DERIVA EUROPEA E INCERTIDUMBRE AMERICANA

13 de junio de 2008


Las recientes propuestas sobre jornada laboral y derechos de los inmigrantes han reforzado la impresión de que el actual modelo social europeo se encuentra sometido, de nuevo, a intensas presiones.

La directiva que permite extender el tiempo de trabajo hasta las 60 horas, si las partes están de acuerdo, ha suscitado un vivo debate. El Parlamento tiene que pronunciarse y se anuncia ya una fuerte batalla política, después del verano. El cambio de panorama laboral no es previsible a corto plazo. Pero el horizonte de grave crisis económica preludia un áspero debate sobre las respuestas en el ámbito de lo social.

El temor consiste en que ciertos países –los recién llegados al concierto europeo, los que han arribado desde la experiencia del socialismo real- se atengan a esta directiva para sacar ventaja a los más antiguos en materia de competitividad. Esta amenaza podría ser aprovechada por los gobiernos de derecha de la vieja Europa para dislocar valores y prácticas del modelo social europeo. Eso explicaría la reacción defensiva de algunos partidos socialistas. La pregunta es si la socialdemocracia clásica se encuentra bien pertrechada para afrontar este ulterior desafío del neoliberalismo, teniendo en cuenta la falta de una posición común y cohesionada.

Como suele ocurrir, la influencia procedente del otro lado del Atlántico podría ser importante. Recientes trabajos sobre la evolución de la desigualdad y la inequidad social en los Estados Unidos resultan abrumadores. Las cifras demostrarían que en Estados Unidos nunca se ha vivido un desequilibrio tan fuerte entre las rentas más elevadas y las más bajas desde antes del New Deal. Son muchos los factores que explican esta situación. Pero no son precisamente los estructurales los más contundentes. Paul Krugman, en su libro sobre la evolución económico-social de Estados Unidos desde primeros del siglo XX, defiende la tesis de que han sido las políticas practicadas (fiscal, social, distributiva) y no las fuerzas económicas naturales las que explican esta evolución regresiva en materia de igualdad social.

En los años ochenta, las recetas del “suply-side” (las reaganomics) fueron importadas por el puerto británico y se extendieron e implantaron, con desigual intensidad, en otros países. También entonces, Europa se encontraba en coyuntura de grave crisis económica. Pero en los ochenta, se trataba, básicamente, de una crisis provocada por el encarecimiento de la energía (que agravó la decadencia del sector industrial convencional). Ahora, otros factores estructurales provocados por la globalización refuerzan la gravedad de la situación y no permiten avistar una salida ni pronta ni sencilla.

Se dirá, como alivio, que las políticas ultraliberales se encuentran muy cuestionadas en Estados Unidos. Aparentemente, si. Pero no está claro lo que ocurrirá en noviembre. Si bien a McCain le interesa alejarse de la retórica extremista de Bush y los neocon, sus propuestas económicas no resultan muy diferentes. Y, ante el pánico inducido a una subida impuestos, los votantes norteamericanos, masivamente la clase media, puede refugiarse irreflexivamente en soluciones simplistas de más dinero en el bolsillo.

Obama plantea, con inquietante pero esperable timidez, un esfuerzo fiscal para reducir las desigualdades y fortalecer los servicios públicos y la protección social. McCain no le combatirá con la retórica de Bush, pero sin con la de Reagan, idénticas en el fondo, pero diferentes en la forma. Éste será el núcleo del debate electoral en Estados Unidos.

Desde Europa se vivirá con el aliento contenido y sin tranquilidad de ánimo, porque los gobiernos pasarán los próximos meses acuciados por la necesidad de encontrar fórmulas mágicas para aliviar lo peor de una crisis voraz, pero sobre todo vertiginosa.

Esta incertidumbre sobre el rumbo norteamericano agrava la sensación de deriva europea, con propuestas antisociales –e incluso xenófobas- en aumento y una crisis de confianza generalizada.

No se percibe, en este contexto, ni fortaleza teórica ni frescura intelectual en la socialdemocracia europea para contener la marea conservadora, que no debe su vigor al éxito de las propuestas, sino al miedo de las poblaciones. El riesgo de que los apretones de la crisis obliguen a atender las demandas locales y sectoriales planteadas en términos de amenaza probablemente reduzca el margen de respuesta.

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