
implosión el bloque comunista, el proceso de unidad alemana fuera poco conflictivo,
aunque no estuviera exento de costes sociales notables.
En los comentarios críticos que
han podido leerse estos meses sobre la política alemana hacia Rusia se ha
deslizado cierto resentimiento hacia el sentido histórico de la Ostpolitik, algo
que pueden resultar sorprendente a tenor de lo ocurrido en Europa (y en el mundo)
en estos últimos cincuenta años. Comentaristas alemanes y europeos vinculados
con los centros de poder en Washington no pierden ocasión de fustigar el entendimiento
entre Moscú y Berlín (3). Este clima de recriminación ha sido en parte legitimado
por las polémicas relaciones personales entre el Canciller Schröeder y Vladimir
Putin a comienzos de siglo, que propiciaría luego la conversión del dirigente
político en ejecutivo de Gazprom, la empresa más importante del conglomerado industrial
estatal de la actual Rusia nacionalista.
Pero los reproches de los atlantistas
doctrinarios no se han dirigido únicamente a los gobiernos del SPD. Angela Merkel
también recibió críticas por su política prudente con el Kremlin, si bien le
reconocieron su desconfianza innata hacia Putin. En realidad, no hay muchas
diferencias entre la era de Merkel y el actual gobierno dirigido por el SPD. El
esfuerzo por preservar los lazos potables con Moscú por razones de interés
nacional y de seguridad europea ha sido una política de estado en Alemania, con
distintos matices de grado y flexibilidad.
La posición del Canciller es
defendida por la mayoría del Partido Socialdemócrata, pero no siempre ha sido
secundada por sus socios de gobierno. Llama poderosamente la atención del desacuerdo
expresado puntualmente por los Verdes, tradicionalmente pacifistas convertidos ahora
en el partido más favorable a elevar el grado de apoyo bélico a Ucrania. Este giro
no es compartido por gran parte de las bases ecologistas. En el disenso verde
se combinan la incomodidad por un discurso
sentido como belicista con el temor a un abandono de los objetivos de lucha contra
el cambio climático y la protección de la naturaleza. Las protestas recientes
contra la reapertura de una mina a cielo abierto en Renania es un buen ejemplo
de ese creciente divorcio interno (4) . Qué decir de los liberales, públicamente
partidarios del rearme ucraniano sin miramientos, pero más discretos de puertas
adentro.
POLÉMICA INTERESADA
En Washington se entiende mejor
la posición alemana de lo que pudiera deducirse de ciertos comentarios intempestivos
en medios y gabinetes de análisis. En algunos de los momentos de mayor presión
por parte de sus vecinos centroeuropeos y bálticos, Scholz ha llegado a
insinuar que el freno a los suministros armamentísticos a Kiev también se ejercía
desde Washington. Aunque Biden se haya mostrado más rotundo en defensa de
Ucrania y haya favorecido un esfuerzo militar que se acerca ya a los 50 mil
millones de dólares, se comparte con Alemania la necesidad de no pasarse de la
raya con Rusia. La Casa Blanca puede querer una derrota de Rusia, pero no su
hundimiento, que podía precipitar un caos de consecuencias imprevisibles.
La polémica también ha creado
tensiones en el eje franco-alemán, considerado esencial para el denominado
proceso de construcción europea. Nuevamente se habla de crisis en la relación
bilateral (5). Que Francia se haya adelantado en la provisión de blindados ofensiva
es una señal evidente de falta de concertación entre París y Berlín. En el
Eliseo se dejan escuchar reproches sobre la actuación de la Cancillería en el
proceso de desenganche energético de Moscú. Pero se olvida que Macron fue el
primero en actuar por su cuenta antes y después del inicio de la guerra con
pretendidas iniciativas de acercamiento a Putin para hacerle desistir de su
actitud
La crisis franco-alemana es
cíclica, Ha ocurrido con todos los presidentes y cancilleres, de un signo y
otro de ese consenso centrista (liberal-conservador y socialdemócrata) gobernante
en ambos países. Ahora que se cumple el sexagésimo aniversario del Tratado del Eliseo,
firmado por De Gaulle y Adenauer para consagrar la reconciliación
franco-alemana de posguerra, domina una cierta sensación de desfallecimiento (6).
Pero los intereses comunes priman sobre las discrepancias de oportunidad o la
química personal ocasional.
Las evidentes contradicciones de
Alemania en su política con el gran vecino
del Este no son ni más ni menos reprochables que las que tienen otras grandes
potencias en sus relaciones internacionales. En no pocas ocasiones, la hipocresía
prima sobre la generosidad de fachada y el l rédito propagandístico por encima
del equilibrio racional.
NOTAS
(1) “The Global Zeitenwende.
How to avoid a new cold war in
a multipolar era”. OLAF SCHOLZ. FOREIGN AFFAIRS, enero-febrero 2023.
(2) “En Allemagne, le nouveau ministre de la Defénse
attendue au tournant sur la livraison d’armes Lourdes à Kiev”. COURRIER
INTERNATIONAL (Resumen prensa alemana), 18 de enero.
(3) “Germany must move past the crossroads”.
JUDY DEPMSEY. CARNEGIE, 10 de enero; “Germany must shake off its habits
of finding excuses for inaction”. CONSTANZE STELZEN-MÜLLER. BROOKINGS
INSTITUTION, 16 de septiembre.
(4) “A Lüzerath, le divorce entre le direction
de Verts et sa base militante est consommé”. SÜDDEUTSCHE ZEITUNG (traducido
en COURRIER INTERNATIONAL), 15 de enero.
(5) “Friends and strangers. The franco-german
relationship is cooling at a critical time”. DER SPIEGEL (version en
inglés), 13 de enero.
(6) “Derrière les divergences
entre Paris et Berlin, l’isolement de l’Allemagne de Scholz”. LE MONDE, 26
de octubre.
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